Tríada (63 page)

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Authors: Laura Gallego García

«¿Lo harías?»

Jack se encogió de hombros.

—¿Por qué no? Por culpa de esa profecía, de esa misión que os dioses nos encomendaron, han muerto todos los dragones y los unicornios. Murieron también mis padres, y tanta otra gente... Participar en este juego sin sentido se paga con sangre, es un precio demasiado alto.

«Ashran entró en el juego. Escuchó la voz de los Oráculos, supo que los dragones y los unicornios tenían órdenes de acabar con él. Y los mató a todos.»

Jack no respondió. Seguía con la mirada perdida en el oscuro horizonte de Umadhun. Y estaba serio, extraordinariamente serio. En aquel momento parecía mayor de lo que era, no un muchacho, sino casi un hombre.

«Tal vez haya llegado la hora de dejar de luchar por la profecía, y por los dioses —insinuó Sheziss—. Tal vez haya llegado el momento de empezar a luchar por ti.»

—¿Por mí? —repitió Jack, con voz neutra.

«Por todo lo que Ashran te ha arrebatado. Los sheks y los dragones luchamos por instinto. ¿Por qué lucha Ashran?»

—Por ambición, supongo. ¿Qué sé yo? Cuando empecé con esto tenía las cosas muy claras, sabía quiénes eran los buenos y quiénes los malos, sabía por qué luchaba: para vengar la muerte de mis padres, para descubrir mi verdadera identidad, para apoyar a la Resistencia, que me había salvado la vida... para proteger a Victoria... había tantas razones...

«¿Ya no tienes razones para luchar?»

—No lo sé. Estoy confuso. Mi deseo de venganza se apagó hace tiempo, y ya sé quién soy. Y la profecía... maldita sea, no me gusta la idea de que los dioses me manejen a su antojo, no quiero seguir su juego. Y en lo que respecta a Victoria...

Calló un momento. Su corazón seguía sangrando por ella, la echaba de menos. Pero recordaba las palabras que Christian había pronunciado tiempo atrás: «Tienes que morir, es la única forma de salvar a Victoria». Ahora sabía qué había querido decir. Si él moría, la profecía no se cumpliría. Entonces, ni Ashran ni los sheks tendrían motivos para matar a Victoria.

—Puede que ella esté mejor sin mí —dijo de pronto—. Todos piensan que estoy muerto. Victoria ya no supondrá una amenaza para Ashran, la dejarán en paz. Christian cuidará de ella. Si no vuelvo, Victoria no tendrá que luchar nunca más. También ella podrá escapar de un destino que no eligió.

Sheziss lo observó con interés.

«¿De veras crees que ése es el camino? ¿Ocultarte aquí para siempre? ¿Es lo que quieres?»

—No —gruñó Jack—. Detesto este lugar, y...

No terminó la frase. No encontraba palabras para describir lo muchísimo que añoraba a Victoria, lo solo y perdido que se sentía sin su presencia. Se preguntó cómo sería pasar el resto de su vida sin ella. La sola idea le resultó aterradora.

—Pero si no vuelvo a Idhún —prosiguió, sobreponiéndose—, habré escapado del destino que me impusieron los dioses. Victoria estará a salvo. Y los sheks no tendrán que seguir luchando,

«Tenía entendido que odiabas a Ashran. Aquel que exterminó a toda tu raza.»

Por la mente de Jack cruzó, fugaz pero intenso, el recuerdo del macabro cementerio que era ahora Awinor, la tierra de los dragones. Los pequeños esqueletos de sus hermanos, muertos al nacer. Los huesos de su madre...

... el cuerpo de su madre humana, muerta a manos de Elrion en su casa de Dinamarca, en la Tierra.

Sintió que hervía de ira.

«Si no quieres luchar en una guerra que no es la tuya... —sugirió Sheziss—. Hazla tuya. No luches por los dioses, ni por la profecía, ni por salvar Idhún que, al fin y al cabo, nunca ha sido tu mundo y, dado que ya no quedan dragones, nunca más lo será. Lucha por ti mismo. Por el odio que sientes, y que no puedes evitar. Si tienes que sucumbir a ese odio, mejor será que odies a alguien a quien realmente tengas motivos para odiar. Y que actúes en consecuencia.»

—Ésta no es mi guerra —repitió Jack, pensativo—. Pero puede ser mi guerra.

Se volvió hacia Sheziss, desconfiado.

—Me dirás cualquier cosa con tal de que sirva a tus propósitos, ¿verdad?

Los ojos de la shek brillaron, divertidos.

«¿Crees que trato de manipularte? No, dragón, no me resultaría conveniente eso. No tiene sentido engañar a alguien para que se alíe conmigo. Porque en cualquier momento puede dejar de ser un aliado. Estoy intentando descubrir si tienes verdaderos motivos para luchar contra Ashran. Y si los tienes, serás un aliado perfecto, a pesar de que me repugnas por ser un híbrido, de que te odie por ser un dragón. Porque lucharás por ti, y no por mí. Lucharás de corazón. Con todas tus fuerzas. »

—Podrías obligarme con tu poder telepático, ¿no?

«Podría, sí, pero el vínculo podría romperse en cualquier momento, y yo me encontraría sola. Es mejor buscar a alguien que tenga los mismos objetivos que yo que tratar de convencer a alguien para que haga lo que yo quiera.»

Jack exhaló un largo suspiro.

—No sé lo que debo hacer —confeso.

«Duerme —le recomendó ella—. Cuando estés más descansado, verás las cosas con más claridad.»

Jack se dio cuenta entonces de que estaba muy cansado. Se dejó caer sobre el suelo de piedra y apoyó la espalda en la pared del túnel. No quería dormirse porque tenía muchas cosas en qué pensar, pero sin darse cuenta cayó en un sueño pesado y profundo.

Soñó con Victoria. Soñó con su mirada, preñada de luz, con su dulce sonrisa; sintió, por un glorioso momento, la calidez de su cuerpo entre sus brazos, la suavidad de su pelo, su olor.

Pero entonces ella desapareció como si jamás hubiera existido, y Jack la echó tanto de menos que creyó volverse loco. Y entonces vio ante sí el rostro de Christian, sus ojos fríos y ligeramente burlones.

«Yo estoy con ella —decía el shek—. ¿De qué lado estás tú?

«Yo estoy con ella», respondía Jack.

«No lo estás —dijo Christian—. La has dejado sola. Jamás deberías haberla abandonado.»

«¿Abandonado?», repitió Jack, desorientado.

Christian inclinó la cabeza. Jack vio entonces que sostenía a Victoria; la muchacha yacía entre los brazos del shek, pálida y en apariencia, sin vida. Jack la llamó por su nombre, pero ella no reaccionó.

«Se está muriendo —dijo Christian; sus ojos azules estaban húmedos—. Yo solo no puedo salvarla. Jack, ella te necesita, te necesita, estúpido, no puedes darle la espalda ahora.»

Jack alargó el brazo hacia ella, tratando de alcanzarla... pero su mano pasó a través de su imagen, como si fuera un fantasma.

«Demasiado tarde...», murmuró Christian.

Los dos se fundieron con la bruma.

Jack se despertó con un jadeo ahogado y el corazón latiéndole con fuerza. Se llevó la mano a la cara y descubrió que tenía las mejillas empapadas de lágrimas. Temblando, se acurrucó junto a la pared de piedra.

—Sheziss —llamó.

Percibió un movimiento en la oscuridad del túnel.

«¿Sí?», dijo ella.

—¿Cuándo volveremos a Idhún?

«Cuando estés preparado.»

—¿Qué significa eso?

«Que aún tienes mucho que aprender.»

—¿Qué es lo que he de aprender?

«Tienes que aprender lo que significa ser un dragón. Pero también lo que significa ser un shek. Cuando sepas controlar tu odio sin reprimirlo, cuando seas capaz de canalizar ese sentimiento de la manera adecuada..., entonces estarás preparado para enfrentarte a Ashran.»

—¿Cómo sabes que quiero enfrentarme a Ashran?

«Porque quieres volver a Idhún. Y si vuelves a Idhún, no tendrás más remedio que enfrentarte a Ashran. Claro que puedes desafiar a los dioses y quedarte aquí. Tú mismo.»

Jack respiró hondo y recapacitó. Aquel extraño sueño le había llenado el corazón de angustia. Tal vez fuera sólo un estúpido sueño, pero en cualquier caso ya no podía negar por más tiempo el hecho de que echaba de menos a Victoria, desesperadamente. Tenía que regresar con ella. Si no lo hacía...

Sintió un escalofrío. Comprendió que habría sido capaz de vivir el resto de su vida en Umadhun, con Victoria a su lado para desterrar con su luz las tinieblas de aquel mundo. Pero sin ella...

... sin ella, nada tenía sentido.

Cerró los ojos.

Tal vez fuera sólo un estúpido sueño.

Pero, si no lo era, quizás había subestimado el poder de Ashran. Quizás él tenía planes para ella, quizás estaba en peligro, quizá Christian no podía protegerla. O quizá simplemente Victoria lo echaba de menos tanto como él la añoraba a ella. En cualquier caso, no podía abandonarla. Debía volver a su lado, y si ello implicaba luchar contra Ashran para hacer cumplir la profecía... que así fuera.

—Si aprendo a ser un dragón —dijo a media voz—, seré más fuerte y poderoso, ¿verdad?

«Así es. »

—Y si aprendo también lo que significa ser un shek —prosiguió él—, seré capaz de controlar mi odio. Podré aliarme contigo, y después, también con Christian. Y él, Victoria y yo, los tres, unidos, seremos más fuertes. Tendremos más posibilidades de derrotar a Ashran.

«Ésa es la idea.»

Jack alzó la mirada, sereno y resuelto.

—Haré lo que haga falta, pues. Si ésta ha de ser mi guerra, la será.

Sheziss entornó los ojos y emitió un suave siseo.

«Bien», dijo solamente.

Dio media vuelta entonces y se internó por el túnel. Jack se incorporó y la siguió.

Avanzaron un buen rato en silencio, hasta que Jack dijo:

—Si vamos a ser aliados, hay algo que quiero saber.

La shek no respondió, pero Jack percibió en su mente algo parecido a un mudo asentimiento.

—Estás luchando contra Ashran —prosiguió el muchacho— Buscabas un aliado, y antes has dicho que querías asegurarte de que ese aliado también tenía sus propios motivos para luchar contra Ashran. Porque así sabrías que no te abandonaría en medio de la batalla.

»Ya conoces mis motivos, mi historia. Sabes quién soy y por qué quiero enfrentarme a él. Pero yo no sé nada de ti. No me parece justo. También yo tengo derecho a saber que tienes tus motivos para odiarle. Que no vas a abandonar a mitad.

«¿Sí?», dijo Sheziss, aparentemente desinteresada; pero Jack percibió en su mente un ligero matiz amenazador.

No se arredró.

—¿Por qué odias a Ashran? ¿Qué ha hecho ese humano merecer el odio de un shek?

Sheziss no contestó enseguida. Siguió reptando por el túnel, sin mirarlo siquiera, y por un momento Jack pensó que no iba a responder a su pregunta. Pero entonces captó la voz de ella en algún rincón de su mente, como un susurro lejano que, sin embargo, oyó con escalofriante claridad, y cada una de palabras golpeó su conciencia con la fuerza de una maza:

«Me robó todos mis huevos... y los usó en un repugnante experimento de nigromancia.»

5
Alis Lithban

Gerde se aburría.

Seducir al bárbaro había sido un juego de niños. Y al principio había resultado divertido; tener al gran Señor de los Nueve Clanes comiendo de su mano y a la vez mantener el encantamiento sobre los demás hombres del campamento había requerido mucha concentración y un delicado equilibrio de fuerzas. Debían estar lo bastante embobados como para acatar hasta sus más mínimos deseos, pero no tanto como para pelearse entre ellos por celos. Le costó un poco llegar a ese punto intermedio, pero una vez que dio con él, ya no hubo mucho más que hacer. Salvo mantener vigilada a Uk-Rhiz, por supuesto.

El resto de las mujeres del campamento, guerreras o no, no supusieron un gran problema. Estaban claramente descontentas, y por supuesto que había habido disputas. Gerde había tenido que deshacerse discretamente de una de ellas, una anciana cuyas sensatas palabras gozaban de gran reputación en todos los clanes. Había sido fácil matarla, mezclando veneno en su comida. Nadie conocía tan bien como Gerde las propiedades de las plantas más ponzoñosas de los bosques idhunitas, y cómo utilizarlas en su favor. La mujer había muerto sin ruido una noche, y todos lo achacaron a su avanzada edad. Ni siquiera Rhiz sospechó del hada.

Finalmente, todas las mujeres acabaron por acatar la voluntad de su señor, como todo Shur-Ikaili, hombre, mujer o niño, debía hacer.

Y la voluntad de Hor-Dulkar era la voluntad de Gerde.

Y la voluntad de Gerde era la voluntad de Ashran.

Los hombres lo aceptaban encantados. Las mujeres, a regañadientes. Pero Uk-Rhiz era diferente. Era la Señora de la Guerra del Clan de Uk, y si bien no poseía el mismo rango que Hor-Dulkar, sí estaba sólo un peldaño por debajo de él, según las jerarquías de los bárbaros Shur-Ikaili. De momento no daba problemas, pero Gerde sospechaba que tramaba algo.

Suspiró. Llevaban ya varios días acampados junto al río. A I principio había sido interesante, pero ella empezaba a aborrecer aquella tienda de pieles y a cansarse del bárbaro con quien compartía el lecho. Se dio la vuelta para separarse un poco más de él. Hor-Dulkar dormía a pierna suelta, pero Gerde llevaba varias noches sin pegar ojo, deseando que las cosas cambiaran en un sentido o en otro, deseando que Ashran le diera permiso para regresar a la Torre de Kazlunn, o que les ordenara ponerse en marcha por fin, en dirección a Nurgon... cualquier cosa menos seguir allí parados, un día, y otro día, y otro día...

Se había puesto en contacto con su señor para pedirle instrucciones. Él la había reprendido por su impaciencia. De momento no le convenía que los bárbaros entraran en la batalla en ninguno de los dos bandos. De momento.

No dio más explicaciones, y Gerde tuvo que resignarse. Sabía que las tropas de los sheks llevaban ya tiempo cercando Nurgon; pero sabía también que era un asedio sin sentido. La base rebelde formaba ya parte del bosque de Awa. No morirían de hambre, ni aunque los sitiaran durante años. ¿Qué sentido tenía esperar? ¿Para qué? Lo único que se le ocurría era que tal vez Ashran estaba estudiando la mejor manera de romper el escudo feérico que rodeaba el bosque. De ser así, quizá la cosa llevaría tiempo. Y, en tal caso, no convenía tener a los bárbaros cerca de la Fortaleza. Allí, en las praderas, en sus propios campamentos, los Shur-Ikaili podían mostrarse impacientes por entrar en batalla, pero no molestarían a nadie. En un asedio, trescientos bárbaros aburridos podían resultar no sólo un incordio sino también incluso un peligro para las disciplinadas tropas de los szish.

Tenía que ser eso, caviló Gerde. De todas formas, la rebelión de Nurgon no era más que un suicidio en masa. Sin el dragón sin la profecía, la Resistencia no tenía ya nada que hacer. Ni siquiera con Kirtash entre sus filas.

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