Tríada (72 page)

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Authors: Laura Gallego García

—Está... —susurró, pero no fue capaz de decir nada más.

—Tienes que curarlo —dijo Jack con suavidad—. Aún podemos salvarlo.

Pero ella negó con la cabeza.

—No puedo. Oh, Jack, no puedo. Ha pasado algo con mi magia, yo... —gimió—. Si intento curarlo, lo mataré.

Jack tragó saliva. Entonces, no habían sido imaginaciones suyas. Momentos antes, cuando se había enfrentado a Victoria, le había parecido ver algo muy extraño en sus ojos.

—A ver, mírame.

Victoria obedeció. Jack vio en sus ojos rastros de aquella extraña oscuridad que los había velado tanto tiempo, pero descubrió también una débil luz en el fondo de sus pupilas.

—Has estado enferma —comprendió—. Pero tu luz no se ha apagado del todo, y creo que entre los dos podremos restaurarla. Tal vez necesites un poco más de tiempo...

—No tenemos tiempo —cortó ella; parecía que volvía a pensar con claridad—. Christian se muere, y yo... maldita sea, por poco lo mato...

Jack soltó a Victoria y se inclinó junto al cuerpo de Christian para examinarlo. También él había intentado matarlo, la última vez que se habían encontrado, sobre los Picos de Fuego. Pero ahora acababa de salvarle la vida, interponiendo a Domivat entre él y Victoria.

Al mirar al shek moribundo, sintió que el odio volvía a palpitar en su interior.

«Lo necesito para derrotar a Ashran —se recordó a sí mismo—. Lo necesito para que Victoria sea feliz.» Se volvió hacia ella.

—¿Vas a intentarlo?

Victoria negó con la cabeza.

—No quiero hacerle más daño. Jack, tú no sabes lo que provoca mi magia ahora.

Jack sentía que la vida se escapaba de Christian gota a gota. El joven tenía el vientre casi carbonizado y su respiración era muy débil. Intentó no dejarse llevar por el pánico. Miró a su alrededor en busca de inspiración.

Y vio el Báculo de Ayshel.

No se lo pensó dos veces. Alargó la mano y lo cogió.

—¡Jack, no! —chilló Victoria.

Pero, ante su sorpresa, el artefacto no reaccionó contra el muchacho, y se dejó sostener dócilmente. Jack la miró con una sonrisa de oreja a oreja.

—Sólo apto para unicornios y semimagos, ¿recuerdas? —le dijo—. Y semimagos son aquellos que han visto a un unicornio, pero no han sido tocados por él.

Victoria recordó de pronto que ella se había mostrado como Lunnaris ante él, en Limbhad. Pero no había permitido que la tocase. Nunca se le había ocurrido pensar que había convertido a Jack en un semimago. Comprendió enseguida cuáles eran las intenciones de su amigo cuando éste se inclinó sobre Christian, pensativo, aún con el báculo en la mano.

—¿Podrás usar el poder semimágico? —preguntó, dudosa—. No has dejado de ser un dragón. ¿Tu poder de dragón no interferirá?

Recordaba el caso de Christian. Un unicornio le había entregado su magia cuando era niño, el mismo día de la conjunción astral; Christian era, por tanto, un mago, pero aquel poder quedaba ahogado por el poder superior del shek.

—Tenemos que intentarlo —musitó Jack—. Espero que el báculo ayude. Tú sólo dime qué tengo que hacer.

Victoria se incorporó, resuelta. Tiró un poco más de Christian, con delicadeza, para colocarlo completamente boca arriba, y lo sostuvo, con suavidad pero con firmeza. Lo sintió tan frágil entre sus brazos que se le encogió el corazón. «Dioses, ¿cómo he podido hacerle esto?», se preguntó, horrorizada. Todavía no entendía muy bien cómo y por qué había regresado Jack, todavía estaba segura de que Christian lo había matado. Pero ahora, con Jack a su lado, era incapaz de sentir rencor. Tenía la sensación de haber despertado de una oscura pesadilla, como si nada de lo que había vivido desde la caída de Jack en los Picos de Fuego hubiera sucedido en realidad. Pero lo recordaba, lo recordaba todo, igual que si lo hubiera visto a través de los ojos de otra persona.

Ahora, la presencia de Jack iluminaba de nuevo su existencia, como un sol hermoso y brillante. Como si él la hubiera llevado de la mano por el camino de vuelta a la vida, desde las tinieblas de un extraño estado entre la muerte y la vigilia.

«Estoy viva —pensó—. Y Jack también lo está. Y he de salvar a Christian, porque...»

Porque su muerte, comprendió de pronto, la sumiría de nuevo en la más honda oscuridad, una oscuridad de la que, esta vez, ni siquiera Jack podría rescatarla. Respiró hondo.

—Coloca una mano sobre la herida —indicó—, pero sin llegar a tocarla. Sujeta el báculo con la otra mano. ¿Sientes la energía que te transmite?

—No —dijo Jack, un poco desconcertado.

Victoria respiró hondo, tratando de tranquilizarse. —¿No está cálido?

—No más que yo.

Victoria cerró los ojos e intentó ordenar sus pensamientos.

—Vale, tú eres más cálido que el resto de personas. Puede ser que por eso no lo notes. Inténtalo otra vez, concéntrate. Tienes que notar que el báculo irradia energía y calor y te la transmite a través de la mano.

Jack frunció el ceño y cerró los ojos. Sí, ahí estaba. Una pequeña corriente cálida que recorría sus dedos y se desparramaba por sus venas, brazo arriba. Pero aquella calidez quedaba ahogada por el fuego del dragón.

—Por favor... —susurró Victoria.

Jack abrió todavía más los dedos de la mano que mantenía sobre el vientre de Christian. «Cúrate, maldito shek, no me hagas esto ahora...»

Y, de pronto, la herida de Christian empezó a sanar. Con rapidez.

Con demasiada rapidez. Victoria lanzó una exclamación de alegría, pero enseguida se dio cuenta de que algo iba mal: en el centro de la quemadura apareció un punto rojo y brillante. Christian gimió débilmente.

—¡Para! —dijo Victoria, alarmada.

Jack cerró la mano. El punto rojo desapareció.

—Por poco... por poco lo quemas otra vez —murmuró ella, temblando, estrechando a Christian entre sus brazos—. ¡El báculo no sólo ha canalizado la energía del ambiente, sino también tu propio poder de fuego!

Jack se dejó caer al suelo, agotado.

—Tendrás que intentarlo tú.

Victoria tragó saliva. Contempló unos instantes el rostro de Christian, lo acarició, con ternura.

—No puedo dejarlo morir —susurró—. No puedo. Aunque te hubiera matado mil veces... no puedo ver cómo se muere y seguir viva después. Si le pasa algo, yo...

No pudo continuar. Jack colocó una mano en su hombro, para reconfortarla.

—Lo sé. Vamos, te ayudaré a levantarlo.

Entre los dos alzaron a Christian y lo llevaron a la habitación más próxima. Lo tendieron en la cama. Victoria seguía mirándolo, insegura.

—No es una herida superficial —dijo—. Aunque le curara la piel, sus órganos han quedado dañados, quemados por el fuego de Domivat. Tendré que transmitirle mucha energía... durante mucho tiempo. No sé si... —vaciló.

Jack le hizo alzar la cabeza para mirarla a los ojos.

—Tu luz está volviendo —dijo—. Es un poco distinta... pero... yo creo que podrás hacerlo, Victoria. Eres su única opción.

Ella asintió. Se tendió en la cama, junto a Christian. Rodeó su cintura con el brazo, con cuidado de no rozarle la herida. Apoyó la cabeza en su hombro. Pero antes de cerrar los ojos, volvió la cabeza hacia Jack.

—¿Estarás aquí cuando despierte?

Él sonrió. Se sentó en el alféizar de la ventana y cruzó los brazos ante el pecho.

—El tiempo que haga falta —respondió en voz baja.

Victoria sonrió a su vez. Sus ojos parecieron iluminarse un poco más.

Y entonces, lentamente, fue deslizándose en el seno de un sueño profundo, reparador, mientras la magia de la Torre de Kazlunn la recorría por dentro y pasaba a través de ella, hacia Christian, como un torrente cálido y renovador que, en esta ocasión, no arrastraba consigo otra cosa más que amor.

Jack se quedó contemplándolos un momento, el shek herido de muerte, con el vientre casi abrasado por la llama de Domivat, en brazos del unicornio que había estado a punto de matarlo y que ahora trataba desesperadamente de salvarle la vida.

«Victoria, Victoria, con lo mucho que lo quieres —pensó, conmovido—. Y por poco lo matas. Por mí.»

Sintió que se mareaba. Él sabía hasta dónde llegaba su propio amor por la muchacha. Había luchado por ella, había estado a punto de morir por ella, se había sentido horriblemente vacío en Umadhun, sin ella. Estaba dispuesto a darlo todo por Victoria. Se preguntó, por un momento, qué pasaría si, en lugar de sentir eso por una sola mujer, lo hubiera sentido por dos. Si, por ejemplo, hubiera amado también a Kimara de la misma forma que amaba a Victoria. «Me habría vuelto loco», se dijo.

Y comprendió a Victoria un poco mejor.

«Más vale que salgas de ésta, shek», pensó.

«El dragón ha vuelto», dijo Zeshak. Sus palabras arrastraban un matiz tan gélido y letal que cualquier hombre se habría estremecido de terror. Ashran sólo entrecerró los ojos.

—Lo sé —dijo—. Confieso que no esperaba que siguiera vivo. Pero eso explica muchas cosas. Explica, por ejemplo, por qué todo ha estado tan tranquilo últimamente. Por qué los Seis no parecieron reaccionar a la pérdida de su héroe.

«Es por la profecía, ¿no es cierto? Los dioses le protegen.»

—También protegen a la criatura que ha estado a punto de matarlo —replicó Ashran, con una enigmática sonrisa—. Aunque te cueste creerlo.

«Después de lo que ha sucedido hoy, pocas cosas pueden sorprenderme. Jamás habría llegado a imaginar que alguien de los nuestros protegería a un dragón.»

Habló con profundo disgusto, pero Ashran seguía sonriendo.

—Sois criaturas sorprendentes, los sheks. Igual que lo fueron los dragones. O los unicornios.

Zeshak replegó las alas, molesto.

«¿Te divierte? No tendrás tiempo para reírte cuando se cumpla la profecía.»

La sonrisa de Ashran se hizo más amplia.

—Detecto en ti cierto respeto por la profecía. Esto sí que es una novedad.

Zeshak no respondió. Apoyó la cabeza sobre sus anillos y cerró los ojos, profundamente irritado.

—Ah, Zeshak, Zeshak, estás empezando a ponerte nervioso. Ya no puedes controlar la situación. Ya no sabes qué más hacer. Kirtash acabó con la vida de Gerde y yo acepté que se quedara con la Torre de Kazlunn. También permití que el unicornio siguiera con vida, porque Kirtash me lo pidió. Y ahora hemos perdido una torre, un unicornio, una maga y un híbrido de shek. Y seguimos teniendo al dragón.

«Hasta aquí nos ha llevado tu debilidad por ese monstruo.» —Sí, siento debilidad por él, lo confieso. Es único en su especie, y disfruto estudiando su evolución, sus reacciones...

«Es un monstruo. Tan traicionero como su madre.»

—Como una de sus madres. Zeshak, debiste acabar con la vida de Sheziss cuando tuviste la oportunidad. Te dije que las madres supondrían una molestia.

«No tardaré en corregir esa equivocación. Pero ¿de qué servirá? La tríada se ha reunido de nuevo. La profecía se cumplirá... »

—Sí —cortó Ashran, pensativo; había clavado su mirada de plata en el cielo nocturno que se veía desde la ventana, y donde las tres lunas relucían misteriosamente—. La profecía se cumplirá, dentro de siete días exactamente. Bonito número, ¿no crees?

Zeshak se irguió, como movido por un resorte.

« ¿Siete días? ¿Estás seguro?»

—Siete días. Dentro de siete días, el dragón y el unicornio vendrán aquí a presentar batalla. Es la última oportunidad que tenemos de revertir la palabra de los Seis a nuestro favor.

Zeshak estrechó los ojos y siseó por lo bajo.

«¿En qué estás pensando?»

El Nigromante suspiró.

—No me gusta arriesgarlo todo en una sola jugada, Zeshak, pero no me quedará más remedio. Sabes lo que sucederá dentro de siete días, ¿no es cierto? Esa noche... venceremos a la Resistencia y a los héroes de la profecía y obtendremos el poder absoluto sobre Idhún... o seremos derrotados en esta batalla.

«¿Batalla?», repitió Zeshak.

Ashran se volvió hacia él y le dirigió una fría mirada.

—Una batalla más de una guerra eterna, amigo mío. Pero no una batalla cualquiera. Tenemos tanto que ganar... tanto que ganar...

Hubo un breve silencio.

«Te enfrentarás al dragón y al unicornio, pues?»

—Y a mi hijo, si sobrevive a las heridas que el unicornio le infligió. Sí, vendrán los tres... y, si las cosas salen como yo espero, uno de ellos morirá.

«¿Sólo uno?»

—Me basta con uno. Me basta con uno para derrotar a la profecía y, créeme, ya sé cuál es su punto débil, sé cómo vencerlos.

«El odio no acabó con ellos.»

Ashran rió suavemente.

—No, es cierto. Y no será el odio lo que haga que caigan a mis pies. Ellos no lo saben, pero desde que pisaron este mundo los he estado observando, he estado sometiéndolos a pruebas cada vez más duras. Tenía la esperanza de que alguno de ellos muriera antes de llegar hasta aquí, pero hasta yo sé que la profecía acabará por cumplirse y que es inevitable que nos enfrentemos.

«Esas pruebas sólo los han hecho más fuertes.»

—Y, en cierto sentido, más vulnerables. Porque ahora los conozco. Y sé cómo derrotarlos. Pero ellos siguen sin conocerme a mí.

«Tuvimos tantas oportunidades. Has tenido al unicornio en tus manos en dos ocasiones. Las dos lo dejaste marchar.» Ashran sonrió.

—Veo que te preocupa mucho el asunto de la muchacha. Para tu tranquilidad, te diré que ella forma parte de mi plan. Ahora la necesito viva.

Zeshak no dijo nada, pero lo observó con un cierto escepticismo. Ashran volvió a asomarse a la ventana y contempló las lunas en silencio.

—Victoria... —murmuró—. Mi unicornio herido. Pronto volveremos a vernos, sí, y, aunque todavía no lo sabes, serás la clave para mi triunfo absoluto sobre Idhún y sobre la profecía.

Algo lo recorría por dentro, algo puro y muy dulce, llenándolo, reparando sus heridas y desterrando la angustia y el dolor. Era la magia de Victoria.

Y ella...

Ella dormía profundamente entre sus brazos.

Christian la miró, todavía algo confuso. Los dos se hallaban tendidos en una cama, en una de las habitaciones de la Torre de Kazlunn. El escenario le resultó conocido y muy real. «Estamos vivos», pensó.

Todavía no entendía muy bien qué estaba sucediendo. Pero Victoria estaba allí, abrazada a él, y estaba empleando su magia para sanar la herida que ella misma le había causado. Y su rostro reflejaba paz y felicidad, en una expresión dulce que Christian había llegado a creer que no volvería a ver nunca en ella.

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