Tríada (74 page)

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Authors: Laura Gallego García

Jack lo miró.

—¿Estás con él, o con nosotros?

Christian sacudió la cabeza, sonriendo.

—Deberías saber ya la respuesta.

Jack asintió.

—Estás con ella —comprendió, señalando a Victoria—. Y, ahora que he vuelto, ella está otra vez en peligro. De modo que vuelves a dar la espalda a Ashran y a los sheks, y de nuevo, podemos considerarte un miembro de la Resistencia. A no ser, claro... que decidas protegerla acabando con mi vida.

Los ojos de Christian relampaguearon un instante.

—¿Sabes lo que estás diciendo? —siseó—. Tu muerte casi la mata. ¿Crees que volvería a pasar por ello otra vez?

Victoria respiró hondo y apoyó la cabeza en el hombro de Christian.

—Estás con ella —asintió Jack, sonriendo—. Si estás con ella, estás conmigo. Los tres juntos. Si cae uno, caemos los tres.

«La tríada», pensó, recordando las palabras de Ha-Din.

Victoria sacudió la cabeza y se separó de ellos para mirarlos fijamente. Allí, junto a la balaustrada, con el mar y los soles ponientes, les pareció a los dos más hermosa que nunca.

—Estoy con vosotros —anunció ella—. Pase lo que pase, por encima de todo. Y si hemos de luchar, lucharé con vosotros, por vosotros. Por los dos. Lo sabéis, ¿verdad?

Jack esbozó una sonrisa cansada.

—Lo sabemos, Victoria. Y ojalá no hubiera que luchar. Pero nacimos para esta batalla. Nos crearon para esta batalla. Lo queramos o no, tenemos que librarla.

—Y más vale que ganemos esta vez —añadió Christian, sombrío.

8
La última batalla

Este asedio no tiene sentido —estalló el rey Kevanion—. Podemos pasarnos años sitiando la Fortaleza de Nurgon; mientras ese escudo siga ahí, y mientras ellos tengan el bosque de Awa a sus espaldas, no lograremos conquistarla.

Ziessel no respondió. No lo estaba escuchando. Pese a que el rey de Dingra pensaba que la shek lo veía como a un igual, lo cierto era que ella apenas prestaba atención ;i sus balbuceos. Los humanos eran una raza estúpida en general, pero algunos se llevaban la palma, y aquel Kevanion era uno de ellos.

Seguía molesta por haber perdido Nurgon, porque aquellos rebeldes la habían derrotado en el río. Pero días atrás había recibido una información a través de la red telepática de los sheks, una información que había mejorado mucho su humor.

—Mis tropas llevan casi tres meses acampadas en torno a Nurgon —seguía lamentándose el rey—. Y en todo ese tiempo, los rebeldes se han estado dedicando a reconstruir la Fortaleza, a hacer crecer el bosque en torno a ellos y a construir más de esas máquinas voladoras. Los pueblos de la zona ya no pueden seguir alimentando a mis soldados. Se ponen nerviosos, empiezan a quejarse...

«Prescinde entonces de los soldados humanos —replicó Ziessel, aburrida—. Los szish no causan problemas.»

—Ésa no es la cuestión. Aunque los generales consiguieran mantener la disciplina, ¡ya no tengo con qué alimentar a tanta gente! He recibido un mensajero del rey Amrin. Pronto se presentará aquí también con los suyos. Más les valiera quedarse en Vanissar.

«No, es aquí, en Dingra, donde tienen que estar», replicó Ziessel, que sabía, como todos los sheks, que la decisión de Amrin de abandonar Vanissar por fin le había sido dictada por Eissesh, quien a su vez había recibido instrucciones del mismo Zeshak. Alzó la mirada hacia el cielo nocturno. «Dentro de cuatro días exactamente, rey Kevanion —prosiguió, con suavidad—, dejarás de preocuparte del avituallamiento de las tropas, de si causan problemas, de si se aburren... dentro de cuatro días, rey Kevanion, tendrás que ocuparte solamente de conducir a tu ejército hasta la victoria.»

—...o hasta el escudo de Awa, ¿no? —replicó Kevanion, ácidamente.

«Humanos..., siempre tan obtusos —suspiró Ziessel—. ¿De veras crees que te aconsejaría enviar a tus tropas a estrellarse contra el escudo? No, Kevanion. Confía en Ashran, tu señor. Cree en él, y en mis palabras. Dentro de cuatro días, cuando las tres lunas se alcen en el firmamento, ya no habrá escudo que proteja el bosque de Awa ni la Fortaleza de Nurgon. Porque, para entonces, Ashran lo habrá destruido.»

Victoria se despertó bien entrada la noche, sobresaltada y con el corazón latiéndole con fuerza. Había soñado, de nuevo, que Jack caía a la sima de fuego, con la herida producida por Haiass adornando su pecho como una flor de escarcha. Trató de serenarse. Jack dormía profundamente junto a ella, estaba bien, estaba a salvo. Suspiró. Sabía que aquella imagen seguiría poblando sus pesadillas durante mucho, mucho tiempo, y que el recuerdo de aquellos días oscuros nunca abandonaría del todo su corazón.

Se recostó de nuevo en la cama, acurrucándose junto a él todo lo que pudo, y cerró los ojos un momento. Le resultaba increíble que por fin pudiera descansar en una cama en condiciones, en un cuarto en condiciones. Sonrió para sí. Aunque en la Torre de Kazlunn había habitaciones de sobra, le había parecido espantosa la sola idea de dormir lejos de Jack aquella noche. Abrió los ojos para contemplar al joven bajo la luz de las tres lunas. Se había dormido boca arriba, y en su pecho desnudo se veía claramente la cicatriz de la herida producida por Haiass. Victoria la recorrió con la punta de los dedos, estremeciéndose al notarla tan fría bajo su piel. Sabía que, aunque la espada no hubiera rozado su corazón, aquélla era una herida mortal de la que Jack no habría podido recobrarse solo. Alguien lo había curado, alguien le había ayudado a regresar, pero el chico no había querido desvelar su identidad. Y aunque Victoria estaba segura de que ese alguien era una mujer, no le habría preguntado nada al respecto. Si el muchacho sentía la necesidad de callar, ella no iba a forzarle a revelarlo.

Lo miró intensamente. Jack había cambiado. Ahora era mayor y más maduro, y tenía secretos para ella, cuando antes se lo había confiado todo sin reservas. Pero Victoria sabía que su amor seguía ahí, intacto, más sólido que nunca. Y estaba junto a ella de nuevo. Le parecía un sueño demasiado hermoso para ser real.

Le acarició el pelo y el rostro con cariño. No iba a despertarse, ya que tenía el sueño muy profundo. Lo contempló unos instantes, dormido, y de pronto sintió la urgente necesidad de besarlo, de abrazarlo con todas sus fuerzas y decirle lo mucho que lo amaba. Pero sabía que, por muy dormido que estuviese, aquello sí que lo despertaría. Y sospechaba que Jack no había dormido tan a gusto en mucho, mucho tiempo. Necesitaba descansar. Los tres necesitaban descansar, en realidad.

Sonrió al recordar los momentos que habían pasado juntos aquella noche. Jack había respetado su deseo de ir poco a poco en su relación, de no pasar todavía de los besos y las caricias; pero sus besos habían sido más apasionados que nunca, y sus caricias, mucho más audaces. Enrojeció sólo de pensarlo.

Suspiró y se levantó, en silencio. De pronto se sentía cansada, muy cansada. Había acumulado mucha tensión en los últimos tiempos, y ahora sentía que le dolía todo el cuerpo. Lo habría dado todo por un buen baño caliente.

Recordó entonces que Jack le había contado que había unos baños en el sótano de la torre, una piscina tallada en la roca que se llenaba de agua de mar cuando subía la marea. La magia mantenía la roca caliente, y el agua resultaba agradablemente cálida. Victoria sonrió al recordar que Jack le había comentado esto sin mucho interés; él prefería bañarse con agua fría, pero los altos acantilados que rodeaban la torre no eran el lugar más idóneo para tomar un baño. De forma que no le había hecho mucha ilusión tener que utilizar las termas de la torre.

Victoria se levantó en silencio y se puso por encima una suave capa que había encontrado en el armario de una de las habitaciones de la torre. Había descubierto otra llena de ropa femenina, pero no la había tocado, ésa no. Aquellas prendas sutiles y delicadas, que insinuaban más de lo que pretendían ocultar, le habían recordado a alguien que ya no estaba allí. Por respeto, Victoria lo había dejado todo como estaba en aquella habitación.

Salió del cuarto con paso ligero; tenía intención de estar de vuelta antes de que Jack despertase. Bajó las escaleras deprisa. En un recodo se encontró con un szish, que la saludó con una inclinación de cabeza. Victoria correspondió al saludo.

Había menos gente en la torre que cuatro días antes, cuando ella había llegado allí para matar a Christian. Ni él ni Jack le habían comentado nada al respecto, pero Victoria sabía que habían hecho una selección entre los szish y los magos que guardaban la torre. Primero había sido Jack, mientras Christian y ella dormían su sueño curativo; se había encargado de deshacerse de todos aquellos que siguieron siendo fieles a Ashran. Victoria sintió un escalofrío. No sólo porque Jack había aprendido a matar a sangre fría, sino también porque intuía que un oscuro poder le respaldaba. De lo contrario, no habría podido controlar él solo a toda la torre.

Después, Christian había hecho una segunda criba. Tampoco había tenido piedad con aquellos en los que intuyó un atisbo de rebelión.

Victoria comprendía que estaban en guerra, y que en la guerra no había lugar para la compasión. Además, ellos dos sólo trataban de protegerla. Estaba convencida de que ella misma habría sido capaz de matar a cualquiera que amenazase sus vidas. Pero, aun así, prefería no pensar en ello. Tal vez por eso Jack y Christian no habían hablado del tema.

No obstante, Victoria se había dado perfecta cuenta de que había menos gente. Y tenía una idea muy clara de lo que había sucedido con ellos.

Se acordó entonces de Yaren, el semimago al que días atrás le había entregado una magia sucia y oscura, preñada de dolor y de angustia. Lo habían buscado por los alrededores de la torre, pero no lo habían encontrado. Victoria lo compadecía, pero a pesar de todo no podía sentirse culpable. Había hecho lo que tenía que hacer, y punto. Sin embargo, no podía dejar de preguntarse dónde estaría Yaren, ni qué haría con aquel don que, al haber sido entregado en el momento inapropiado, se había convertido en una maldición para él.

Llegó por fin al sótano y entró en los baños. El ambiente estaba cargado de vapor de agua, que flotaba sobre la alberca de agua de mar. Victoria se relajó al ver que no había nadie, y que la piscina estaba medio llena. Sabía que se vaciaba cuando bajaba la marea.

Se desnudó rápidamente y descendió por la escalera. Sólo mojarse un poco y salir, pensó. Pero el agua era cálida y curiosamente aromática, y relajó sus músculos y suavizó su piel. Victoria disfrutó del baño y, cuando salió un rato después, se sentía mucho mejor. Se envolvió en su capa y se sentó en el borde de la alberca. Se asomó para contemplar su reflejo en el agua.

También ella había cambiado. Sus rasgos se habían afilado un poco, definiéndose más y perdiendo los últimos restos de redondez infantil. Sus ojos eran más grandes y hermosos que nunca, y su pelo había crecido, cayendo por su espalda en ondas indomables.

Pero Victoria no se percató de todo esto. Se palpó el cuello con los dedos, donde todavía tenía una marca rosácea, fruto de uno de los ardientes besos de Jack. Parpadeó, perpleja, y movió la cabeza, sonriendo, un poco azorada. No cabía duda de que el joven dragón la había echado mucho de menos. «También yo a ti, Jack —pensó—. Tanto que me volví loca. Tanto que estuve a punto de matar a tu asesino. Si él hubiera muerto, yo habría muerto con él; pero eso entonces no me importaba.»

Sacudió la cabeza, tratando de apartar aquellos pensamientos de su mente. Se levantó, en busca de su ropa, pero se detuvo un momento, alerta.

La temperatura del ambiente había bajado un poco. Victoria suspiró y se envolvió un poco más en la capa.

—Christian —lo llamó con suavidad.

El joven se dejó ver entre la nube de vapor de agua, apenas una sombra recortada en la pared contra la que estaba apoyado.

—Es de mala educación espiar a una dama cuando se baña —sonrió ella.

—También es muy interesante —replicó él con calma.

Victoria volvió a sentarse en el borde de la alberca y esperó a que él se acercara. Como siempre, sintió un escalofrío cuando lo notó próximo a ella.

Ya estaba casi recuperado de la herida que Victoria le había infligido, pero aún se sentía débil, y por esta razón los tres seguían allí, en la torre. Si habían de enfrentarse a Ashran, había decidido Jack, era mejor que estuvieran todos en perfectas condiciones.

—Tienes mejor aspecto —le dijo ella—. Aunque se te ve un poco pálido.

—Y he perdido reflejos. Me noto torpe y lento. —Victoria lo miró, un poco sorprendida; le había parecido que él seguía moviéndose con la agilidad y sutileza que le caracterizaban—. Pero espero estar en forma pronto.

Ella suspiró. Su rostro se nubló al evocar días pasados.

—No quiero tener que volver a pasar por esto —murmuró. Christian supo exactamente a qué se refería. No hizo ningún comentario.

—Otra vez tuve ocasión de matarte —prosiguió Victoria—. Tuve tu vida entre mis manos. Sin embargo, retrasé tu ejecución para darte el beso que me habías pedido.

Christian sonrió.

—A pesar de eso, me clavaste la espada.

—Podía habértela clavado en el corazón —hizo notar ella; se estremeció—. Ahora mismo podrías estar muerto.

—¿Acaso no es lo que merezco? —preguntó él con suavidad; Victoria lo miró, muy seria—. Hay tanta gente que me quiere muerto —prosiguió él—, que a menudo tengo la sensación de que no tardarán en salirse con la suya.

—Por encima de mi cadáver —replicó ella en voz baja; habló con un helado tono amenazador que hizo que el propio Christian sintiera un escalofrío—. Sé todo lo que has hecho, todo el daño que has causado, sé que muchos de los que te odian tienen motivos justificados para hacerlo. —Lo miró fijamente—. Pero a pesar de todo yo no puedo dejar de amarte, y actuaré en consecuencia. No voy a permitir que nada ni nadie te haga daño.

Christian no respondió. Tampoco se movió, ni hizo el menor gesto. Sostenía su mirada con seriedad, y sus ojos de hielo no traicionaban sus sentimientos.

—Sin embargo —añadió Victoria—, si vuelves a hacer daño a Jack, pasaré a ser una de esas personas que quieren verte muerto. Habló con calma, pero sus ojos se oscurecieron un instante, y su voz se volvió un tanto fría e inhumana; Christian comprendió que la oscura criatura sedienta de venganza todavía se agazapaba en algún rincón del alma de Victoria, y que la cólera del unicornio herido, una cólera que podía llegar a ser tan terrible como la de un dios, volvería a aflorar contra cualquiera que le arrebatase a un ser amado.

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