Trinidad (128 page)

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Authors: Leon Uris

Tags: #Histótico

Cuando nos hubimos reunido todos, siguieron sin darnos ninguna explicación. Nos cargaron en un par de camiones y nos sacaron de Derry para llevarnos a un terreno que me resultaba más familiar, puesto que nos dirigíamos hacia Ballyutogue.

En cuanto hubo oscurecido, paramos en un bosquecillo a cierta distancia de la carretera, entre el núcleo central de Ballyutogue y la parte alta y nos introdujeron en la iglesia de San Columbano, que estaba singularmente desierta. Los únicos vecinos presentes eran Boyd McCracken, hermano mayor de Myles, que había heredado una de las peores fincas de Irlanda, y su hijo Tim, muchacho de catorce años a quien yo apenas conocía.

Algunos bancos los habían cambiado de sitio; en el suelo había ropas de cama junto con una cocina improvisada. Los ventanales los habían cubierto para no dejar salir la luz al exterior. En un rincón, detrás del pulpito, habían amontonado veinte sacos mochila como los que habíamos utilizado para nuestro adiestramiento.

Nosotros rodábamos por el templo extendiendo los límites de nuestra curiosidad y hasta un poco los de nuestra tensión, por la orden de no salir del edificio. En la sacristía se celebró cierto número de conferencias entre Conor y algunos otros, y al final nos reunieron a todos.

Alrededor de una pizarra, cerca del altar, habían colocado un semicírculo de candelabros de hierro labrado. Cuando nos acercamos, Conor esbozó una especie de plano y se volvió hacia nosotros.

—A partir de este momento, quedáis sometidos a las más férreas normas de seguridad —empezó diciendo—. Durante el día permaneceréis dentro de la iglesia. Cuando sea noche oscura podréis salir al patio. Fuera hay guardias que tienen orden de disparar a matar contra el que se aventure más allá.

¡Sí, evidentemente, ése era el Conor Larkin comandante militar! No había ni un dejo de calor afectivo o de humorismo en su voz, sino una continuación del espíritu de mando que la situación requería y que todos aceptábamos de muy buena gana.

—Estamos en el pueblo de Ballyutogue —prosiguió—, que es el de Seamus O'Neill y mío. La mayoría de los vecinos del pueblo están fuera recogiendo algas, según el derecho tradicional que les permite hacerlo una vez al año. No se puede establecer ni el menor contacto con los que queden. El padre Cluny y Boyd McCracken han utilizado este templo y la casa de Boyd como refugios secretos durante años.

El ruido más fuerte era el de las llamas al oscilar. La iglesia quedaba bañada en una luz suave, que daba un brillo anaranjado a la afligida Virgen y al ensangrentado Jesús.

—A estas horas ya habréis colegido cierto número de cosas —dijo Conor—. Os habréis imaginado que el objetivo se encuentra por este sector, que hemos de cruzar agua para llegar a él y que iremos de noche. Las tres suposiciones son acertadas.

Se volvió hacia la pizarra y rodeó con un círculo un punto del plano esquemático que había trazado.

—Vamos a destruir el castillo Lettershanbo —nos comunicó.

¡DIOS MIÓ! ¡DIOS MIÓ TODOPODEROSO! Yo sentía cómo me corría el sudor por las palmas de las manos, la lengua se me ponía seca y él estómago se me endurecía dentro del puño del miedo más absoluto y puro. No me atrevía a mirar a los otros; pero sospechaba que les pasaba lo mismo que a mí.

—Muy bien, prestad atención —ordenó Conor—. Nuestro objetivo lo constituyen cincuenta mil rifles, tres mil armas automáticas y morteros y una reserva de trescientas toneladas de dinamita —señaló con una X un punto de la pizarra—. Esto es Ballyutogue, nuestro emplazamiento actual. Mañana, a la hora del crepúsculo, subiremos por la costa en dos camiones. El primero lo conducirá un hermano de este pueblo; el segundo (equipado para estación de primeras curas) lo guiará Atty.

La mujer asintió con un gesto.

—Seguiremos hasta este punto, inmediatamente después de Ballybrack House; aquí hay una cavernita conocida por Agujero de Ballybrack. Allí lord Louie os dará las coordenadas. Boyd y los hermanos del sector tienen cinco curraghs escondidos en el Agujero de Ballybrack para cruzar el agua. Hemos elegido el día de mañana atendiendo a la luna, las mareas y el tiempo probable. Evidentemente, queremos tan poca luz sobre esta empresa como sea posible. ¿Alguna pregunta hasta él momento?

Nadie preguntó nada.

—A lord Louie y a Gilmartin se les comunicó el detalle de la operación hace sólo unos momentos. ¿Louie?

Lord Louie, que parecía singularmente fuera de lugar en nuestra compañía, se puso en pie. Conor siguió diciendo:

—Todo debería producirse exactamente igual que en los entrenamientos. Hemos realizado suficientes maniobras en aguas revueltas para saber qué podemos espejar. Quizá un poco más de influencia atmosférica aquí. Pero hasta bajo condiciones adversas, la travesía habría de llevarse a cabo en media hora a lo sumo. Fijaos bien los que os desviéis, tened la mirada atenta a la brújula y llevad los cinturones salvavidas.

»Cruzaremos por equipos, los mismos que formamos en los entrenamientos —continuó Conor—. Saldremos en el mismo orden también. Dan, Seamus, Charley Hackett y yo en el bote número uno. El equipo de Gilmartin en el número dos. Lord Louie en el número tres, y así sucesivamente. Boyd se sumará al bote de Gilmartin.

Conor trazó otra X en la pizarra.

—Nos dirigiremos a esta torre, la Torre Martello —dijo—. El desembarco debería ser similar a los que hemos ensayado en Slyne Head: oleaje fuerte, resaca traicionera, fondo rocoso. Sacad los botes fuera del agua, a terreno seco, y reuníos en la Torre. ¿Alguna pregunta?

—¿Estáis seguros de que no patrullan aquel sector?

—Si —respondió Boyd McCracken—. He ido tres veces por tierra; una noche. La Torre está abandonada y el sector de desembarco sin vigilancia.

—¿Qué me dices de la Royal Navy? ¿No hay en Lough Foyle un bote de patrulla especial contra pescadores furtivos nocturnos?

—Darren Costeño y los muchachos de Derry llevarán a cabo una maniobra de apoyo para asegurarse de que la Royal Navy esté encerrada en el puerto y no pueda entrar en el lago —respondió Conor.

Unos murmullos de aprobación acogieron sus palabras, al darnos cuenta todos de cuan bien habían meditado los planes.

—Como sabéis, la Torre Martello la construyeron los ingleses como punto de defensa costera contra una posible invasión napoleónica. Aunque no podría resistir el fuego de los cañones navales de nuestros días, sigue siendo formidable. Dan y Gilmartin montaran un puesto de ametralladoras para cubrirnos durante la travesía de regreso.

Conor fue hasta el pulpito, cogió un fardo-mochila y lo sostuvo en alto.

—Los fardos con que practicasteis contenían dieciocho kilogramos de piedras. Hemos quitado las piedras y las hemos sustituido por dinamita. Los fardos cierran herméticamente y no hay peligro de que exploten por sí solos…, pero no juguéis encendiendo cerillas por sus proximidades.

Risas nerviosas.

—Desde la Torre Martello —continuó— bajaremos a este punto…, aquí a un trecho de cuevas y peñas. Durante la marea baja, entraréis en la cueva que se os indicará, con agua hasta la cintura. Unos treinta metros adentro de la cueva será cuestión de arrastrarse sobre la barriga por unos cincuenta metros más. Entonces, si hemos dado con la cueva precisa, un túnel nos conducirá adentro de Lettershanbo.

Otra ronda de comentarios le interrumpió un momento. Mientras Conor hablaba, yo la recordé también… de aquéllos días de pescar algas, cuando perseguíamos aquella chica…, ¿cómo se llamaba, vamos?

—Calculamos que no habrá de transcurrir más de media hora desde que entremos en la cueva hasta que estemos ya en el castillo. Cuando lleguéis al final del túnel, encontraréis una pared de ladrillo. Boyd, ¿quieres continuar tú ahora?

—Sí. —Al anguloso y prematuramente envejecido hermano de Myles todavía se le notaba cierta familiaridad, a pesar de haber pasado tantísimo tiempo—. Yo fui allá y viví en la cueva tres días enteros —dijo—. Conor me encomendó la tarea de ir arrancando el mortero de la pared de ladrillo. Me considero especialmente indicado para la tarea porque en las temporadas de poca urgencia en el campo, trabajo en la cantera. Laborando silenciosamente y sin ningún instrumento mayor que un cortaplumas, lo dejé todo suelto, de manera que se pueden retirar los ladrillos a mano y dejar un agujero suficiente para pasar, tendidos, por él. Una vez hayamos pasado por dicho agujero, nos encontraremos junto a un hogar de la lumbre de un aposento de los sótanos. Partiendo de allí, el blanco está al final del pasillo. Yo pude andar por todas partes sin que me descubriesen. Parece que no hay centinelas ni patrullas fijas que vigilen el sótano. A pesar de todo, no hagáis ruido.

Boyd levantó en alto un par de zapatos con suelas de goma especiales para moverse por las rocas resbaladizas de la orilla del mar y que, además, apagarían el ruido de las pisadas por los suelos de piedra del castillo.

—Tenemos una pila de zapatos de este tipo en la sacristía. Que cada uno busque un par que le vaya bien.

—Charley —dijo Conor.

Charley Hackett, un sujeto parduzco conocido en varios continentes, borró la pizarra y trazó un diagrama del sótano del castillo.

—Eso es el cuarto de la caldera —dijo—. Al restaurar el castillo, instalaron la calefacción central con grandes conductos para el aire caliente que iban a todas las habitaciones de Lettershanbo. Apuesto a que dichos conductos transmitirán la explosión como un hilo de teléfono. Con la ayuda de Dios, nuestra dinamita se abrirá camino hasta las trescientas toneladas de dinamita de la Fuerza Voluntaria, la cual, al explotar a su vez, mandará él castillo al infierno.

—¿Y si no produce el efecto, Charley?

—Habremos hecho un largo viaje para reventar unas cuantas ventanas.

—¿Has visto alguna vez algo parecido y que saliera bien?

—No, y no voy a daros mi parecer —respondió Charley—. No obstante, hay un dinamitero conocido mío, cuya opinión tengo en alta estima y me adhiero a ella. Pues bien, en cuanto entremos en el castillo, colocaos detrás de mí y en silencio, soltad los fardos en el cuarto de la caldera y volved al instante a la cueva. Jennings, Pendergast y yo nos concedemos diez minutos para instalar los cables por todo.

Conor volvió a tomar la palabra.

—En el cuarto de la caldera se juntan dos corredores. Boyd lo sabe. En caso de que encontremos compañía poco agradable, Seamus manejará el fusil ametrallador. Es el punto más delicado de la operación. Si lo recordáis, en DUNLEER echamos suertes sin que yo os dijera para qué. Bien, Seamus, tú sacaste la paja más corta…

—Como de costumbre —respondí yo.

—Tú serás el último que volverás al túnel. Tendrás que moverte con rapidez frenética, porque cuando te vayas, el alambre detonador estará sin vigilancia unos diez minutos. Si lo descubren y lo cortan, habremos venido aquí por nada. Si nos atacan, Seamus habrá de proteger el alambre.

No diría que fuese la vez en toda mi vida que he tenido más miedo. Lo ahorraba para el día siguiente, pero sabía, a pesar de que Conor mirase esas cosas con altivo desdén, que iba a sostener una conversación confidencial con Jesús y María… Me dominé todo lo que pude, dije unas palabras humorísticas para aliviar la tensión, pero casi vomité de miedo al pronunciarlas.

—Nos hemos reagrupado ya en la Torre Martello —siguió explicando Conor— y hemos vuelto a cruzar hacia la orilla del lago correspondiente a Inishowen, con la esperanza de haber dejado en Lettershanbo un destrozo y una confusión que impedirán que nos perdiga nadie. Atty y un hermano de Ballyutogue continuarán en el agujero de Ballybrack con los dos camiones. Allí permanecerá hasta una hora antes de amanecer, o cuando esté segura de que hayan regresado todos los que hubieren de regresar. Y se os llevará a la iglesia de nuevo. De allí nos trasladaremos a la casa de Boyd.

—Convenientemente situada arriba en los brezales —interrumpió Boyd.

—Desde allí, el joven Tim nos hará desaparecer por las montañas. No os encontrará nadie, creedme. Atty tiene las instrucciones para los gastos, y os las repartirá. Abandonaremos las montañas de uno en uno, en direcciones distintas.

Conor se golpeó la palma de la mano con el puño de la otra y repasó lentamente la mayoría de puntos expuestos; luego su cara se convirtió en una máscara torva.

—Saldremos mañana. No habrá aplazamientos. La operación se ha montado de forma que coincida con la incursión de Darren Costello en Derry, y no estaremos en comunicación con él. Si hallamos una mar picada y alguno de vosotros zozobra, no nos pararemos a buscarle. Si alguno es herido al lado del castillo de forma que no pueda seguir al paso de los demás, tendremos que abandonarle. Si alguno requiere atenciones médicas allí, tendremos que abandonarle. Todos os presentasteis voluntarios sobre la base de que emprendíais una misión suicida. Hemos hecho todo lo posible para que podáis regresar vivos. Si cogen a alguno, queda juramentado a guardar el secreto. Si alguien revela algo a los británicos y ellos no le matan, la Hermandad le matará. ¿Queda todo claro?

Quedaba brutalmente claro.

—Dan —dijo Conor.

Dan Sweeney
el Largo
había reunido las fuerzas hasta más allá de su capacidad para hacer el viaje sin ser una carga, pero el dolor le iba destrozando ante nuestros propios ojos.

—Muchachos y muchacha —dijo con voz ronca—, jamás creí poder ver, en toda mi vida, el día en que veinte irlandeses fuesen capaces de organizar una misión como ésta sin armar el caos más espantoso. Pero… aquí estamos…, y allá está…, allá está el objetivo… Si este disparo no se oye por el mundo entero, no nos importa; nos conformamos con que lo oigan en Londres. La Madre de los Parlamentos ha utilizado la guerra actual como última excusa para seguir denegando las justas reclamaciones del pueblo irlandés. Es completa y muy poéticamente adecuado que utilicemos esta misma guerra en defensa de dichas reclamaciones. El éxito de esta misión podría significar muy bien la consecución o no consecución de nuestros objetivos durante la presente generación de irlandeses. Que cada uno de vosotros haga bien el trabajo que tiene encomendado. El momento que estamos viviendo pertenece a todos nosotros, y al pueblo irlandés también; pero no pertenece a nadie en particular. ¿Tienes que decirnos algo, Conor Larkin?

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