Trinidad (131 page)

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Authors: Leon Uris

Tags: #Histótico

Cuando Conor quiso hablar, la sangre brotó de su boca. Se la limpió con el dorso de la mano.

—¡Pobrecito peque! Había de venir. Sencillamente, había de venir.

—¿Qué será de Atty?

—Esa fue la ironía más cruel de todas, la de permitirme creer, por un solo instante de locura, que aún tenía una vida antes de la muerte. Hice ya lo que había de hacer en este mundo, y habrá de bastar con ello. No resisto más.

—Sí —murmuró Dan—. Conozco bien esa sensación. —El anciano se volvió hacia Gilmartin—. Por favor, marchaos lo más rápida y silenciosamente posible. Larkin y un servidor de ustedes hemos consumido ya toda nuestra cochina ración de bellezas terribles.

Cuando sonaron los primeros disparos en dirección a la torre, Dan Sweeney y Conor Larkin movieron el arma. Gilmartin se alejó prestamente a través de la hierba, arrastró por la arena el
curragh
grande y metió en él a los medio muertos restos de la fuerza asaltante. Cuando el
curragh
se deslizó por el agua, los dos de tierra apuntaron la ametralladora.

—Somos todos actores absurdos en el escenario de lo diabólico —murmuró Conor—. Los ingleses, matando alemanes por la libertad de los belgas; nosotros, matando ingleses por nuestra libertad.

Dicho esto puso un proyectil iluminador en el arma de señales y lo disparó. El cohete partió en ancho arco desde la torre, iluminando el campo de algas marinas, y dejando al descubierto al enemigo, que avanzaba. Ahora la ametralladora escupió una rociada de rojas balas trazadoras. Unos hombres sorprendidos se desplomaban sobre el súbelo como tallos de trigo cortados por una guadaña. Otros se tendían de bruces y reptaban adelante, cuidadosamente. Las balas trazadoras volvieron a estirarse hacia el frente como mortíferos dedos rojos.

Las trazadoras salieron a definir sus líneas mientras un cohete iluminador volvía a inundar de luz del día el campo de batalla. Christopher se deslizó adentro del fangoso agujero, reunió sus pensamientos y luego se arrastró hacia el oficial caído y lo volvió cara arriba. Era Jeremy, su hermano. Había muerto.

Christopher cerró los ojos por un momento, mientras el estrépito, allí arriba, elevaba pantallas casi impenetrables de fuego.

—Mayor Hubble —jadeaba su sargento mayor arrastrándose hasta él—. Nos están haciendo cisco. Oiga, señor, ¿qué órdenes hay?

—Vamos a hacer otra tentativa, diría yo.

—Pero, señor, jamás llegaremos a esos nidos de ametralladoras.

—Una carga más, hombre, una carga más. —Christopher trepó hasta el borde del agujero de obús, miró a derecha e izquierda para ver qué quedaba de su batallón, empuñó la pistola, saltó al campo y se lanzó adelante. Los otros le siguieron. Los turcos les tenían entre dos fuegos. La carnicería aumentó.

EL REY Y LA REINA LAMENTAN PROFUNDAMENTE LA PÉRDIDA QUE USTEDES Y LOS COLERAINE RIFLES ACABAN DE SUFRIR CON LA MUERTE DE SUS HIJOS, MAYOR CHRISTOPHER Y TENIENTE JEREMY HUBBLE EN GALLIPOLI AL SERVICIO DE SU PATRIA. SUS MAJESTADES LES ACOMPAÑAN SINCERAMENTE A USTEDES EN SU DOLOR.

PENBURTON, Secretario particular.

Palacio de Buckingham.

La puerta de Torre Martello crujió, abriéndose cautelosamente. Una hilera de soldados subía sigilosamente por la escalera de caracol, en tensa alerta. De pronto, el jefe del pelotón hizo seña de que se detuvieran. Él se acercó despacio, bajó la pistola, apuntó a los dos hombres y los examinó.

—Llamad al comandante de la compañía —dijo con voz alterada.

Un momento después, el comandante de la compañía subía los escalones a la carrera y se paraba junto a él.

—¿Sólo dos? —preguntó.

—Sí, señor, solamente dos. Se han quedado sin municiones.

El jefe del pelotón se arrodilló junto a Dan Sweeney; luego junto a Conor Larkin.

Van… y… vienen… las… polvorientas campanillas azules…

Van… y… vienen… las polvorientas…

Van… campanillas…

Yo seré vuestro dueño.

—El viejo está muerto, señor, pero éste parece seguir con vida.

Seguidme… Londonderry,

Seguidme… Cork y Kerry…

…con… paso… alado…

—Mire, señor, está abriendo los ojos.

—No puedes hablar, ¿verdad que no, muchacho? —dijo el comandante de la compañía—. Bueno, tendrías que estar orgulloso de ti mismo… eso ha sido toda una exhibición…

Shelley…, campanillas… azules…, Shelley…

—¿Mando que traigan una camilla, señor? —inquirió el jefe del pelotón.

La bota del comandante se metió debajo de Conor y le hizo dar la vuelta hasta quedar tendido cara al cielo.

—No, el pobre diablo está cortado en dos. Tiene la mitad de las entrañas dispersas por el suelo.

Papá…, papá…, papá…, papá…

—Oye, dame tu pistola. Voy a ahorrarle sufrimientos.

Papá…, papá…

La detonación rebotó poderosamente en los muros de piedra.

Papá…, papá…, Atty…, Atty…, Atty…, Aty…, At…

EPÍLOGO

Cuando los británicos devolvieron los cadáveres de Dan Sweeney y Conor Larkin. Garrett O'Hara, comandante de la Hermandad Republicana Irlandesa, aprovechó la ocasión.

Desafiando una orden del Castillo de Dublín, los dos cadáveres fueron colocados en la Rotonda del Ayuntamiento de Dublín para ser visitados por el público. A Dan Sweeney se le recordaba en hogares, tabernas y colegios como a un mártir irlandés del levantamiento feniano del siglo pasado. Conor Larkin tenía no poca medida de fama a causa del episodio de Sixmilecross. Pero todo eso quedaba pequeño al lado de la enormidad de la destrucción del castillo de Lettershanbo.

Metidos bajo una cúpula bellamente iluminada, doce centinelas del Ejército Nacional Irlandés hacían guardia de honor, uno en cada columna.

Millares de personas desfilaron rindiendo homenaje. Al cabo de tres días de permanecer de cuerpo presente, cien mil dublineses acudieron al entierro de Dan Sweeney, marchando a paso funeral hacia los terrenos donde descansaban Daniel O'Connell y Charles Stewart Parnell. Sweeney, «el feniano que no perdonaba», no fue bajado a la fosa hasta que Garrett O'Hara hubo pronunciado una oración fúnebre destinada a cambiar el curso de la historia de Irlanda. Hablando en la antigua lengua, vapuleó el milenio de tiranía con alambicado furor. Y por toda la nación se oyeron por fin unas agitaciones republicanas largo tiempo dormidas.

Conor Larkin fue acompañado a Derry por Atty Fitzpatrick en un sencillo cortejo formado por un coche mortuorio y otro, único, de séquito. Sin embargo, en todas las poblaciones del recorrido paraban, y los niños arrojaban flores sobre el ataúd, las mujeres lloraban, y los hermanos y los miembros del Ejército Nacional Irlandés formaban una guardia de honor para darle escolta hasta la población siguiente. Luego, al final, el padre Dary Larkin puso al hermano a descansar junto a su padre en el cementerio de San Columbano, en Ballyutogue.

Diez meses después, unos miembros de la Hermandad acaudillando unos centenares de militantes del Ejército Nacional intentaron un abortado levantamiento en Dublín. El Lunes de Pascua de 1916 nació una belleza terrible en forma de declaración de independencia.

Los jefes del levantamiento fueron sentenciados a muerte por un tribunal secreto y fusilados por pelotones de ejecución en la cárcel de Kilmainham. La cárcel de Kilmainham, el pabellón irlandés de mártires que había albergado a Parnell, Wolfe Tone, Emmett y un centenar más de la misma pestilente especie. Al ejecutar a esos hombres, los británicos cometieron un tremendo error: ultrajaron al pueblo irlandés y convirtieron el levantamiento en la más gloriosa derrota de Irlanda.

Terminado todo esto, vino en su momento a instaurarse una República. Pero las penas y las congojas no han abandonado nunca a ese trágico y hermoso país.

Porque, vean ustedes, en Irlanda no hay futuro; sólo el pasado que se repite una y otra vez.

LEON URIS (Baltimore, 1924 —Nueva York, 2003), fue novelista estadounidense, creador de una literatura convencional y ligera, muy seguido por el gran público. Hijo de inmigrantes polacos judíos, estudió en su ciudad natal y en Virginia, pero sus problemas con el inglés, le hicieron abandonar sus estudios, alistándose con diecisiete años en los Marines, y participando en la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico.

Finalizada la contienda trabajó como chofer pero, a partir de 1950 ya se dedicó por completo a la literatura. Su primera novela publicada,
Battle Cry
(1953), fue muy bien recibida y se utilizó para una película para la que él escribió el guión.

Sus siguientes novelas que, por lo general tenían como tema la guerra, también fueron exitosas. Pero fue con
Éxodo
(1958), novela escrita por encargo y también llevada al cine, con la que alcanzó renombre internacional.

Después de la exhibición del film llegaron a venderse veinte millones de ejemplares del libro que, sin duda, contribuyó a la causa sionista, ya que es la historia de los judíos que emigran de todas partes del mundo para ir a fundar el estado de Israel. Otros títulos destacados de su obra son:
Mila 18
(1961),
Topaz
(1967),
QB VII
(1970) y
Redención
(1995).

Notas

[1]
Los ingleses llegaron a prohibir que se enseñara a leer y escribir a los católicos. Pero siempre hubo personas generosas y valientes —en muchas ocasiones eran protestantes— que, simulando estar tomando el sol arrimados a una pared o en un corral, se saltaban esta ley y enseñaban a los católicos. De ahí vino la denominación de «maestros de valla» o de corral. (N. del T.)
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[2]
Irlandés.
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