Tu rostro mañana (7 page)

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Authors: Javier Marías

Tags: #Intriga, Relato

Me sentí algo avergonzado, casi violento, al darme cuenta de que se me estaban ocurriendo estos pensamientos, al pensar en ellos. Eran del todo inadecuados, me habían asaltado por relativa sorpresa, y lo malo es que una vez que una idea nos entra en la mente es imposible no haberla tenido y resulta muy arduo expulsarla o borrarla, lo mismo da cuál sea: quien concibe una venganza es muy probable que intente cumplirla, y si no puede por pusilanimidad, o por su vasallaje, o ha de esperar largo tiempo por las circunstancias, entonces lo más seguro es que viva ya con ella y que le amargue las duermevelas con su latido nocturno; si aparece una animadversión contra alguien, será extraño que no se traduzca en maquinaciones y difamaciones y actos de mala fe, de los que procuran daño, o que se queden ahí acechantes, en la retaguardia, exhalando inquina para el dilatado mañana; si surge la tentación de una conquista amorosa, lo normal será que el conquistador se ponga manos a la obra, con infinitas paciencia y urdimbre si le hacen falta, o que, si no se atreve, tampoco pueda desechar el proyecto hasta el lejano día en que se aburra de las inconcreciones y de su actividad sólo teórica o futuriza, es decir, imaginaria, y se le disipe la condensación que oprime sus despertares brumosos; si lo que se abre camino es la posibilidad de matar a alguien —o de mandarlo matar, es más frecuente—, será fácil que uno acabe averiguando al menos las tarifas de los sicarios, y se diga que estarán siempre ahí, y si no sus hijos, para recurrir a ellos cuando se venzan las vacilaciones y el anticipado remordimiento; y si se trata de un deseo sexual repentino, tan inesperado como los de los sueños, tan involuntario acaso, será difícil no sentirlo ya a cada instante, mientras no se satisfaga y quien lo enciende aún se nos muestre, aunque no se esté dispuesto a dar ningún paso para lograrlo ni lo vea uno factible en hora alguna de su existencia, la que nos queda por delante. La que nos queda por detrás ya no cuenta, para los anhelos ni las fantasías, y ni siquiera para la codicia. Ni para el lamento. Sí en cambio para las especulaciones.

Al recordar esto en casa de Tupra, en su confortable salón que invitaba a una confianza rayana en el apaciguamiento, me pregunté si no habría espiado la carrera y los muslos de Pérez Nuix aquella noche con los mismos ojos aprensivos y descontrolados de Sofía Loren hacia el busto blanco de Jayne Mansfield flotando sobre el mantel de un restaurante, sólo que con admiración y deseo en vez de con envidia y suspicacia. En ese caso ella lo habría notado, y además desde muy pronto (miradas así alertan al observado). Me serví mi copa y la joven me arrimó un poco la suya, no podía no llenársela sin resultar por ello paternalista o tacaño en vino, y cuan feas ambas cosas; así que dio comienzo a su tercera en seguida, sólo un sorbo moderado, al menos se comió un par de aceitunas y una patata. Juzgué que mi pensamiento había sido vanidoso e idiota, pero tuve el convencimiento de que había sido asimismo acertado, a veces también se acierta con lo idiota. 'Puede ser', pensé, 'puede que deje extenderse libremente su roto para señalarme un camino de improvisada lujuria y guiarme, pero cuidado: va a pedirme un favor, aún no lo ha hecho en detalle, seguimos en la fase en que no le es dado contrariarme y en la que ofrecerme algo le parecerá aconsejable, quién sabe si aun entregármelo aunque no haya habido exigencia mía al respecto ni insinuación tampoco, y que durará como mínimo hasta que yo responda "Sí" o "No", o incluso "Veré qué puedo hacer, veré de hacerlo", o "Esto otro querré a cambio". Y sería natural que esta fase se prolongara aún más tiempo, durante varios días, hasta que yo hubiera cumplido de veras, con irreversibles palabras o hechos, más allá de la promesa o anuncio o de la posibilidad entreabierta de un "Déjame reflexionar" o un "Ya veremos" o un "Depende". Pero ella no me ha formulado su petición todavía, no del todo, y a mí, por lo tanto, no me ha llegado el turno de pronunciarme, de conceder ni negar, de dar largas, de hacerme de rogar ni de mostrarme ambiguo.'

—Sea como sea —continuó entonces la joven, en la mano otro de mis cigarrillos Karelias del Peloponeso—, una vez ampliado un campo es muy difícil volver a acotarlo, sobre todo si no existe verdadera voluntad de hacerlo. Qué me quieres que diga. —Sí, Pérez Nuix hablaba muy bien las dos lenguas ('acotar' no es tan frecuente), pero de tarde en tarde se le escapaban anglicismos raros al utilizar la mía, o la de ambos—. Uno abre una rendija, y si fuera hay un vendaval, luego no hay manera de cerrarla. Lo que crece no está dispuesto a disminuir, sino a expandirse, y casi nadie renuncia a los ingresos que está en su mano ganar, aun menos si ya ha probado a ganarlos y está acostumbrado a ellos. Los agentes de campo fueron pioneros en aceptar encargos externos durante la etapa de vacío de actividades, llamémosla así aunque no es muy exacto, y no te creas que ni siquiera ahora, cuando todo ha vuelto al rendimiento pleno, se los recompensa con salarios muy altos, la mayoría no cobra más que tú o que yo, y eso es poco, o así lo sienten, para los riesgos que corren a veces y el tiempo que emplean en averiguar un dato nimio. Muchos tienen familias, muchos contraen deudas, se pasan largas temporadas de viaje y no todo es a cuenta ajena. Se les pide que justifiquen sus gastos, y hay ocasiones en que no es posible: cómo va a firmarte un recibo alguien a quien sobornas, o a quien pagas por un soplo, los delatores, los confidentes, los topos, o a quien te hace cualquier chapuza o te cubre o te esconde, no digamos los matones que se contratan sobre la marcha para salir de un aprieto o quitar obstáculos de en medio, o aquel a quien compras para que te perdone la vida, el único medio puede ser superar la cantidad ofrecida por el que le encargó matarte, una especie de subasta. Cómo te van a presentar facturas. La burocracia financiera es irracional, contraproducente, absurda, no ayuda nada, es un fardo, y entre esos agentes cunde siempre el descontento, tienen la sensación de que hacen más de lo que se les reconoce, de que se ensucian las manos y a menudo llevan una vida perra por proteger a una sociedad que ignora no sólo sus sacrificios y sus valentías y sus salvajadas ocasionales, sino, por definición o principio, hasta sus nombres. Los ignora hasta cuando mueren en acto de servicio, está prohibido revelarlos, ya sabes, así lleven décadas criando malvas. Es gente que se deprime y que se pregunta a diario por qué está metida en esto. No son individuos abnegados o meramente patrióticos, a los que les basta saber que hacen el máximo por su país sin que se entere nadie, ni sus amistades ni sus vecinos ni siquiera sus familias, las más de las veces. Eso es de otra época, o de las edades ingenuas que se dejan atrás pronto. Quizá algunos fueron así al comienzo, cuando se enrolaron; pero te aseguro que esa satisfacción íntima no dura, llega un día en que todo el mundo ansia prosperar y necesita el agradecimiento, la palmada en la espalda, el halago, ver mencionados su nombre y sus méritos, sólo sea en un comunicado interno de la empresa para la que trabaja. Y ya que eso no lo hay, quieren dinero al menos, holgura, algún lujo, vivir bien cuando libran, dar lo mejor a sus hijos, hacer buenos regalos a sus mujeres o a sus maridos, costearse amantes y lograr que no los abandonen, si uno no está muy disponible ha de poder compensarlo y las compensaciones cuestan pasta, divertirse es caro, complacer es caro, presumir es caro, gustar es caro. Quieren lo que todo el mundo en un mundo en el que ya no hay disciplina, y así no miran demasiado de quiénes vienen las tareas extra. Y como los jefes tampoco desean que se les pongan en contra esos agentes de los que dependen, pasan por alto estas misiones ajenas, cuando llegan a su conocimiento, y luego algunos acaban por transitar la misma senda. ¿Por qué crees que tú y yo cobramos tanto, comparativamente? Es poco para un agente de campo, que puede estar ausente largo tiempo, sufrir ciertas penalidades o incluso jugarse el cuello, y que a lo mejor, en un caso extremo, ha de decidir si se lo rebana a otro hombre. Pero es mucho para lo que hacemos y para dónde y cómo lo hacemos, con horarios no muy rígidos y sin ningún peligro, con comodidad considerable, un cristal por medio y sin deslomarnos. —Volví a pensar que su léxico era abundante para lo que se gasta en España, sin duda de persona leída de literatura elevada, no como la rebajada de ahora, cualquier ignorante publica una novela y se la ensalzan: mis actuales compatriotas apenas si sabrían utilizar 'cundir', 'holgura', 'transitar', 'deslomarse'. Nunca había oído a Pérez Nuix hablar tanto ni tan seguido, era como si estuviera conociéndola de nuevo, una segunda impresión tan novedosa como la primera. Se detuvo un instante, bebió otro sorbo parco y concluyó—: ¿Cómo te figuras que vive tan bien Bertie y que tiene tanto? Claro que trabajamos todos para particulares particulares, de vez en cuando, sabiéndolo o no sabiéndolo, puede que con más frecuencia de la que creemos, ya te he dicho que en realidad no nos incumbe, cuando recibimos órdenes. Y además, ¿por qué no habríamos de hacerlo, por qué no aprovechar nuestras habilidades? Da lo mismo, Jaime, viene sucediendo a todos los niveles desde hace años y no importa gran cosa. No te quepa duda de que nada esencial cambia por ello, ni aumenta la inseguridad de los ciudadanos. Al contrario. Quizá al contrario. Cuantas más teclas toquemos, en más terrenos tendremos mano, en más los protegeremos.

Me quedé callado un momento, no pude evitar echar un vistazo más, subrepticio, lorenesco, hacia la carrera que seguía su curso. No faltaba mucho para que las medias no se sujetaran, me pareció, y entonces tendría que quitárselas, qué pasaría.

—James Bond se supone que es un agente de campo, ¿no? —dije inesperadamente, para ella al menos, porque se rió sin querer, con sorpresa, y contestó en medio de la risa breve:

—Sí, claro. ¿Y eso a qué viene?

—No sé, pero gasta un huevo, y nunca me ha parecido que le planteen problemas de presupuesto.

La joven Pérez Nuix volvió a reírse, y quizá no sólo por cortesía, sino porque mi broma fácil le había hecho auténtica gracia. Fuera por el vino o por sus crecientes comodidad y confianza, las carcajadas, noté, le brotaban sin afectación y sin escatimarlas, asimismo como a Luisa cuando estaba de buen humor o desprevenida. No era una faceta para mí del todo nueva, se la había visto en el edificio sin nombre y en alguna salida nocturna con Tupra y los otros, pero en el trabajo los rasgos o características se aparecen amortiguados: se contienen los enfados y se aplazan las diversiones, allí carecen de margen y se les da poco tiempo. La risa también contribuía al destrozo de la prenda herida.

—Ten en cuenta —me respondió— que los agentes de la vida real nunca han contado con la fortuna de Fleming ni con el respaldo de los Broccoli. Sin ellos todo es más arduo, más tacaño y más prosaico.

Lo dijo como si yo debiera saber quiénes eran estos últimos, de nombre algo chistoso si es que era un nombre
('broccoli

,
en italiano, significa lo que parece, es decir, 'brécoles', y la cosa no mejora en sentido figurado, el equivalente más exacto sería tal vez 'tarugos'). Y lo cierto es que lo ignoraba.

—No sé quiénes son esos —confesé sin hacerme el listo. Serían conocidos en Inglaterra, pese al evidente origen, pero yo no tenía ni idea.

—Durante décadas Albert Broccoli fue el productor de las películas de Bond, junto con otro tipo llamado Saltzman. En las más recientes aparecen en su lugar una tal Barbara Broccoli y un tal Tom Pevsner. Supongo que ella será la hija y que él habrá muerto, me suena haber visto un obituario hace unos años. Esa familia debió de amasar gran dinero, las películas existen desde 1962, qué te parece, y todavía se hacen, creo, desde luego yo procuro verlas si me entero.

'Tengo que preguntarle a Peter', pensé, 'antes de que se me muera', y me extrañó que se me representase ese temor y se me ocurriera esa idea: pese a su edad provecta nunca me imaginaba el mundo sin él, o a él sin el mundo. No era de esos viejos que llevan su desaparición ya pintada en el rostro, o en la dicción, o en los andares. Al contrario. El joven que había sido, y el hombre adulto, seguían tan presentes en él que parecía imposible que dejaran de existir a la vez todos, tan sólo por una cuestión de absurdo tiempo acumulado, no tiene el menor sentido que sea el tiempo el que determine y dicte, más fuerte que las voluntades. O acaso, como había dicho su hermano Toby Rylands hacía muchísimos años, 'Cuando uno está enfermo, como cuando uno es viejo o está perturbado, se hacen las cosas a partes iguales con voluntad propia y con voluntad ajena. Lo que no siempre se sabe es a quién pertenece la parte de la voluntad que ya no es nuestra. ¿A la enfermedad, a los médicos, a los medicamentos, a la perturbación, a los años, a los tiempos pasados? ¿Al que ya no somos... que se la llevó consigo?'. 'A nuestro rostro ayer', podía haber añadido; 'ese lo tendremos siempre mientras se nos recuerde o algún curioso se detenga ante nuestras fotografías, y en cambio llegará un mañana en el que todo rostro será calavera o cenizas, y entonces resultarán indiferentes y nos pareceremos todos, nosotros y nuestros enemigos, los más queridos y los más odiados.' Sí, tenía que preguntarle a Wheeler por aquellas dedicatorias del afortunado y desventurado Ian Fleming, que había tenido gran éxito pero escasos años para disfrutarlo, por qué se habían conocido y hasta qué punto, '...
who may know better. Salud!’,
en 1957 le había puesto eso Fleming en su ejemplar. Desde que había empezado a trabajar con Tupra disponía de menos tiempo para ir a Oxford a verlo, o quizá era que antes me sobraba, y me pesaba más el ánimo, y llenaba el uno y levantaba algo el otro así, con mis visitas. No dejábamos pasar dos semanas, con todo, sin hablar por teléfono un rato. El me preguntaba cómo me iba con mi nuevo jefe y mis compañeros y en mi nuevo e impreciso oficio, pero sin exigirme detalles ni indagar en los actuales asuntos del grupo, esto es, en las traducciones de personas ni en las interpretaciones de vidas. Tal vez sabía mejor que nadie lo fundamental que era mi reserva, o quizá no necesitaba inquirir, mantenía hilo directo con Tupra y estaba al cabo de la calle de mis principales actividades, de mis progresos o mis retrocesos. A veces creía percibir en él, sin embargo, cierta voluntad de no inmiscuirse, de no sonsacarme y hasta de no oírme si iniciaba yo algún relato relacionado con mis tareas, como si no quisiera saber, o estar fuera le diera envidia —era posible, mientras alguien como yo estaba dentro, un extranjero al fin, un advenedizo—, o se sintiera algo dolido por haber perdido mi frecuentación en parte y haber propiciado él esa pérdida con sus oficios de intermediario, sus intrigas y sus influencias. No llegaba nunca a notarle un dejo de despecho, ni de sarcasmo hacia sí mismo, ni de resquemor por mi alejamiento, pero sí algo parecido a la mezcla de pesar y orgullo, o de arrepentimiento amordazado y satisfacción ahogada, que asalta a ratos a los protectores cuando se les emancipan los protegidos, o a los maestros cuando se ven desbordados por los discípulos en audacia, talento o fama, aunque unos y otros finjan que eso jamás ha ocurrido ni va a ocurrir mientras vivan.

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