Twister

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Authors: Anne-Marie Martin Michael Crichton

Tags: #Guion cinematográfico

 

Por sus devastadores efectos y su errático comportamiento, los tornados son aún hoy fenómeno enigmático. Sólo los «cazadores de tornados», intrépidos meteorólogos, se arriesgan a observarlos de cerca. Twister narra las peripecias de una de estas aventureras, Jo Wilder, decidida a instalar un complejo transmisor en el vórtice mismo de un tornado. En su peligroso empeño, compite con Jonas Miller, un hombre sin escrúpulos dispuesto a arrebatarle el mérito.

Michael Crichton

Anne-Marie Martin

Twister

ePUB v1.3

Perseo
08.08.12

Título original:
Twister

Michael Crichton y Anne-Marie Martin, 1996

Traducción: José Manuel Pomares Olivares

Diseño/retoque portada: Perseo

Editor original: Perseo (v1.0 a v1.3)

Corrección de erratas: Marcius

ePub base v2.0

INTRODUCCIÓN

Durante el día han caído varias tormentas, y el cielo ha estado cubierto de nubes bajas y oscuras. Ahora, a últimas horas de la tarde, el viento amaina de repente. El aire permanece opresivamente quieto.

Hay silencio, y una sensación de presagio flota en el ambiente.

El cielo adquiere un aspecto amenazador, teñido de púrpura y verde. A lo lejos un débil y perezoso torbellino de polvo gira sobre la tierra.

Está formándose un tornado.

De pronto un embudo gris de condensación surge de las nubes y desciende poco a poco hacia el suelo, como un dedo frágil y nudoso.

Se extiende hacia abajo, en silencio.

Al tocar el suelo, el embudo empieza a girar con mayor rapidez. Se produce un ruido sordo, como el rugido de un enorme tren de mercancías, cuando el tornado comienza a avanzar sobre el terreno, agitando el polvo y los escombros que encuentra a su paso.

Nadie es capaz de predecir lo que sucederá a continuación.

La mayoría de tornados pierden potencia al cabo de pocos minutos, el embudo se reduce, se ladea y se rompe, disipándose tan rápidamente como se ha formado.

En otras ocasiones, por el contrario, la potencia y el estruendo del tornado comienzan de manera uniforme. La base se ensancha, creciendo su diámetro de unos cien metros hasta casi un kilómetro. El viento alcanza los quinientos kilómetros por hora. Estos enormes tornados pueden permanecer sobre la tierra durante una hora, y dejan tras de sí una estela de devastación que puede llegar a tener ciento cincuenta kilómetros de largo y un kilómetro de anchura, hasta desvanecerse finalmente y desaparecer en el cielo, de donde surgieron.

¿A qué se debe que un tornado dure sólo unos pocos segundos y otro, en cambio, se prolongue durante una hora, causando muerte y destrucción? Nadie lo sabe con certeza. Los científicos han realizado complejos modelos informáticos, simulaciones de laboratorio y numerosas observaciones sobre el terreno.

Pero no se ha obtenido una explicación plausible, ni siquiera en la actualidad.

En Estados Unidos se producen más tornados que en cualquier otro país del mundo. Aunque aparecen tornados en cualquier parte del planeta, la geografía estadounidense es singularmente propicia para su formación. Cada primavera el aire frío y seco que desciende de Canadá se encuentra con el aire cálido y húmedo que asciende desde el golfo de México. Estos frentes meteorológicos coinciden sobre las extensas y llanas praderas de la zona central de Estados Unidos, produciendo enormes bancos de nubes tormentosas de gran belleza y potencia. Algunos de esos bancos de nubes tormentosas, quizá uno de cada mil, generan tornados.

En Kansas, Oklahoma y Texas, los tornados son tan habituales que se conoce a la zona desde hace tiempo como el Callejón de los Tornados. Debido a la frecuente aparición de tornados en los estados centrales, éstos se han convertido en el lugar ideal para observar su formación. Cada primavera un grupo de científicos, conocidos familiarmente como «cazadores de tormentas», recorren la región de un lado a otro en busca de tornados y los estudian de diversas formas.

Los cazadores de tormentas son gente poco común. Combinan el rigor de la ciencia pura con el enfoque instintivo de los naturalistas y cazadores. Su temporada de trabajo es corta, ya que sólo dura unos meses al año. Realizan su labor a un ritmo frenético y, a veces, en condiciones peligrosas, ya que estudian uno de los fenómenos más impredecibles y potencialmente mortales de la naturaleza. Deben ser pacientes por encima de todo, pues en un buen año observarán dos o quizá tres tornados, mientras que en un año malo no verán ninguno.

Cada año se producen más de mil tornados en territorio estadounidense, pero la mayoría de ellos son fugaces y sólo duran unos pocos minutos. Son muchos los que ocurren por la noche o en regiones remotas, y no llegan a ser vistos por nadie. Debido a su naturaleza elusiva, los tornados han podido ser filmados en muy raras ocasiones, por lo que, generalmente, en las noticias de la televisión sólo podemos contemplar las consecuencias de estos fenómenos —ciudades devastadas, granjas destruidas, etc.—, imágenes grabadas mucho después de que el tornado se haya desvanecido. Antes de 1965 sólo pudieron filmarse dos de estos fenómenos naturales, tan misteriosos y temidos, y hasta entonces vistos por muy pocas personas, quienes los describían como salvajes e imprevisibles.

Esto cambió con la llegada de las cámaras de vídeo a los hogares. A finales de la década de los ochenta había una de esas cámaras en la mayoría de los hogares estadounidenses, y pronto cientos de ciudadanos pudieron filmar tornados en sus diferentes manifestaciones. Gracias a esta fuente de información visual se obtuvo una nueva comprensión científica del fenómeno. Se supo algo más del comportamiento de los tornados, al menos desde un punto de vista descriptivo. Se reconoció, por ejemplo, que tenían un ciclo vital característico, marcado por singulares fases visuales.

Al mismo tiempo hubo avances científicos notorios con respecto a este fenómeno. Gracias al sistema nacional de radar Doppler, los cazadores de tormentas contaron con datos fiables acerca de la zona donde podría producirse un tornado. Además los propios cazadores emplearon técnicas avanzadas, como radares Doppler portátiles, fotogrametría de partículas e incluso, en el caso del pionero Howard Bluestein, un equipo instrumental especial llamado TOTO (observatorio portátil de tornados), transportado en un camión, que se colocaba en medio de la trayectoria del tornado, a fin de que fuera absorbido por éste.

El trabajo de los cazadores de tormentas y la misma espectacularidad de los tornados han interesado desde hace tiempo a mi esposa, Anne-Marie Martin, que en más de una ocasión me comentó que alguien debería hacer una película sobre el tema. Mi respuesta era siempre la misma: es un buen tema, pero ¿cuál es la historia? A finales de 1993 me presentó una estructura muy sencilla, un triángulo amoroso cuyo telón de fondo sería el empeño por colocar un equipo de instrumentos especiales en la ruta seguida por un tornado. En su opinión, la tensión sufrida por los protagonistas de la historia los induciría a comportarse de una manera exagerada, a decir y a hacer cosas que en circunstancias normales no dirían o harían. Me propuso un curso temporal corto e intenso, que no debía durar más de un día o dos. Y argumentó en favor de incluir abundantes diálogos de carácter científico que arrastraran con ellos mensajes de significación personal; éstos se hallarían escondidos tras una superficie técnica. Mostré mis dudas, pues ese procedimiento ya lo había empleado en un guión llamado
ER
y, hasta entonces, nadie lo había convertido en película.

A pesar de todo, su idea fue arraigando en mí poco a poco. El tema me pareció desde el principio inherentemente visual y, por lo tanto, consideré que debía convertirse en un guión, no en una novela. Los tornados son un tema cinematográfico ideal porque, a diferencia de la mayoría de fenómenos naturales, por sus dimensiones pueden encajar en un encuadre cinematográfico, además, duran poco tiempo y cambian con rapidez; mientras que un huracán, por ejemplo, tiene varios cientos de kilómetros de diámetro y es demasiado grande para verlo en una sola imagen; además, se mantiene durante horas con muy pocos cambios. Los tornados son fenómenos tormentosos más atractivos visualmente.

La investigación preliminar demostró que la premisa era válida, lo que no hizo sino estimularnos a llevar adelante el proyecto. Los científicos no sólo habían tratado de colocar equipos de instrumentos en los embudos, sino que contaban con numerosos episodios grabados de lo que denominan «estallidos» de tornados, durante los que pueden llegar a producirse hasta cien tornados en un solo día, a menudo con muy pocos minutos de diferencia. Eso era precisamente lo que necesitábamos para nuestra historia, y ocurría además en la realidad. Ni siquiera era un fenómeno extraño, ya que en los últimos diez años se han producido estallidos de cuarenta o más tornados. El peor estallido registrado, según Ted Fujita, ocurrió en abril de 1974, cuando se produjeron 148 tornados que dejaron una estela de 3.840 kilómetros de daños.

Así pues, todo parecía indicar que la historia era posible. Finalmente, y no sin cierto entusiasmo, decidimos escribir juntos el guión, que iniciamos en enero de 1994. Ninguno de los dos tenía muy claro qué resultaría de esa experiencia y si podríamos trabajar juntos. Fueron muchas las voces que nos advirtieron que esa clase de colaboración podía significar el fin de un matrimonio. Pero, tal como salieron las cosas, trabajar en equipo nos resultó bastante fácil, no teníamos muy claro como debíamos estructurar el trabajo, pero fue el quehacer diario el que fue dictando los pasos que debíamos dar a continuación invariablemente, redactábamos los episodios y detalles basándonos en acontecimientos reales sin inventar nada, con ello tratábamos de evitar la exageración, ya que los tornados son inherentemente espectaculares y resulta fácil llegar al exceso, a la forma habitual de Hollywood. Nosotros queríamos que lo narrado en la película fuera lo bastante verosímil y tuviera visos de realidad.

Y esa realidad fue siempre preocupante, pues lo que no sabíamos durante la primavera y el verano de 1994 era si sería posible filmar las secuencias que con tanto cariño escribíamos. Confiábamos en los avances llevados a cabo en los últimos años en el campo de efectos especiales por ordenador, aunque sabíamos que sería más complejo simular un tornado mediante proceso informático que aplicar un programa de animación para la creación de un dinosaurio. Por otro lado, Industrial Light and Magic (ILM), de George Lucas, es una de las empresas de efectos especiales por ordenador que ha alcanzado un éxito más continuo en la historia cinematográfica estadounidense. Así, asumimos alegremente que continuarían produciéndose rápidos avances en este campo por parte de la ILM, de modo que cuando termináramos de escribir el guión sería posible simular en la pantalla las condiciones de un tornado. Y así fue. En enero de 1995 vimos una prueba en pantalla que resultó escalofriante por su verosimilitud.

Como sucede con tanta frecuencia con las grandes películas de Hollywood, otras manos se encargaron del proyecto y lo hicieron avanzar en otras direcciones. Lo que verá el público será el resultado del trabajo de muchos autores cuya tarea no será reconocida; pero quizá a los lectores les interese saber cómo surgió el proyecto en su fase inicial.

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