Un anillo alrededor del Sol (13 page)

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Authors: Clifford D. Simak

Todo eso era el resultado del desarrollo intelectual; tal vez fuera posible que la inteligencia y los sentidos no estuvieran aún plenamente desarrollados. Y si era así, cabía imaginar un sexto sentido, un séptimo, un octavo, innumerables sentidos adicionales que, en el curso de la evolución natural, caerían bajo el dominio de la raza humana.

Y eso podía ser lo que había ocurrido con los mutantes: el súbito desarrollo de esos sentidos adicionales, sospechados sólo a medias. ¿Acaso esa mutación no era lógica en si, precisamente lo que cabía esperar?

Pasó rápidamente por pequeñas aldeas que dormían aún entre la noche y el alba, pasó por granjas extrañamente desnudas bajo la media luz que cruzaba el horizonte oriental.

"No trate de usar su coche", decía la nota de Crawford. También eso era una tontería, pues no había razones para no usarlo. Crawford lo decía así, y eso era todo. ¿Y quién era Crawford? ¿Un enemigo? Tal vez, aunque a veces no actuaba como tal. Un hombre temeroso de la derrota que sabía segura, más temeroso aún de las consecuencias que de la derrota en sí.

Los motivos, una vez más.

No había razones para no usar el coche. Pero se sentía vagamente intranquilo por hacerlo. No había razones para detenerse ante la casa de los Preston; empero su corazón le decía que era un error no haberlo hecho. No había razones para pensar que Ann Carter era mutante, y se sentía seguro de ello.

Condujo el coche a través de la mañana, entre la niebla que se alzaba desde los arroyuelos, hacia el rubor del sol contra el cielo del este; niños y perros arreaban las vacas; la ruta se poblaba lentamente con el primer y escaso tránsito de la mañana.

De pronto se sintió hambriento y algo adormecido. Pero no podía detenerse a descansar: tenía que proseguir la marcha. Cuando se tornara peligroso seguir conduciendo se vería forzado a dormir, siquiera por un rato.

Buscaría un lugar para comer algo. Tal vez la ciudad más próxima fuera más o menos extensa y tuviera algún bar abierto. En ese caso se detendría a comer; una o dos tazas de café bastarían para alejar el sueño.

Capítulo 27

La ciudad era grande, había bares abiertos y gente en la calle, eran los obreros de la fábrica, que salían de casa a las seis para llegar al trabajo a las siete en punto.

Escogió un local de aspecto más o menos aceptable, donde no había tantas cucarachas a la vista, y aminoró la marcha en busca de sitio donde dejar el coche. Lo halló una manzana más allá del bar.

Bajó del coche y cerró la portezuela con llave. Después, ya de pie en la acera, olfateó el olor de la mañana, aún era tierna y fresca, con la frescura engañosa de las mañanas estivales.

Decidió tomar el desayuno sin apresurarse, dándose tiempo para relajar el cuerpo, a fin de calmar, siquiera en parte, el cansancio de la ruta. Podía tratar de comunicarse con Ann; quizá tuviera más suerte esa mañana. Estaría más tranquilo si lograba advertirle que se mantuviera escondida. Tal vez convenía que, en vez de esperarlo en el local donde vendían aquellas casas, entrara directamente para ponerlos al tanto de la situación; probablemente ellos la ayudarían. Pero eso requería explicarle por teléfono, cosa que demandaría demasiado tiempo. No, él debía ser breve y conciso; Ann tendría que confiar en él.

En el restaurante había mesas disponibles, pero nadie parecía tener interés en ocuparlas. Todos los clientes se agrupaban ante el mostrador. Aún quedaban algunos bancos libres; Vickers ocupó uno de ellos.

Junto a él se había instalado un corpulento obrero, vestido con ropa de trabajo, sorbía ruidosamente una escudilla de avena, inclinado sobre el plato, como si paleara el cereal con la cuchara en su rápido movimiento de ida y vuelta; parecía estar estableciendo una corriente de sifón entre la escudilla y su boca. Al otro lado había un hombre de pantalones azules y camisa blanca, de anteojos y pajarita negra. Estaba leyendo un diario; tenía todo el aspecto de un tenedor de libros o algo por el estilo; al menos, de quien está familiarizado con las columnas de números y se siente muy orgulloso de ello.

Una camarera se acercó para limpiar el mostrador, en el espacio ocupado por Vickers, con un trapo bastante sucio.

—¿Qué va a pedir? —preguntó en tono impersonal, juntando las palabras como si fueran una sola.

—Un buen montón de pastelillos y una loncha de jamón.

—¿Café?

—Café.

Llegó el desayuno. Vickers lo atacó al principio con impaciencia, llenándose la boca con grandes bocados de pastel chorreante de almíbar, y generosos pedazos de jamón. Una vez aplacado el hambre siguió comiendo con menos prisa.

El corpulento obrero se levantó para irse. Su sitio fue ocupado por una delgada muchacha de pestañas caídas; debía tratarse de alguna secretaría fatigada; quizás había dormido apenas una o dos horas después de bailar toda la noche.

Cuando estaba terminando su comida se oyó un grito en la calle y ruido de pasos en carrera. La muchacha giró en el banquillo para mirar por la ventana.

—Todo el mundo corre —observó—. ¿Qué habrá pasado?

Un hombre asomó entonces por la puerta, gritando:

—¡Han encontrado uno de esos automóviles Eterno!

Todos los concurrentes saltaron de los banquillos y corrieron hacia la puerta. Vickers los siguió a paso lento. El hombre decía que habían encontrado un automóvil Eterno. No podía ser otro que el suyo, estacionado en la calle siguiente.

Habían empujado el vehículo hasta sacarlo a la mitad de la calle. Todos estaban amontonados a su alrededor, gritando y blandiendo los puños. Alguien arrojó contra el coche un ladrillo o una piedra; el sonido del objeto al golpear contra el metal retumbó por la calle como un disparo de cañón.

Alguien levantó el objeto arrojado y lo lanzó contra la puerta de una ferretería; otra persona introdujo la mano por el vidrio roto para abrir la puerta. Los hombres entraron al negocio en tropel y volvieron a salir, provistos de mazas y hachas.

La multitud se retiró para darles sitio, a fin de que pudieran mover los brazos. Las hachas y las mazas centellearon a la luz del sol, bajo aún; golpearon y volvieron a golpear. La calle resonó con el ruido del martilleo metálico. El vidrio se quebró con un ruido crujiente; después se oyó el estruendo del metal.

Vickers permaneció ante la puerta del restaurante, con el estómago descompuesto y el cerebro petrificado por algo que más adelante sería miedo, pero que en ese momento era sólo aturdimiento y ciega confusión.

Crawford le había escrito: "No trate de usar su coche". A eso se refería. Crawford sabía lo que iba a ocurrir con cualquier Eterno que circulara por las calles. Lo sabía y había tratado de prevenirle sobre ello.

¿Amigo o enemigo?

Vickers alargó una mano y la apoyó sobre el tosco muro de ladrillos. Al contacto con la aspereza del material cobró conciencia de que todo era cierto, de que no era un sueño; estaba realmente allí, en la puerta de un restaurante donde acababa de desayunar, y veía a una turba enloquecida por la furia y el odio que destrozaba su coche.

"Lo saben", pensó. La gente lo sabía al fin. Alguien les había informado sobre la existencia de mutantes. Y los odiaban. Naturalmente, los odiaban.

Los odiaban porque la existencia de mutantes los convertía en humanos de segundo orden, en hombres de Neanderthal súbitamente invadidos por un pueblo provisto de arcos y flechas.

Vickers se volvió y entró nuevamente al restaurante a paso lento, preparado para echar a correr si alguien gritaba detrás de él, si alguien le tocaba el hombro con un dedo.

El hombre de anteojos y pajarita negra había dejado el diario junto al plato. Vickers lo recogió y siguió caminando sin prisa a lo largo del mostrador. Empujó la puerta giratoria que conducía a la cocina; no había nadie allí. La cruzó rápidamente y salió por la puerta trasera que daba a un callejón.

Tras recorrer ese callejón se encontró ante otro, más angosto, abierto entre dos edificios. Corrió por él, cruzó la calle y tomó por otro pasadizo entre edificios. Así llegó a un nuevo callejón.

"Se defenderán", había dicho Crawford, la noche anterior, sentado en el cuarto del hotel, en una silla que lo sostenía a duras penas. "Lucharán con lo que poseen", Y al fin había empezado la lucha; los hombres devolvían los golpes con lo que tenían a mano. Habían tomado sus garrotes y se defendían.

Vickers salió a un parque; caminando por él dio con un banco oculto a la calle por un macizo de arbustos. Tomó asiento en él y desplegó el diario que había tomado en el restaurante, buscando la primera plana.

Allí estaba la historia.

Capítulo 28

El titular decía:
¡NOS INVADEN!
Y debajo:
SE DESCUBRE UNA CONSPIRACION DE SUPERHOMBRES
. Los títulos siguientes eran: Una raza de superhombres entre nosotros. Se resolvió el misterio de las hojas de afeitar interminables.

El artículo en si decía:

WASHINGTON (De nuestra agencia): El mayor peligro que ha enfrentado la humanidad en todos sus años de existencia (un peligro que podría reducirnos a la esclavitud) fue revelado hoy en un anuncio efectuado conjuntamente por el FBI, el comando militar y el despacho en Washington del International Bureau of Economics.

Tal anuncio se realizó en una conferencia de prensa a la que citó el presidente. Simultáneamente hubo reuniones semejantes en todas las capitales importantes del mundo, tales como Londres, Moscú, París, Madrid, Roma, El Cairo, Pekín y varías otras ciudades.

El anuncio informaba sobre la aparición de una nueva raza de seres humanos llamados mutantes; éstos, tras haberse desarrollado, se han reunido en un esfuerzo por dominar el mundo entero.

Los mutantes, en el sentido que se da al término en este caso, son seres humanos que han sufrido una repentina variación por la cual el hijo difiere del padre, en oposición a las alteraciones graduales por las cuales la especie humana ha llegado a su forma actual. En este caso la alteración no ha afectado las características físicas; esto significa que los mutantes, a simple vista, son similares a cualquier humano normal. La alteración ha sido mental: el mutante posee ciertas habilidades de las que carece el hombre común, "talentos extravagantes", tal como fueron denominados en el anuncio.

(Véase en la columna siguiente una explicación completa de la mutación.)

El anuncio, cuyo texto completo proporcionamos en la columna 4, advirtió que los mutantes se han lanzado a una campaña destinada a destrozar el sistema económico del mundo mediante la fabricación de ciertos artículos, tales como la hoja de afeitar eterna, las bombillas eléctricas que no se queman, los automóviles Eterno, las nuevas casas prefabricadas y otros artículos que generalmente se venden en los llamados "negocios de chismes".

Según se reveló, el grupo de mutantes está, desde hace varios años, bajo la observación de diversas agencias oficiales o independientes; los descubrimientos, una vez correlacionados, demostraron sin lugar a dudas que se estaba llevando a cabo una verdadera campaña para dominar el mundo entero. El anuncio formal de la situación se demoró, según se dijo, hasta que desapareció toda duda sobre la autenticidad de los informes.

Se solicitó a la población del mundo entero que colaborara en la lucha para sofocar la conspiración. Al mismo tiempo se dispuso que las actividades prosiguiesen el ritmo normal, advirtiendo contra las consecuencias de la histeria.

Dice el anuncio: "No hay motivos para sentir aprensión. Se están tomando ciertas medidas defensivas". No se indicó cuáles son esas medidas. Cuando los periodistas trataron de interrogar al portavoz al respecto se les dijo que esa información era de carácter secreto.

A fin de colaborar con los gobiernos en su campana contra los designios mutantes, el anuncio recomienda a la población las siguientes medidas:

1 Mantener la calma y no caer en el pánico de la histeria.

2 No utilizar los artículos fabricados por los mutantes.

3 No comprar tales artículos y emplear la persuasión con quienes los usan o los adquieren.

4 Informar inmediatamente al FBI sobre cualquier circunstancia sospechosa que pueda tener vinculaciones con tal situación.

El anuncio informaba que las primeras sospechas de que se trataba.

(continúa en página 11)

Vickers no buscó en la página 11; optó por revisar el resto de la primera plana. En ella estaban incluidos el texto completo del anuncio y un artículo sobre las características de la mutación; había también un análisis sobre el efecto probable de las mutaciones y sus posibles causas, firmado por un profesor de biología. También figuraban cinco o seis boletines; a ellos se dedicó Vickers:

NUEVA YORK (AP): La ciudad sufrió hoy la invasión de turbas armadas de hachas y barras de hierro, que violaron los negocios de chismes para destruir la mercadería y destrozar las instalaciones. Aparentemente no se encontró a nadie en los locales invadidos. Un hombre fue muerto por la muchedumbre, pero se cree que no estaba vinculado con los negocios de chismes.

WASHINGTON (UP): En las primeras horas de hoy una turba atacó y mató a un hombre que conducía un automóvil Eterno. El vehículo fue destrozado.

LONDRES (INS): En la fecha el gobierno dispuso instalar una fuerte guardia en varios distritos en los que se han instalado casas prefabricadas cuya construcción se atribuye a los mutantes. "Quienes compraron estas casas", dice la explicación que acompaña al decreto, "lo hicieron de buena fe. No tienen vinculación alguna con la conspiración. Se ordena la guardia para proteger a estas personas inocentes y a sus vecinos de cualquier posible violencia pública".

El cuarto decía:

ST. MALO. FRANCIA (Reuters). En la madrugada de hoy fue encontrado el cadáver de un hombre colgado de un poste de alumbrado público. En la pechera de su camisa llevaba prendido un letrero que decía, en torpes letras: "MUTANTE".

Vickers dejó caer el periódico, que formó en el suelo una tienda arrugada, y observó el parque. Una manzana más allá, el tránsito matutino iba afluyendo hacia la ruta. Un muchacho venía por la acera haciendo rebotar una pelota. Unas cuantas palomas volaban en círculo por entre los árboles y se paseaban por el césped, arrullando suavemente.

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