Un anillo alrededor del Sol (20 page)

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Authors: Clifford D. Simak

—Veamos.

—Usted preguntó por Kathleen Preston. Preguntó si existía esa persona. Puedo asegurarle que así es. ¿Cuántos años tenía usted cuando la conoció?

—Dieciocho.

—Una hermosa edad —observó Flanders, con un ademán perezoso—. ¿No le parece?

—Así me parecía en esa época.

—Usted estaba enamorado de ella.

—En efecto.

—Y ella, de usted.

—Así lo creo —dijo Vickers—. No estoy seguro. Ahora que lo pienso no estoy seguro, claro está. Pero creo que sí.

—Puede estar seguro de que ella lo quería.

—¿Me dirá usted dónde está?

—No —dijo Flanders—, no se lo diré.

—Pero ustedes...

—Cuando su misión esté cumplida volverá a tener dieciocho años.

—Y ése es el precio. Ese ha de ser mi pago. Se me devolverá el cuerpo que fue mío y volveré a tener dieciocho años.

—¿Le parece tentador?

—Sí, creo que sí —dijo Vickers—. Pero usted no entiende, Flanders. Los sueños de entonces han desaparecido. Han muerto en el cuerpo de un androide de cuarenta años. No se trata sólo de la edad física, sino de algo más. De los años por venir, de la promesa que ofrecían esos años, de los sueños locos e imposibles de entonces, del amor que caminaba al lado de uno en la primavera de la vida.

—Dieciocho años —repitió Flanders—, dieciocho. Y una buena oportunidad para conseguir la inmortalidad. Y también Kathleen Preston en sus diecisiete años.

—¿Kathleen?

Flanders asintió.

—Tal como antes —dijo Vickers—. Pero no será igual, Flanders. Hay algo que no marcha, algo que se escapa.

—Tal como antes —insistió Flanders—, como si todos estos años no hubiesen transcurrido.

Capítulo 38

Al fin resultaba que él era mutante, después de todo; un mutante disfrazado de androide. Y una vez que hubiese frenado a Crawford volvería a ser un mutante de dieciocho años enamorado de una mutante de diecisiete. Tal vez antes de su muerte los escuchas hubiesen captado la fórmula para lograr la inmortalidad; en ese caso él y Kathleen recorrerían valles encantados por toda la eternidad, tendrían hijos mutantes dotados de pasmosos presentimientos y todos llevarían una vida que hasta los dioses paganos de la Tierra contemplarían con envidia.

Arrojó a un lado las cobijas y salió de la cama para acercarse a la ventana. Allí estaba el valle encantado por donde había caminado veinte años atrás. Era un valle desierto, y desierto permanecería, hiciera él lo que hiciese.

Había atesorado ese sueño por más de veinte años; en ese momento empezaba a tornarse realidad, pero teñido por todo ese tiempo transcurrido; no había forma de volver a aquella noche de 1966. Nadie puede regresar a lo que ha abandonado.

Es imposible borrar los años vividos, imposible amontonarlos en un rincón y darles la espalda. Uno puede hacerlos a un lado y olvidarlos, pero no para siempre: llegará el día en que vuelvan a aparecer. Y cuando eso ocurre uno se encuentra con que ha vivido no sólo una mentira, sino dos.

En eso consistía el problema: en que era imposible ocultar el pasado.

La puerta se abrió con un crujido. Vickers se volvió. Allí estaba Ezequiel, con la piel plástica reluciente bajo la luz velada del descansillo.

—¿No puede dormir? —preguntó—. Quizá pueda ayudarlo. Polvos somníferos, o...

—Sí, quiero pedirte algo —dijo Vickers—. Quisiera ver cierto registro.

—¿Un registro, señor?

—Sí. Los registros de mi familia. Deben estar en algún sitio.

—En los archivos, señor. Puedo traerlo enseguida, si se digna esperar un momento.

—Y el de los Preston también —agregó Vickers—. El registro de la familia Preston.

—Sí, señor —dijo Ezequiel—. En un momento los tendrá.

Vickers encendió el velador y se sentó en el borde de la cama. Ya sabía lo que debía hacer. El valle encantado era un valle vacío; la luz de la luna, al quebrarse contra la blancura de las columnas, era sólo un recuerdo sin vida ni color. El aroma de las rosas que perfumaran aquella perdida noche primaveral se había esfumado en el viento de los años transcurridos.

"Ann", pensó, "durante mucho tiempo he actuado como un tonto con respecto a Ann". Y agregó, casi en voz alta:

—¿Qué pasó, Ann? Hemos chanceado y reñido, hemos empleado las chanzas y las riñas para ocultar el amor que sentíamos. Y si no hubiera sido por mí, por este sueño del valle que se fue enfriando sin que yo lo supiera, habríamos descubierto hace tiempo lo que había entre nosotros.

"Ellos nos quitaron a los dos el derecho innato de vivir en el cuerpo con que llegamos al mundo. Hicieron de nosotros, no un hombre y una mujer, sino dos cosas que pasan por tales. Recorremos las calles de la vida como sombras sobre una pared. Y ahora nos quitarán la dignidad de la muerte y el saber que nuestra tarea está cumplida para que vivamos una mentira: yo, como androide impulsado por la fuerza vital de un hombre que no soy yo, tú, animada por una vida que no es la tuya".

—Al demonio con ellos —dijo—. Al demonio con esta doble vida, con esto de ser un producto de fábrica.

Volvería a la otra Tierra para buscar a Ann Carter, para decirle que la amaba; no como se ama a un recuerdo de luna y rosas, sino como un hombre ama a una mujer cuando ha pasado el arrebol de la juventud, juntos vivirían los años que les restaran, él escribiría sus libros y ella continuaría con su trabajo. Y ambos olvidarían, hasta donde les fuera posible, todo lo referido a los mutantes.

Prestó atención a los pequeños murmullos de la casa en sombras, esos susurros que pasan desapercibidos durante el día, cuando el ruido del hombre lo llena todo. Y pensó "Si uno escuchara con mucha atención y conociera el idioma, la casa le contaría cuanto uno quisiera saber; podría decirnos qué aspecto tenía alguien en cierto instante, la voz con que fue pronunciada una palabra, lo que cada uno piensa o hace cuando está solo".

Los registros no le contarían toda la historia ni la verdad que buscaba, pero por ellos podría informarse de quién era y sabría algo sobre sus padres, aquel haraposo granjero y su mujer.

La puerta volvió a abrirse y Ezequiel entró con sus pasos acolchados; traía una carpeta bajo el brazo Se la tendió a Vickers v permaneció a un lado, esperando.

Vickers abrió la carpeta con manos temblorosas. Allí estaba todo:

Vickers, Jay, n. 5 Ag. 1947. v.t. Junio 20, 1966, c.p., t., m.i., mut. lat.

Estudió todo aquello y no le halló sentido.

—Ezequiel.

—¿Sí, señor?

—¿Qué significa todo esto?

—¿A qué se refiere, señor?

—A esta línea —señaló Vickers—: todo esto del v.t.

Ezequiel se inclinó para leerle:

—Jay Vickers, nacido 5 Agosto, 1947, vida transferida 20 junio, 1966, capacidad precognición, sentido del tiempo, memoria inherente, mutación latente. Eso significa, señor, que usted no ha cobrado conciencia de ella.

Vickers echó una mirada a la parte superior de la página; allí estaban los nombres, las dos líneas entre los corchetes indicadores de matrimonio, de las cuales surgía la anotación correspondiente a él.

Charles Vickers, n. 10 junio 1917, cont. 8 Ag. 1938 consc., s.t., el., m.i., a.s, 6 feb. 1971.

Sarah Graham, n. 16 abril. 1920, cont. 12 sept. 1937 consc., com, ind., s.t., m.i., a.s. 9 marzo 1970.

Sus padres. Dos párrafos de símbolos. Trató de descifrarlos.

—Charles Vickers, nacido el 10 de enero de 1917, continúo... No, eso no va.

—Contacto establecido, señor —aclaró Ezequiel.

—Contacto establecido el 8 de agosto de 1938, consciente, s.t. y el. ¿Qué es eso?

—Sentido del tiempo y electrónica, señor.

—¿Sentido del tiempo?

—Así es, señor. Los otros mundos. Son cuestión de tiempo, como usted sabe.

—No, no lo sé —confesó Vickers.

—No existe el tiempo —explicó Ezequiel—. Es decir, no existe tal como lo concibe el ser humano común. No hay un fluir constante, sino paréntesis cronológicos en los que cada segundo sigue al anterior, aunque en realidad no existen los segundos como medida.

—Comprendo —dijo Vickers.

En verdad comprendía. En ese momento lo recordaba todo: la explicación de los otros mundos, cada uno atrapado en un momento, en cierta extraña y arbitraría división del tiempo; cada paréntesis cronológico tenía su propio mundo y nadie podía saber ni suponer hasta dónde se extendía la cadena.

Algún dispositivo secreto se había puesto en funcionamiento en su interior Allí estaba la memoria inherente, como siempre lo había estado, aunque escondida en su ignorancia, tal como aún lo estaba en gran medida su capacidad de precognición.

Según acababa de decir Ezequiel, el tiempo no existía. No existía en la forma en que lo concebían los seres humanos comunes. El tiempo estaba dividido en parcelas y cada una contenía una sola fase del universo, un universo inaccesible para la comprensión humana.

¿Y el tiempo en sí? El tiempo era un medio infinito extendido hacia el futuro y el pasado... Pero no había futuro ni pasado, sino un infinito número de paréntesis extendidos hacia ambos lados, cada uno portador de una sola fase del universo.

En la Tierra original el hombre cavilaba sobre el tiempo, sobre la posibilidad de proyectarse hacia el ayer o hacia el mañana. Vickers comprendió entonces que todo era imposible, que cada instante permanecía para siempre encerrado en su paréntesis. La tierra del hombre había viajado en la misma burbuja de ese instante desde el momento de su génesis; moriría y se derrumbaría en la nada sin haber salido de ese mismo instante.

Se podía viajar en el tiempo, naturalmente, pero no habría ayer ni mañana. En cambio, si uno poseía cierto sentido del tiempo estaba en condiciones de pasar de un paréntesis a otro; al hacerlo no hallaría ayer ni mañana, sino otro mundo. Y eso era lo que había hecho él al impulsar el trompo. Claro que el juguete no tenía intención alguna en eso: era sólo una ayuda.

Prosiguió con el análisis de las anotaciones.

—A.n. ¿Qué significa a.n., Ezequiel?

—Animación suspendida, señor.

—¿Mi padre y mi madre?

—Están en animación suspendida, señor, a la espera del día en que los mutantes logren finalmente la inmortalidad.

—¡Pero si murieron los dos! Sus cuerpos...

—Cuerpos humanoides, señor. Debemos hacer todo en orden para que los normales no sospechen.

El cuarto se iluminó, frío y desnudo, con la monstruosa desnudez de la verdad. Animación suspendida. Sus padres aguardaban en animación suspendida el día en que se les pudiera dar la inmortalidad. Y él, Jay Vickers, el verdadero Jay Vickers, ¿qué era de él? No estaría en animación suspendida, por cierto, puesto que la vida había abandonado al verdadero cuerpo para ocupar el del androide sentado en el cuarto, con el registro de su familia entre sus manos androides.

—¿Y Kathleen Preston? —preguntó.

Ezequiel meneó la cabeza.

—No sé de ninguna Kathleen Preston —respondió.

—Pero trajiste el registro de su familia.

Ezequiel volvió a negar.

—¡No hay registro de los Preston! Revisé todo el índice. No menciona ningún Preston. No hay Preston por ninguna parte.

Capítulo 39

Había tomado una decisión, pero ya no servía de nada; el recuerdo de dos rostros la tornaba inútil. Cerró los ojos y recordó a su madre, recordó cada uno de sus rasgos, tal vez algo idealizados, pero con bastante exactitud. Recordó su horror al saber de su aventura en el país de las hadas. Después papá había hablado con él y el trompo ya no volvió a aparecer.

No podía volver a aparecer, naturalmente; no podían dejar de reprocharle los excesos de su imaginación. Después de todo ya tenían bastantes dificultades para vigilarlo y saber dónde estaba con un solo mundo; cuidar a un niño de ocho años capaz de vagabundear por cien era ya imposible.

El rostro de su madre, la mano del padre sobre el hombro, con los dedos apretándole la carne, con masculina ternura: eran recuerdos a los que nadie podía volver la espalda.

Y los dos aguardaban con una fe absoluta, sabiendo que cuando la oscuridad cayera sobre ellos no traería consigo el fin, sino el comienzo de una aventura aún mayor de la que esperaban al unirse al grupo de mutantes, hacía ya tantos años. Si ellos habían depositado tanta fe en el plan de los mutantes, ¿podía el hijo hacer menos? ¿podía rehusarse a cumplir con su parte en la tarea de crear un mundo mejor, cuando ellos habían hecho tanto?

Ellos dieron cuanto estaba a su alcance; la labor encarada, la fe que brindaran, debían ser llevadas a su completa realización por quienes quedaban atrás. Y él era uno de ellos. No podía fallarles.

Se preguntó cómo sería el mundo a crear. ¿Qué clase de mundo podía surgir cuando los mutantes lograran la inmortalidad, cuando el hombre no se viera obligado a morir, cuando pudiera vivir por siempre? No sería igual. Sería un mundo de diferentes valores e incentivos.

¿Qué factores harían falta para mantener en marcha un mundo inmortal? ¿Qué incentivos y condiciones, para evitar que decayera? ¿Qué oportunidades e intereses en constante expansión, para salvarlo del callejón sin salida que constituía el aburrimiento?

¿Cuáles serían las necesidades en un mundo inmortal?

Espacio vital infinito, para empezar; lo habría, puesto que todos los mundos precedentes estarían abiertos. Y si con eso no bastaba se podía disponer del universo entero, con todos sus soles y sus sistemas planetarios; si la Tierra tenía infinitos mundos precedentes y subsiguientes, lo mismo debía suceder con cada estrella y cada planeta del universo.

Tómese el universo y multiplíqueselo por un número indefinido; tómense todos los mundos del universo y multiplíquenselos hasta el infinito; así se obtendrá la respuesta. Habría lugar de sobra para siempre. Habría infinitas oportunidades, infinitos desafíos en esos mundos, que ni siquiera un hombre eterno podía agotar.

Pero eso no sería todo: habría también un tiempo infinito, y en ese tiempo surgirían nuevas técnicas y nuevas ciencias, filosofías nuevas también, de modo tal que el hombre eterno jamás carecería de tareas a cumplir ni de problemas por resolver.

Y una vez que se contara con la inmortalidad, ¿para qué se la emplearía?

Se la emplearía para mantener la fuerza. Aunque se viviera en una comunidad pequeña, con una baja tasa de natalidad, a la cual se unieran pocos miembros, al aumento estaría asegurado por la falta de mortandad.

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