Un mundo para Julius (47 page)

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Authors: Alfredo Bryce Echenique

Tags: #Novela

Bien vivos eran, pero tampoco de eso se había dado cuenta Cano. Bien vivos eran porque se guardaban el dinero hasta el fin. Desde el principio no lo iban a dar todo, había que guardar para el fin, por si la fila de al lado nos gana en la primera vuelta, por si hay empate, para desempatar. La primera vuelta en realidad contaba poco. Madre Mary Joan sacaba la cuenta de cada fila y qué poquito habían dado, qué va a decir la Madre Superiora cuando venga. Tontita era madre Mary Joan, no se daba cuenta de que todavía tenemos las billeteras llenecitas, tontita la madre. Y tonto Cano porque se emocionó al oír que su fila había ganado. Estaba ganando porque las otras filas no se daban por vencidas y aquí tenemos más madre, y madre Mary Joan, sonriente. Tonto Cano porque creyó que su fila había ganado cuando recién acababan de sacar las primeras cuentas, tonto porque pegó un salto feliz para abrazar a Fernandito y éste, furioso y sorprendido, volteó a gritarle ¡lávate la caspa!, ¡cambíate de uniforme!, ¡prepárate a dar más plata porque por tu culpa ahora los otros van a dar más! Entonces seguro que Cano hizo nuevamente el gesto extraño, pero Julius sólo lo vio días más tarde cuando lo invitó a su casa; seguro que hizo el gesto tan raro ése, tan triste y a su edad, pero ni Julius ni los otros se estaban fijando en él en ese momento, y Fernandito ya lo había destrozado con la mirada y había volteado para seguir la nueva contabilidad que madre Mary Joan iniciaba, al ver que de las filas derrotadas surgían las caritas sonrientes, las manitas en alto con los primeros billetes. ¡ Ajáaaaaaaaa, guardaditous lous tenían!, era la primera vez que madre Mary Joan les hablaba en castellano, jajajajajajaja risas y disfuerzos todo el mundo, Fernandito excluido y furioso; risas porque madre Mary Joan hablaba castellano y sólo debía hablarles en inglés, qué simpática madre Mary Joan... Shhhhhh, no griten, está contando los billetes y si hemos perdido le damos más porque es tan graciosa madre Mary Joan. Ganó la tercera fila y la primera, ¡no! ¡no! ¡no! y la segunda, ¡no!, ¡no!, y la cuarta y la quinta y todas juntas, ¡no! ¡no! ¡no! y madre Mary Joan, calma, calma, por orden, vengan por orden, porque todos querían ganar, ya sólo pensaban en ganar y venían corriendo, atolondrados corrían, ya no pensaban, ya no calculaban, ahí al ladito de la madre abrían sus billeteras y la madre encantada de ver lo vivos que son, cómo se guardaban los billetes más grandes hasta el fin... Ssssshhhhhhhh, madre Mary Joan está sacando la cuenta por filas... sssshhhhhh... ¡no! ¡no! ¡no! ¡no! ¡no!, la cuarta fila no podía haber ganado, ¡síiiiiiiii!, ¡noooooooo!, ¡síiiiiiiii!, ¡noooooooo!, y madre Mary Joan, todavía hay tiempo, hasta que llegue la Madre Superiora, todavía hay tiempo y cogía un puñado de moneditas, lo metía en una lata y tacatacatacatacatacataca y nuevamente los niños se le venían encima con más billetes, ya nadie daba moneditas tacatacatacatacataca, billetes ahora, de a diez, de a cincuenta, ¡quei bounitooouuul, uno de cien, y ellos encantados con el acento de madre Mary Joan, ¡quei boumtoooouHul, la tercera fila ganaba otra vez, ¡noooooo!, ¡síiiiiiiii!, ¡nooooooooo!, ¡síiiiiiiiiii!, y quedaban aún esperanzas para las otras filas, quedaban esperanzas porque sabían que tenían algunos billetes, sus papis comprendían lo importante que era eso, que sus hijitos quedaran bien con las monjitas, con las misiones, sus papis les vaciaban la billetera y ellos todavía no la habían vaciado, bien vivos eran, se guardaban para las finales, pero Fernandito estaba en la última carpeta de la primera fila, en el rincón de los matones, y la primera fila tenía que ganar, al menos así se lo manifestó a Cano que ocupaba infeliz la carpeta de adelante. Cano empezó a sufrir porque el otro ya le estaba pidiendo su billetera, ¿qué?, ¿qué billetera? Anda bruto, limpíate la caspa y saca los billetes, no has dado más que monedas. Y Cano tratando de explicarle, nuevamente tratando de hacerle sentir que había dado los miniches de una semana, lo de abuelita de una semana, pero en ese instante entraba la Madre Superiora y sabe Dios cómo, al verle la cara, Cano recordó que Fernandito hasta el momento no había dado ni un centavo. Fue la reacción de su vida, volteó entre odiándolo e identificándose con su pobreza, pero hay golpes en la vida yo no sé: vio cómo Fernandito contaba furioso los billetes de a cien que guardaba en una preciosa billetera con sus iniciales F. R. L. G. grabadas en oro. Seguro que entonces también hizo el gesto ese bien raro que Julius sólo vería días más tarde, el día en que Cano lo invitó a su casa, seguro también que estaba terminando con su extraño gesto, cuando escuchó la voz de Fernandito llamando a los de la primera fila: «Cano no ha dado nada», les decía y los de la primera fila, ¡Cano! ¡Cano! ¡Cano! ¡Cano!, y la Madre Superiora mirándolo, dándole la oportunidad de cerrar la competencia con un triunfo, a ver Cano¿/, con brouche de ouro, y ellos jajajajajajajaja, porque también la Madre Superiora pronunciaba graciosísimo el castellano, si las oyera la profe, pero ahora todo dependía de Cano y Cano volteó triste donde Fernandito y la mirada de Fernandito lo arrojó contra la Madre Superiora. Allá lo esperaba con los brazos abiertos y Cano miró a la clase y no pudo y miró a las madres y no pudo y al mismo tiempo buscaba en todos los bolsillos y la Superiora ya no estaba tan contenta. Recogió una pierna apoyándose sobre la punta de los dedos para buscar mejor en la secreta del pantalón, el bolsillito ese bajo el cinturón, ahí estaba la última monedita, tres miniches, la sacó y la entregó y no vio más porque buscó la pizarra negra para no ver a las monjitas que se rieron y se molestaron y se rieron y se volvieron a molestar, regresa a tu carpeta, regresa rápido a tu carpeta, la tercera fila había ganado. Era la fila de Julius y él con todos pegó un tremendo ¡rahhhh!, día libre mañana ¡rahhhh!, y seguro por gritar tanto y celebrar el triunfo con sus compañeros no vio a Cano repetir su gesto frente a la pizarra, antes de volver a su carpeta, antes de encontrarse con la mirada furiosa de Fernandito, y antes de sentarse en su silla para enterrar la cabeza casposa entre los brazos salpicados de caspa y llorar un rato en silencio.

Los de la primera fila continuaron echándole la culpa de su derrota a Cano, pero él había escondido la realidad entre sus brazos, la había atrapado y oscurecido entre sus brazos, su cara, sus hombros y la tapa de la carpeta. Nadie lo volvió a mirar. Ahora todos estaban muy ocupados en escuchar el discurso que la Madre Superiora pronunciaba ante la mirada sonriente y aprobadora de madre Mary

Joan. Claro, decía con los ojos risueños madre Mary Joan, claro, claro, así es, así es, sí, sí, se merecen un premio, claro, claro, claro, claro. Y es que la Madre Superiora se los estaba llevando por el camino de la felicidad, ellos veían venir el desenlace, por respeto no gritaban ¡rahhhh!, todavía. Ellos sabían que ya se venía la recompensa, no sólo la tercera fila se ha portado como es debido, ya no tardaba en llegar el premio, todas han colaborado al máximo les latía el corazón bajo las iniciales rojas del colegio, los niños de las misiones recibirán vuestra ayuda, una fila tenía que ser la ganadora, así es la vida, pero todas han colaborado al máximo, les saltaba el corazón, se venía el premio, el fin del discurso era un premio para todos, lo veían venir. Y por todas estas razones y porque ustedes han colaborado como nunca con las misiones y con las vocaciones sacerdotales, no sólo la tercera fila... ¡rahhhhh!, sino todas... ¡tres hurras por la Madre Superiora!, todas las demás filas... ¡hip!, tendrán... ¡rahhhh!, el... ¡hip!, día... ¡rahhhh!, libre... ¡hip!, y madre Mary Joan haciendo ¡rahhhh!, también con los brazos en alto, inolvidable la monjita futbolista, siempre tan simpática y alegre.

Después la Madre Superiora se fue con las alcancías y las cajas de los billetes, uuuuuuuuuuuh, casi se cae con tanto peso, y ellos felices porque en broma casi se cae con tanto peso y madre Mary Joan se ofreció a ayudarla y juntas abandonaron el salón las dos monjitas. «Despacito, les dijo la monjita futbolista, al cerrar la puerta. Pueden hacer bulla pero despacito»* y ellos continuaron conversando encantados, mañana no hay colegio, te invito a mi casa, etc.

Fue entonces que Julius volteó a mirar hacia el fondo, a la derecha, donde se oía la voz de Fernandito, y vio cuando éste le pedía su guante de béisbol a de los Heros. De los Heros no se explicaba para qué, pero tampoco era cosa de preguntar mucho porque Fernandito se estaba amargando y ya varios habían volteado a mirar. Le trajo el guante hasta su carpeta y todos voltearon a mirar. Todos menos Cano, cuyos hombros habían cesado de gemir, pero que continuaba bien enterrado entre sus brazos. Fernandito se puso el guante y lo llamó. «Cano», le dijo, y Cano se estaba incorporando, cuando la manota enguantada lo volvió a hundir de un solo golpe en su llanto. «¡Por atrás no se pega!», se le escapó al pobre Julius. «A ver pega por delante, pues.» Fernandito se puso de pie y la clase enmudeció. «Por atrás no se pega», repitió Julius, poniéndose también de pie y acercándose más bueno y justiciero que el Super Ratón en el último número de Historietas. Estaba viendo la página trece de su revista cuando un guantazo en la cara lo frenó en seco. Fernandito se había sacado el guante y se lo había lanzado a quemarropa y recién ahora pudo verlo nuevamente, muy tarde aunque siempre trató de cuadrarse pero fue sólo para recibir tremendo puñetazo en la nariz y descubrir detrás del impacto la cara furiosa y los ojos penetrantes de Fernandito trabajándolo psicológicamente. Super Ratón página trece y se lanzó sobre la mirada y pafff otro golpe y detrás de los ojos los hombros llorando de Cano y pafff otro golpe, sangre en mi mano y pafff otro golpe, me quema la nariz y pafff otro golpe, y Fernandito ya se estaba cansando de golpear, Julius le rebotaba siempre, pafff otro golpe, machito Julius y pafff otro golpe, nuevamente a la carga y pafff otro golpe... ¡La madre! ¡La madre!, ¿qué pasa?, ¿qué pasa?, y pafff otro golpe justito antes de que se lo llevaran y para que no se olvide.

Tres días después Fernandito entregó una hoja enorme donde había escrito ciento cincuenta veces «No debo pegarle a mis compañeros», y por orden de madre Mary Joan, y bajo su supervigilancia, vino a darle la mano sonriente y furioso a Julius. A Julius ya no le dolía la nariz. Le dolía en cambio que Juan Lucas le hubiera dicho que se la habían quinado justamente por meterla donde no le tocaba y que Cano era un gilipollas, sin lugar a dudas. Le dolía mucho recordar la escena y hasta hubo un momento bien triste en que, escondido en el baño, anduvo hojeando el último número de Historietas para ver si el Super Ratón se había encontrado alguna vez en su vida en una situación similar, si alguna vez se había encontrado algo así como estrellándose y estrellándose contra una pared. Claro que a medida que se estrellaba le iba doliendo menos, pero la pared era siempre pared y se había quedado sin un solo quine mientras que a él se lo habían llevado al baño gimiendo furia y chorreando sangre. Trató de meterse en el pellejo del Super Ratón y realmente el tipo no hacía otra cosa que encontrarse con paredes en su vida pero nunca se estrellaba; definitivamente el justiciero animalito se las traía todas bien aprendidas, pero qué hago encerrado triste aquí en el baño... Julius tuvo su pequeña vergüenza, lo asustó ese tipo de soledad en un baño inmenso y elegantísimo; lo abandonó dejando atrás frascos de porcelana con nombres en latín que reposaban sobre la bañera piscinita de Susan. Por la noche no se dormía, y luego, cuando se durmió, ahí estaban la pared y Fernandito y después, al día siguiente, le dio por andar imaginando. Andar imaginando, hubiera dicho él, pero una mañana escuchó las palabras exactas. La profe de castellano, bien huachafa era y la habían visto con su novio por la avenida Wilson, dijo que Julius era un niño volcado sobre sí mismo y de carácter más bien reflexivo y capaz de... El resto ya no lo escuchó, justamente porque andaba imaginando.

Cano también andaba imaginando. Al menos ésa era la impresión que le daba a Julius. Qué otra cosa podía estar haciendo mientras se paseaba por el patio, por el jardín, por el patio, por el jardín, por los corredores del colegio, hasta por los inmensos baños blancos y fríos se paseaba Cano. Y siempre con su ramita. Caminaba siempre con una ramita larga y fina. La misma todos los días o se conseguía una igualita cada mañana antes de llegar al colegio. Parecía un dios olvidado haciéndole su revolucioncita o simplemente quemándole el pastel al dios actual, con eso de andar tocando todo lo que encontraba a su paso y dándole un nombre distinto. Porque eso, exactamente eso es lo que hacía Cano. Julius lo había estado observando muerto de curiosidad, hasta que una mañana, a la hora del recreo, decidió esconderse detrás de un árbol porque acababa de descubrir que Cano no sólo tocaba las cosas, sino que además les ponía un nombre que no era precisamente el que les correspondía. Ni más ni menos que si estuviese reinventando el mundo. Claro que Cano no era ni dios, ni loco, ni siquiera adulto para traérselas así tan raras, pero la verdad es que no andaba muy lejos de todo aquello. Y Julius fue testigo. Lo había vencido la curiosidad al escuchar un murmullo cada vez que Cano, tic, tocaba algo con la ramita. Bien curioso Julius. Tal vez no debía meter las narices donde no le tocaba, pero recordó que ésa era frase de Juan Lucas y metió inmediatamente las narices donde no le tocaba: detrás de un árbol, sin que Cano lo viera. Ahí venía. Tocó la macetita a tres metros de la banca y la llamó perrito; siguió caminando hacia el árbol pero antes había una cañería con su caño que salía de la tierra como una planta, tic, la tocó con su ramita, la llamó gato, y se acercó más hasta uno de los rosales de la Madre Superiora. Se detuvo a contemplarlo. Llenecito de rosas el rosal y Cano empezó a tocarlas toditas y a toditas las iba llamando mamá, mamá, y Julius observando, recordando que Cano era huérfano, y Cano contemplando una rosa medio marchita, arriba, a la derecha, y llamándola abuelita, tocando nuevamente las otras rosas mamá mamá, hasta que las dejó para acercarse más al árbol donde Julius no podía seguir escondido porque seguro viene y lo toca. Pero la banca estaba en el camino y Cano la miró un rato y tic, la llamó casa, y sobre la banca había una araña y la tocó con la ramita, pero inmediatamente alzó el pie para aplastarla antes de que se le escapara, Fernandito Ranchal y Ladrón de Guevara la llamó mientras la aplastaba. Después sólo quedaba el árbol. Julius se trasladó mentalmente donde Cano y desde ahí se miró: se le veía clarito detrás del árbol. Prefirió salir corriendo pero se encontró con la ramita en su camino, lápiz estaba diciendo Cano, y por poco no le clava la ramita en el ojo en el instante en que él trataba de alejarse silbando. Fue entonces que lo vio hacer el gesto extraño y triste, por segunda vez: Cano lo tocó con la ramita y lo llamó Julius, mientras él insistía en alejarse silbando.

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