Universo de locos

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Authors: Fredric Brown

Tags: #Ciencia ficción

 

Dentro de su extensa bibliografía, Fredric Brown sólo produjo cinco novelas de ciencia ficción, pero todas ellas dejaron una huella indeleble. Fue capaz de subvertir los iconos de la estética
pulp
y presentarlos en tramas delirantes y tremendamente divertidas que traslucen una mirada corrosiva y sarcástica, fruto de una sensibilidad en la que se mezclan la ternura y el pragmatismo.

El primer intento de enviar un cohete a la Luna, en 1954, fue un fracaso. El cohete trazó una larga parábola en el espacio y volvió a caer en la Tierra, justo en una mansión de un propietario de una cadena de revistas populares. Éste, junto con su mujer, dos invitados y ocho sirvientes fueron muertos por la descarga eléctrica del potenciomotor Burton del cohete. Pero sólo se hallaron once cadáveres. Este hecho hizo pensar que uno de los invitados estaba tan cerca del centro de la explosión que su cuerpo fue completamente desintegrado.

Pero Keith Wilson no había sido desintegrado. Simplemente había sido transportado a otro universo... muy parecido al nuestro pero con sorprendentes diferencias...

Si el infinito es un concepto paradójico en sí mismo nunca se podrá expresar de forma mas comprensible que la que Brown muestra en esta novela.

Universo de locos
es un espejo en frente de otro, una obra atemporal mucho más allá de cualquier encasillamiento de la época, un clásico con una voz propia inconfundible.

Fredric Brown

Universo de locos

ePUB v1.0

chungalitos
27.01.12

Título original:
What Mad Universe

© 1949 by Fredric Brown

Traducción: Félix Monteagudo

© 1987 - Buenos Aires

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I. El relámpago

El primer intento de enviar un cohete a la Luna, realizado en 1954, fue un fracaso. Probablemente debido a un defecto estructural en el mecanismo de control, el cohete trazó una larga parábola en el espacio y volvió a caer en la Tierra, causando una docena de muertes. Aunque no estaba equipado con cargas explosivas, el cohete —a fin de que su llegada a la Luna pudiera ser observada desde la Tierra— contenía un potenciomotor Burton, preparado de forma que funcionara durante todo el trayecto a través del espacio sideral, acumulando un tremendo potencial eléctrico que, al entrar en contacto con la superficie lunar y descargarse, produciría un relámpago de una luminosidad varios miles de veces superior a la de un rayo, y también varios miles de veces más destructor.

Afortunadamente, el cohete cayó en un área poco poblada de las montañas Catskill, pero precisamente en los terrenos de un acomodado propietario de una cadena de revistas populares. Este, junto con su mujer, dos invitados y ocho sirvientas fueron muertos por la descarga eléctrica, la cual destruyó completamente la mansión y derribó todos los árboles en un radio de medio kilómetro. Solamente se hallaron once cadáveres. Este hecho hizo pensar que uno de los invitados, que desempeñaba el cargo de director de una de las revistas de la cadena, estaba tan cerca del centro de la explosión que su cuerpo fue completamente desintegrado.

El siguiente cohete —y el primero que consiguió llegar a la Luna— fue lanzado un año mas tarde, en 1955.

Keith Winton estaba casi sin aliento cuando terminó el partido de tenis, pero trató con todas sus fuerzas de disimularlo. No había jugado un partido de tenis hacía años, y mientras iba hacia la red pensaba que el tenis era un deporte que debía reservarse para los hombres jóvenes. Él no era viejo, desde luego, pero con treinta y un años pronto queda uno agotado a menos que se haya mantenido bien entrenado. Keith no lo había hecho, y había tenido que esforzarse mucho para poder ganar aquel
set
.

Ahora tuvo que hacer un nuevo esfuerzo para poder saltar la red y reunirse con la joven que estaba en el otro lado. Su respiración era un poco entrecortada, pero de alguna forma consiguió dirigir una sonrisa a la muchacha.

—¿Le queda tiempo para otro partido?

Betty Hadley meneó su rubia cabeza.

—Me temo que no, Keith. Voy a llegar con retraso. No hubiera podido quedarme hasta tan tarde si no fuera que el señor Borden me prometió que su chófer me llevaría al aeropuerto de Greeneville, para que pudiera tornar el avión directo a Nueva York. ¿Verdad que es un jefe maravilloso?

—Ajá —dijo Keith, cuyos pensamientos en ese momento estaban muy lejos del señor Borden—. ¿Marcharse ahora es tan importante para usted?

—Desde luego. Se trata de una cena de ex-alumnas Todas de mi propia Universidad. Y no sólo eso, sino que tengo además que pronunciar un discurso. Sobre cómo es el trabajo de directora en una revista femenina.

—¿Podría ir yo también —sugirió Keith— y explicarles cómo se edita una revista de fantasía científica? O una revista terrorífica; ya sabe que estaba encargado de
Cuentos escalofriantes
antes de que Borden me trasladará a
Historias sorprendentes
. Aquel trabajo me daba pesadillas todas las noches. Quizás a sus ex compañeras de clase les gustaría escuchar algunas.

Betty Hadley rió.

—Probablemente les encantaría. Lástima que sea una reunión sólo para damas, Keith. Y no se quede tan desanimado. Lo veré de nuevo mañana, en la oficina. El mundo no se acaba aquí, ya sabe.

—Desde luego —admitió Keith. En cierto modo estaba equivocado, pero aún no lo sabía.

Se puso a caminar al lado de Betty, rumbo a la gran mansión que era la residencia de verano de L. A. Borden, propietario de la cadena Borden de revistas populares.

Keith hizo un nuevo esfuerzo para retenerla.

—Sin embargo, debería quedarse para ver los fuegos artificiales.

—¿Fuegos artificiales? Oh, quiere decir el cohete lunar. ¿Cree que se podrá ver algo, Keith?

—Los del Observatorio así lo esperan. ¿Ha leído algo respecto a eso?

—No mucho. Tengo entendido que se espera que el cohete producirá un gran destello, como un relámpago, cuando choque con la Luna, si es que choca. Y dicen que será visible a simple vista, de modo que todo el mundo habla de salir fuera para mirar. Y se calcula que llegará a las nueve y cuarto, ¿no es así?

—Exactamente a las nueve y dieciséis minutos. Yo voy a ser uno de los que van a observar la Luna esta noche. Y si tiene ocasión, vigile el centro de la Luna, entre los cuernos del creciente. Ahora estamos en luna nueva, y el cohete caerá en el área oscura. En el caso de que mire sin un telescopio verá un destello muy pequeño, algo parecido a la luz de un fósforo a una manzana de distancia. Tendrá que mirar con mucha atención.

—Dicen que el cohete no contiene explosivos, Keith. Entonces, ¿qué es lo que produce el relámpago?

—Una descarga eléctrica, en una escala gigantesca, nunca intentada antes de ahora. El cohete contiene un aparato, inventado por un tal profesor Burton, que utiliza la fuerza de la aceleración y la convierte en energía potencial eléctrica, electricidad estática. Todo el cohete quedará convertido en un acumulador monstruo. Y como se desplaza en el espacio a través del vacío, la electricidad acumulada no puede descargarse o perderse hasta que se establezca contacto, y entonces bien, será algo más que un relámpago. Será el bisabuelo de todos los cortocircuitos.

—¿No hubiera sido mucho más simple una carga explosiva?

—Naturalmente, pero por este sistema se obtiene un destello mucho más brillante, peso por peso, que incluso el que se obtendría de una bomba atómica. Y en lo que están interesados es en la luz producida, no en una explosión. Desde luego, hará saltar bastante terreno; no tanto como una bomba de aviación, pero esto no tiene importancia y los técnicos creen que podrán aprender mucho respecto a la composición exacta de la superficie de la Luna, por medio del examen espectrográfico del destello, a través de todos los grandes observatorios situados en el lado nocturno de la Tierra, y además...

Habían llegado a la puerta de la casa y Betty Hadley lo interrumpió poniendo su mano en el brazo de él.

—Siento interrumpirlo, Keith, pero debo darme prisa. De otro modo perderé el avión. Adiós.

Betty extendió la mano, pero Keith Winton la tomó por los hombros y la atrajo hacia sí. La besó, y durante un maravilloso segundo los labios de ella respondieron a los suyos. Entonces, ella se apartó.

Pero sus ojos brillaban y estaban un poco velados por las lágrimas. Repitió:

—Adiós, Keith. Lo veré en Nueva York

—Mañana por la noche. Es una promesa.

Ella asintió y corrió hacia la casa. Keith se quedó de pie, quieto, mientras una sonrisa le iluminaba la cara.

Se daba cuenta que volvía a estar enamorado, aunque esta vez era diferente de todo lo que había experimentado antes. Había conocido a Betty Hadley hacía sólo tres días; para ser exactos, sólo la había visto una vez, antes de este maravilloso fin de semana. El jueves pasado había entrado ella por primera vez en las oficinas de la Compañía de Publicaciones Borden, Inc. La revista de la que ella era directora,
Perfectas historias de amor
, acababa de ser adquirida por Borden de una compañía de menor importancia. Y Borden había sido lo bastante listo como para llevarse a la directora junto con la revista. Betty Hadley había hecho un buen trabajo en los tres años en que había estado al frente de la publicación; la única razón por la que la Compañía de Publicaciones Whaley había deseado venderla, era que ahora se dedicaban a revistas de noticias;
Perfectas historias de amor
era la última revista literaria que les quedaba.

De modo que Keith había conocido a Betty Hadley el jueves pasado, y ahora para Keith Winton el jueves era el día más importante de su vida.

El viernes había ido a Filadelfia para entrevistarse con uno de sus colaboradores, uno que podía escribir una buena historia, pero al que había adelantado el pago de un cuento y que no acababa de decidirse a escribirlo. Keith había usado toda su fuerza de persuasión para que empezara a escribir el argumento, y creía que al fin lo había conseguido.

Debido a su viaje no había podido conocer a Joe Doppelberg, el admirador número uno de su revista, quien había escogido el viernes para ir a Nueva York a visitar las oficinas de la Compañía Borden. A juzgar por las cartas que recibía de Joe, perder la ocasión de conocerlo personalmente era una verdadera suerte.

Entonces, el sábado por la tarde, había llegado a la mansión, invitado por Borden. Esta era la tercera vez que Keith iba a la casa de Borden, pero lo que parecía ser otro fin de semana ordinario se había convertido en unos días maravillosos, cuando resultó que Betty Hadley era uno de los otros dos invitados.

Betty Hadley era alta, esbelta, de pelo rubio dorado, un cutis suavemente bronceado y un rostro y una figura mucho más adecuados para trabajar en televisión que en las oficinas de una editorial.

Keith suspiró y entró en la casa.

En el gran salón, ricamente artesonado en nogal, estaban L. A. Borden y Walter Callahan, contador de la Compañía, jugando a las cartas.

Borden levantó la cabeza y lo saludó.

—¿Qué tal, Keith? ¿Quiere tomar mi puesto? Estamos acabando ya. Tengo que escribir algunas cartas y a Walter lo mismo le da ganar su dinero que el mío.

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