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Authors: Antonio Orejudo

Ventajas de viajar en tren (5 page)

Imaginemos que el tren se detiene en este punto, en una estación intermedia, y que Sanagustín interrumpe su relato para preguntarle a la mujer si tiene hambre. Él, dice, suele bajarse siempre en esta parada y comprar un sándwich en la cantina. A la mujer le parece buena idea, pero quiere invitar. Sanagustín acepta a regañadientes el dinero que ella le entrega, y a su vez le tiende la carpeta roja con sus escrituras:

—Cuídemela, por favor —le pide—; dentro está mi libro sobre la esquizofrenia.

A través de la ventanilla la mujer lo ve apearse y entrar en la cafetería. No transcurren ni treinta segundos desde que Sanagustín desaparece tras la cristalera del snack-bar cuando la mujer nota horrorizada que el tren inicia de nuevo la marcha. Ella se tensa y espera verlo salir corriendo y alcanzar el vagón, pero Sanagustín no aparece y el tren se aleja irremediablemente, dejando al psiquiatra en tierra. La mujer se ha quedado petrificada, incrédula, mirando el paisaje por la ventanilla, con la carpeta roja sobre los muslos, confundida y hambrienta.

Dos

El problema de Helga Pato con las personas era que confundía a los narradores con los autores y a éstos algunas veces con los personajes. En su caso no puede decirse que se tratara de una lectora inocente o inadvertida, sino todo lo contrario; cuando conoció a W en la Feria del Libro de Frankfurt era ya una veterana estudiante de doctorado a punto de terminar una polémica refutación de la autoría colectiva en la épica medieval. Se suponía que una lectora tan curtida como ella debía establecer de modo mecánico y sin dificultad una distinción tan básica. Y sin embargo no fue capaz; se coló. Cuando lo de Frankfurt W era ya un célebre escritor muy leído por la izquierda. Helga Pato lo admiraba y se acercó a su stand, para pedirle una dedicatoria. Él inmediatamente percibió bajo sus pantalones unas ingles poderosas, y en vez de la dedicatoria escribió una dirección. Ella creyó que en ese momento comenzaba una novela de amor que trataba de una chica que decidía anular una beca de postgrado y abandonar la refutación de la autoría colectiva de la épica medieval para irse a vivir con su autor favorito al último piso de un rascacielos en el centro de Madrid. Ella tenía veintinueve años y él cincuenta y dos. Ella creyó que se casaba con su autor favorito, pero en realidad se había enamorado del narrador, y se casó con un personaje.

Durante el primer año todo marchó sobre ruedas. W no escribió una línea y Helga no leyó una palabra. Comían, follaban y algunas veces bebían agua y otras veces bebían whisky. Hicieron planes desde lo alto de la torre, y fue él quien le propuso en algún momento que se convirtiera en su agente literaria, que lo representara. A ella le pareció una idea excelente, y así fue como fundó Imagen y Representación, la que sería su agencia. En seguida le llegaron manuscritos que ella leía con profesionalidad, de cabo a rabo, quitándose horas de sueño y eligiendo entre ellos los mejores, que casi nunca eran los más rentables, pero que el editor de su marido publicaba resignadamente por miedo a perder los derechos de W. Aquel primer año, Helga vivió en una nube, en lo alto de un rascacielos; era feliz, según la definición que de la felicidad dan casi todos los manuales de superación personal y los libros de poesía.

Y como no hay felicidad que cien años dure, la suya se empezó a torcer al año siguiente.

Las relaciones sexuales se espaciaron, y dejaron de hacer planes desde la torre. W reanudó su actividad habitual; escribía, asistía a congresos, daba conferencias, hacía presentaciones y se acostaba ocasionalmente con alguna lectora. Helga por su parte se refugió en la negociación editorial y en la lectura de manuscritos. Como eran adultos, y muy civilizados, hablaron sobre la crisis que atravesaba la relación, trataron de analizar las causas y de proponer soluciones, pero de sus bocas salieron quejas y acusaciones, que se convirtieron en gritos feroces y en insultos. La catarsis culminó con una extravagante reconciliación a base de whisky y sexualidad. Terminaron borrachos sobre la alfombra, intentando embutir de algún modo, en algún sitio, el pijo flácido y frío de W, del que cada vez era más difícil obtener (y conservar, que es lo importante) una provechosa erección. Y entonces el célebre escritor, que pensaba que la sexualidad carece de connotaciones ideológicas y que para alguien muy leído por la izquierda resultaban muy apropiadas algunas prácticas eróticas que no estuvieran digamos muy extendidas entre la masa, le hizo una lluvia dorada sobre la frente, la cara y el pecho, que Helga recibió sin protestar, sumisa, con los ojos cerrados y la cabeza ligeramente alzada. Lo consintió para conservarlo, sin saber que con su actitud no estaba ni mucho menos reparando su matrimonio, sino firmando las nuevas premisas de una humillante relación, una rendición sin condiciones. Ni siquiera tuvo el arrojo de marcharse cuando W le comunicó, por el mero placer de humillarla, que cambiaba de agente al obtener cierto premio de gran prestigio, un reconocimiento a su labor literaria defensora de los valores morales y comprometida con la regeneración ética de la sociedad. Helga se limitó a cambiar su estrategia de representación para poder sobrevivir sin los derechos de su marido. Abandonó la literatura de calidad y buscó fórmulas que le permitieran ganar dinero. Y así fue como se le ocurrió insertar publicidad en los libros. Pero no en la cubierta, aunque también; ni en la contracubierta, aunque también; ni en las solapas, aunque también; sino
en
los libros,
dentro
del texto, entretejida a la trama, o separando los capítulos.

Exigió que los autores no enviaran manuscritos sino dossieres; y desde entonces tiraba a la basura todas las novelas completas y examinaba sólo aquellas carpetillas que incluyeran fotografía, curriculum vitae, y breve sinopsis a doble espacio, lo que le permitía a ella evaluar las posibilidades de incluir publicidad. Durante meses le siguieron llegando esos melancólicos bodegones sobre la guerra civil, la preguerra civil o la posguerra civil, que los nacidos en los años cuarenta y cincuenta se empeñaban en recrear una y otra vez en narraciones que confundían la seriedad con el tedio, la ñoñería con la sensibilidad, y que incluían personajes que se llamaban Inés o Alfonso, y complementos circunstanciales del tipo «con la lenta parsimonia del verdugo». Podían tener toda la autenticidad que quisieran y la contundencia de lo que ha sido insuflado con el soplo divino de la verdad, pero no dejaban ni un resquicio para la publicidad. Tampoco le interesaban ya las novelas tiovivo, la especialidad de su marido, esas páginas reflexivas, falsamente reflexivas, que no llegaban a ninguna parte, que daban vueltas y vueltas para deleite del lector a una anécdota más o menos trivial, más o menos original, hasta que se paraban en el mismo punto del que habían partido sin una maldita pausa para la información comercial.

Cierta mañana cayó en sus manos uno de los dossieres que habían ido formando la enorme pila de su mesa. Por la foto le pareció que el autor podría cumplir los requisitos exigidos. Se trataba de un joven con la mirada turbia, que parecía enfadado. Se peinaba a flequillo y tenía melenita. Vestía una cazadora vaquera, pañuelo al cuello, pantalones negros ajustados, marcapaquete, y zapatillas de deporte. El nombre era bueno también: se llamaba Ander Alkarria, en adelante EL AUTOR. Había escrito una novela titulada
Lobotomía,
en adelante LA OBRA, que planteaba, según explicaba en su sinopsis, la inquietante hipótesis de que todo lo que aparecía en la pantalla del televisor fuera una ficción que seguía las directrices de un guión previamente establecido. Los célebres incidentes en el País Vasco, por ejemplo, eran ejecutados frente a la cámara por especialistas bien entrenados. Los participantes en los concursos de preguntas y respuestas eran en realidad actores profesionales que desempeñaban el papel de ciudadanos normales y nerviosos que simulaban entusiasmarse con premios asignados de antemano. Los partidos de fútbol seguían las pautas ideadas por un equipo de diseñadores de contenidos, como se llaman ahora los escritores, que dosificaba las jugadas peligrosas, los incidentes en las gradas y que colocaba los goles en los minutos más adecuados para arrasar en los índices de audiencia. LA OBRA estaba escrita en forma de diario por un teleadicto en paro que era reclutado en Internet por una extraña empresa de publicidad que le pedía que escribiera fragmentos. ¿Fragmentos? Sí, fragmentos. Fragmentos de un saludo, fragmentos de un incidente deportivo, fragmentos de preguntas, fragmentos de respuestas o fragmentos de noticias. Este modo de organización le impedía a él saber a ciencia cierta qué estaba haciendo, para quién trabajaba y cuál era el uso que hacían de su creación; pero maldita la falta que le hacía a él saber todo eso; a él le bastaba con recibir todas las semanas su generosa transferencia bancaria. Hasta que un día reconocía en una noticia del telediario un detalle inventado por él, basado en su propia biografía. A partir de aquí, el guionista teleadicto trataba de reconstruir su vida, su trabajo y la realidad toda con la única ayuda de los fragmentos que él iba inventando y reconociendo en las retransmisiones deportivas o en los documentales.

Helga no sólo se dio cuenta de que el libro vendería, sino de que el blanco que separaría tales fragmentos era un espacio que, bien gestionado, podía venderse a muy buen precio. Helga le pidió a su secretaria que le pusiera con EL AUTOR para soltarle cuanto antes el monólogo del dinero, que ella había redactado con mimo, siguiendo los eternos y efectivos principios de la Retórica.

—He leído tu dossier y LA OBRA me ha parecido excelente está escrita con mucha rabia interior se nota que eres un rebelde sólo hay una cosa que no me gusta la veo no sé cómo decirte muy fragmentaria me hubiera gustado que fuera más no sé más lineal ya sé que la vida no es lineal que la vida es fragmentaria que nuestro mundo es un mundo fragmentario y que nuestra percepción es también fragmentaria lo que pasa es que las novelas no tienen por qué reflejar fielmente la vida eso está muy bien para el siglo diecinueve pero estamos en el veintiuno Ander en el siglo veintiuno cómo pasa el tiempo además para reflejar la vida ya está el cine aunque la vida sea un lío que lo es tú podrías esforzarte un poquito más y escribir una historia clarita a la gente le gustan las cosas lineales la gente hoy día no tiene tiempo para andar pegando trocitos tú eres un escritor y a los escritores se les paga para que tengan imaginación uno de los autores que represento quería escribir una novela policíaca y el otro día cometió un crimen para ver cómo funcionaba la policía quería ver si acudía rápidamente al lugar del crimen cómo trataba al detenido todo eso bueno pues lo han cogido y lo han metido en la cárcel y allí está sin poder escribir una línea pendiente de juicio Vicente Foiegrass se llama no sé si te suena si eres escritor invéntatelo todo qué más da cómo sea la vida la gente te paga para que la imagines ya sé que tú no escribes para vender eso por descontado pero no está de más hablar de ventas que sepas que las editoriales se están peleando por ti sí por ti que me están poniendo mucho dinero sobre la mesa por LA OBRA el único inconveniente es que es muy fragmentaria que hay mucho espacio en blanco y que no amortizan el papel el papel se ha puesto carísimo Ander carísimo no te estoy pidiendo que la cambies jamás te pediría que cambiaras una línea para mí estas cosas son sagradas pero sí creo que podríamos acentuar no sé su sarcasmo y su poder de crítica social que son creo no sé qué te parecerá a ti las dos columnas principales de LA OBRA te preguntarás cómo pues te lo voy a decir incluyendo anuncios de publicidad entre los fragmentos sí has oído bien incluyendo publicidad información comercial la idea no se me ha ocurrido a mí se le ha ocurrido a una empresa de marketing que está entusiasmada con LA OBRA te das cuenta LA OBRA es tan buena que quieren comprar no sólo el negro sino también el blanco eso sí que es subversivo Ander imagínate cómo se iban a poner los críticos la gente de letras los puristas si publicas una novela que se interrumpe para incluir anuncios lo cual fíjate por otra parte es muy lógico siendo como es tu narrador un teleadicto, o sea que estaría perfectamente justificado y con eso matábamos dos pájaros de un tiro no te parece porque seguiría siendo fragmentaria como tú quieres y al mismo tiempo habría una cierta continuidad como quieren las editoriales texto anuncio texto anuncio ni que decir tiene que tú te llevas el diez por ciento de lo que paguen que es mucho pero bueno ése es otro tema quizás el menos importante qué clase de publicidad incluiríamos eso tampoco tiene importancia lo importante es la subversión que encierra ese gesto la subversión Ander la subversión eso es más perturbador y molesto que escribir sin signos de puntuación parece mentira que te lo tenga que decir yo a ti que soy una podrida burguesa los críticos se van a rasgar las vestiduras vas a salir en todos los periódicos si te encuentras ante una disyuntiva piensa que los dilemas morales a la hora de ganar dinero son las trampas que la burguesía coloca en el camino de los escritores con la esperanza de que caigan en ellas y sigan siendo pobres y espirituales hay que negarse a colaborar en la construcción de ese espejismo Ander de ese implante que necesitan los poderosos para no sentir vértigo cuando se miran al espejo y ven que son lo que son en realidad: pedazos de carne putrefacta ávida del dinero que tú rechazas.

El monólogo del dinero hizo efecto, como no podía ser menos, y Ander Alkarria publicó
Lobotomía.
La novela fue saludada con simpatía por la crítica, que con la hondura, el rigor y la sensibilidad que caracterizan su lúcido discurso escribió:

El libro de Ander me ha gustado mucho. Trata de un chico joven que escribe guiones de las cosas que pasan en el telediario, en los partidos, etcétera. La idea es muy original y me ha gustado. También me ha gustado porque pone entre los capítulos como si dijéramos unos anuncios de publicidad que te pueden servir a lo mejor porque quieres comerte una pizza que te apetece y no encuentras en ese momento el teléfono y vas al libro y lo encuentras y mientras esperas la pizza pues lees un cacho. El lenguaje que utiliza es muy rico y variado abundando los nombres comunes o sustantivos, los adjetivos calificativos y los verbos como mirar, decir, pensar, etcétera, por ejemplo. También me ha gustado la foto que pone, aunque parece mayor de lo que dice. Yo lo conocí en la presentación del libro y me pareció un chaval muy simpático y dicharachero, que estaba de acuerdo conmigo en todo y luego me invitaron a cenar y me puse morado, la verdad. Luego nos fuimos a unas discotecas con otras personas del mundo de las letras. Sólo decir que nos lo pasamos requetebién, aunque me sentaron mal los calamares. Análisis del contenido: decir que como hoy la falta de tiempo es un problema de todos y todo el mundo va con prisa a todos los sitios, como el trabajo, la universidad, a comer, etcétera, me pienso que el libro está escrito en trocitos por eso. Los personajes son muy reales, teniendo mucha entidad psicológica, que parecen totalmente extraídos de la más cruda sociedad. El protagonista es individualista, aunque tiene buen corazón, es sincero, trabajador, celoso y le gusta dormir. Su novia no aparece mucho, pero yo me la imagino guapa y comprensiva y con los ojos azules, y yo creo que es importante para él. Mi opinión personal en resumen es que el libro está bastante bien y trata problemáticas actuales con un lenguaje rico y variado como he mencionado.

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