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Authors: Antonio Orejudo

Ventajas de viajar en tren (9 page)

Cuando, tumbaditos en la cama, descubrí a Rosa, no encontré las grandes tetas de las heroínas del porno, sino un pecho sumido y tristón. Nada de pieles tersas y largas piernas. Bueno, había una pierna larga, sí. Y otra más corta. Rosita no se lanzó como aquellas mujeres de la ficción, que lo hacían como víboras, a succionar mi pene, sino que se tumbó indolente, coja y bocarriba. Y yo no sabía qué hacer; porque en las revistas lo hacían todo ellas. Nada hubo, por tanto, de aquella actividad frenética de la ficción, y tampoco gritó con aquellos alaridos que a mí me resultaban tan familiares.

Y lo peor de todo fue cuando me llegó el momento de la eyaculación. Hice lo que había visto hacer tantas veces a los profesionales del sexo: saqué mi pene y lo llevé hasta su boca, tratando de vaciarme en el interior de la misma con toda mi buena intención. Me sorprendió su reacción. Se incorporó escupiendo. Empezó con arcadas y terminó vomitando allí mismo, encima de las sábanas. Decir, no dijo nada. Se enjuagó la boca, se vistió y se fue. Oí sus pasos desiguales alejarse por el pasillo y no volví a verla nunca más. Se borró del tour, y se recluyó en las Islas Afortunadas, de donde era natural.

Acatisia. El paciente presenta agitación psicomotriz, exceso de actividad motora poco productiva. Ansiedad y tensión interior, sudoración, falta de higiene personal, malnutrición, delirios de identidad, faltas de ortografía.

Yo, aunque tengo problemas con la comida, tengo más problemas con la identidad, porque en unos papeles me llamo Makeli Gasana Anastase, que significa «Anastasio, me cago en tu puta madre»; en otros, Migueli Casona Nastase, y en otros Macarra del Casino Anacleto, según sea el guardia que los haya hecho, pero no importa porque últimamente pa no tener del problema conservo el número diez a la espalda, me hago llamar Míchel del Madrí, y voy que chuto con mis 90-60-90, que es lo que respondo a mi fecha de nacimiento porque a los guardias les hace mucha gracia y yo me mondo, y aunque soy natural de las colinas de Mulenge, que están cerca del lago Tanganica, digo que soy segoviano y muy nervioso, hijo de Melchior y de Beatrice, y que mi estado civil es el huérfano, cosa que también les hace mucho de reír a los guardias gaditanos, y yo me mondo, y los guardias me dicen que tengo mucho, pero que mucho salero y olé; lo cual es necesario en los tiempos que corren, porque he corrido mucho y he visto muchas cosas malas que a lo mejor no sé contar, y eso que en la escuela hacíamos ejercicios de contar, mas eran ejercicios de contar números en francés mientras se producían los disparos que nosotros oíamos muy lejos, detrás de la montaña, o más lejos todavía, y que eran primero pocos y luego muchos y que mataron a la maestra, que era muy blanquita y se llamaba Magdelaine, lo que por una parte nos dio mucha tristeza porque era muy buena, mas nos puso por otra contentos ya que dejó libre la escuela y su sótano tan grande pa que pudiéramos refugiarnos durante una semana, aterrorizaos, amontonaos, sin comía, sin bebía, mas con una radio pérfida que decía tol tiempo que los soldaos que estaban ahí fuera iban a aniquilaros de un momento a otro, negros de la puta, intentando ser, a ser posible, especialmente crueles con las mujeres y los niños, y que, como prueba tamaña, ahí estaban los aviones, que escuchábamos en silencio, sin que naide se moviera, oyendo cada vez más cerca, cada vez más cerca, como los disparos a los que antes he hecho referencia, el rugio de los motores y los gritos de un soldao gritando que saliéramos de la escuela y de su sótano tan grande, que saliéramos a to meter, que iban a bombardearla y que moriríamos tos sepultaos entre las piedras que al caer sobre nuestras tripitas nos impelirían a expulsar to nuestro interior hacia afuera, alimentos incluios, de un modo muy parecio al de tos nosotros saliendo en estampía, como antílopes, de aquella escuela que otrora había sío templo del saber guiao por la paciente mano blanquita, blanquita de la monja Magdelaine, que ya no estaba entre nosotros corriendo despavoría, tratando de no perder a los suyos, algo que a mí me resultó imposible por más que agarré de mis padres las manos que se nos fueron resbalando poco a poco, porque fuerzas no teníamos y porque las mujeres corrían empujando mucho y llevando sus crías a la espalda, mas sin poder evitar que algunas de estas crías se cayeran y murieran pisoteás, convirtiéndose a su vez en obstáculos pa los que no éramos crías, en los cuales lógicamente otros tropezaron corriendo la misma suerte, obligándonos a saltar sobre ellos y provocando que muchos se estamparan contra los árboles, incrustándose en ellos como fósiles vivos, entregándose en sacrificio a las eras posteriores y a las tiendas de souvenirs, tanta era la furia con que huían de los disparos de los mismos soldaos que habían gritao que saliéramos a to meter y que nos esperaban afuera pa disparar contra nosotros ráfagas de metralleta que barrían los cuerpos como si fueran las virutas de madera que caían a mis pies y que yo tenía que esquivar si no quería acabar como los que no pudieron correr como corrí yo y otros muchachos hasta que estuvimos extenuaos y nos dimos cuenta de que habíamos soltao de nuestros padres las manos y de que estábamos solos en el mundo, acompañaos sólo de otros chicos como yo que lloraban queriendo volver en busca de sus padres, madres y manos y que al mismo tiempo se dejaban llevar por su instinto de supervivencia, que les obligaba a huir y a alejarse de aquellos pisotones, robando lo que podíamos y alimentándonos a duras penas durante tres meses, en el transcurso de los cuales muchos sé daban por vendos y se quedaban en la cuneta, entre cuerpos sin piernas o entre piernas descompuestas, esperando pareja suerte, invocando a la muerte que a otros les llegó en plena diarrea, sin poder alcanzar frontera ni campo de refugiaos a rebosar, especialmente de muchachos como nosotros, que habían lograo escapar y que habían suplicao como nosotros que nos dejéis entrar, que nos dejéis entrar, aunque con mejor fortuna que nosotros, a quienes nuestros proprios soldaos contestaron con la dulzura de coger a uno cualquiera, de pegarle un tiro delante de tos y de comérselo asao, consiguiendo que una muchacha que venía con nosotros y que no había dejao de llorar en tol camino dejara por fin de gimotear, aunque fuera volviéndose loca y golpeándose, ya en silencio, la cabeza contra el suelo hasta llamar la atención de una monja que acudió en su auxilio y que intercedió pa que nos dejaran entrar con la condición de que nos hicieran una foto a cada uno de nosotros y nos marcaran con un número y un nombre a la espalda, tocándome a mí en suerte el 10 de Míchel, azar que interpreté en clave de profecía, según la cual, aunque no encontraría a mis padres, que estaban muertos, o si vivos nunca me reclamarían, sería fichao por los alevines del Madrí, certeza esta que tenían tos los compañeros con quienes pasé luengos meses en el campo, sin saber qué hacer, viendo de vez en cuando a la muchacha ex llorona y neoloca, que tenía el 1 de Arconada, y a quien las monjas le dieron a cuidar unos patitos hasta que la adoptaron, según me dijeron las monjas en mi lengua materna, lo cual yo también exigí pa mí, contestándome ellas que me fuera a tomar por culo, respuesta cuyo alcance no alcancé hasta mucho más tarde, cuando ya me había escapao con la camiseta del Madrí y el número 10 de Míchel a la espalda, y, cruzao tol África negra camino de la entidad blanca, donde exhibiré la rapidez de mi regate, hasta llegar a un campamento ceutí que se llamaba, según rezaba un letrero situao a la entrada «Todos al mar para que coman los tivurones» junto a trescientos negritos que habían tenío la misma idea que yo y que aguardaban allí con camisetas del Sabadell ser fichaos por los alevines del Madrí, y a quienes no les hizo mucha gracia que llegara uno con el 10 de Míchel a la espalda, dispuesto a hacer la prueba de la entidad blanca, y a quedarse concentrao en el campamento primoroso, en el que se había cuidao hasta el último detalle con su techo de uralita, sus colchonetas en el suelo, sus cuerdas pa tender la ropa, que cruzaban el campamento de extremo a extremo en varias direcciones, y su agujero, que si no usábamos pa cagar, puesto que no ingestábamos de lo sólido, sí ensuciábamos con la orina de nuestro caldo, sopita cocinada en botes de pintura reseca, que adquiría a causa de ello unos tonos fantasía que hoy no acaban de conseguir totalmente los restaurantes étnicos donde trabajaré, y que tenía un sabor inconfundible que intoxicaba a los más débiles, matándolos por desgracia mas permitiendo a Dios gracias mi admisión en el grupo, donde por demás no duré mucho, ya que, como he mencionao anteriormente, no me querían bien aquellos negritos del África Tropical y me colocaron pa dormir al lao de un negrito tuberculoso, que tenía la camiseta de Migueli, y junto al que no había persona que quisiera estar, y yo menos que naide, de manera que un buen día me metí en un barco que iba pa las oficinas de la entidad blanca, con riesgo de que sucediera lo que finalmente ocurrió y fue que al poco de zarpar me descubrieron, y aunque pensé que no iban a ser capaces de echarme al mar teniendo como tenía el número 10 a la espalda, el 10 de Míchel digo, me equivoqué, mas antes de hacerme saltar por la borda me machacaron a palos pa que entrara caliente en el agua fría, donde superviví y superviví tres días encima de uno de los palos mencionaos, con tan sólo una sopita de colores en mi tripa de color hasta ser pasto de tivurones o llegar a una playa de la provincia de Almería, cuya tierra y pesticidas guardo en mi corazón por ser allí donde trabajé por primera vez gracias al buen oficio de un modesto horticultor que se arriesgó a ser sancionao por la normativa comunitaria a causa de permitirnos el recoger de su invernadero los tomates, siempre y cuando fuera sin parar, a no ser por el desmayo o muerte que proporcionaban sus pesticidas caseros que engordaban el tomate como Dios y desinflaban el corazón de los veinticinco negros, luego veinticuatro, luego veintrés y luego veinte, que trabajábamos pa nuestro pobre horticultor al son de nuestro rico y desconocío folclore y que estrechamos lazos al vivir en el mismo cortijo, sito al lao del invernadero y asimismo de su propiedad, que él nos alquilaba por la mitad de nuestro sueldo, si a cambio le cagábamos siempre en el invernadero y bajo matas de tomate diferentes pa ahorrarle la compra del abono sulfatao, permitiéndonos por su parte aprovechar las instalaciones del riego por goteo pa nuestra higiene personal domingo sí domingo no, especialmente del glande, antes de que vinieran unas de nuestra tierra mujeres y de su propiedad gracias a las cuales tornaba a su legítimo dueño la otra mitad de nuestro indigno sueldo, no pudiendo de este modo alimentarnos si no era con el hurto de tomates podrios, fraude y quiebra de confianza que nuestro horticultor castigaba con el despío inmediato somanta de palos que servidor recibió el mismo día que vino a concienciarnos socialmente el sacerdote en jefe de la asociación benemérita Aúpa Negritos del África Tropical, con sede social en Almería capital adonde me dirigí despedío, pero contento por to la ayuda que me se prometió y que, yo me mondo, era verdad, ya que me solucionaron unos papeles con el nombre de Nastase y ofreciéronme trabajo aprovechando mi dominio del idioma de Cervantes, la fluidez en varios idiolectos centroafricanos, así como un profundo conocimiento de la psicología del negrito común y corriente como el agua del piso de la sede social de Aúpa Negritos, donde yo habitaba haciendo además las veces de guarda jurao en la noche, pero era feliz, comía y entrenaba pa no decepcionar en mi debut a la afición blanca y participaba activamente en las reuniones de la organización, matizando las observaciones del sacerdote en jefe cuando en las conferencias con asistencia de autoridades civiles y militares de la provincia, incluios los legionarios, aseveraba, circunspecto y entendió el muy experto en temas de inmigración, que nosotros los negritos tropicales gustan de vestir ropajes llamativos y de comer sandía, teniendo el ritmo en el cuerpo y en el cuerpo una piel áspera y un olor característico, que nos sale de no lavarnos, a ver si les decís a los horticultores de El Ejío, gritaba yo en to la parroquia apostólica, que hagan justicia y pongan del agua caliente en el riego por goteo porque nos salen sabañones en el pene sangrando por de dentro las de mi tierra mujeres con víruses venerables, lo que causó gran alboroto y una entrevista subsiguiente con el sacerdote en jefe en la que me comunicó que el permiso de trabajo temporal tocaba lamentablemente a su fin y que yo iba a convertirme de la noche a la mañana en un inmigrante ilegal de tres pares de cojones, que a ver lo que hacía, y le pedí amparo contestándome el buen samaritano que ése era mi problema, negro cabrón, que me has dejao en ridículo frente a la alta sociedad almeriense y a ver qué hacía él ahora, mientras yo tomaba el camino más corto hacia la entidad blanca, atravesando Despeñaperros de cabo a rabo pa entrar a trabajar primero en unos restaurantes étnicos que imitaban bastante bien la sopita pinturera del campamento refugiaos, y luego contratao por un negro mu gordo en el negocio redondo de vender ropa usá por tol África Tropical, gracias a lo cual vi la puerta abierta de la casa blanca, donde me enviaban de vez en cuando pa poner unos carteles muy bonitos con muchas fotografías de negritos desnutrios, a los que poníamos camisetas o gorras del Elche y del Hércules pa que dieran pena, bajo los cuales escribíamos lo que nuestro jefe nos había obligao a aprender de memoria y que decía si tiene usted ropa usá no la tire hay unos pobres hinchas de tu mismo equipo que tienen mucho pero que mucho frío nosotros se la haremos llegar no se preocupe por favor denos la ropa perfectamente empaquetá y clasificá primero por tallas luego por clases y al final por colores no las mezcle que es peor tendrá su conciencia tranquila durante tol mes de agosto poco más o menos ayuda a los aficionaos pobres ¡viva tu club! Firmaba Mondipobri Internacionale Asoziation, ya que según el jefe estaba comprobao que había que poner un nombre de inglés o de italiano a estas cosas pa que la gente se las crea, y yo me mondo, y una vez que la gente dejaba la ropa nel portal, nosotros sólo teníamos que recoger los paquetes, que ya estaban clasificaos, y llevarlos al almacén sito a las afueras de Ceuta, donde venía gente y compraba a cien dólares el kilo las tonelás de ropa que mi jefe obtenía gratuitamente por mor de la caridad de las gentes, obligando a que otros negros más humildes vendieran pueblo a pueblo cada pieza de ropa por un huevo si querían obtener alguna ganancia mas ése no es mi problema, ya que ya tenía yo bastante con la recogía, el transporte y el impedir que camión de organización benemérita ninguna descargara en nuestras ciudades y dañaran económicamente hablando a mi jefe y a sus empleaos entre los que se encontraban, amén de yo, buenos alcaldes y presidentes de la república, que recibían a los beneméritos humanitarios con tos los honores y que se comprometían a repartir la ropa entre la población, mas cuando los humanitarios y las buenas gentes le entregaban el cargamento de ropa y se daban la media vuelta, el alcalde o el presidente de la república llamaba a mi jefe, que le daba una palmaíta en la espalda y un póster del Madrí campeón de ocho copas de Europa, y nos mandaba descargar los camiones, iniciando de este modo el proceso que ya he contao anteriormente, aunque no siempre era tan fácil, ya que algunas humanitarias y beneméritas non gubernamentales se ponían muy pesadas, obligándonos en tales circunstancias a prender fuego a sus fardos de ropa destiná a los más necesitaos, ya que si la tal se repartía, amigo, nosotros, los vendedores y sus familias, se morirían de hambre, y eso nunca, amigo, nunca, antes la muerte, como le pasó a un negro que tenía la camiseta de Gordillo, cuando jugaba
en el Betis, que quiso vender un fardo de ropa por su cuenta y que finó en una pira agarraíto a la ropa mencioná por orden de nuestro jefe, que me pareció en ese punto crudelísimo, por lo que huí arrepentío de mi complicidad dispuesto a darlo to el día de mi debut que espero aquí concentrao, puestas mis esperanzas en la entidad blanca, haciendo palomitas tol santo día con un balón que yo me imagino, a ver si el míster se fija en mí.

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