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Authors: Mario Benedetti

Tags: #Drama, Poesía

Vivir adrede (5 page)

Sólo una diana rompe lo monótono y es el abrazo de la muertecita.

49. Basta

Digamos que el tiempo pasa y yo lo siento en la saliva, cada vez más espesa. Tendría que preguntarle a la conciencia cuántos reproches me reserva. Pero prefiero hacerme el sordo.

La palabra inquietud colma la realidad, como si fuera un humo concentrado. La libertad le da un pellizco al alma y uno no tiene más remedio que ser libre. De todos modos, la cordura vigila y amenaza con meternos en el corral de la razón. Somos frágiles y eso nos salva. El desconsuelo nos consuela y nos es imposible traicionar.

Por suerte no tenemos dioses que nos perdonen. A veces pienso que la vida es un error, pero claro, más error es la muerte.

Entre el ensueño y la pesadilla hay un paréntesis en el que nos formamos. Sale el sol y hacemos sombra. Sombra de aire y de fiebre, sombra de misterio.

Quién sería capaz de revelarnos y de rebelarnos. El pobre lago nos copia como fuimos y después se quiebra.

Basta de navegar en el olvido. Basta de bendecirnos en la lluvia. Basta de no ser nadie. Basta de que el placer nos desconozca. Basta de convivir con la derrota.

Basta, carajo.

50. Patria

La patria es como el arroz: germina en todas partes, así sea con océanos de por medio. En el exilio uno suele hallar patrias en pedacitos. Recuerdo que hace unos cuantos años, en una modesta taberna de Heidelberg, apareció de pronto un veterano con un acordeón y la emprendió nada menos que con La Cumparsita. Tuve que hacer un denodado esfuerzo para no enfrentar a aquel público germano con un papelón de lágrimas.

La patria es un territorio pero también es un fantasma que se aparece por las noches, ya sean éstas de Atenas, de Sevilla, de Tegucigalpa o de Brasilia. Uno estira los brazos para alcanzarlo, pero el fantasma patrio abre los postigos de sus alas y nos deja extranjero por un largo minuto.

Precisamente entonces puede llegar un rostro tan desconocido como familiar, y uno lo reconoce por sus vivos ojos de Salto o de Tacuarembó, convertidos ahí nomás en fanales patrióticos que vienen de lejos o están aquí al lado, sufragando de a poco nuestras arduas preguntas.

Hay orillas donde la patria viene en olas y hay visiones donde la patria es un paisaje. Aun la fealdad de una patria tiene su inexorable belleza y también su obligada tristeza incluye una alegría.

A veces, lindas veces, la patria se vuelve una mujer y nuestro patriotismo erótico sale a su conquista. Es por eso que la patria puede ser dos cuerpos tiernamente enlazados y tal vez de esa unión nazca una patria niña.

La patria no siempre tiene cuerpo pero no hay duda de que tiene alma. De ahí que esos gobernantes que tienen la indecente y maldita costumbre de invadir pequeñas e indefensas patrias, sean simplemente unos desalmados.

51. Desde lejos

El exilio, cualquier exilio, es el comienzo de otra historia. Es dolor y a la vez descubrimiento. Uno siente nostalgia de esquinas y arboledas, de lagos y viñedos. Las paredes son otras, el suelo verde es otro. El cielo sin Vía Láctea está vacío. Uno acomoda la conciencia en la mochila y aprende del escándalo imprevisto y del sosiego huraño. Los rostros más constantes oscilan entre la furia y la sonrisa. Las profecías se hacen polvo y el corazón se va de vacaciones.

Todo eso ¿por qué? Quizá porque de todos modos sobrevivimos en la diferencia y llenamos la soledad con otras soledades que tratan de entendernos.

El exilio tiene algo de abandono y de espantos diminutos, de expectativas inalcanzables, de flor de un día. La claridad se va poniendo oscura y nos extrañamos a nosotros mismos hasta que la oscuridad se vuelve clara. No es fácil acostumbrarse a los cambios de ruta; menos aún a dialogar con los que están.

Las fronteras, el humo, las aduanas, los sabios que no saben, la esperanza dormida.

Obligado o voluntario, el exilio tiene también algo de patria; segunda patria, claro. Y cuándo nos propone su alrededor de prójimos, entramos en su gracia. Y damos gracias.

52. Miserables

Hay varias especies de miserables. Están por supuesto los asesinos, los canallas, los uxoricidas, los degolladores, los verdugos, los envenenadores, los parricidas. Pero hay miserables recónditos, ladinos, furtivos, solapados, que se enmascaran de honestos, se camuflan de héroes, se fingen generosos.

La condición de miserable es un tumor del alma, casi siempre incurable, porque el alma no admite cirugías.

Una loca ambición del miserable suele ser el poder. Aclaro que no todos los poderosos son miserables, pero sí los más encumbrados, los hacedores y/o financiadores de armas atómicas, los invasores de paisitos, los blancos que discriminan a negros y amarillos* los cazadores de palomas y de liebres, los inventores de calumnias. Hay miserables diplomados, que a veces llegan a ser miserables diplomáticos, y no faltan los que son miserables consigo mismos, esos que le hacen zancadillas a su buena fe, o sea los que se borran de su propia memoria para convertirse en solemnes granujas.

Dicen que Dios creó a los miserables para proporcionar trabajo a los ángeles justicieros. Pero los miserables son capaces de cortarles las alas.

53. Irse y volver

Una cosa es el exilio y otra cosa es el éxodo. En el exilio lo ponen a uno dé patitas en la frontera y el expulsado se va con su nostalgia á cuestas en busca de otra tierra, otros sabores, otra razón de ser. En el éxodo, en cambio, es uno el que se arranca, el que quiere ser otro. Sin embargo, exilio y éxodo tienen algo en común: el alrededor, al principio ilegible, que de a poco se aprende. Uno mira el paisaje como si fuera un simple repertorio y acepta los nuevos rostros como suma de instantáneas. La pasarela por donde llegamos se diluye en un suspiro y la vieja maleta nos pide que la abramos. Allí está el corazón del viaje. Conviene no extraviarlo. Hay que respirar hondo con los ojos cerrados y casi enseguida abrirlos por si acaso.

Empezamos a hablar a solas porque la nueva obsesión será no olvidar nuestra lengua. De pronto hablan otros y sorpresivamente sabemos lo que dicen. Con otro deje, claro, otro cantito, pero nos entra en los oídos como una bendición. Y ahí nomás la añoranza se mezcla con la sorpresa, la melancolía con el asombro. Curiosamente, el pan tiene gusto a pan y el dolor ajeno se parece al nuestro.

¿Volveremos? Al menos los pájaro? vuelven, o sea que tendremos que aprender a volar.

Bajo esta luna o bajo aquella, el beso de aquí se párete al de allá. ¿'Volveremos? Habrá que regar con sentimientos las ganas de volver, cada una en su maceta.

54. El pasado

El pasado es la única temporada que crece cada día. Desde el hoy solemos contemplarlo con un poco de angustia. Y nunca está completo. La memoria se queda apenas con fragmentos, que no siempre son los más relevantes. En el pasado hay remansos de amor y pozos de odio. Ruiseñores canoros y cigüeñas mudas. Crímenes y caridades, octubres primaverales y junios congelados. El pasado es un tango deslumbrante, que de a poco empalidece. Un camposanto donde yacen esperanzas y quimeras. Sólo sobreviven unas pocas utopías que no llegan a destino, pero al menos nos animan, nos hacen creer que somos, que existimos.

En el pasado fluye el río, la lluvia balbucea. El ayer es una envoltura de sucesos, de nunca más y todavía. Cuántos puentes habremos cruzado entre el descanso y el cansancio, entre el misterio y la revelación. Dicen que en el pasado crecen las semillas del futuro, pero en qué jardín, en qué cantero, si el futuro es cada vez más corto, más mezquino, más gravamen de rocas imbatibles. Lo pasado, pisado, dicen los pesimistas. Después suspiran y a veces expiran.

55. Lluvia

La lluvia es una reja y a través de esa reja veo el paisaje, las calles, tu rostro que parece llorar. Lo que ocurre es que la lluvia es un llanto, pero ¿de quién? ¿Alguien vio alguna vez las lágrimas de Cristo, cuando invocaba al padre y él nunca respondía?

La lluvia es salud. Si el entorno llora es porque vive. ¿Qué diferencia habrá entre llorar de amor y llorar de dolor? Hasta los ciegos ven la lluvia cuando ésta los bendice como un fantasma generoso.

Extendemos las manos y la lluvia las moja como una limosna. En mi memoria hay lluvia de ayer y no la olvida.

La lluvia es una reja y a través de esa reja me reconcilio con el mundo, que está lleno de prójimos, de tristes. Con la lluvia se pagan las deudas del alma, que después de esa entrega va a dormir tranquila. Hay lluvias de palabras y lluvias de silencio.

La lluvia es una reja y a través de esa reja me veo en un espejo en que estoy pero enrejado.

Y cuando en una hora señalada no haya más lluvia y aparezca el sol, ese implacable, me veré extraño, casi otro, y sentiré nostalgia de la lluvia.

56. Guerra y paz

Cuando la guerra se disfraza de paz, es la peor de las paces. Invade como ayuda, pero deja cenizas por donde pasa y muertes por doquier. La paz se vuelve hipócrita, los mansos no le sirven. Agrede a los otoños y les pisa las hojas. Y por si fuera poco, su razón de ser tiende a la sinrazón.

De arrabal en arrabal, los pájaros indagan y su juicio es severo. Esa paz que es de guerra vierte sangre en los suelos y es sangre de los cuerpos, maldición repentina, embuste enmascarado.

Cuando la guerra se disfraza de paz, nos deja casi atónitos, inaugura temblores, se afirma en la tristeza.

La paz nueva, la otra, la que es nuestro signo verdadero, conoce quiénes somos y nos hace mejores. Y algo que no es secreto: la paz nunca se disfraza de guerra y sólo a ella el corazón la acepta y la recibe con latidos, que son como un abrazo. Ya quedó constancia en el refranero: «La paz es la madre del pan».

57. Correo

Las cartas vienen en sobre de invierno o de primavera. Dicen cosas que uno imagina, piensa, construye. La frontera es el mar y ellas lo cruzan. Hay palabras con trazos de amor ido y otras con trazos de amor vuelto. En el correo la emoción viene fría pero es capaz de abrigarla.

Cada carta viene colmada de silencios, pero cada silencio es un coro de voces. Hay cartas que hacen mal porque arrastran tristeza, pero el dolor enseña desordenadamente. A veces traen un árbol, dibujado en un margen y yo lo reconozco como hogar de mis pájaros.

Las que no dicen nada son las de compromiso y ésas van al archivo o. al olvido. También hay papelitos con dibujos de niño y uno llora sin lágrimas y restaura memorias. Hay cartas que uno guarda entre sábana y sábana y llenan el desvelo con su vida de lejos.

Hoy el cartero viejo pasó frente a mi puerta y no me dejó cartas ni tarjetas ni nada. Quizá por eso me propongo escribir una larga misiva, rememorando un rostro que tuve entre mis manos. Ella cruzará el mar y llegará a destino, o sea mi destino.

58. Piedad

Hay ocasiones en que la piedad nos toca porque la merecemos. Y otras en que damos piedad a otros porque la merecen. La piedad suele emitir cierto olor a miseria, pero cuando se nutre de amor, tiene un lindo aroma. Menos mal. Con la piedad se emiten pedacitos de verdad y argumentos de fierro.

Los propietarios de las religiones dicen que la piedad viene de arriba, pero suele quedarse en el camino, convertida en nubes inútiles, superfluas, innecesarias.

La única piedad que sirve es la que nace del corazón, con o sin lágrimas. Con la piedad no se juega; es rigurosa, estricta. Viene del pasado con cuentas pendientes y se vuelca en el mundo con síntomas de duelo.

Claro que lo piadoso es contagioso. Cuando acaricia ausencias lo hace con pudor. No tiene vergüenza de las maldiciones ajenas ni de las bendiciones propias.

La piedad suele cerrar los ojos pero no es ciega. Ve a través de los párpados y construye su juicio. Y cuando los levanta sabe dónde está, de dónde viene y adónde se dirige.

La piedad tiene algo de brújula, de aguja imantada, de bitácora. Sabe dónde está el norte pero no la conforma. Prefiere mirar al sur donde están los humildes.

La piedad es piedad, no hay que darle más vueltas. Sólo vale ejercerla, como una benigna, inocente profesión. No importa que no existan doctores en piedad; alcanza con los buenos aprendices.

59. Huellas

En las huellas de ida los pies se apoyan sin problema, pero en las de vuelta la cosa se complica. Las de ida trazan el camino de los que se fueron, por hambre, por miedo o por las dudas. Las de vuelta dibujan la senda de la nostalgia o del desconsuelo. Las de ida son más hondas, más profundas, resultado de muchas cavilaciones. Las de vuelta son más íntimas, besadas por descalzos, más biográficas.

En unas y otras el denominador común es la esperanza. En las de ida la esperanza son brazos y abrazos, todos de lejos. En las de vuelta la esperanza es que la memoria no haga trampas, que nos espere con los ojos de antes, los brazos de cerca, las calles de siempre, los árboles que no se derrumbaron.

Huellas y huellas, rastros y señales, vestigios y utopías. El mundo está allá y está aquí, los prójimos contiguos y remotos.

Las próximas huellas serán nuevas, fresquitas. A duras penas crearán otro camino y otra forma de ser y de pisar. Loado sea el futuro, si existe. ¿Existirá?

60. Música

¿Quién habrá inventado la música? ¿El viento? ¿El mar? ¿La lluvia? ¿Cuándo habrá nacido la armonía? ¿Qué habrá sonado primero? ¿E1 lenguaje de la brisa o el canto del ruiseñor?

Desde una a otra orilla y viceversa, la música cruza el puente y la recibimos con los brazos y oídos abiertos. A veces ella calma y a veces enardece. Acaricia a los niños y adormece a los viejos.

Cuando llueve es el canto de las nubes. La música es un arrabal del cielo y es el único paisaje que disfrutan los ciegos. Beethoven nos abriga y Mozart nos refresca.

Hay tonadas que enhebran los silencios y el silencio se convierte a la música. Los esclavos y los presos se renuevan en el canto y esa música es su única libertad. Con la música respiran y si algún guardia la prohíbe, igual cantan en silencio.

La música es un premio, un recurso, una victoria. Con alegría o congoja la música nos vive y nos revive. Cuando alguien nos dice que nos vayamos con la música a otra parte, sin vacilar nos vamos, dichosos de que nos siga acompañando la felicidad de sus sonidos.

61. Costumbres

La costumbre es la cualidad más simple y sencilla del ser humano y sin embargo no es igual para todos. Cada uno tiene su costumbre y vive con ella, ya sea en la gloria o en el desastre. Los generosos, y en especial los filántropos, tienen la costumbre de ayudar al prójimo. Los tiranos y los déspotas suelen tener la costumbre de torturar, invadir y asesinar.

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