Zapatos de caramelo (57 page)

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Authors: Joanne Harris

El segundo plato se compone de delicadísimo
foie gras,
untado sobre tostadas finas y acompañado de carne de membrillo e higos. El contraste es lo que da encanto al plato, lo mismo que el chasquido del chocolate bien templado; el
foie gras
se deshace lentamente en la boca, suave como una trufa de praliné, y se sirve con una copa de Sauternes muy frío que Anouk rechaza y que Rosette bebe en un vaso minúsculo, del tamaño de un dedal, lo que le provoca una rara y radiante sonrisa a la vez que, con impaciencia, expresa mediante signos que quiere más.

El tercer plato consta de salmón cocido
en papillotte,
servido entero y con salsa bearnesa. Alice se lamenta de que está casi llena.

Pero Nico le da bocaditos escogidos de su plato y se burla de su escaso apetito.

Por fin llega el plato principal: la oca, asada lentamente al horno para que la grasa se derrita y se separe de la piel, lo que la deja crujiente y casi caramelizada, mientras que la carne acaba tan tierna que se separa de los huesos como una media de seda de la pierna de una mujer. La acompaña con patatas y castañas asadas en la grasa dorada.

Nico emite un sonido que es mitad lujuria y otro tanto risa.

—Creo que acabo de morir y he ido al cielo de las calorías —comenta y ataca con deleite una pierna de oca—. Debo reconocer que no he probado nada tan delicioso desde la muerte de mi madre. ¡Felicitaciones a la cocinera! Si no estuviera perdidamente enamorado de este insecto palo, te garantizo que me casaría contigo sin pensármelo dos veces... —Menea el tenedor alegremente y con tanta exuberancia que está a punto de clavárselo en el ojo a madame Luzeron, que aparta la cara justo a tiempo.

Vianne sonríe. Seguramente el ponche comienza a surtir efecto y se ha ruborizado por el éxito obtenido.

—Gracias —responde poniéndose en pie—. Me siento muy contenta de que hoy estéis aquí y quiero agradeceros la ayuda que nos habéis prestado.

Pienso que es una reacción encantadora y me pregunto qué han hecho exactamente.

—Quiero agradecer vuestra fidelidad, apoyo y amistad en el momento en el que más los necesitábamos. —Vuelve a sonreír y tal vez comienza a hacerse cargo de las sustancias químicas que circulan libremente por sus venas, que la han vuelto locuaz, extrañamente imprudente y casi temeraria, como una Vianne mucho más joven de otra vida casi olvidada—. Tuve lo que suele definirse como una infancia inestable. Eso significa que nunca me asenté. Fuera donde fuese, no me sentía aceptada. Siempre tuve la sensación de ser forastera. He logrado estar cuatro años aquí y se lo debo a personas como vosotros.

¡Qué aburrimiento, qué aburrimiento! Se aproxima un discurso interminable.

Me sirvo un vaso de ponche y busco la mirada de mi pequeña Anouk. Noto que está un pelín inquieta, tal vez por la ausencia de Jean-Loup. El pobre debe de estar muy enfermo. Suponen que se debió a algo que comió. Con un corazón tan delicado como el suyo todo resulta peligroso: un resfriado, una ráfaga de viento, un ensalmo, incluso...

¿Es posible que Anouk se sienta culpable?

Por favor, Anouk, descarta esa idea. ¿Por qué te sientes responsable? Como si no estuvieras lo bastante atenta a cada negativa. Querida, debo decir que veo tus colores y la forma en la que contemplaste mi pequeño belén, con el círculo mágico del trío que se encuentra bajo la luz de las estrellas eléctricas.

Hablando de todo un poco, falta alguien. Llega tarde, como era de esperar, pero se acerca deprisa, serpentea por las callejuelas de la colina sigiloso como un zorro alrededor del gallinero. Su lugar en la cabecera de la mesa permanece vacío y allí continúan los platos y las copas.

Vianne se tacha de tonta. Anouk empieza a sospechar que tantos planes e invocaciones no han servido, que la nieve no cambiará nada y que aquí no hay nada que la retenga.

A medida que la cena toca a su fin, todavía queda tiempo para los tintos del Gers, los
p'tits cendr
é
s
recubiertos de ceniza de roble, los quesos frescos sin pasteurizar, los secos y los maduros, el Buzet añejo, la carne de membrillo, las nueces, las almendras frescas y la miel.

En ese momento Vianne presenta los trece postres y el tronco de Yule, grueso como el brazo de un forzudo y blindado con una capa de dos centímetros y medio de chocolate. Todos los que pensaron que ya no podían más, Alice incluida, encuentran un hueco para un trozo de tronco (en el caso de Nico, son dos o tres huecos) y, como el ponche se ha terminado, Vianne descorcha una botella de champán y brindamos.

¡
Por los ausentes!

8

Lunes, 24 de diciembre.

Nochebuena, diez y media de la noche

Rosette está casi dormida. Se ha portado muy bien durante la cena; ha comido con los dedos, pero limpiamente, sin babear demasiado, y ha hablado mucho (por signos, claro) con Alice, que está sentada junto a su trona.

Adora las alas de hada de Alice, lo que es bueno porque esta le ha traído un par de regalos, que ha dejado al pie del árbol de Navidad. Rosette es demasiado pequeña para esperar a la medianoche, en realidad ya debería estar en la cama, por lo que decidimos que abra los regalos. Desenvolvió el paquete con las alas de hada, que son moradas, plateadas y geniales, y se olvidó del resto de los regalos; si he de ser sincera, espero que Alice me haya hecho el mismo obsequio, lo cual parece probable dada la forma del paquete. Rosette se ha convertido en mono volador, algo que le parece muy gracioso; gatea por el suelo con las alas moradas y el disfraz de mono y, con una galleta de chocolate en la mano, sonríe a Nico desde debajo de la mesa.

Se ha hecho tarde y empiezo a estar cansada. ¿Dónde está Roux? ¿Por qué no ha venido? Soy incapaz de pensar en otro asunto, ni siquiera en la comida o en los regalos. Me siento demasiado nerviosa. Tengo la sensación de que mi corazón se ha convertido en un juguete de cuerda y da vueltas descontrolado. Cierro los ojos unos instantes y percibo el aroma del café y del chocolate caliente con especias, que tanto le gusta a mamá, y el sonido de los platos que retiran de la mesa.

Vendr
á
,
pienso.
Tiene que venir.

Ya es muy tarde y no está aquí. ¿He hecho algo mal? ¿Me equivoqué con las velas, el azúcar, el círculo y la sangre? ¿Con el oro y el incienso? ¿Con la nieve?

Veamos, ¿por qué no ha llegado todavía?

No quiero llorar. Es Nochebuena, pero no tendría que discurrir así. ¿Se trata del desenlace del que habló Zozie? Había que deshacerse de Thierry pero... ¿a qué precio?

Oigo las campanillas y abro los ojos. Hay alguien en el umbral. Durante unos segundos lo veo con toda claridad, vestido de negro de la cabeza a los pies y con la melena pelirroja suelta...

Vuelvo a mirarlo y no es Roux. El que está en la puerta es Jean-Loup y supongo que la mujer pelirroja que se encuentra a su lado es su madre. Su expresión es arisca e incómoda, pero Jean-Loup parece encontrarse bien, tal vez un poco pálido, como de costumbre.

Abandono la silla de un salto.

—¡Has logrado venir! ¡Hurra! ¿Te sientes bien?

—Nunca me he sentido mejor —replica sonriente—. ¿No crees que sería la persona más imperfecta del mundo si, después de todo lo que has trabajado, me perdiera tu fiesta?

La madre de Jean-Loup intenta esbozar una sonrisa y toma la palabra:

—No quiero molestar, pero Jean-Loup insistió en que...

—Le damos la bienvenida —la interrumpo.

Mientras mamá y yo vamos al obrador en busca de un par de sillas, Jean-Loup se mete la mano en el bolsillo y saca algo. Parece un regalo envuelto en papel dorado y es pequeño, más o menos del tamaño de un praliné. Se lo entrega a Zozie y explica:

—Parece que, después de todo, no son mis preferidos.

Zozie está de espaldas a mí, por lo que no veo su expresión ni el contenido del paquete. Seguramente Jean-Loup decidió dar una oportunidad a Zozie y siento un alivio tan grande que estoy a punto de echarme a llorar. Todo empieza a rodar. Solo falta que Roux vuelva y que Zozie decida quedarse...

En ese momento se da la vuelta y le veo la cara, que no tiene nada que ver con la de Zozie. Debe de ser una mala pasada de la luz, ya que durante un instante parecía enfadada... ¿He dicho enfadada? Pues no,
estaba furiosa...,
con los ojos como rendijas, la boca llena de dientes y los dedos apretando con tanta fuerza el paquete entreabierto que el chocolate gotea como la sangre...

Bien, como ya he dicho, se hace tarde. Deben de ser mis ojos los que me juegan una mala pasada, ya que una fracción de segundo después vuelve a ser la de siempre, sonríe de oreja a oreja, está estupenda con el vestido rojo y los tacones de terciopelo del mismo color y estoy en un tris de preguntar a Jean-Loup qué contenía el pequeño paquete cuando las campanillas vuelven a tintinear y entra alguien, una figura alta, que viste de rojo y blanco, con gorro de piel y una enorme barba postiza.

—¡Roux! —grito y doy un brinco.

Roux se quita la barba postiza y veo que sonríe.

Rosette está casi a sus pies. Roux la coge y la balancea en el aire.

—¡Un monito! —exclama Roux—. Es mi preferido. ¡Y, por si eso fuera poco, un mono volador!

Lo abrazo y comento:

—Creí que ya no venías.

—Pues aquí estoy.

Se impone el silencio. Roux sigue de pie, con Rosette en brazos. El local está lleno, aunque daría igual que no hubiese nadie y, pese a que parece bastante tranquilo, por la forma en la que mira a mamá sospecho que...

Observo a mamá a través del Espejo Humeante. Se lo toma con calma, pero sus colores son intensos. Mamá avanza un paso y dice:

—Te guardamos el sitio.

Roux la mira.

—¿Estás segura?

Mamá asiente.

Todos lo observan y durante unos segundos sospecho que está a punto de decir algo, ya que a Roux no le gusta ser el centro de atención; en realidad, se siente incómodo cuando está rodeado de gente...

Mamá da otro paso y lo besa tiernamente en los labios. Roux deposita a Rosette en el suelo y abre los brazos.

No hace falta el Espejo Humeante para darse cuenta. Es imposible pasar por alto ese beso, la forma en que encajan como piezas de un rompecabezas o la luz que enciende la mirada de mamá cuando coge a Roux de la mano y se vuelve para sonreír a todos.

Vamos,
la apremio con mi voz espectral.
Comun
í
calo. Dilo, dilo de una vez.

Mamá me mira fugazmente y sé que, de alguna manera, ha captado mi mensaje. Pasea la vista por nuestro círculo de amigos, ve que la madre de Jean-Loup sigue de pie, con cara de limón exprimido, y titubea. Todos están pendientes de mamá... Sé qué piensa, es evidente. Aguarda la mirada fulminante, la misma que hemos visto tantas veces, la que parece decir «tú no tienes nada que hacer aquí, no eres de los nuestros, eres distinta...».

Alrededor de la mesa nadie habla. Arrebolados y bien alimentados, todos la contemplan en silencio, salvo Jean-Loup y su madre, que nos ha clavado la mirada como si fuésemos una guarida de lobos. Nico el Gordo coge de la mano a Alice, con sus alas de hada; madame Luzeron está ridícula con el conjunto de jersey y chaqueta y el collar de perlas; madame Pinot luce su disfraz de monja y, con el pelo suelto, parece veinte años más joven; a Laurent le brillan los ojos; Richard, Mathurin, Jean-Louis y Paupaul fuman y nadie, absolutamente nadie, la fulmina con la mirada.

Entonces es su rostro el que cambia. Se suaviza como si se hubiese quitado un peso de encima. Por primera vez desde que nació Rosette se parece realmente a Vianne Rocher, a la misma Vianne que voló hasta Lansquenet y jamás se preocupó por la opinión de los demás.

Zozie esboza una ligera sonrisa.

Jean-Loup aferra la mano de su madre y la obliga a sentarse.

Laurent entreabre los labios.

Madame Pinot se pone como una fresa.

Mamá declara:

—Queridos, quiero que conozcáis a alguien. Se trata de Roux, el padre de Rosette.

9

Lunes, 24 de diciembre.

Nochebuena, once menos veinte de la noche

Oigo el suspiro colectivo; algo que, en otras circunstancias, habría sido de desaprobación, pero en este caso, tras los alimentos y el vino, suavizado por la celebración y por el desacostumbrado encanto de la nieve, parece la exclamación que acompaña una muestra espectacular de fuegos artificiales.

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