Zapatos de caramelo (52 page)

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Authors: Joanne Harris

Tengo que esfumarme muy pronto y la mejor manera consiste en irme para siempre de París . Vianne, aquí es donde intervienes.

El problema radica en mi desaparición . Verás, Vianne, me gusta estar aquí. Jamás imaginé que me divertiría tanto y obtendría tanto beneficio de una modesta chocolatería. Me gusta en qué se ha convertido este local y le veo un potencial en el que tú nunca creíste.

Tú lo consideraste un escondite y yo lo veo como el ojo de la tormenta. Desde aquí podemos ser el Huracán: podemos causar estragos, moldear vidas y ostentar el poder (que, si lo piensas a fondo, es el verdadero nombre del juego de pelota), para no hablar de ganar dinero, que siempre es un aliciente en el mundo venal de nuestros días.

Cuando hablo de nosotros, obviamente me refiero a mí.

—¿Por qué Anouk? —preguntó Vianne con tono tajante—. ¿Por qué has incluido a mi hija en esto?

—Porque me gusta.

Al oír esas palabras adoptó expresión desdeñosa.

—¿Te gusta? La has usado, la has corrompido, le hiciste pensar que eres su amiga...

—Al menos siempre he sido sincera con ella.

—¿Estás diciendo que yo no lo he sido? Soy su madre.

—Tú eliges a tu familia. —Sonreí—. Más te vale tener cuidado, no sea que me elija.

Vianne pensó unos segundos. Parecía estar tranquila, pero detecté turbulencia en sus colores; vi angustia, confusión y algo más, una suerte de conocimiento que no me gustó nada.

Finalmente Vianne declaró:

—Podría pedirte que te fueras.

Volví a sonreír.

—¿Por qué no lo intentas? También puedes llamar a la policía o, mejor aún, a los servicios sociales. Estoy segura de que te prestarán todo tipo de apoyo. Probablemente conservan el expediente de tu estancia en Rennes..., ¿o fue en Les Laveuses?

Me cortó de plano:

—¿Qué es exactamente lo que quieres?

Solo le dije lo que era necesario que supiese. Dispongo de poco tiempo, pero no tiene por qué enterarse. Es imposible que sepa algo de la pobre Françoise, que no tardará en reaparecer convertida en otra. De todos modos, ahora sabe que soy el enemigo. Su mirada fue fría e intensa, estaba pendiente de todo y rió con desdén, aunque un tanto histérica, cuando lancé mi ultimátum.

—¿Estás diciendo que soy yo la que debe irse? —preguntó.

—Veamos, ¿crees que Montmartre es lo bastante grande como para acoger a dos brujas? —inquirí con gran sensatez.

Su risa sonó a cristal roto y en la calle la voz del viento entonó sus sobrecogedoras armonías.

—Te llevarás un chasco si crees que prepararé el equipaje y huiré solo porque has llevado a cabo unas cuantas invocaciones furtivas a mis espaldas. Debes saber que no eres la primera que lo intenta. Hubo un sacerdote...

—Lo sé.

—¿Y qué?

Así me gusta. Me agrada ese desafío. Es lo que esperaba. Es tan fácil apoderarse de identidades. En mi época me he apropiado de unas cuantas, si bien la oportunidad de enfrentarme a otra bruja en su terreno, con armas escogidas, y coleccionar su vida, añadirla a mi pulsera con los dijes del ataúd negro y los zapatos de plata...

¿Cuántas veces se tiene una oportunidad semejante?

Me concedo tres días, ni uno más, tres días para ganar o perder. Después será adiós muy buenas, que te vaya bonito, me largaré a pastos nuevos y verdes. El espíritu libre y toda la pesca. Iré donde el viento me lleve. El mundo es grande y está lleno de oportunidades. Estoy convencida de que encontraré algo para poner a prueba mis dones.

Sin embargo, de momento...

—Escucha, Vianne, te concedo tres días, hasta después de la fiesta. Si entonces lías el petate y te llevas lo que puedas, no intentaré detenerte, pero si te quedas no respondo de las consecuencias.

—¿Por qué? ¿Qué puedes hacer?

—Puedo quedarme con todo, trozo tras trozo. Me refiero a tu vida, a tus amigos, a tus hijas...

Se tensó. Está claro que las niñas son su punto débil. Esas crías, sobre todo nuestra pequeña Anouk, tan llena de talento...

—No pienso irme.

Muy bien, es lo que supuse que dirías. Nadie entrega su vida sin batallar. Hasta la tímida Françoise luchó al final y lo cierto es que de ti espero mucho más. Tienes tres días para resistir, tres días para aplacar al Huracán, tres días para convertirte en Vianne Rocher..., a no ser que yo llegue antes...

7

S
á
bado, 22 de diciembre

Hasta despu
é
s de la fiesta.
¿A qué se refiere? No creo que haya fiesta ahora que esa extraña amenaza pende sobre nuestras cabezas. Esa fue la reacción que tuve cuando Zozie subió a acostarse y permanecí en el gélido obrador dispuesta a elaborar mi plan de defensa.

La intuición me dice que tengo que echarla. Sé que podría, pero el efecto que surtiría en mis clientes, para no hablar de Anouk, lo imposibilita.

En cuanto a la fiesta..., bueno, bueno... Soy consciente de que durante las dos últimas semanas la fiesta ha adquirido una importancia mucho mayor de lo que podíamos imaginar. Para Anouk se trata de una celebración de nosotras y una manifestación de expectativas; tal vez seguimos compartiendo la fantasía eterna de que Roux volverá y todo renacerá milagrosamente...

En cuanto a nuestros clientes..., no, me refiero a nuestros amigos...

En los últimos días casi todos han colaborado y traído comida, bebida y adornos para la casa de Adviento: el árbol de Navidad fue donado por la floristería en la que trabaja Alice, madame Luzeron ofreció champán, el restaurante de Nico ha proporcionado cristalería y vajilla y Jean-Louis y Paupaul han traído carne de crianza ecológica; sospecho que la han pagado con lisonjas y con el retrato de la esposa del carnicero.

Hasta Laurent aportó algo (debo reconocer que, básicamente, azucarillos) y es muy positivo volver a ser una comunidad, sentirme incluida, formar parte de algo más amplio que el reducido círculo de la hoguera que creamos para nosotras. Siempre pensé que Montmartre era un lugar frío y sus habitantes, descorteses y desdeñosos, con su esnobismo del
Vieux Par
í
s
y su recelo hacia los desconocidos, pero ahora percibo que, debajo de los adoquines, late un corazón. Al menos es lo que me enseñó Zozie. Zozie, la que representa mi papel casi mejor que yo.

Mi madre solía contar un cuento que, como todos sus relatos, trata de sí misma, algo que comprendí demasiado tarde, cuando las dudas que albergué durante los largos meses que desembocaron en su muerte se tornaron demasiado significativas como para pasarlas por alto y me dediqué a buscar a Sylviane Caillou.

Lo que encontré confirmó lo que mi madre había dicho en medio del delirio de sus últimos días.
T
ú
eliges a tu familia,
aseveró.. . y a mí me eligió, con dieciocho meses y de alguna manera suya, como un paquete que se entrega en la dirección equivocada y que reclamó legítimamente como suyo.

Ella no te habr
í
a cuidado,
había dicho.
Fue imprudente. Te dej
ó
marchar.

La culpa la acompañó por los cinco continentes y, con el paso del tiempo, se trocó en miedo. Esa fue la verdadera debilidad de mi madre, ese miedo que toda la vida la hizo correr de aquí para allá. Tuvo miedo de que alguien me cogiera, miedo de que algún día yo conociera la verdad, miedo de haberse equivocado tantos años antes, de haber engañado a una desconocida para arrebatarle la vida y de que, al final, le tocaría pagar...

El relato dice así: Una viuda tenía una hija a la que quería por encima de todo. Vivían en una casita del bosque y, pese a que eran muy pobres, estando juntas se sentían tan felices como nadie en este mundo lo ha sido ni lo será.

Eran tan dichosas que la Reina de Corazones, que vivía cerca, se enteró de su existencia, sintió envidia y se preparó para cobrarse el corazón de la hija porque, pese a que tenía mil pretendientes y más de cien mil esclavos, siempre quería más y sabía que no estaría tranquila si existía un solo corazón entregado a otro ser.

De modo que la Reina de Corazones se dirigió sigilosamente a la casita de la viuda, se escondió entre los árboles y vio que la hija jugaba sola, ya que la vivienda se encontraba a gran distancia de la aldea más próxima y la niña no tenía con quién compartir sus juegos.

La Reina, que de soberana no tenía nada, ya que era una bruja poderosa, cambió su forma por la de un minino negro y, con la cola en alto, salió de entre los árboles.

La niña jugó todo el día con el gato, que brincó, persiguió trozos de cuerda, trepó a los árboles, se acercó a la llamada de la niña, comió de su mano y fue, sin duda, el más juguetón y perfecto de los gatitos.

Pese a los ronroneos y los pavoneos, el gato no pudo robar el corazón de la hija; cuando cayó la noche, la niña entró en casa, donde la madre tenía la cena a punto en la mesa, y la Reina de Corazones aulló su disgusto a la noche, arrancó el corazón a muchas criaturas nocturnas y no se dio por satisfecha, ya que ansió más que nunca el corazón de la niña.

Al segundo día se convirtió en un joven apuesto y acechó a la hija de la viuda, que buscó al gatito entre los árboles. La hija nunca había visto un muchacho, salvo desde lejos, los días de mercado. Este era espléndido en todos los sentidos: pelo negro, ojos azules, fresco como una chica pero totalmente masculino. La niña se olvidó del gatito y, en compañía del joven, caminaron, charlaron, rieron y corretearon por el bosque como gamos en celo.

Al llegar la noche el joven se atrevió a robarle un beso, pero el corazón de la hija siguió perteneciendo a la madre; la Reina cazó gamos, les arrebató el corazón y los comió crudos, pero continuó insatisfecha y anheló más que nunca a la niña.

La mañana del tercer día, en lugar de cambiar de forma, la bruja permaneció cerca de la casa y observó lo que ocurría. Mientras la niña buscaba inútilmente a su amigo del día anterior, la Reina de Corazones no quitó ojo de encima a la madre. La observó mientras lavaba ropa en el río y se dijo que ella lo hacía mejor. La contempló mientras limpiaba la casa y se dijo que ella lo hacía mejor. Cuando anocheció, la Reina de Corazones adquirió la forma de la madre, con su rostro sonriente y sus manos delicadas. Cuando la niña regresó, se encontró con que la recibieron dos progenitoras.

¿Qué podía hacer la verdadera madre? La Reina de Corazones la había estudiado, había copiado cada uno de sus gestos y peculiaridades impecablemente bien. Hiciera lo que hiciese, la bruja lo hacía mejor, más rápido y de una forma más perfecta.

La madre puso otro plato en la mesa para la visitante.

«Yo prepararé la cena», propuso la Reina. «Sé cuáles son tus preferencias.» «Ambas prepararemos la cena y luego mi hija decidirá...», puntualizó la madre.

«Querrás decir mi hija», aclaró la bruja. «Creo que sé cómo llegar a su corazón.»

La madre era buena cocinera y jamás se esforzó tanto a la hora de preparar la cena, ni en Pascua ni en Yule. La bruja tenía la magia de su parte y sus encantos eran muy poderosos. La madre conocía las comidas que más gustaban a la niña, pero la Reina sabía cuáles eran las que aún no había descubierto y, una tras otra, las sirvió sin esfuerzo a lo largo de la cena.

La madre comenzó por una sopa de invierno, cariñosamente cocinada en una cacerola de cobre con el hueso que había sobrado de la comida del domingo.

La bruja presentó un caldo ligero, preparado con las chalotas tiernas más dulces que quepa imaginar, aromatizado con jengibre y limonaria y acompañado de trocitos de pan frito tan pequeños y curruscantes que parecieron deshacerse en la boca de la niña.

La madre sirvió un segundo plato: salchichas con puré de patatas; una vianda reconfortante por la que la niña se chiflaba, acompañada de pegajosa confitura de cebollas.

La bruja presentó un par de codornices que toda su vida se habían alimentado de higos; las rellenó con castañas y
foiegras,
las asó y las sirvió con jugo de granada.

La madre estaba al borde de la desesperación. Sirvió el postre: un sustancioso pastel de manzana preparado según la receta de su madre.

La bruja había hecho un montaje: una fantasía de peladillas en tono pastel, frutas de verano y pastelillos de hojaldre, aromatizada con agua de rosas y crema de melcocha y acompañada de una copa de Château d'Yquem.

«Está bien, has ganado», reconoció la madre y el corazón se le partió con el mismo sonido que el maíz hace en la sartén cuando preparas palomitas.

La bruja sonrió y se acercó a su presa...

La hija no respondió a su abrazo y se desplomó de rodillas en el suelo.

«Madre, no te mueras. Sé que eres tú.»

La Reina de Corazones lanzó un chillido de furia al percatarse de que, en su momento de triunfo, el corazón de la niña todavía no le pertenecía. Gritó tanto y con tanta cólera que la cabeza le estalló como un globo en un día de feria. En su ira definitiva, la Reina de Corazones se convirtió en la Reina de Nada.

En cuanto al final del relato...

Bueno, dependía del estado de ánimo de mi madre. En una versión, la madre sobrevive y la niña y ella viven para siempre en la casita del bosque. En días más sombríos, la madre muere y la niña queda sola con su dolor. Existe una tercera versión en la que, en un último giro de la trama, la impostora prevé el corazón roto de la madre y se desploma, con lo que provoca el juramento de afecto eterno de la niña, mientras la verdadera madre asiste a la situación, sin poder hablar, desechada e impotente mientras la bruja alimenta a la pequeña.

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