23-F, El Rey y su secreto (7 page)

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Authors: Jesús Palacios

Tags: #Historico, Política

Pero, ¿qué hubiera pasado de haber conseguido Armada su objetivo de entrar en el hemiciclo para hacer su propuesta de ser designado jefe de un gobierno de concentración? Casi con toda seguridad, hubiera sido votado por la inmensa mayoría de la Cámara. Estaba previsto, además, que a su llegada varios jefes de filas lo avalaran: Fraga, Sánchez Terán, Herrero de Miñón, Enrique Múgica, Peces Barba y, entreotros, el ministro de Comercio, José Luis Álvarez, que, al parecer, era quien había sido designado para levantarse y hacer un breve discurso. En él hubiera puesto el acento en que la clase política debía asumir su responsabilidad por haber permitido que las cosas hubieran ido demasiado lejos con Suárez, que había llevado al sistema a una crisis institucional gravísima.

Cuando Armada contestó con firmeza a su amigo Sabino «¡te equivocas, los socialistas me votan!», al plantearle aquél sus dudas sobre la viabilidad de su propuesta a los diputados, el secretario del rey se cuestionaba que aunque dicha propuesta saliera adelante, posteriormente se podría decir que había sido arrancada por la presión y la fuerza de las armas. Lo que deslegitimaría democráticamente tal gobierno, lo haría muy inestable y débil y, probablemente, de muy corta duración. Pero Armada no le había argumentado a Sabino que de haber tenido éxito y haber salido investido presidente de gobierno, aquella votación jamás se habría vinculado con la acción ilegal de Tejero. Por el contrario, se hubiera presentado ante la opinión pública como una réplica a la misma; una solución plausible de reconducción aceptada libre y mayoritariamente por la clase política, que la habría aplaudido y de la que se habría felicitado por seguir manteniendo el sistema democrático abierto, al evitar el riesgo de involución del golpe de Tejero. Aquél fue el matiz inteligente que introdujeron quienes desde el CESID diseñaron la operación. Y en el que nunca antes se había reparado.

El 23-F se articuló en dos fases, en compartimentos estancos diferentes, aunque con un nexo de vinculación entre ambas que hubiera permanecido en secreto. Invisible. Los diputados jamás habrían asumido que habían votado un presidente y un gobierno arrancado a la fuerza, sino como una reacción legal y democrática a la ilegalidad de Tejero. Ni siquiera Milans del Bosch habría aparecido vinculado conla acción de Tejero, ni la Acorazada. Únicamente Tejero, que había arrastrado a unos oficiales y a unos guardias civiles a una acción desesperada, pero llevados por su celo y patriotismo ante el desgobierno de Suárez. Incluso, con el tiempo, hasta la acción de Tejero se habría maquillado mediante una campaña de imagen mediática de disculpa, que explicaría su loca acción llevado por su exaltado patriotismo y por las criminales acciones terroristas de ETA. Esa campaña de imagen habría sido remachada con la petición del indulto gubernamental. Que el gobierno, naturalmente, habría concedido. Y la opinión pública habría apoyado. Porque para eso están concebidas las campañas de propaganda impulsadas desde el poder.

Y si para la historia oficial o políticamente correcta, el rey Juan Carlos ha quedado como el artífice y el salvador de la democracia tras el fracaso del 23-F, de haber salido adelante aquella operación especial, el general Armada habría sido elevado al mismo nivel del rey o similar, y siempre también como el «salvador de la democracia». Una buena mano cosmética de propaganda se habría encargado de ello. Porque así hubiera convenido a todos.

Pero tras el fracaso del 23-F, el rey Juan Carlos hizo que la suerte fuese dispar para sus dos colaboradores más estrechos. Sobre Sabino recaería la grandeza, y sobre Armada, el repudio y la condena. «A ti, Alfonso, te han condenado las instituciones», le llegó a decir Leopoldo Calvo Sotelo a un atribulado Armada que treinta años después de aquella asonada no ha roto su vínculo de lealtad con el rey, aunque en ocasiones se haya lamentado de ser «como un perro para el rey. Es el que más patadas me está dando», o haya llegado a sentir que «a mí me ha condenado el rey». Y lo curioso entre Sabino y Armada es que ambos actuaron con la misma intención el 23 de febrero de 1981: proteger al rey y a la corona.

II.
LA MAÑANA DEL 23-F EN SUS DIFERENTES ESCENARIOS

El lunes 23 de febrero de 1981 amaneció en el palacio de la Zarzuela frío, seco y soleado, al igual que en el resto de España. Pero aquel día Don Juan Carlos lo viviría de una forma muy diferente al del resto de los españoles. Aquella mañana, los reyes decidieron que el joven príncipe Felipe y sus hermanas, las infantas Elena y Cristina, no fueran a sus respectivos colegios, sin que tuvieran un cuadro repentino de malestar ni atravesaran procesos gripales. Simplemente, aquel día sus padres, los reyes, decidieron que se quedaran en casa.

En los otros escenarios donde se movían las personas que iban a protagonizar la operación especial 23-F, la mañana y las primeras horas de la tarde transcurrirían dentro de la normalidad de las decisiones ya tomadas. Alfonso Armada, designado dos semanas atrás segundo jefe del ejército por la firme voluntad y determinación del rey, acudió con uniforme de media gala a los actos conmemorativos del vigésimo quinto aniversario de la Brigada Paracaidista (BRIPAC) en Alcalá de Henares. Allí habló, entre otros, con el jefe del Estado Mayor de la Primera Región Militar (Madrid), general Sáenz de Tejada, quien le dio cuenta de la conversación que unos quince días atrás había mantenido con Milans del Bosch en su domicilio madrileño de La Moraleja. Milans era partidario de que el rey Juan Carlos tomara las riendas de la situación con los líderes políticos del arco parlamentario y enderezara el caos gubernamental e institucional. Armada le respondió que «no es exactamente eso, no es exactamente eso».

Después, en un pequeño corro con varios generales, Armada les manifestaría que «me preocupa lo que Jaime pueda hacer esta tarde en Valencia». Y antes de despedirse, le pidió al general Sáez Larumbe, destinado en el Cuartel General del Ejército, que «esta tarde estés a las seis en mi despacho, porque es muy posible que yo me tenga que ir a la Zarzuela y te necesite». No se sabe si como consecuencia de la conversación Armada-De Tejada o de otra instrucción, lo cierto es que esa tarde se dio la orden de que no se tocara a las cinco el paseo de la tropa, tal y como estaba estipulado según la orden de plaza de la Capitanía General. Es decir, que todas las unidades de la Primera Región Militar, División Acorazada, Brigada Paracaidista y Grupo de Operaciones Especiales, mantuvieron acuartelados a los soldados horas antes de que Tejero asaltara el Congreso de los Diputados.

En el seno del servicio de inteligencia (CESID), y concretamente en el área y secciones de los grupos operativos AOME (Agrupación Operativa de Misiones Especiales), dirigidos por Cortina, se habían transmitido ya las instrucciones de apoyar y cubrir la entrada de Tejero en el Parlamento. El capitán Francisco García Almenta, segundo de Cortina en la AOME, tenía todo dispuesto para que los miembros del Servicio Especial de Agentes (SEA), sargento Miguel Sales Maroto, y los cabos Rafael Monge Segura y José Moya Gómez, todos de la Guardia Civil, abrieran el paso hasta el Congreso a la fuerza de Tejero. Estos agentes venían operando desde octubre de 1980 en una base especial, en la calle Felipe IV esquina con Ruiz de Alarcón, a unos 300 metros del Congreso.

Otro oficial del CESID, el capitán Tostón de la Calle, también a las órdenes de Cortina, se había encargado de facilitar a estos miembros del SEA vehículos con matrículas dobladas y emisoras de enlace para la misión de coordinar la llegada al Congreso de la fuerza asaltante. Todo ello, dentro de la primera fase de la operación del 23-F, activada como Supuesto Anticonstitucional Máximo (SAM). Gómez Iglesias, jefe de una de las secciones operativas del CESID, y también a las órdenes directas de Cortina, ya había superado el «oportuno y súbito» ataque de cólico nefrítico con el que había amanecido, para no ir al curso de tráfico, y estaba en plena forma desde primeras horas de la tarde en el Parque de Automovilismo y en la Agrupación de Tráfico.

Con su entusiasmo, ayudaría a Tejero a despejar cualquier duda o vacilación de última hora entre los oficiales de la Guardia Civil comprometidos con el teniente coronel, y a llenar los autobuses de guardias que se dirigirían a tomar el Congreso. Iglesias se mantendría hiperactivo durante toda la jornada y la noche del 23 al 24 de febrero. Con las últimas instrucciones dadas, Cortina acortó su jornada matinal y se llevó a comer a todos los instructores de la escuela del CESID al club Somontes, en la carretera de El Pardo, justo enfrente de la entrada principal del palacio de la Zarzuela.

Tejero también tuvo una mañana muy dinámica, confirmando las fuerzas y unidades de las que iba a disponer para el asalto. A las diez, se pasó por las dependencias del Servicio de Información de la Agrupación de Tráfico, para reunirse con los responsables de la misma.Éstos querían estar seguros de que la operación de asalto estaba al mando de los generales Armada y Milans. Tejero se lo ratificaría, asegurando que ambos jefes militares le habían garantizado que contaba con el respaldo real. El jefe de la agrupación le prometió entonces la participación de las tropas del subsector de tráfico que mandaba el capitán José Luis Abad Gutiérrez. En la Dirección de la Guardia Civil, Tejero pudo observar que había una gran efervescencia y un ambiente enfervorecido. Gran número de jefes y mandos parecían estar al tanto del asalto al Congreso. El único, o uno de los pocos, que parecía no saber nada era precisamente el general Aramburu Topete, director del cuerpo.

Tejero ya había revisado con Gómez Iglesias los últimos detalles de coordinación para que la fuerza alcanzase el Congreso al mismo tiempo. Iglesias también había hablado con el capitán Muñecas, de la Primera Comandancia Móvil de Valdemoro, para indicarle el lugar donde unos agentes del SEA le estarían esperando con radioteléfonos y un vehículo, para guiarlos hasta el Parlamento: la plaza de la Beata María Ana de Jesús. Después, Tejero se desplazó al Parque de Automovilismo de la Guardia Civil para ultimar con el coronel Manchado el transporte de la fuerza asaltante y las unidades de las que finalmente dispondría.

Días atrás, a Tejero se le habían «caído» la Academia de Cabos y el Grupo de Acción Rural (GAR), ambos situados en Guadarrama, y que inicialmente se habían comprometido con la operación. Sin embargo, a primera hora de la noche, unidades del GAR mandadas por el comandante Sesma Fernández tomarían posiciones en el Congreso formando un cordón de seguridad exterior de apoyo a Tejero. Uno de los oficiales integrado en el mando de la unidad era el capitán Gil Sánchez Valiente, que pasaría a la historia del 23-F como «el hombre del maletín». El del Grupo de Acción Rural sería uno de los detalles pintorescos del 23-F. Durante mucho tiempo se intentaría explicar que el cordón de seguridad exterior que formaron las unidades del GAR era en posición de cerco a los asaltantes del Congreso. Y sin embargo, aquellos guardias civiles pertrechados y bien armados, se desplegaron tomando posiciones mirando hacia el exterior y no hacia el Parlamento; es decir que era una fuerza de apoyo a Tejero, y no de cerco. Sesma, su jefe, le enviaría un mensaje bien claro a Tejero: «yo estoy aquí para protegerte y apoyarte». Y todo ello desarrollándose a la vista y a escasos metros del mando provisional que Aramburu había montado en el despacho del director del Hotel Palace.

Pasadas las cuatro de la tarde, responsables del grupo operativo del servicio secreto de la Guardia Civil (GOSSI), con unos veinte guardias vestidos de civil del Grupo de Operaciones Especiales, llegaron a la Carrera de San Jerónimo desplegándose por los alrededores del Congreso y sus inmediaciones. Los oficiales, tras examinar el lugar, penetraron con algunos guardias en el interior del Congreso para hablar con los encargados de la seguridad exterior, que ese día de pleno se había reforzado. Uno de los oficiales de la Guardia Civil les comunicó que les habían enviado con unos hombres en un servicio especial para cubrir los alrededores. Los miembros de la policía nacional se mostrarían conformes, conduciéndoles a los accesos de entradas y salidas y a las dependencias de seguridad interior, que estaban a cargo de un comisario y de inspectores del Cuerpo Superior de Policía. Varios de ellos estaban jugando apaciblemente a las cartas.

La misión de estos miembros del GOSSI y del Grupo de Operaciones Especiales, sería la de peinar, limpiar la zona y eliminar cualquier posible resistencia para que la fuerza asaltante de Tejero tuviera vía libre al Congreso. Cuando Tejero ya se estaba acercando, uno de estos agentes, situado en el Hotel Palace, conectaría con él a través de uno de los radiotransmisores facilitados por el CESID para comunicarle que el acceso al Parlamento estaba despejado y controlado. Ya José Luis Cortina, en la reunión que había tenido con Tejero en su casa en la madrugada del 18 al 19 de febrero, le había anunciado que llegaría a las Cortes sin contratiempo alguno.

En la Tercera Región Militar, con cabecera en Valencia y bajo la jefatura del teniente general Jaime Milans del Bosh, se había puesto en marcha la
alerta roja III
de la
Operación Diana
; acuartelamiento de las tropas, municionamiento y repostado de los vehículos. Y ello en base a la nota emitida días pasados por las antenas del CESID valenciano, y la enviada esa misma mañana por el servicio de información de la Guardia Civil de la zona y tercio de Valencia, sobre posibles «actos terroristas y asaltos a los cuarteles» de elementos de extrema izquierda y militantes comunistas.
[1]

Milans, que se había sumado a la acción 48 horas antes, tras las dos conversaciones que había mantenido con Armada el sábado 21 y el domingo 22 de febrero, en las que éste le ratificó que la operación se llevaría a cabo tal y como la habían planificado con antelación, había encargado a su segundo Jefe de Estado Mayor, coronel Diego Ibáñez Inglés, la redacción de un bando decretando el estado de excepción en su región militar. Dicho bando se haría público tan pronto como Tejero asaltase el Congreso de los Diputados y se produjera el subsiguiente vacío de poder, quedando bajo las órdenes y disposiciones de Su Majestad el rey.

Milans del Bosch intuía que iba a remolque en la toma de decisiones operativas, que hasta un mes antes creía tener bajo su control y jefatura. A consecuencia de las diferentes reuniones y conversaciones mantenidas con Armada meses atrás en su pabellón de Capitanía, Milans había convocado el domingo 18 de enero una reunión en la vivienda madrileña que su ayudante Pedro Mas Oliver poseía en la calle de General Cabrera 15. El objeto de la reunión era impartir las siguientes instrucciones u órdenes: primero, cualquier operación que se estuviera iniciando o que se pensara poner en marcha en un futuro, debería quedar supeditada a la «operación Armada», que es la que había sido aprobada institucionalmente; y segundo, la «operación Armada» quedaba en suspenso al menos durante treinta días o hasta el momento de recibir nuevas instrucciones. Para el desarrollo de la «operación Armada», Milans había querido verificar personalmente el plan de asalto al Congreso que Tejero había diseñado, dentro de la primera fase de la operación. A tal fin, le había pedido al general Carlos Alvarado Largo, profesor de táctica durante veinticinco años y que había sido jefe de Estado Mayor de la División Acorazada cuando Milans la tuvo bajo su mando, que examinara con detenimiento el proyecto de Tejero. Lo que hizo a plena satisfacción de todos.

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