3001. Odisea final (7 page)

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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #ciencia ficción

—No para todos: te sorprenderías ante las acerbas controversias que eso desató. Hace cinco siglos, alguien utilizó lo que se conoce como matemática surrealista, para demostrar que existe un infinito número de gradaciones entre los teístas y los deístas. Naturalmente, al igual que la mayoría de los diletantes de lo infinito, se volvió loco. A propósito, los deístas más conocidos fueron norteamericanos: Washington, Franklin, Jefferson...

—Un poquito antes de mi época, aunque te sorprendería saber cuánta gente no se da cuenta de eso.

—Y ahora, algunas buenas noticias: Joe, el Profe Anderson, finalmente dio su... ¿cómo era la expresión...? O.K. tu condición física es adecuada para que se te pase a una vivienda permanente.

—Es una buena noticia. Aquí todos me han tratado muy bien, pero estaré feliz de contar con un lugar propio.

—Necesitarás ropa nueva y alguien que te muestre cómo usarla. Y para que te ayude con los centenares de pequeñas tareas cotidianas que pueden hacer perder tanto tiempo. Por eso nos tomamos la libertad de disponer un asistente personal para ti. Entra, Danil...

Danil era un hombre pequeño, de tez marrón claro, que promediaba la treintena y que sorprendió a Poole al no hacerle el saludo normal de contacto de palmas, con su intercambio automático de información. En verdad, pronto dio la impresión de que Danil no poseía una Ident: toda vez que se la necesitaba, extraía un pequeño rectángulo de plástico que, en apariencia, cumplía las mismas funciones que las "tarjetas inteligentes" del siglo XXI.

—Danil también será tu guía y... ¿cuál era esa palabra que nunca puedo recordar...? rima con
ballet.
Se lo instruyó especialmente para el trabajo. Estoy segura de que lo habrás de encontrar plenamente satisfactorio.

Aunque Poole agradecía el gesto, lo hacía sentir un tanto incómodo: ¡un valet, de todas las cosas! No podía recordar haber llegado a conocer uno jamás: en su época ya eran una especie rara y en vías de extinción. Empezó a sentirse como el personaje de una novela inglesa de comienzos del siglo XX.

—Y mientras Danil organiza tu mudanza, haremos un viajecito hacia arriba... al nivel lunar.

—Espléndido. ¿Está muy lejos?

—Pues... alrededor de doce mil kilómetros.

—¡Doce mil! ¡Eso tomará horas! Indra pareció sorprendida ante la observación, y después sonrió.

—No tanto como crees. No, todavía no tenemos un transportador como el de
Viaje a las estrellas
, ¡aunque creo que siguen trabajando para conseguirlo! Así que puedes optar, aunque sé por cuál te decidirás: podemos subir con un ascensor externo y admirar la vista... o podemos hacerlo por uno interno, y disfrutar de comida y algo de entretenimiento liviano.

—No puedo concebir que alguien quiera permanecer adentro.

—Pues te sorprenderías. Es demasiado vertiginoso para algunos, en especial para los visitantes de allá abajo. Incluso montañistas que dicen estar habituados a las grandes alturas, pueden empezar a ponerse verdes cuando esas alturas se miden en miles de kilómetros, en vez de metros.

—Correré el riesgo —respondió Poole, sonriendo—. He estado a mayor altura.

Cuando hubieron traspuesto un conjunto doble de esclusas de aire en la pared exterior de la Torre (¿fue su imaginación, o entonces Poole tuvo una curiosa sensación de desorientación?), ingresaron en lo que podría haber sido el auditorio de un teatro muy pequeño: filas de diez asientos estaban dispuestas en cinco hileras; todas miraban hacia uno de los enormes ventanales de observación que Poole seguía hallando desconcertantes, ya que nunca podía olvidar del todo los centenares de toneladas de presión de aire que pugnaban por hacer estallar el ventanal y lanzarlo al espacio.

Los otros doce, o algo así, pasajeros, que probablemente nunca habían pensado en esa cuestión, parecían estar perfectamente cómodos. Todos sonrieron cuando lo reconocieron, saludaron cortésmente con una inclinación de cabeza, y después se volvieron para admirar la vista.

—Bienvenidos a la Sala Espacial —dijo la inevitable voz automática—. El ascenso comienza dentro de cinco minutos. Encontrarán refrescos y baños en el piso inferior.

"¿Exactamente cuánto durará este viaje?", se preguntó Poole. "Vamos a recorrer más de veinte mil klicks de ida y vuelta: esto no se va a parecer a viaje alguno en ascensor que yo haya hecho en la Tierra..."

Mientras aguardaba a que empezara la ascensión, disfrutó del asombroso panorama que se extendía dos mil kilómetros más abajo: era invierno en el Hemisferio Norte, pero el clima había cambiado drásticamente en verdad, pues se veía poca nieve al sur del Círculo Polar Ártico.

Europa estaba casi libre de nubes, y se apreciaban tantos detalles que el ojo quedaba abrumado. Una por una identificó las grandes ciudades cuyos nombres habían resonado a través de los siglos; se habían estado contrayendo ya desde la época de Poole, pues la revolución en las comunicaciones cambió la faz del mundo, y ahora habían menguado aún más. También había algunos cuerpos de agua en sitios improbables: el lago Saladino, en el Sahara boreal, casi era un pequeño mar.

Poole estaba tan absorto en la observación, que olvidó el paso del tiempo. De pronto se dio cuenta de que habían transcurrido mucho más de cinco minutos y, sin embargo, el ascensor seguía estacionario. ¿Algo había salido mal, o estaban esperando que llegaran pasajeros rezagados?

Y fue entonces cuando advirtió algo tan extraordinario que, al principio, se negó a creer las pruebas que le daban sus ojos: ¡el panorama se había ampliado, como si ya hubieran ascendido centenares de kilómetros! Incluso mientras observaba, notó que en el marco del ventanal iban apareciendo, lentamente, nuevos rasgos del planeta que estaba abajo.

Entonces Poole rió, cuando entendió cuál era la explicación obvia.

—¡Pudiste engañarme, Indra!: creí que esto era real, y no una videoproyección.

Indra lo miró con una sonrisa irónica.

—Piensa bien, Frank. Empezamos a desplazarnos hace unos diez minutos. Para estos momentos debemos de estar ascendiendo a... eh... mil kilómetros por hora, cuando menos. Aunque se me dijo que estos ascensores pueden alcanzar cien G en aceleración máxima, no tocaremos más que diez en este corto viaje.

—¡Eso es imposible! Seis es lo máximo que me hayan dado en la centrífuga, y no disfruté pesando media tonelada. Sé que no nos hemos movido desde que entramos aquí.

Poole había alzado la voz levemente y, de pronto, se dio cuenta de que los demás pasajeros fingían no haberlo advertido.

—No entiendo cómo se hace, Frank, pero se lo llama campo inercial o, a veces, campo SHARP, la S por un famoso científico ruso, Sakharov; no sé quiénes fueron los otros.

Lentamente, la comprensión llegó a la mente de Poole... y también una sensación de asombro anonadante. Ese era, en verdad, un ejemplo de "tecnología indiscernible de la magia".

—Algunos de mis amigos solían soñar con "impulsadores por el espacio", campos de energía que podían reemplazar los cohetes y permitir el desplazamiento sin sensación alguna de aceleración. La mayoría de nosotros pensaba que estaban locos, ¡pero parece que tenían razón! Apenas si puedo creerlo todavía y, a menos que yo esté equivocado, estamos empezando a perder peso.

—Sí, se está adecuando al valor lunar. Cuando salgamos sentirás que estamos en la Luna. Pero, por lo que más quieras, Frank... ¡olvídate de que eres ingeniero y disfruta del paisaje!

Fue un buen consejo, pero aun mientras veía fluir hacia adentro de su campo visual a África, Europa y gran parte de Asia, Poole no podía alejar su mente de la apabullante revelación. Sin embargo, no debió de haberse sorprendido por completo: sabía que desde su época se habían producido progresos de importancia en los sistemas de propulsión espacial, pero no se había dado por supuesto que tendrían aplicaciones tan espectaculares en la vida cotidiana, si es que esa expresión se le podía aplicar a la existencia en un rascacielos de treinta y seis mil kilómetros de alto.

Y la era del cohete debió de haber terminado hacía siglos. Todos sus conocimientos sobre sistemas de propulsión y cámaras de combustión, propulsores iónicos y reactores de fusión, eran totalmente obsoletos. Por supuesto, eso ya no importaba, pero le permitió entender la tristeza que el capitán de un buque de vela debió de haber sentido cuando la vela dejó paso al vapor.

Su talante cambió de manera brusca, y no pudo evitar una sonrisa cuando la voz automática anunció: "Arribo dentro de dos minutos. Por favor, presten atención a no dejar olvidada alguna de sus pertenencias".

¡Qué a menudo había oído ese anuncio en algún vuelo comercial! Miró el reloj y quedó sorprendido al ver que habían estado ascendiendo durante menos de media hora: eso significaba una velocidad promedio de, por lo menos, veinte mil kilómetros por hora y, aun así, pudieron no haberse desplazado jamás. Lo que resultaba aún más extraño, ¡pues los últimos diez minutos, o más, en realidad, debieron de haber estado reduciendo la aceleración con tanta rapidez que, con todo derecho, los pasajeros debieron de haber estado parados en el techo, con la cabeza apuntando hacia la Tierra!

Las puertas se abrieron silenciosamente y, cuando Poole salió, otra vez experimentó la leve desorientación que había sentido al ingresar en la sala del ascensor. Esta vez, empero, supo qué quería decir: estaba pasando por la zona de transición, donde el campo inercial se superpone con la gravedad y que, en ese nivel, era igual al de la Luna.

Aunque la vista de la Tierra que
se
alejaba había sido pasmosa, aun para un astronauta, no hubo algo inesperado o sorprendente en eso. ¿Pero quién habría imaginado una cámara gigantesca, que aparentemente ocupaba todo el ancho de la torre, de modo que la pared opuesta estuviera a más de cinco kilómetros de distancia? Quizá para esa hora había volúmenes encerrados más grandes en la Luna y en Marte, pero ése seguramente debía de ser uno de los más grandes en el espacio en sí.

Estaban parados en una plataforma de observación, a cincuenta metros de altura en la pared exterior, contemplando un asombrosamente variado panorama. Era evidente que se había hecho el intento de reproducir toda una gama de biomas terrícolas: inmediatamente por debajo de ellos había un grupo de delgados árboles a los que, al principio, no pudo identificar; después cayó en la cuenta de que eran robles, adaptados a un sexto de su gravedad normal. "¿Qué aspecto tendrían aquí las palmeras?", se preguntó: "el de cañas gigantes, probablemente..."

En la media distancia había un pequeño lago, alimentado por un río que se deslizaba, formando meandros, por una planicie herbosa, para después desaparecer dentro de algo que tenía el aspecto de un solo baniano gigantesco. ¿Cuál era la fuente de agua? Poole había notado un tenue sonido de tamborileo y, cuando dejó deslizar la mirada por la pared de suave curvatura, descubrió una diminuta Niágara, con un arco iris perfecto que flotaba sobre el rocío que se formaba sobre la cascada.

Pudo haberse quedado ahí durante horas, admirando la vista y, aun así, no agotando todas las maravillas de esa compleja y brillantemente concebida simulación del planeta que estaba abajo. Cuando se extendió hacia ambientes nuevos y hostiles, quizá la especie humana sintió la necesidad, cada vez mayor, de recordar sus orígenes. Por supuesto, aun en la propia época de Poole cada ciudad tenía sus parques a modo de débiles recordatorios de la Naturaleza. El mismo impulso debía de estar actuando ahí, en escala mucho más grandiosa. ¡Parque Central de Nueva York, Torre África!

—Vayamos abajo —dijo Indra—. Hay tanto para ver, y no vengo acá con la frecuencia que desearía.

Aunque caminar casi no exigía esfuerzo con esa gravedad baja, de vez en cuando aprovechaban un pequeño monorriel, y se detuvieron una vez para tomar refrescos en un café, astutamente oculto en el tronco de una secoya que debía de haber tenido, cuando menos, un cuarto de kilómetro de alto.

Había muy pocas personas más en derredor (sus compañeros de viaje hacía rato que habían desaparecido en el paisaje), de modo que era como si tuvieran toda esta tierra de maravillas para ellos solos. Todo estaba tan hermosamente mantenido, presuntamente por ejércitos de robots, que, en ocasiones, a Poole le traía a la memoria una visita que había hecho a Disney World cuando era niño. Pero eso era todavía mejor: no había multitudes y, por cierto, muy pocos recordatorios de la especie humana y de sus artefactos.

Estaban admirando una soberbia colección de orquídeas, algunas de tamaño enorme, cuando Poole experimentó una de las más grandes conmociones de su vida: cuando pasaban junto al pequeño cobertizo típico de jardinero, la puerta se abrió... ¡y surgió el jardinero!

Frank Poole siempre se había enorgullecido de su autocontrol, y nunca imaginó que, siendo un adulto plenamente desarrollado, lanzaría un grito de puro miedo. Pero, al igual que todo niño de su generación, había visto todas las películas sobre
Parque Jurásico, y
conocía un velocirraptor cuando se encontraba cara a cara con uno.

—Lo lamento terriblemente —dijo Indra, con evidente preocupación—. Nunca se me ocurrió que debía advertirte.

Los nervios crispados de Poole volvieron a la normalidad. Naturalmente, no podría haber peligros en ese mundo bien ordenado, casi demasiado bien ordenado, pero, así y todo...

El dinosaurio le devolvió la mirada con evidente desinterés total. Después se volvió hacia el cobertizo, se inclinó hacia el interior, y volvió a surgir con un rastrillo y una tijera de jardinería que dejó caer en una bolsa que llevaba colgando de uno de los hombros. Se alejó de ellos a saltitos, con marcha similar a la de un pájaro, sin mirar jamás hacia atrás, mientras desaparecía detrás de unos girasoles de diez metros de alto.

—Debo una explicación —dijo Indra, afligida—: Nos gusta utilizar bioorganismos toda vez que podemos, en vez de robots. ¡Supongo que es el chauvinismo de las especies basadas en el carbono! Ahora bien, sólo existen unos pocos animales que poseen algún grado de destreza manual, y los hemos usado a todos, en un momento u otro.

"Y he aquí un misterio que nadie pudo resolver: cabría suponer que herbívoros mejorados, como los chimpancés y los gorilas, serían buenos para esta clase de trabajo... pues bien, no lo son; no tienen la paciencia para hacerlo.

"Y, sin embargo, carnívoros como este amigo que vimos son excelentes, y fáciles de adiestrar. Más aún, ¡y he aquí otra paradoja!, una vez que se los modificó, son dóciles y tienen buen carácter. Es cierto, hay casi mil años de ingeniería genética detrás de ellos, ¡y mira lo que el hombre primitivo le hizo al lobo, y nada más que a través de ensayos y errores!

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