Había sido bueno en aritmética mental, un raro logro aun en su época, y probablemente mucho más raro ahora. La fórmula para obtener la distancia al horizonte era sencilla: la raíz cuadrada del doble de la propia altura, multiplicada por el radio. La clase de conocimiento que nunca se olvida, aun si se quisiera...
Veamos: estamos a unos ocho metros de altura, así que es la raíz cuadrada de dieciséis (¡eso es fácil!). Digamos que R es cuarenta mil... eliminamos esos tres ceros para hacer que todos sean klicks... Cuatro veces la raíz de cuarenta... mmm... apenas un poco más que veinticinco...
Bueno, veinticinco kilómetros era una buena distancia y, por cierto, jamás espaciopuerto alguno de la Tierra había parecido tan enorme. Incluso sabiendo perfectamente bien qué esperar, resultaba sobrenatural mirar naves, muchísimo más grandes que su hace mucho perdida
Discovery
, despegando, no sólo en absoluto silencio, sino con ausencia de medios evidentes de propulsión. Aunque Poole extrañaba las llamaradas y la furia de las cuentas regresivas de antaño, tenía que admitir que eso era más limpio, más eficiente... y mucho más seguro.
Lo más extraño de todo, empero, era estar sentado ahí arriba, en el Borde, en la órbita geoestacionaria en sí... ¡y sentir peso! A nada más que metros de distancia, por afuera de la ventanilla de la diminuta sala de observación, robots de servicio y unos pocos seres humanos en traje espacial hacían sus tareas flotando con suavidad; pero, en el interior de la
Goliath
, el campo de inercia seguía manteniendo la gravedad marciana normal.
—¿Estás seguro de que no quieres cambiar de opinión, Frank? —había preguntado en broma, mientras iba hacia el puente—. Todavía quedan diez minutos antes del despegue.
—No sería muy popular si lo hiciera, ¿no? No, tal como solían decir antaño, tenemos un compromiso. Preparado o no preparado, allá voy.
Poole sintió la necesidad de estar a solas cuando comenzó el impulso, y la reducida tripulación (nada más que cuatro hombres y tres mujeres) respetó su deseo. Quizás adivinaban cómo debía de estar sintiéndose: abandonar la Tierra por segunda vez en mil años... y, una vez más, para enfrentar un destino desconocido.
Júpiter-Lucifer estaba del otro lado del Sol, y la órbita casi rectilínea de la
Goliath
iba a llevarlos cerca de Venus. Poole esperaba ansiosamente el momento de ver, a simple vista, si el planeta gemelo de la Tierra estaba empezando a justificar esa descripción, después de siglos de terraformación.
Desde una altura de mil kilómetros, la Ciudad de las Estrellas parecía una gigantesca banda de metal que ceñía el ecuador de la Tierra, salpicada con torres de lanzamiento, cúpulas herméticas llenas de aire, andamiajes que sostenían naves semicompletadas, antenas, y otras estructuras más enigmáticas. Disminuía con rapidez a medida que la
Goliath
enfilaba hacia el Sol y, en seguida, Poole pudo ver lo incompleta que estaba: había enormes brechas sólo unidas por una telaraña de andamiajes, a las que probablemente nunca se habría de circundar del todo.
Y ahora estaban cayendo por debajo del plano del anillo. Era mediados de invierno en el hemisferio norte, así que el tenue resplandor de Ciudad de las Estrellas estaba inclinado más de veinte grados hacia el Sol. Poole ya podía ver las torres norteamericana y asiática, como filamentos refulgentes que se extendían hacia afuera del planeta, más allá de la neblina azul de la atmósfera.
Estaba apenas consciente del tiempo, cuando la
Goliath
ganó velocidad, desplazándose con más celeridad que cualquier cometa que hubiera caído jamás hacia el Sol, viniendo desde el espacio interestelar. La Tierra, en plenitierra, seguía ocupándole todo el campo visual, y entonces pudo ver la longitud completa de la torre de África, que había sido su hogar en la vida que ahora estaba abandonando —y no pudo evitar la idea— quizá para siempre.
Cuando estaban a cincuenta mil kilómetros de distancia, estuvo a punto de ver la totalidad de la Ciudad de las Estrellas, en forma de una estrecha elipse que encerraba la Tierra. Aunque el lado lejano era apenas visible como una delgadísima línea de luz contra el fondo de las estrellas, producía temor reverencial pensar que la especie humana había colocado esta señal sobre los cielos.
Después, recordó los anillos de Saturno, infinitamente más espléndidos. Los ingenieros en astronáutica todavía tenían un largo camino por recorrer antes de que pudieran igualar las maravillas de la Naturaleza.
O, si ésa era la palabra adecuada, de Deus.
Cuando despertó a la mañana siguiente, ya estaban sobre Venus. Pero la enorme y deslumbrante media luna del planeta aún envuelto en nubes no era el objeto más llamativo del cielo: la
Goliath
estaba flotando por encima de una interminable extensión de lámina plateada con arrugas, que destellaba a la luz del Sol con patrones siempre cambiantes, a medida que la nave avanzaba a la deriva por sobre ella.
Poole recordó que en su propia época había existido un artista que envolvió edificios enteros en láminas de plástico: ¡cómo le habría encantado esta oportunidad de empaquetar miles de millones de toneladas de hielo en un envase rutilante! Sólo de esa manera se podía proteger de la evaporación al núcleo de un cometa mientras llevaba a cabo su travesía de décadas de duración hacia el Sol.
—Estás de suerte, Frank —le había dicho Chandler—, esto es algo que nunca había visto por mí mismo. Debe de ser espectacular. El impacto está previsto para dentro de poco más de una hora. Le dimos un empujoncito para asegurarnos de que caiga en el sitio preciso. No queremos que alguien salga herido.
Poole lo miró atónito:
—¿Quieres decir... que ya hay gente en Venus?
—Alrededor de cincuenta científicos locos, cerca del Polo Sur. Naturalmente, están bien alojados, pero los vamos a sacudir un poco, aun cuando el punto de impacto está en el otro lado del planeta. O quizá deba decir "Atmósfera Cero": pasarán días antes de que algo, salvo la onda de choque, llegue a la superficie.
Mientras la montaña de hielo cósmico, refulgente y destellante en su envoltura protectora, parecía ir haciéndose más pequeña a medida que caía hacia Venus, a Poole lo asaltó un recuerdo repentino, doloroso: los árboles de Navidad de su niñez habían lucido ornamentos iguales a ése, delicadas burbujas de vidrio coloreado. Y la comparación no era del todo absurda: para muchas familias de la Tierra, todavía era la temporada justa para hacer regalos, y la
Goliath
estaba transportando uno invalorable a otro mundo.
La imagen por radar del torturado paisaje venusino —sus fantasmagóricos volcanes, cúpulas escamadas y cañones estrechos y sinuosos— dominaba la pantalla principal del centro de control de la
Goliath
, pero Poole prefería las pruebas que le daban sus propios ojos. Aunque el ininterrumpido mar de nubes que cubría el planeta nada revelaba sobre el infierno que tenía debajo, Poole quería ver qué ocurriría cuando chocara el cometa robado. En cuestión de segundos, las innumerables toneladas de hidratos congelados que habían estado ganando velocidad durante décadas en el recorrido cuesta abajo desde Neptuno, iban a liberar toda su energía...
El destello inicial fue aún más brillante de lo que Poole había esperado. ¡Qué extraño resultaba que un proyectil hecho con hielo pudiera generar temperaturas que debían de estar por las decenas de miles de grados! Aunque los filtros de la ventanilla de observación habrían absorbido todas las peligrosas longitudes de onda corta, el feroz azul de la bola de fuego anunciaba que estaba más caliente que el Sol.
Se enfriaba con rapidez a medida que se expandía, pasando por el amarillo, el anaranjado, el rojo... Ahora debía de estar difundiéndose hacia afuera la onda de choque, a la velocidad de la luz... ¡y qué sonido debía de ser ese...! así que dentro de pocos minutos debía de producirse alguna indicación visible de su paso por la faz de Venus.
¡Y ahí estaba!: sólo un diminuto anillo negro, como una insignificante nubecita de humo, que no daba el menor indicio de la furia ciclónica que debía de estar avanzando arrolladoramente hacia afuera, a partir del punto de impacto. Mientras Poole observaba, se expandía con lentitud, aunque debido a su escala no había sensación de desplazamiento visible: Poole tuvo que esperar todo un minuto antes de poder estar del todo seguro de que la onda se había vuelto más grande.
Después de un cuarto de hora, empero, fue el aspecto más sobresaliente en el planeta. Aunque mucho más tenue —de un gris sucio, antes que negro—, ahora la onda de choque era un círculo desgarrado de más de mil kilómetros de diámetro. Poole conjeturó que había perdido su simetría original cuando pasaba por sobre las grandes cadenas montañosas que tenía debajo.
La voz del capitán Chandler sonó enérgica a través del sistema de intercomunicación de la nave:
—Los pongo en comunicación con la Base Afrodita. Me agrada decir que no están aullando para pedir ayuda.
—... Nos sacudió un poco, pero eso era lo que esperábamos. Los monitores indican algo de lluvia que ya se está produciendo sobre las montañas Nokomis... pronto se evaporará, pero es un comienzo. Y parece haberse producido una inundación repentina en el precipicio Recate: es demasiado bueno como para ser cierto, pero estamos tratando de verificarlo. Después del último envío, ahí se formó un lago temporario de agua hirviente...
"No los envidio", se dijo Poole, "pero los admiro: demuestran que el espíritu de aventura todavía existe en esta sociedad, que quizás es demasiado cómoda y demasiado bien adaptada."
—... Y gracias, una vez más, por traernos esta carguita acá en primer lugar. Con algo de suerte —y si podemos colocar esa pantalla solar en órbita sincronizada—, antes que pase mucho tiempo tendremos algunos mares permanentes, y después podremos plantar arrecifes de coral, para producir carbonato de calcio y eliminar de la atmósfera el exceso de CO
2
... ¡Espero vivir para verlo!
"Le deseo que sí", pensó Poole con silenciosa admiración. Había buceado a menudo en los mares tropicales de la Tierra, admirando los extraños y coloridos seres, a menudo tan extravagantes que resultaba difícil creer que se pudiera encontrar algo que fuese más fuera de lo común ni siquiera en los planetas de otro sol.
—Paquete enviado a tiempo, y recepción confirmada —anunció el capitán Chandler con evidente satisfacción—. Adiós, Venus... Ganimedes, ¡allá vamos!
SEÑORITA PRINGLE
ARCHIVO — WALLACE
—Hola, Indra. Sí, tenías toda la razón: sí extraño nuestras pequeñas reyertas. Chandler y yo nos llevamos muy bien y, al principio, la tripulación me trató... esto te va a divertir... casi como si yo fuera una reliquia sagrada, pero están empezando a aceptarme, y hasta empezaron a tomarme el pelo (¿conoces ese uso idiomático?).
"Es irritante no poder sostener una verdadera conversación (hemos cruzado la órbita de Marte, por lo que la interlocución por radio ya tarda más de una hora), pero existe una ventaja: no podrás interrumpirme...
"Aun cuando sólo nos tomará una semana llegar a Júpiter, creí que tendría tiempo para relajarme. Ni pensarlo: empecé a sentir comezón en los dedos, y no pude resistir la idea de volver a la escuela, así que empecé la preparación básica, desde el principio mismo, en una de las minilanzaderas de la
Goliath.
Quizá Dim realmente me permita volar sin acompañante...
"No es mucho más grande que las cápsulas de la
Discovery...
¡pero qué diferencia! Primero que todo, claro está, no utiliza cohetes: no me puedo acostumbrar al lujo del impulso inercial y del alcance ilimitado. Podría volar en ella de vuelta a la Tierra, si fuera necesario... aunque probablemente lo haga: ¿recuerdas la expresión que usé una vez, y de la que tú adivinaste el contenido, "ir como loco"?
"La mayor diferencia, empero, es el sistema de control. Para mí constituyó un gran desafío acostumbrarme a la operación sin manos... y la computadora tuvo que aprender a reconocer mis órdenes verbales. Al principio me estaba preguntando cada cinco minutos: "¿Realmente quiere decir eso?" Sé que sería mejor usar el casquete cerebral, pero todavía no le tengo mucha confianza ni estoy seguro de acostumbrarme alguna vez a que algo me lea los pensamientos...
"A propósito, el transbordador se llama
Falcon
: es un lindo nombre, pero quedé decepcionado al descubrir que ninguno de mis compañeros sabía que el nombre se remontaba a la época de las misiones Apolo, cuando aterrizamos en la Luna por primera vez...
" Er... ah.... había mucho más que te quería decir, pero llama el capitán. De vuelta al aula... cariños y fuera.
ALMACENAR
TRASMITIR
—Hola, Frank, llama Indra... ¿es así como se dice...? con mi nuevo mentescritor... antiguo tuvo colapso nervioso, ja, ja... por eso muchos errores... sin tiempo para corregir antes que yo envíe. Espero entiendas lo que escribo.
¡COMSET! Canal uno — cero — tres... grabación desde doce y treinta —corrección— trece y treinta. Perdón...
"Espero puedan arreglar antigua unidad... conocía todos mis atajos y
abbbreviatras...
quizá debo psicoanalizarme, como en tu época... Nunca entendí cómo esa tontería fraudeana.... quiero decir, freudiana, ja, ja... duró tanto tiempo...
"Eso me recuerda —el otro día me topé con defin fines siglo XX... te puede divertir— algo así... cito textualmente... Psicoanálisis, enfermedad contagiosa que se originó en Viena cerca de la década de 1900, ahora extinta en Europa, pero hay erupciones ocasionales entre los norteamericanos pudientes. Fin de cita... ¿Gracioso?
"Perdón otra vez... problema con los Mentescritores... difícil de mantener la ilación...
xz 12L w888 8**** js9812yebdc MALDITA... ALTO... AUXILIAR
"¿Hice algo mal entonces? Tratemos de vuelta.
"Mencionaste a Danil... lamento que siempre hayamos esquivado tus preguntas sobre él —sabíamos que sentías curiosidad, pero teníamos una buena razón— ¿recuerdas que una vez lo llamaste no-per-sona?... ¡no estuviste lejos de la verdad!
"Una vez me preguntaste respecto del delito hoy en día... dije que cualquier preocupación de esa clase era patológica... quizás incitada por los interminables y enfermantes programas de televisión de tu tiempo (yo misma nunca pude mirar más que unos minutos... ¡repulsivos!)