A barlovento (10 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

IV. Tierra de ceniza

IV

Tierra de ceniza

~¿N
uestras propias naves no son lo suficientemente buenas?

~ Las suyas son más veloces.

~
¿Aún más?

~
Eso me temo.

~
Además, odio este ir y venir. Primero una nave, luego otra, luego otra y luego una cuarta. Me siento como un paquete de mensajería.

~
Esto no será alguna oscura forma de ofensa, o una manera de retrasarnos, ¿no?

~
¿El qué? ¿El hecho de que no nos proporcionen nuestra propia nave?

–Sí.

~
No lo creo. De un modo relativamente oscuro, incluso puede que lo que intenten sea impresionarnos. Dicen que están poniendo tanto empeño en corregir los errores que han cometido que no prescindirán de ninguna nave para el deber normal de cualquiera de sus miembros.

~ ¿Y tiene más sentido utilizar cuatro naves en distintos momentos?

~
Es la forma en la que tienen establecidas sus fuerzas. La primera nave era un buque de guerra. Las mantienen cerca de Chel por si se desata otro conflicto armado. Pueden trasladarse a cierta distancia, como si fueran transbordadores, pero no demasiada. La que ocupamos en estos momentos es un superelevador, como una especie de remolque rápido. A continuación, subiremos a un Vehículo General de Sistemas; una especie de depósito gigante o madre nodriza. Transporta a otras naves de guerra que pueden desplegarse en caso de eventos hostiles. El VGS puede alejarse más que el buque de guerra, pero tampoco puede distanciarse en exceso del espacio chelgriano. Y la última nave es una antigua embarcación de guerra desmilitarizada, que se utiliza normalmente en toda la galaxia para este tipo de piquetes.

~ En toda la galaxia. De alguna forma, esas palabras siguen sorprendiendo.

~
Sí. Bastante hacen tomándose semejante interés en nuestro relativamente endeble bienestar.

~ Si los cree, eso es todo lo que realmente intentan hacer.

~
¿Usted los cree, comandante?

~
Supongo que sí. Solo que no estoy convencido de que sea una justificación suficiente para lo que ha sucedido.

~
Está claro que no.

Los primeros tres días de su viaje transcurrieron a bordo de la Unidad de Ofensiva Rápida de la clase Torturador llamada
Valor de incordio.
Era un objeto masivo de construcción aparentemente improvisada; un manojo de gigantescas unidades motoras tras una barquilla y un minúsculo habitáculo que tenía toda la pinta de ser una idea de última hora.

~
Mira que llega a ser fea esta cosa
–dijo Huyler cuando la vieron por primera vez, recorriendo la cubierta de
Tormenta de nieve
en aquella pequeña lanzadera junto al avatar de piel oscura y traje gris–.
¿Y se supone que estos son ascetas en decadencia?

~ Existe una teoría que afirma que se avergüenzan de su armamento. Mientras tenga un aspecto poco elegante, rudo y desproporcionado, pueden intentar fingir que no les pertenece, o que no forma parte de su civilización, o, en caso contrario, solo es algo temporal, porque todo lo que ellos hacen es de una sutileza muy refinada.

~
O podría tratarse de una cuestión de forma y función. No obstante, debo confesar que eso es nuevo para mí. ¿Qué joven genio universitario ha desarrollado esa teoría?

~
Le satisfará saber, Hadesh Huyler, que ahora contamos con una Sección Civilizacional de Perfiles Metalógicos en la Inteligencia Naval.

~
Veo que tengo mucho que recuperar con respecto a la terminología moderna. ¿Qué significa metalógico?

~
Es una abreviatura de psico-fisio-filosofilógico.

~
Ah, claro. Por supuesto. Suerte que he preguntado.

~ Es un término propio de la Cultura.

~
¿Un puto término de la Cultura?

~
Sí, señor.

~
Ya veo. ¿Y para qué demonios sirve esa sección nuestra de la metalógica?

~
Intenta explicar cómo piensan los demás Implicados.

~
¿Implicados?

~ También es uno de sus términos. Significa «especies que viajan por el espacio más allá de un determinado nivel tecnológico que desean y son capaces de interactuar unos con otros».

~
Ya veo. Siempre es mal síntoma eso de empezar a utilizar la terminología del enemigo.

Quilan echó un rápido vistazo al avatar sentado en el asiento contiguo. Le sonrió con cierta inseguridad.

–Coincido con usted, señor –dijo.

Tras pronunciar esas palabras, volvió de nuevo la vista hacia el buque de guerra de la Cultura. En realidad, era más bien feo. Antes de que Huyler expresase sus propias ideas, Quilan había estado pensando en el aspecto brutalmente poderoso de la nave. Resultaba extraño tener a alguien dentro de su cabeza, que miraba a través de los mismos ojos que él y veía exactamente las mismas cosas, que llegase a conclusiones tan distintas y experimentase emociones tan disímiles.

La nave llenaba la pantalla, como lo había hecho desde su partida. Se acercaban a ella a gran velocidad, pero el trayecto era largo, de algunos cientos de kilómetros. Un mensaje en uno de los laterales de la pantalla revelaba el nivel de aumento respecto a cero. Quilan admiró para sus adentros lo poderosa y lo fea que era la nave. Tal vez, en cierto sentido, siempre era el caso. Huyler interrumpió sus pensamientos.

~
Imagino que sus sirvientes ya están a bordo.

~ No llevo a ningún sirviente, señor.

~
¿Cómo?

~ Viajo solo, señor. Bueno, con usted.

~
¿Piensa viajar sin sirvientes? ¿Es usted una especie de marginado o algo así, comandante? No será uno de esos embrionicistas negadores de Castas, ¿no?

~
No, señor. En parte, el hecho de no ir acompañado de servidumbre refleja algunos de los cambios que han tenido lugar en nuestra sociedad desde su muerte corpórea, señor. Sin duda, todos le serán detallados en los informes.

~
Sí, bueno, los consultaré con más atención cuando tenga tiempo. No podría creerse la cantidad de pruebas y cosas que me han hecho, incluso cuando usted dormía. Tuve que recordarles que los revividos también necesitan echar una cabezada de vez en cuando. Si no, terminan conmigo. Pero, mire, comandante, eso de los sirvientes... He leído información sobre la guerra de Castas, pero pensaba que había terminado en tablas. Por todos los cielos, ¿todo esto significa que, en realidad, perdimos?

~ No, señor. La guerra terminó con un acuerdo tras la intervención de la Cultura.

~
Eso ya lo sé. ¿Pero era un acuerdo respecto a no tener sirvientes?

~
No, señor. La gente todavía tiene sirvientes. Los oficiales aún emplean a escuderos y palafreneros. No obstante, yo pertenezco a una orden que se abstiene de esa clase de ayuda personal.

~
Visquile mencionó que era usted una especie de monje. No me había dado cuenta de que era tan abnegado.

~ Existe otra razón para viajar solo, señor. Si me permite recordárselo, el chelgriano al que vamos a ver es un Negador.

~
Ah, sí, ese tal Ziller. Un liberal engreído venido a menos que piensa que tiene el deber divino de crear los lloriqueos para aquellos que no pueden molestarse en lloriquear por ellos mismos. Lo mejor que se puede hacer con ese tipo de gente es darles una patada. Esos mierdas no en tienden lo primero en lo que a responsabilidad y deber se refiere. No se puede renunciar a una casta más de lo que se renuncia a toda la especie. ¿Y nosotros tenemos que darle el gusto a ese imbécil?

~ Es un gran compositor, señor. Y nosotros no lo expulsamos; Ziller dejó Chel para autoexiliarse a la Cultura. Renunció a su estatus de Entregado y...

~
Oh, déjeme adivinar. Se declaró un Invisible.

~
Efectivamente, señor.

~
Lástima que no llegara hasta el final y se convirtiera en un Castrado.

~ En cualquier caso, no está muy de acuerdo con la sociedad chelgriana. La idea era que, al viajar solo, tal vez pudiera resultarle menos intimidatorio y más aceptable.

~
No somos nosotros quienes debemos ser aceptables para él, comandante.

~ En la posición en la que nos encontramos, no tenemos elección, señor. El gabinete ha decidido que debemos intentar convencerlo para que regrese. Y yo he aceptado esa misión, lo mismo que usted. No podemos obligarlo a volver, así que tenemos que pedírselo.

~
¿Y él está dispuesto a escucharnos?

~ En realidad, no tengo ni idea, señor. Lo conocí cuando éramos pequeños, he seguido su carrera y me gusta su música. Incluso la he estudiado. Pero eso es todo lo que tengo que ofrecer. Supongo que habrán pedido a otros más cercanos a él, familiarmente o por convicciones, que hagan lo que voy a hacer yo, pero parece ser que nadie estaba preparado para asumir la tarea. Me veo obligado a aceptar que, pese a no ser el candidato idóneo, debo de ser el mejor para este trabajo y que tengo que seguir adelante.

~
Todo eso suena un poco amargo, comandante. Me preocupa su ánimo.

~ Me encuentro algo bajo de moral, señor, por razones personales. Pero mi ánimo y mi sentido del deber son más fuertes que todo eso y tengo claro que una orden es una orden.

~
Así es, comandante, así es.

La unidad
Valor de incordio
transportaba a una tripulación de veinte humanos y algunos drones pequeños. Dos de los humanos saludaron a Quilan desde el hangar para naves y lo condujeron a sus dependencias, formadas por una única cabina de techo bajo. Su exiguo equipaje y sus pertenencias ya estaban allí, transferidas desde la fragata militar que lo había llevado hasta el casco de
Tormenta de nieve.

Habían habilitado algo parecido a un camarote militar para él y le habían asignado uno de los drones, que le explicó que el interior del compartimento podía deformarse para crear lo más cercano a sus deseos. Quilan respondió que ya le satisfacía la disposición presente y que él mismo desharía el equipaje y se quitaría el resto de su traje de vacío.

~
¿Intentaba el dron ser nuestro sirviente?

~
Lo dudo, señor. Quizá lo haría si se lo pidiésemos con mucha amabilidad.

~
¡Ja!

~
Hasta ahora, todos parecen muy prudentes y deseosos de ayudar, señor.

~
Sí. Y eso me huele muy mal.

Quilan fue asistido por el dron, y, para su sorpresa, este actuó como un verdadero sirviente, eficaz y silencioso. Lavó su ropa, ordenó su equipamiento y le aconsejó sobre la mínima (prácticamente inexistente) etiqueta que se aplicaba a bordo de una nave de la Cultura.

La primera noche, se celebró algo similar a una cena formal.

~
¿Es que aún no tienen uniformes? Esta sociedad está gobernada por putos disidentes. Es odiosa.

La tripulación trataba a Quilan con una urbanidad pedante. Apenas supo nada nuevo de ellos, ni por ellos. Aparentemente, se lo pasaban en grande con las simulaciones, con las que empleaban mucho tiempo, quedándose con poco para dedicarle a él. Quilan se preguntaba si solo querían evitarlo, pese a que no le preocupaba que fuera así. Le gustaba tener tiempo para sí mismo, y estudiar los archivos de la biblioteca de la nave.

Hadesh Huyler también llevaba a cabo sus propias investigaciones, y absorbió finalmente los archivos del informe que habían descargado junto con su propia personalidad al dispositivo Guardián de Almas introducido en el cráneo de Quilan.

Acordaron un horario para que Quilan pudiese disfrutar de cierta privacidad; si no ocurría nada excepcional, una hora antes de dormir y otra hora después de despertarse, Huyler se desconectaría de los sentidos de Quilan.

Las reacciones de Huyler ante la historia detallada de la guerra de Castas, que había estudiado en primer lugar, en contra de los consejos de Quilan, fueron recorriendo una serie de fases: sorpresa, incredulidad, indignación, enfado y, finalmente –cuando la parte sobre la Cultura le quedó clara–, una furia repentina seguida de una gélida calma. Quilan experimentó las mismas emociones alteradas del otro ser que albergaba en su interior en el transcurso de toda una tarde. Le produjo un sorprendente desgaste.

Solo después de aquello, el viejo soldado se decidió a empezar por el principio y a estudiar en orden cronológico todo lo que había ocurrido desde su muerte corpórea y el almacenamiento de su personalidad.

Como en el caso de todos los seres revividos, la personalidad de Huyler necesitaba dormir y soñar para mantener la estabilidad, aunque aquel estado similar al coma se conseguía con una especie de aceleración del tiempo, de forma que, en lugar de dormir toda una noche, Huyler podía pasar con menos de una hora de descanso. La primera noche durmió en el mismo tiempo real que Quilan, la segunda, la pasó estudiando y reposó durante ese breve lapso de tiempo. A la mañana siguiente, cuando Quilan restableció el contacto después de su hora de gracia, la voz del interior de su cabeza dijo:

~
Comandante.

~
Señor.

~
Perdió a su esposa. Lo siento. No lo sabía.

~
No es un tema del que me guste hablar demasiado señor.

~
¿Era esa el alma que estaba buscando en la nave en la que me encontró?

~ Sí, señor.

~
Ella también era militar.

~ Sí, señor, comandante, como yo. Nos casamos antes de la guerra.

~
Debía de quererlo mucho para seguirlo al Ejército.

~ En realidad, fui yo quien la siguió a ella, señor. Ella tuvo la idea de alistarse. E intentar rescatar las almas almacenadas en el Instituto Militar de Aorme antes de la llegada de los rebeldes también fue cosa suya.

~
Parece una hembra hecha y derecha.

~
Lo era, señor.

~
Lo siento de verdad, comandante Quilan. Yo nunca llegué a casarme, pero sé lo que significa amar y perder. Solo quería que supiera que tiene todo mi apoyo, nada más.

~ Gracias. Se lo agradezco de verdad.

~
Creo que tal vez usted y yo deberíamos estudiar un poco menos y hablar un poco más. Para tener un contacto tan íntimo, no nos hemos contado casi nada de nuestras vidas. ¿Qué le parece, comandante?

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