Read Agentes del caos II: Eclipse Jedi Online
Authors: James Luceno
Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción
—La delegada Miilarta representa treinta y un mundos, ama. Ya ha conseguido la mitad de los votos que necesita.
Leia echó un vistazo a la cola, que entre esposos, esposas, parientes y niños llegaba hasta la gran entrada del Palacio de la Fuente, residencia de la familia real de Hapes.
—¿Cansada de tantas formalidades, embajadora? —preguntó Ta’a Chume tras su velo.
—En absoluto —aseguró Leia volviéndose ligeramente hacia ella.
—¿No encuentra el proceso un poco, cómo decirlo, anticuado?
—En realidad, me hace pensar en Alderaan.
—¿Alderaan? Me sorprendes, Leia. Equiparar un antiguo y brillante ejemplo de democracia con un matriarcado fundado por piratas. ¿Cómo se te puede haber ocurrido?
Leia sonrió.
—La Nueva República ha prescindido de las ceremonias movida por el pragmatismo, pero, a veces, echo de menos la pompa y circunstancia de la Vieja República. Y Hapes reaviva viejos recuerdos congelados en el tiempo.
—¡Vaya! Muy amable por tu parte reducir nuestro estilo de vida a simple nostalgia —el velo escarlata ocultó la expresión de Ta’a Chume, pero su tono de voz daba a entender que era una sonrisa burlona.
—Malinterpretar mis palabras, Ta’a Chume… A propósito, supongo que… —Leia paseó la mirada por la sala de recepción—… de no ser por el Imperio, mi vida podría haber sido ésta. La realeza, las recepciones sociales… las intrigas.
Los ojos de Ta’a Chume se entrecerraron.
—¡Ah, todo eso habría podido ser suyo fácilmente, querida! Fuiste tú quien eligió a Han Solo en vez de a mi hijo.
Leia miró hacia Chume’da Isolder; alto, impecablemente vestido e increíblemente guapo, situado en cabeza de la cola.
Sí,
se dijo a sí misma,
preferí un aventurero peleón sin un crédito en el bolsillo a un hijo de piratas con los bolsillos lo bastante llenos como para financiar su propia guerra.
Y
sigo dando gracias a las estrellas por haberlo hecho.
Los recuerdos de la niñez suelen perder parte de su encanto cuando se ven a la luz de la edad actual. Leia no podía imaginarse a sí misma siendo una princesa, como no se imaginaba siendo actriz o empresaria. Miró a Teneniel Djo, con las manos cruzadas y la barbilla alzada en gesto regio, y se estremeció ante la mera idea de estar allí parada como ella, calzando zapatillas de mil créditos.
Y mientras pensaba en todo aquello, una sensación de temor nubló su satisfacción. Con Han lejos, distante en más de un sentido, el futuro que habían forjado juntos se le mostraba difuso y nublado. Odiaba tener que preocuparse por él, pero la verdad era que lo añoraba terriblemente, y el boato de la realeza, la contemplación de un sendero que no quiso tomar, le producía una sensación de frialdad y distanciamiento.
—Arconte Thane, la embajadora Organa Solo —estaba diciendo Ta’a Chume—. Embajadora Solo, el arconte Beed Thane de Vergill. Robusto y barbado, una cabeza más alto que Leia, Thane era uno de los pocos delegados varones del Consorcio. Frunció el ceño mientras daba un paso para situarse frente a ella.
—Embajadora Solo —dijo, arrastrando las palabras—. La infame Jedi. Ta’a Chume se quedó rígida.
—Le aconsejaría que contuviera su lengua, arconte. ¿O es que ha tomado demasiados sorbos de la bebida que le hemos ofrecido gratuitamente?
—Mil perdones, muy venerable Ereneda —se disculpó, utilizando un título reservado a las reinas madre hapanas pasadas o presentes—. Ciertamente, su generosidad me ha desarmado.
Leia tanteó sus sentimientos. Thane no estaba borracho, sólo lo fingía.
—No soy una Jedi, arconte —le dijo—. Y en cuanto a mi infamia… piense lo que quiera, es su prerrogativa.
Thane se giró hacia ella.
—Habla como una Jedi: tranquila y en plena posesión de sus facultades. Una mente débil se sentiría inclinada a creer que dice la verdad.
—Cuidado, arconte —advirtió Ta’a Chume, respirando agitadamente—. Estoy segura de que no quiere provocar una escena embarazosa.
—Eso es precisamente lo que pretende, Ta’a Chume —Leia cruzó los brazos por debajo de su pecho—. ¿Por qué privarlo de su diversión? Thane dejó escapar una leve sonrisa.
—Resulta que estaba en Coruscant cuando se presentó ante el Senado para soltar el mismo discurso que ha lanzado esta noche aquí. ¡Cuánto debió de molestar a su naturaleza Jedi que no le hiciesen el más mínimo caso!
—Quizá no me escuchó la primera vez, arconte…
—Si tiene problemas con los Jedi, puede dirigirse a mí.
De repente, Tenel Ka estaba de pie junto a Leia, descansando la mano en la empuñadura de su sable láser, adornada con un diente de rancor. Quejosa y terca por naturaleza, Tenel Ka siempre había sido rápida en lanzarse a una pelea, y ahora taladraba a Thane con sus ojos grises.
El arconte resistió la provocación sin dejar de sonreír de forma ofensiva.
—¡Vaya! Pero si es la Dathomiri que rechaza su herencia hapana, pero se digna a salvar a la familia real de las maquinaciones del embajador Yfra. —Su mirada recorrió la fila de personalidades—. ¡Qué grupito tan feliz!
Una multitud empezó a reunirse en torno a Thane, y se fueron apagando las conversaciones a lo largo de la inmensa sala. Leia vio por el rabillo del ojo cómo el príncipe Isolder se dirigía en línea recta al centro de la conmoción.
—Únicamente tenemos la palabra de la embajadora Solo de que son incapaces de enfrentarse a los yuuzhan vong —decía Thane a todo el que quisiera escucharlo—. Y si es cierto lo que dice sobre formar un frente unido, ¿por qué la Nueva República no es capaz de ponerse de acuerdo acerca de dónde desplegar sus flotas y a qué sistemas ayudar? —Giró sobre sí mismo mientras hablaba—. ¿Es eso lo que queremos para el Consorcio, una dirección dividida? Como arconte de Vergill, digo que deberíamos permanecer neutrales hasta que los invasores revelen sus planes hacia el Consorcio, sea de palabra o mediante la fuerza.
Gesticuló señalando a Leia.
—Viene a nosotros pidiéndonos un favor y trayendo únicamente una advertencia como regalo. ¿Por qué no nos regala la tecnología turboláser de recarga rápida que la Nueva República oculta desde hace tantos años?
—Ya basta, Thane —intervino Isolder, enfadado—. No es momento ni lugar para tener un debate político. Si no puedes cumplir con unas mínimas reglas del decoro…
—¿Me echarás de tu palacio? —cortó Thane—. ¿Das más crédito a una descendiente de esos Jedi que mataron a tus antepasados que a alguien que se atreve a decir la verdad en tu presencia?
—Basta —exclamó Isolder.
Pero Thane no quería terminar. Se dirigió una vez más a la multitud.
—Prefiere la compañía de una hija que ha rechazado su herencia hapana… Tenel Ka dio un paso adelante, pero fue detenida por su padre.
—… y la de alguien que sólo dice verdades a medias, como la embajadora Solo…
Con una velocidad y una precisión increíbles, Isolder abofeteó el rostro de Thane, lanzándolo contra la multitud y haciéndole sangrar por el labio inferior. Instantáneamente, el capitán Asarta, viejo amigo de Isolder y su guardia personal, se situó junto a él, echándose la espesa trenza de pelo rojo por encima del hombro y adoptando una posición intermedia de parada o ataque, según conviniera.
Dos de los partidarios de Thane se apresuraron a cogerlo por los brazos y ponerlo en pie, pero él los empujó a un lado, se limpió la boca con el dorso de la mano y lanzó una risotada a Isolder.
—El aspirante despreciado acude al rescate.
El corazón de Leia se hundió. Podía sentir cómo luchaba Isolder para controlar su rabia. Por muy enfadada que estuviera con él por permitir la provocación, temía el próximo movimiento de Thane.
—Mis padrinos te visitarán mañana por la mañana, Chume’da Isolder —anunció el arconte de Vergill completamente sobrio.
Isolder le devolvió una inclinación formal de cabeza.
—Los míos estarán esperando.
—Así empieza el cisma —susurró Ta’a Chume en voz baja, triste, mientras Thane y sus partidarios se dirigían hacia la puerta.
—Entiéndelo ya, Droma! —gritó Han haciendo virar el
Halcón
en un giro muy cerrado.
Murmurando nerviosamente hacia sí mismo, Droma inyectó energía en los motores sublumínicos y apretó a fondo el acelerador.
—No pasará nada por adentramos en el Espacio Hutt, dijiste. Tuve muchos contratos por todo Sisar, y Sriluur era como mi segundo hogar, dijiste. No hay nada de qué preocuparse…
—¡Deja de quejarte y dame los datos actualizados de esas naves!
Droma giró la pantalla del autentificador amigo-enemigo de la nave, que le mostró siete iconos con forma de bezel acercándose rápidamente a la popa del
Halcón.
—Son yuuzhan vong, seguro.
Han contempló la pantalla. Las imágenes de los escáneres podrían pertenecer a unos asteroides de no ser por las protuberancias que formaban las cabinas de los pilotos y los característicos morros donde se alojaban las armas y el dovin basal.
—Coralitas.
Entrando coordenadas para el salto a Nar Shaddaa.
—Todavía no —gritó Han manipulando varios interruptores de la consola de mandos—. No hay forma de despistar a esos coris. Desvía parte de la energía a los escudos deflectores traseros y traza un curso de vuelta a Sriluur. Prefiero enfrentarme a ellos en la atmósfera que hacerlo aquí fuera.
Droma se aplicó rápidamente a la tarea.
—Al menos no nos estrellaremos desde tanta altura.
—Gracias por tus ánimos.
El
Halcón
realizó medio bucle, y tuvieron ante ellos la curva parda del planeta. Los datos del terreno les dijeron que viajaban en dirección norte, mirando a un arco de ese hemisferio al este de la línea horaria planetaria.
—Los coris no maniobran bien con gravedad —aseguró Han—. Dependen de las capacidades antigravitatorias del dovin basal.
Como si lo hubieran escuchado, los pilotos enemigos empezaron a disparar cometas de oro fundido desde los lanzadores de plasma situados en la proa de sus pequeñas naves. Dos de los proyectiles impactaron en la nave de Han y, aunque debilitados por la distancia, con potencia suficiente para hacer temblar la nave más grande. Todos los sensores del
Halcón
empezaron a aullar.
—Los escudos traseros resisten —informó Droma mientras activaba las contramedidas y los sistemas de distorsión—. De momento.
Han aspiró todo el aire que pudo, posó la mano derecha en la palanca de aceleración y se lanzó hacia el planeta. El transporte ligero penetró en la atmósfera superior de Sriluur temblando pero sin desviarse de su trayectoria oblicua. Los yuuzhan vong se zambulleron tras él, mostrando su patente desprecio por la envoltura protectora del planeta.
—¿Ves lo que te decía? —exclamó Han—. ¡Se pegan como una lapa!
Los indicadores de la nave siguieron protestando a medida que el
Halcón
penetraba en las capas más densas de aire, descendiendo en espiral para esquivar los disparos letales que la buscaban. Dejando a un lado toda precaución, Han aumentó el ángulo de descenso, perdiendo control a cambio de aumentar la velocidad.
—¡El puente es tuyo! —gritó a Droma.
—¿Qué? —Droma le lanzó una mirada llena de pánico.
Han se desabrochó las correas que lo aseguraban a la silla del piloto, se puso en pie, giró sobre sus talones y se dirigió a la escalerilla principal. No había pasado de la compuerta de la cabina del piloto cuando unos impactos en la popa lo derribaron sobre la cubierta e hicieron que se pensase dos veces la idea de intentar llegar hasta las armas de las torretas.
—Conecta el automático de los láseres cuádruples —dijo atropelladamente mientras intentaba ponerse en pie. Volvió a sentarse en la silla del piloto, se puso unos auriculares y empezó a reunir los datos de localización de blancos en la pantalla del control de armas—. Veamos si podemos nivelar la desventaja.
Droma empuñó la palanca que controlaba el cañón ventral del
Halcón,
mientras Han se encargaba del dorsal. Los datos se volcaron en sus respectivas pantallas. Han situó la retícula de localización sobre un coralita y apretó el gatillo del mando.
La nave enemiga se tragó el rayo.
Han dio un puñetazo a la consola.
¡Los láseres no bastan! ¡Tenemos que darles algo más de lo que preocuparse!
Abruptamente, hizo que el
Halcón
rodase sobre sí mismo mientras Droma seguía disparando el cañón ventral. En un esfuerzo por mantenerla persecución, el coralita líder forzó la potencia de su dovin basal y aceleró.