Vistos fuera de sus sueños, los siete miembros de la tripulación del
Nostromo
eran aún menos impresionantes que en el hipersueño. Por una parte, sus cuerpos escurrían gotas del líquido conservador del críosueño con que los habían llenado y untado. Por muy analéptico que sea, el limo de cualquier clase no favorece la buena presentación.
Por otra parte, estaban desnudos y el líquido no era buen sustituto de los efectos de esas pieles artificiales llamadas ropas que dan elegancia y esbeltez.
—¡Diablos! —Murmuró Lambert, viendo con repugnancia cómo caían gotas de sus hombros y costados—. ¡Tengo frío!
Salió entonces del féretro conservador de la vida, en lugar de la muerte, y empezó a buscar algo en un compartimiento cercano. Valiéndose de la toalla que encontró allí, empezó a quitarse de las piernas aquel jarabe transparente.
—¿Por qué diablos no puede Madre calentar la nave
antes
de sacarnos del depósito?
Lambert había logrado ponerse de pie y trataba de recordar dónde había dejado sus ropas.
—Bien sabes por qué —dijo Parker, demasiado ocupado con su cansancio y con el jarabe para pensar siquiera en contemplar a la navegante desnuda—. Política de la Compañía; conservación de energía que puede entenderse por vil avaricia. ¿Para qué desperdiciar el exceso de energía calentando la sección congelada hasta el último segundo posible? Además, al salir del hipersueño, siempre hace frío. Ya sabes que el congelador también baja tu temperatura interna.
—Sí, lo sé. De todos modos, estoy helada.
Lambert sabía que Parker tenía toda la razón, pero le disgustó reconocerlo. Nunca había sentido gran simpatía hacia el ingeniero.
"¡Maldita sea, Madre!", pensó viéndose en su brazo la carne de gallina. "¡Hagamos un poco de
calor
"
Dallas estaba enjugándose, limpiándose en seco los restos de aquel jarabe del críosueño y tratando de no contemplar nada que los otros no pudiesen ver. Lo había notado desde antes de salir de la congelación. Así estaba todo dispuesto por la nave.
—El trabajo nos calentará rápidamente —dijo Lambert en voz alta—. ¡Todos a sus puestos! Supongo que recuerdan para qué se les paga, además de dormir para olvidar sus preocupaciones.
Nadie sonrió ni se molestó en hacer comentarios. Parker echó una mirada a su compañero quien aún estaba sentado en su congelador.
—Buenos días. ¿Todavía estás con nosotros, Brett?
—Sí.
—Tenemos suerte —dijo Ripley, estirándose y haciendo unos movimientos más estéticos que los demás—. Me alegra saber que nuestro mejor conversador está tan charlatán como siempre.
Brett se limitó a sonreír, sin decir nada.
Brett hablaba tanto como las máquinas a quienes atendía; es decir, nada, y aquella era una broma corriente entre la tripulación. En momentos como esos se reían con él, no de él.
Dallas estaba haciendo ejercicios calisténicos con los codos paralelos al suelo y las manos unidas frente al esternón. Le pareció oír tronar sus músculos por tanto tiempo en reposo. La deslumbrante luz amarilla, tan elocuente como cualquier voz, monopolizaba sus pensamientos. Aquellos pequeños cíclopes eran el modo que la nave tenía de decirles que los había despertado por algo que no era el fin de su viaje. Dallas se preguntaba por qué.
Ash se sentó y miró a su alrededor, sin ninguna expresión. Por la animación que denotaba su rostro, bien habría podido estar aún en el hipersueño.
—Me siento como muerto —dijo, observando a Kane. El oficial ejecutivo estaba bostezando, aún no completamente despierto. La opinión profesional de Ash era que al ejecutivo en realidad le gustaba el hipersueño y que si se lo permitieran, se pasaría toda su vida como narcoléptico.
Ignorante de la opinión científica del oficial, Parker le echó una mirada y habló en tono agradable.
—Pareces muerto.
Estaba consciente de que sus propios rasgos probablemente no eran los mejores. El hipersueño agotaba la piel, así como los músculos. Su atención se volvió hacia el ataúd de Kane. El ejecutivo finalmente estaba sentándose.
—Me alegro de haber regresado —dijo parpadeando.
—Para lo que te tardas en despertar, bien podíamos haber regresado.
Kane pareció ofendido.
—¡Esa es una calumnia, Parker! Simplemente, tardo un poco más que ustedes, eso es todo.
—De acuerdo.
El ingeniero no insistió en el punto; se volvió al capitán que estaba absorto estudiando algo por la ventanilla.
—Antes de atracar, quizá sea mejor ver la situación de los bonos.
Brett mostró ciertas señales de entusiasmo, sus primeras desde que despertaba.
—Sí.
Parker continuó colocándose las botas:
—Brett y yo creemos merecer una parte completa. Bonificación completa por misión cumplida, además de salario e intereses.
Al menos sabía que el sueño profundo no había dañado a su cuerpo de ingenieros, pensó Dallas cansadamente. No hacía ni dos minutos que habían despertado y ya estaban quejándose.
—Ustedes dos recibirán aquello por lo que se les contrató. Ni más ni menos, como todos nosotros.
—Todos reciben más que nosotros —murmuró Brett suavemente.
Para él, aquello había sido todo un discurso. Sin embargo, no surtió ningún efecto sobre el capitán. Dallas no tenía tiempo para trivialidades ni juegos de palabras semi serios. Aquella luz parpadeante requería toda su atención y él coordinó sus pensamientos con exclusión de todo lo demás.
—Cualquiera merece más que ustedes dos. Quéjate, si quieres, ante el pagador de la Compañía. Ahora, ve allá abajo.
—Quejarme ante la Compañía —murmuró Parker tristemente, observando a Brett salir de su ataúd y empezar a enjugarse las piernas—. Sería lo mismo que tratar de quejarme directamente a Dios.
—Es lo mismo —dijo Brett, observando una débil luz de servicio en su propio compartimiento congelado. Apenas consciente, desnudo y goteando líquido, ya estaba trabajando arduamente. Era el tipo de persona que podía caminar durante días con una pierna rota, pero era incapaz de soportar un excusado que funcionara mal.
Dallas echó a andar hacia la sala central de computadoras y habló por encima de su hombro:
—Uno de ustedes dos, bromistas, traiga al gato.
Fue Ripley quien levantó una forma suelta y amarillenta de uno de los congeladores. Su expresión era de ofendida.
—No tienes que mostrarte tan indiferente hacia él —dijo dando palmaditas cariñosas al animal empapado—. No es una pieza del equipo. Jones es tan miembro de la tripulación como cualquiera de nosotros.
—Y más que muchos —dijo Dallas, observando a Parker y a Brett ya completamente vestidos que se alejaban en dirección de la sala de ingeniería—. No viene a quitarme el tiempo en mis ratos de vigilia a bordo para quejarse de salarios ni de bonificaciones.
Ripley se alejó con el gato envuelto en una gruesa toalla limpia. Jones iba ronroneando irregularmente mientras se lamía con gran dignidad. No era la primera vez que lo sacaban del hipersueño. Por el momento, toleraría la ignominia de ser llevado así.
Dallas había terminado de secarse; luego oprimió un botón que había al lado de su ataúd. Un cajón se proyectó silenciosamente hacia adelante, sobre molduras casi a prueba de fricción. Contenía sus ropas y algunos objetos personales.
Mientras se vestía, Ash se acercó sin hacer ruido. El funcionario de ciencias bajó la voz y habló mientras acababa de ajustarse una camisa limpia.
—Madre quiere hablarte —cuchicheó, y con la cabeza señaló en dirección de la luz amarilla que parpadeaba continuamente en el cercano tablero suspendido.
—Ya la vi —dijo Dallas metiendo los brazos en su camisa—. Es amarilla viva, cuestión de seguridad, no de advertencia. No digas a los demás. Si pasa algo grave, ya lo descubrirán muy pronto.
Se deslizó dentro de una chaqueta color marrón sin planchar y la dejó abierta.
—No puede ser algo muy grave, sea lo que sea —dijo Ash con esperanza y volvió a señalar hacia la luz que no dejaba de parpadear—. Es sólo amarilla, no roja.
—Por el momento —repuso Dallas, no tan optimista— habría preferido un bonito y tranquilizante verde.
Se encogió de hombros y trató de mostrarse tan optimista como Ash.
—Quizás el
autochef
esté al habla; eso sería una bendición, si consideramos lo que aquí llaman comida.
Trató de sonreír pero no lo logró. El
Nostromo
no era humano. No jugaba bromas a su tripulación, y no la habría despertado del hipersueño con una luz amarilla de advertencia si no hubiese tenido una razón perfectamente válida. Un
autochef
de cocina que funcionara mal no habría sido una buena razón.
¡Oh, bueno! después de varios meses de no hacer más que dormir, no tenía derecho a quejarse si ahora se requerían de él varias horas de verdadero y honrado sudor...
La sala central de computadoras se diferenciaba poco de las otras salas de vigilia que había a bordo del
Nostromo.
Un desconcertante caleidoscopio de luces y pantallas, aparatos y palancas daba la impresión de un enorme salón de fiestas habitado por una docena de árboles de navidad ebrios.
Acomodándose en un sillón redondo confortablemente acojinado, Dallas pensó cómo proceder. Ash se sentó enfrente del banco mental, manipulando controles con más velocidad y eficiencia de lo que habría podido esperarse de un hombre que acababa de salir del hipersueño. La habilidad del oficial en ciencias no tenía rival en la operación de máquinas.
Tenía una armonía especial que Dallas a menudo le envidiaba. Todavía mareado por los efectos del hipersueño, perforó una pregunta inicial; pautas de distorsión parecieron perseguirse a través de la pantalla y luego se asentaron hasta formar palabras reconocibles. Dallas revisó la redacción y la encontró normal:
ALERTA FUNCIÓN HIPERMONITOR PARA DESPLIEGUE E INVESTIGACIÓN DE MATRIZ.
También la nave lo consideró aceptable y la respuesta de Madre fue inmediata:
Hipermonitor se dirige a matriz.
Columnas de categorizaciones de información se alinearon para su inspección bajo este letrero.
Dallas examinó la larga lista de finas letras, localizó la sección que buscaba y mecanografió: ALERTA COMANDO DE PRIORIDAD.
FUNCIÓN DE HIPERMONITOR LISTA PARA INVESTIGACIÓN, respondió Madre. Las mentes de computadora no habían sido programadas para tener gran elocuencia y, Madre no era la excepción de la regla.
Aquello venía bien a Dallas. No estaba de humor para hablar bien. Mecanografió, concisamente, ¿QUE PASA, MADRE?, y aguardó...
No podría decirse que el puente del
Nostromo
fuese espacioso; antes bien, era un poco menos claustrofóbico que las otras salas y cámaras de la nave, pero no mucho. Cinco asientos redondos aguardaban a sus respectivos ocupantes. Las luces brillaban pacientemente, encendiéndose y apagándose en tableros múltiples, mientras incontables pantallas de diversas formas y tamaños también esperaban la llegada de humanos que estuviesen capacitados para pedirles lo que debían mostrar. Un gran puente habría sido una frivolidad muy costosa, pues la tripulación pasaba inmóvil en los congeladores la mayor parte del tiempo de vuelo. Estaba diseñado estrictamente para el trabajo, no para el descanso ni el entretenimiento. Y quienes trabajaban allí sabían aquello tan bien como las propias máquinas.
Una compuerta sellada se deslizó silenciosamente dentro de la pared. Entró Kane, seguido de cerca por Ripley, Lambert y Ash. Avanzaron hasta sus sitios respectivos y se acomodaron tras los tableros, con la familiaridad de viejos amigos que se saludan después de una larga separación.
Un quinto sillón permaneció vacío y seguiría así hasta que Dallas retornara de su conferencia con Madre, la computadora del Banco Mental del
Nostromo.
Aquel mote le venía bien, no se lo habían puesto en broma. La gente se ponía muy seria al hablar de las máquinas responsables de mantener la vida. Por su parte, la máquina aceptaba la designación con idéntica solemnidad, aunque no con los mismos tonos emocionales.
Las ropas de todos eran tan sueltas como sus cuerpos, imitaciones libres de uniformes de una tripulación. Cada prenda revelaba la personalidad de su portador.
Camisas y
slacks,
todo arrugado y desgastado por años de almacenamiento. Así también eran los cuerpos que envolvían.
Los primeros sonidos hablados en el puente en muchos años resumieron los sentimientos de todos los allí presentes, aun cuando no pudieran entenderlos. Jones estaba maullando cuando Ripley lo depositó sobre el escritorio. Cambió luego a un ronroneo, y se frotó voluptuosamente contra sus tobillos al colarse subrepticiamente hasta el asiento de respaldo alto.
—Conéctanos.
Kane estaba revisando su propio tablero, acariciando los controles automáticos con la mirada en busca de contrastes e incertidumbres, mientras Ripley y Lambert comenzaban a manipular los controles necesarios.
Hubo un estremecimiento de excitación visual cuando nuevas luces y colores recorrieron paneles y pantallas. Dieron la sensación de que los instrumentos estaban complacidos por la reaparición de sus equivalentes orgánicos, y se mostraban ansiosos de probar sus habilidades a la primera oportunidad.
Números y palabras nuevas aparecieron frente a Kane; él los relacionó con otros bien recordados, que estaban ya fijos en su cerebro.
—Hasta aquí todo parece bien; dennos algo qué mirar.
Los dedos de Lambert bailaron un arpegio sobre toda una gama de controles. Pantallas de visión surgieron, vivas, por todo el puente, suspendidas en su mayoría del techo para facilitar su lectura. La navegante examinó los ojos cuadrados que se hallaban cerca de su asiento e inmediatamente frunció el ceño. Mucho de lo que vio ya lo esperaba, pero no demasiado. Lo más importante, la forma prevista que debía dominar su visión, estaba ausente. Era tan importante que negaba la normalidad de todo lo demás.
—¿Dónde está la Tierra?
Examinando cuidadosamente su propia pantalla, Kane notó una negrura salpicada de estrellas, y un algo más. Concediendo la posibilidad de que hubiesen salido del hiperespacio demasiado pronto, el sistema del que provenían al menos debería estar claro en la pantalla. Pero Sol estaba tan invisible como la esperada Tierra.
—Tú eres la navegante, Lambert. Dímelo tú.