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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (68 page)

La doncella comenzó a reír de gana, y dijo:

—¿Cómo, tanta esperanza tenéis vos en Urganda que poco de vuestra pro ni daño se cura?.

—Tanta —dijo él— que como ella sepa las voluntades ajenas, así sabe que la mía está para la servir.

—No os curéis —dijo ella—de otra Urganda sino de mí, con tal que vos, don Galaor, así como tuvisteis gran esfuerzo para poner la salud en tal peligro, así lo tengáis para le dar remedio, que el grande y esforzado corazón, en muchas más cosas que el pelear mostrarse debe, y por el peligro en que por vos me pongo, así para os sanar como para sacaros de aquí, quiero que me otorguéis un don, que no será de vuestra mengua ni daño.

—Yo lo otorgo —dijo él—, si con derecho puedo darlo.

—Pues yo me voy hasta que sea tiempo de os ver, y acostaos haciendo semblante que a gran sueño dormís.

Él así lo hizo, y la doncella llamó al viejo, y dijo:

—Mirad a este caballero cómo duerme, ahora obrará la ponzoña en él.

—Así es menester —dijo el viejo—, porque de él sea vengado quien aquí lo trajo, y pues así habéis cumplido lo que os mandaron, de aquí adelante vendréis sin guardador, y mantenedlo de esta guisa quince días, que no muera ni viva, sino en gran dolor, porque en este medio tiempo vendrán aquéllos que, según enojo les ha hecho, le darán la enmienda.

Galaor oía todo esto, y bien le pareció que el viejo era su mortal enemigo. Mas tenía esperanza en lo que la doncella le dijera, que le daría bien guarido en los siete días, porque si la fortuna sano le tomase que se podría librar de aquel peligro, y por esto se esforzaba mucho, como la doncella se lo aconsejara.

Con esto se fueron ella y el viejo, mas no tardó mucho que la vio tornar, y con ella, dos doncellas pequeñas, hermosas y bien guarnidas, y traían que comiese don Galaor, y abriendo la puerta entraron dentro, y la doncella le dio de comer y dejó con él aquellas doncellas que le hiciesen compañía y libros de historias que le leyesen y que no le dejasen en día dormir. Galaor fue de esto muy consolado, y bien vio que la doncella quería cumplir lo que le prometiera, y agradecióselo mucho.

Pues ella se fue, cerrando las puertas, y las niñas quedaron acompañándole.

Así acaeció también, como habéis oído, al rey Cildadán, que se halló encerrado en aquella fuerte y alta torre sobre la mar, y a poco rato que con gran pensamiento estaba vio abrir una puerta de piedra, que en la torre injerida era, tan junta que no parecía sino la misma pared, y vio entrar por ella una dueña de media edad y dos caballeros armados y llegaron al lecho donde él estaba, mas no le saludaron, y a él y a ellos sí, hablándolos con buen semblante; pero ellos no le respondieron ninguna cosa. La dueña le quitó el cobertor que sobre sí tenía, y catándole las llagas, le puso en ellas medicinas y diole de comer, y tornáronse por donde vinieran sin palabra le decir y cerraron la puerta de piedra como antes estaba. Esto visto por el rey, verdaderamente creyó que él era en prisión, metido en poder de quien su vida muy segura no estaba, pero esforzándose lo más que pudo, no pudiendo hacer más.

La doncella que de Galaor curaba tornó a él cuando vio ser tiempo, y preguntóle cómo le iba, y él dijo que bien, y que si delante fuese creía estar en buena disposición al plazo que puesto le tenía.

—De eso he yo placer —dijo ella—, y de lo que os dije no tengáis duda, que así se cumplirá. Mas quiero que me otorguéis un don como leal caballero, que de aquí no probaréis de salir sino por mi mano, porque os sería mortal daño y peligro de vuestra vida, y al fin no lo podríais acabar.

Galaor se lo otorgó y rogóle mucho que le diese su nombre, ella dijo:

—¿Cómo, don Galaor, no sabéis mi nombre? Ahora os digo que estoy con vos engañada, porque tiempo fue que os hice un servicio, del cual, según veo, poco se os acuerda, y si mi nombre os lo recordare, sabed que me llaman Sabencia sobre Sabencia, y fuese luego, y él quedó pensando en aquello, y viniéndole a la memoria la hermosa espada que Urganda al tiempo que Amadís su hermano lo hizo caballero, dio sospecho que ésta podría ser, pero dudaba en ello, porque en aquella sazón la vio muy vieja y ahora moza, por esto no la conoció y miró por las doncellas, mas no las vio, pero vio en su lugar a Gasaval, su escudero, y Ardián, el enano de Amadís, de que fue maravillado y alegre con ellos, y llamólos, que dormían, hasta que los despertó, y cuando ellos le vieron fueron llorando de placer a le besar las manos, y dijéronle:

—¡Oh, buen señor, bendito sea Dios que con vos nos juntó donde os podamos servir!.

Él les preguntó cómo habías allí entrado; dijéronle que no sabían sino que:

—Amadís y Agrajes y Florestán nos enviaron con vos.

Entonces le contaron en las formas que su vida estaba, y cómo teniéndole Amadís en su regazo la cabeza llegaron las doncellas a lo pedir, y cómo por acuerdo de ellas y de sus amigos le habían dado, viendo su vida en el punto de la muerte, y cómo le metieron en la fusta y al rey Cildadán con él. Don Galaor les dijo:

—¿Cómo se halló Amadís a tal sazón?.

—Señor —dijeron ellos—, sabed que aquél que Beltenebros se llamaba es vuestro hermano Amadís, el cual por su gran esfuerzo la batalla fue vencida por el rey Lisuarte.

Y contáronle en qué manera había socorrido al rey, llevándole el gigante debajo del brazo, y cómo entonces se nombraba por Amadís.

—Grandes cosas —dijo Galaor— habéis dicho, y gran placer tengo por las nuevas de mi hermano, aunque si no me da causa legítima porque se debió tanto tiempo encubrir de mí, mucho seré de él quejoso.

Así como oís estaba el rey Cildadán y don Galaor, el uno en aquella torre y el otro en la casa de la huerta, donde fueron curados de sus llagas hasta tanto que ya pudieran sin peligro alguno ir donde quisieran. Entonces, haciéndoseles conocer Urganda, en cuyo poder estaban en aquella Ínsula no hallada, y diciéndoles cómo los miedos que les pusiera habían sido para más aína les dar salud, que según el gran estrecho en que sus vidas estaban aquello les convenía, mandó a dos sobrinas suyas, muy hermosas doncellas, hijas del rey Falangris, hermano que fue del rey Lisuarte, que en una hermana de la misma Urganda, Grimota llamada, cuando mancebo las hubiera, que los sirviesen y vistiesen y acabasen de sanar. La una de ellas Juliana se llamaba; la otra, Solisa, en la cual visitación se dio causa a que de ellos fuesen preñadas de dos hijos: el de don Galaor, Talanque llamado; el del rey Cildadán, Maneli el Mesurado, los cuales muy valientes y esforzados caballeros salieron, así como adelante se dirá, con las cuales mucho a su placer con gran vicio allí estuvieron hasta que a Urganda le plugo de los sacar de allí, como oiréis adelante.

Mas el rey Lisuarte; que siendo ya mejorado, así él como Amadís y todos los otros sus caballeros de sus llagas, se fue a Fenusa, donde la reina Brisena, su mujer, estaba, y allí de ella y de Briolanja y Oriana y todas las otras dueñas y doncellas de gran guisa fue también recibido y con tanta alegría como la nunca fue otro hombre en ninguna sazón, y después de él Amadís, que ya la reina y todas aquellas señoras sabían cómo no solamente al rey su señor había de la muerte librado, mas que la batalla fue por su gran esfuerzo vencida. A sí lo hicieron a todos los otros caballeros que vivos quedaron, mas lo que la reina Briolanja hacía con Amadís, esto no se puede en ninguna manera escribir, y tomándole por la mano le hizo sentar entre ella y Oriana, y díjole:

—Mi señor, el dolor y tristeza que yo sentí cuando me dijeron que erais perdido nos lo podría contar, y luego tomando cien caballeros de los míos me vine a esta corte, donde supe que vuestros hermanos estaban, para que ellos los repartiesen en vuestra busca, y porque la causa de esta batalla que ahora pasó fue el estorbo de ello acordé yo de aquí estar hasta que pasase, y ahora que, merced a Dios, se ha hecho como yo lo deseaba, decidme lo que os placerá que yo haga y aquello se pondrá en obra.

—Mi buena señora —dijo él—, si vos os sentís de mi mal, muy gran razón tenéis, que ciertamente podéis creer que en todo el mundo no hay hombre que de mejor voluntad que yo hiciese vuestro mandado, y pues en mí dejáis vuestra hacienda, tengo por bien que aquí estéis estos diez días y despachéis con el rey vuestras cosas, y entretanto sabremos algunas nuevas de don Galaor, mi hermano, y pasará una batalla que don Florestán tiene aplazada con Landín, y luego os llevaré yo a vuestro reino, y dende irme a la Ínsula Firme, donde mucho tengo que hacer.

—Así lo haré —dijo la reina Briolanja—, mas ruégoos, mi señor, que vos digáis aquellas grandes maravillas que en aquella Ínsula hallasteis.

Y queriéndose de ello excusar, tomóle Oriana por la mano y dijo:

—No os dejaremos sin que algo de ello nos contéis.

Entonces Amadís dijo:

—Creed, buenas señoras, que aunque yo me trabaje de lo contar, sería imposible decirlo, pero dígoos que aquella cámara defendida es más rica y hermosa que en todo el mundo hallarse podría, y si por alguna de vosotras no es ganada creo que en el mundo no lo será por otra ninguna.

Briolanja, que algo callada estuvo, dijo:

—Yo no me tengo por tal que aquella aventura acabar pudiese, mas cualquier que yo sea, si a mi locura no me lo tuvieseis, probarla había.

—Mi señora —dijo Amadís—, no tengo yo por locura probar aquello en que todas las otras fallecen, siendo por razón de hermosura, especialmente a vos, que tanta parte de ella Dios dar quiso, antes lo tengo por honra en querer ganar aquella fama que por muchos y largos tiempos podrá durar, sin que ninguna parte de la honra menoscabada sea.

De esto que Amadís dijo, pesó en gran manera a Oriana, e hizo mal semblante, de manera que Amadís, que de ella los ojos no partió, lo tendió luego, y pesóle de lo haber dicho, comoquiera que su intención fuese en mayor honra y loor de ella, sabiendo por la vista de Grimanesa que la hermosura de Briolanja no le igualaba tanto que aquella ventura ganar pudiese, lo que de su señora no dudaba. Mas Oriana, que de ello gran pasión tenía, temiendo que en el mundo había cosa que por razón de hermosura de ganarse hubiese, que Briolanja no la alcanzase.

Después de haber allí estado alguna pieza y haber rogado a Briolanja que si en la cámara defendida entrase le hiciese saber qué cosa era, fuese donde Mabilia estaba, y apartada con ella le contó todo lo que Briolanja y Amadís en su presencia de ella habían pasado, diciéndole:

—Esto me acontece siempre con vuestro primo, que mi cautivo corazón nunca en él piensa sino en le complacer y seguir su voluntad no guardando a Dios ni la ira de mi padre y él conociendo que ha libre señorío sólo a mí, tiéneme en poco.

Y viniéronle las lágrimas a los ojos, que por las muy hermosas faces le caían. Mabilia le dijo:

—Maravillada soy de vos, señora, que corazón habéis, que aún de una cuita salida no sois y queréis en otra entrar. ¿Cómo tan gran yerro es éste que decís que mi primo os ha hecho, que en tal alteración os pusiese? Sabiendo que nunca por otra ni pensamiento os erró, y viendo por vuestros ojos aquellas pruebas que en seguridad vuestra tiene acabadas. Ahora os digo, señora, que me dais a entender que no os place de su vida, que según lo que por él ha pasado el menor enojo que en vos sienta es llegado a la muerte, y no sé qué enojo de él tengáis, por lo que no puede más hacer, que si Apolidón allí aquello dejó para que por todos y todas generalmente fuese procurado, como lo podría él estorbar, pues así es, creyendo que Briolanja lo acabando os lo quita. Ciertamente, aunque de ello no os plega, yo creo que ni su hermosura ni la vuestra serán bastantes para dar cabo a aquello que cien años ha que ninguna por hermosa que fuese lo hubo acabado. Mas esto no es sino aquella fuerte ventura suya que tal vuestro, sujeto y cautivo lo hizo, que aborreciendo y desechando a todo su linaje por vos, señora, servir, teniéndolos por extraños y sirviendo donde le vos mandáis y con tanta crudeza se lo queréis quitar. ¡Ay, qué mal empleado es cuanto él ha servido y ha hecho servir a su linaje y a sus hermanos, pues que el galardón de ello es llegarle sin merecimiento a la muerte, y yo, señora, por cuanto os guardé y serví, que lleve en galardón ver morir ante mis ojos la flor de mi linaje, aquél que tanto me ama! Mas si a Dios pluguiere, esta muerte ni esta cuita no veré yo, que mi hermano Agrajes y mi tío Galvanes me llevarían a mi tierra, que gran yerro sería servir a quien tan mal conoce y agradece los servicios —y comenzó a llorar, diciendo—: Esta crudeza que en Amadís hacéis, Dios quiera que del su linaje os sea demandada, aunque cierta soy que su pérdida, por grande que sea, no le igualará con la vuestra, porque olvidando a ellos, a vos sola ama sobre todas las cosas que amadas son.

Cuando Mabilia decía esto, Oriana fue tan espantada que el corazón se le cerró, que hablar no pudo por una pieza, y siendo más sosegada díjole, llorando muy de corazón:

—¡Oh, cautiva desventurada, más que todas las que nacieron!, ¿qué puede ser de mí con tal entendimiento cual vos habéis? Yo vengo por remedio de mi gran cuita, no teniendo otro que me aconseje, y vos hacéisme peor corazón, sospechando lo que yo nunca pensé, y esto no lo hace sino mi desventura que toméis a mal lo que yo por bien os digo, que Dios no me salve ni ayude si nunca mi corazón pensó nada de cuanto me habéis dicho, ni tengo duda que la parte que en vuestro primo tengo no sea entera a la satisfacción de mis deseos, mas lo que más grave siento es que, habiendo él ganado el señorío de aquella Ínsula, si otra mujer antes que yo aquella prueba acabase, sería muy mayor dolor para mí que la misma muerte, y con esta gran rabia que mi corazón siente tengo por mal aquello que por ventura a buena intención él dijo, pero comoquiera que haya pasado, demándoos perdón de lo que nunca os merecí y ruégoos que por aquél gran amor que a vuestro primo habéis que sea perdonada, aconsejándome aquello que a él y a mí más cumple.

Entonces, riendo con gesto muy hermoso, la fue abrazar, diciéndole:

—Mi verdadera amiga, sobre cuantas en el mundo son, yo os prometo que nunca en esto hable a vuestro primo ni le dé a entender que miré en ello, mas vos hablad con él lo que por bien tuviereis y aquello habré yo por bueno.

Mabilia le dijo:

—Señora, yo os perdono por pleito que me hagáis, que aunque de él saña tengáis, que no se la mostréis sin que yo primero en ello intervenga, porque no acaezca otro tal yerro como el pasado.

Con esto quedaron bien avenidas, como aquéllas entre quien ningún desamor haber podía; mas Mabilia, no olvidando lo que Amadís había dicho, ásperamente, con saña, le afrentó mucho riendo y afeando aquello que a Briolanja ante su señora dijera, a la memoria le atrayendo el peligro en que su vida, por causa de aquella mujer, puesta fue, avisándole que siempre cuando con ella hablase gran cuidado tuviese, pensando que tan dura cosa era de arrancar la celosía en el corazón de la mujer arraigada y diciendo con qué pasión su señora había sentido aquello y la forma que ella para la amansar tuvo.

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