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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (71 page)

—Buenas doncellas —dijo Amadís—, si yo la batalla otorgo, ¿por dónde será el rey cierto que se cumplirá eso que decís?.

—Yo os lo diré —dijo ella—. La hermosa Madasima, con doce doncellas de gran cuenta, entrará en prisión en poder de la reina en seguridad que se cumplirá o les cortará las cabezas, y de vos no quiero otra seguridad sino que si muerto fuereis, que llevará vuestra cabeza, dejándola ir segura. Y más, harán que por este pleito entrarán en la prisión del rey Andanguel, el jayán viejo con dos hijos suyos y nueve caballeros, los cuales tienen en su poder los presos y villas y castillos de la Ínsula.

Amadís dijo:

—Si a poder del rey y de la reina vienen esos que decís, asaz hay de buenas fianzas. Mas dígoos que de mí habréis respuesta si no me otorgáis de comer conmigo y esos escuderos que con vos traéis.

—¿Y por qué me convidáis? —dijo ella—. No hacéis cordura, que todo vuestro afán será perdido, que yo os desamo de muerte.

—Buena doncella —dijo Amadís—, de eso me pesa a mí, porque yo os amo y haría la honra que pudiese, y si la respuesta queréis, otorgad lo que digo.

La doncella dijo:

—Yo lo otorgo, más por quitar inconveniente, porque respondáis lo que debéis, que por mi voluntad.

Amadís dijo:

—Buena doncella, de me yo aventurar por tales dos amigos y porque el señorío del rey sea acrecentado cosa justa y por ende yo tomo la batalla en el nombre de Dios y vengan esos que decís a se poner en rehenes.

—Ciertamente —dijo la doncella—, a mi voluntad habéis respondido, y prometa el rey si os quitaréis afuera de nunca os ayudar contra los parientes de Famongomadán.

—Excusada es esa promesa —dijo Amadís—, que el rey no tendría en su compañía al que verdad no tuviese, y vamos a comer, que ya es tiempo.

—Iré —dijo ella—, y más alegre que yo pensaba, y pues que la virtud del rey es esa que decís, yo me doy por satisfecha, y dijo al rey y la reina:

—Mañana serán aquí Madasima y sus doncellas y los caballeros en vuestra prisión. Ardán Canileo querrá luego haber la batalla, mas menester es que la aseguréis de todos salvo de Amadís, de quien llevará de aquí su cabeza.

Don Bruneo de Bonamar, que allí a la sazón estaba, dijo:

—Señora doncella, a las veces piensa alguno llevar la cabeza ajena y pierda la suya, y muy aína así podría avenir a Ardán Canileo.

Amadís le rogó que se callase, mas la doncella dijo contra Bruneo;

—¿Quién sois vos, que así por Amadís respondisteis?.

—Yo soy un caballero —dijo él— que muy de grado entraría en la batalla si Ardán Canileo otro compañero consigo meter quisiese.

Ella le dijo:

—De esta batalla sois vos excusado, mas si tanto sabor habéis de os combatir, yo os daré otro día que la batalla pase un mi hermano que os responderá, y es tan mortal enemigo de Amadís como vos os mostráis su amigo, y creo, según él es, que os quitará de razonar por él otra vez.

—Buena doncella —dijo don Bruneo—, si vuestro hermano es tal como decís, bien le será menester para llevar adelante lo que vos con saña y gran ira prometiereis, y veis aquí mi gaje, que yo quiero la batalla.

Y tendió la punta del manto contra el rey, y la doncella quitó de su cabeza una red de plata y dijo al rey:

—Señor, veis aquí el mío, que yo haré verdad lo que he dicho.

El rey tomó los gajes, mas no a su placer, que asaz tenía que ver en lo de Amadís y Ardán Canileo, que era tan valiente y tan dudado de todos los del mundo que cuatro años había que no halló caballero que con él se osase combatir si lo conociese.

Esto así hecho, Amadís se fue a su posada y llevó consigo la doncella, lo que no debiera hacer, por el mejor castillo que su padre tenía, y por le hacer más honra hízola posar en una cámara donde Gandalín le tenía todas sus armas y sus atavíos y con ella sus dos escuderos. La doncella, mirando a uno y otro cabo, vio la espada de Amadís que muy extraña le pareció, y dijo a sus escuderos y a los otros que allí estaban que se saliesen afuera y un poco la dejasen, y pensando que alguna cosa de las naturales que no se pueden excusar hacer quería, dejáronla sola y ella cerrando la puerta tomó la espada y dejando la vaina y guarnición de forma que no se pareciese que de allí faltaba, la metió debajo de un ancho pelote que traía de talle muy extraño, y abriendo la puerta entraron los escuderos y ella puso al uno de ellos la espada debajo de su manto y mandólo que encubiertamente se fuese al batel, y díjole:

—Tráeme la mi copa con que beba.

Y pensaron que por ella fuese, y el escudero así lo hizo. Entonces entraron en la cámara Amadís y Branfil e luciéronla sentar en un estrado, y Amadís le dijo:

—Señora doncella, decidnos a qué hora vendrá de mañana Madasima, si os pluguiere.

—Vendrá —dijo ella— antes de comer, mas, ¿por qué lo preguntáis?.

—Buena señora —dijo él—, porque la querríamos salir a recibir y hacerle todo placer y servicio y si de mí ha recibido enojo enmendarlo había en lo que mandase.

—Si vos no tiráis afuera de la que habéis prometido —dijo ella— y Ardán Canileo es aquél que siempre desde que tomó armas fue, darle habéis por enmienda esa cabeza vuestra, que otra enmienda vuestra no puede mucho valer.

—De eso me guardaré yo, si puedo, mas si de mí otra cosa le pluguiere, de grado lo haría por alcanzar de ella perdón, pero habíalo de tratar otro que más de vos lo desease.

Con esto se salieron fuera y dejó ende a Enil y otro que la sirviesen, mas ella había tanta gana de se ir que mucho enojo le hacían los muchos manjares, y así como los manteles alzaron ella se levantó y dijo a Enil:

—Caballero, decid a Amadís que me voy y que crea que todo lo que en mí hizo lo perdió.

—Así, Dios me salve —dijo Enil—, eso creo yo, que según vos sois, todo lo que en vuestro placer se hiciere será perdido.

—Cualquiera que sea —dijo ella—, pagóme poco de vos y mucho menos de él.

—Pues creo —dijo Enil— que de doncella tan desmesurada como vos, ni él ni yo, ni otro alguno, poco contentarse puede.

Con estas palabras se partió la doncella y se fue a la nao mucho alegre por la espada que tenía, y contó a Ardán Canileo y a Madasima cómo había su mensaje recavado y cómo la batalla aplazada quedaba y cómo traía seguro del rey por ende sin recelo saliesen en tierra. Ardán Canileo le agradeció mucho lo que había hecho, y dijo contra Madasima:

—Mi señora, no me tengáis por caballero si no os hago ir de aquí con honra y vuestra tierra libre y si ante que un hombre, por ligero que sea, ande media legua no os diere la cabeza de Amadís, que no me otorguéis vuestro amor.

Ella calló, que no dijo ninguna cosa, que comoquiera que la venganza de su padre y hermano desease en aquél que los había muerto, no había cosa en el mundo porque a Ardán Canileo se viese junta, que ella era hermosa y noble y él era feo y muy desemejado y esquivo cual nunca se vio, y aquella venida no fue por su grado de ella, mas por el de su madre, por tener Ardán Canileo para defensa de su tierra y si él vengase la muerte de su marido, lo querría casar con Madasima y dejarle toda la tierra. Por cuanto Ardán Canileo fue un caballero señalado en el mundo y de gran prez y de hecho de armas, la historia os quiere contar de dónde fue natural y las hechuras de su cuerpo y rostro y las otras cosas tocantes.

Sabed que era natural de aquella provincia que Canileo se llama, y era de sangre de gigantes, que allí los hay más que en todas partes, y no era descomunalmente grande de cuerpo, pero era más alto que otro hombre que gigante no fuese; había sus miembros gruesos y las espaldas anchas y el pescuezo grueso y los pechos gruesos y cuadrados y las manos y las piernas a razón de lo otro, el rostro había grande y romo, de la hechura del can, y por esta semejanza le llamaban Canileo; las narices había romas y anchas y era todo brasilado y cubierto de pintas negras espesas, de las cuales era sembrado el rostro y las manos y pescuezo y había brava catadura así como semejanza de león, los bezos había gruesos y retornados y los cabellos crespos que apenas los podía peinar y las barbas otrosí; era de edad de treinta y cinco años y desde los veinticinco nunca halló caballero ni gigante, por fuertes que fuesen, que con él pudiesen a manos ni a otra cosa de valentía, mas era tan osado y pesado que apenas hallaban caballo que traerlo pudiese. Ésta es la forma que este caballero tenía y cuando él, así como ya oísteis, estaba prometiendo a la hermosa Madasima la cabeza de Amadís, díjole la desemejada doncella:

—Señor, con mucha razón debemos tener esperanza en esta batalla, pues que la fortuna muestra ser de vuestra parte y contraria a vuestro enemigo, que veis aquí la su preciada espada que os traigo, la cual, sin gran misterio de vuestra buena ventura y de la gran desventura de Amadís, haberse pudiera.

Entonces se la puso en la mano y le dijo cómo la hubiera. Ardán la tomó y dijo:

—Mucho os agradezco este don que me dais, más por la manera buena que en la haber tuvisteis que por temor que yo tenga de la batalla de solo caballero.

Y luego mandó sacar de la nao tiendas, hízolas armar en una vega, que cabe la villa estaba, donde se fueron con sus caballos y palafrenes y armas de Ardán Canileo, esperando otro día ser delante del rey Lisuarte y de la reina Brisena, su mujer.

Allí andaba Ardán muy alegre por tener aplazada aquella batalla, por dos cosas: la una, que sin duda pensaba llevar la cabeza de Amadís, que tanto por el mundo nombrada era y que toda la gloria en él quedaría; la otra, que por esta muerte ganaba a la hermosa Madasima, que él tanto amaba, y esto le hacía ser orgulloso y lozano, sin que peligro alguno tuviese.

Así estuvieron en las tiendas esperando el mandado del rey, y también Amadís estaba en su posada con muchos caballeros de gran guisa que con él se acogían, y todos ellos temían mucho aquella batalla, tanto que la tenían por peligrosa y habían recelo de lo perder en ella, y en esta sazón llegaron Agrajes y don Florestán y Galvanés sin Tierra y don Guilán el Cuidador, que de esto ninguna cosa sabían, porque estuvieron cazando por las florestas, y cuando supieron la batalla que concertada estaba, mucho se quejaban porque no la hiciera de más caballeros, donde con razón podían entrar, y el que más pasión en ello tenía era Guilán, que algunas veces oyera decir ser este Ardán Canileo el más fuerte y poderoso en armas que ningún otro que en el mundo fuese, y pesábale de muerte porque creía que ninguna manera Amadís le podría sufrir en campo uno por uno, y quisiera mucho ser en aquella batalla si Ardán otro consigo metiera y pasar por la ventura que Amadís, y don Florestán, que todo abrasado con saña estaba, dijo:

—Así Dios me salve, señor hermano, vos no tenéis en nada ni por caballero o me no amáis, pues que a tal sazón no tuvisteis memoria de mí y bien dais a entender que no aprovecha aguardaros, pues que en los semejantes peligros me hacéis extraño.

También se le quejaba mucho Agrajes y don Galvanés.

—Señores —dijo Amadís—, no os quejéis ni os pese de esto para me dar culpa, que la batalla no se demandó sino a mí solo y por mi razón es movida, así que no podía ni debía responder, sin que flaqueza mostrase, sino conforme a su demanda, que si de otra manera fuese, ¿de quién me había de socorrer y ayudar sino de vosotros?, que vuestro gran esfuerzo esforzaría el mío cuando en peligro fuese.

Así como oís se disculpó Amadís de aquellos caballeros, y díjoles:

—Bien será que cabalguemos mañana antes que el rey salga y recibiremos a Madasima, que muy preciada es de todos los que la conocen.

Así pasaron aquella noche, hablando en lo que más les agradaba, y la mañana venida vistieron de muy ricos paños y, habiendo oído misa, cabalgaron en sus palafrenes y fueron a recibir a Madasima, y con ellos Bruneo de Bonamar y su hermano Branfil y Enil, que era hermoso y apuesto caballero, alegre de corazón y, por sus buenas maneras y gran esfuerzo, muy amado y preciado de todos, así que iban ocho compañeros, y llegando cerca de las tiendas vieron venir a Madasima y Ardán y su campaña, y Madasima vestía paños negros por duelo de su padre y su hermano, mas su hermosura era tan viva y tan sobrada, que con ellos parecía también que a todos hacía maravillar, y con ella sus doncellas, de aquel mismo paño vestidas, y Ardán la traía por la rienda, y allí venía el gigante viejo y sus hijos y los nueve caballeros que habían de entrar en las rehenes, y llegando aquellos caballeros humilláronse y ella se humilló a ellos al parecer con buen semblante. Amadís se llegó a ella y díjole:

—Señora, si sois loada esto es con gran derecho, según que lo en vos parece, y por dichoso se debe tener el que vuestra conocencia hubiere para os honrar y servir, y de mí os digo que así lo haré en aquello que por vos me fuere mandado.

Y Ardán, que lo miraba y lo vio tan hermoso, más que otro ninguno que visto hubiese, no le plugo que con ella hablase. Díjole:

—Caballero, tiraos afuera y no seáis atrevido de hablar a quien no conocéis.

—Señor —dijo Amadís—, por eso venimos aquí, por la conocer y servir.

Ardán le dijo como en desdén:

—Pues ahora me decid quién sois y veré si sois tal que debáis servir doncella de tan alto linaje.

—Cualquiera que yo sea —dijo Amadís— la serviré yo de grado y, por no valer tanto como me sería menester, no dejo por eso de tener este deseo, y pues queréis saber quién soy, decidme vos quién sois, que así queréis quitar de ella a quien de grado hará su mandado.

Ardán Canileo le miró muy sañudo y díjole:

—Yo soy Ardán Canileo, que la podré mejor servir en un día solo que vos en toda vuestra vida, aunque dos tantos de lo que valéis valieseis.

—Bien puede ser —dijo Amadís—, mas bien sé que el vuestro gran servicio no se haría de tan buen corazón como el mío pequeño, según vuestra desmesura y mal talante, y pues me queréis conocer, sabed que yo soy Amadís de Gaula, aquél cuya batalla demandáis, y si yo a esta señora enojo hice y pesar, haciendo lo que sin vergüenza excusar no podía, muy de grado lo corregiré con otro servicio.

Y Ardán Canileo dijo:

—Si vos osareis atender lo que prometisteis, cierto, habrá por enmienda de su enojo esta vuestra cabeza, que yo le daré.

—Esa enmienda —dijo Amadís— no habrá a mi grado, mas habrá otra mayor que más le cumple, que será por mí estorbado el casamiento vuestro y suyo, que no siento hombre de tan poco conocimiento que por bien tuviese que la vuestra hermosura y la suya juntas en uno fuesen.

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