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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (75 page)

—Sobrino —dijo don Galvanes—, muy poca fuerza los servicios en sí tienen cuando son hechos a aquéllos que los no saben agradecer, y por esto los hombres deben buscar donde bien empleados sean.

—Señores —dijo Amadís—, no os quejéis si el rey no nos da lo que le pedimos, pues lo ha dado. Mas rogarle he que os dé a Madasima y quede en él la tierra y daros he yo la Ínsula Firme, donde paséis con ella hasta que el rey haya otra cosa que os dé.

El rey dijo:

—A Madasima tengo yo en mi prisión por haber por ella la tierra y si no mandarle he cortar la cabeza.

Amadís le dijo:

—Ciertamente, señor, más mesuradamente nos deberíais responder si a vos pluguiese y no haríais en ello tuerto si lo mejor conocer quisieseis.

—Si yo bien no os conozco —dijo el rey— asaz es el mundo grande, andad por él y catad quien os conozca.

¡Oh, qué palabras tan de notar que aún ayer podemos decir este caballero Amadís de Gaula de este rey Lisuarte era tan amado, tan preciado, en tanto tenido, que pensaba él que así con su persona, como con las de sus hermanos y parientes, no estaba en más de ser señor del mundo de lo comenzar, habiendo tanta piedad del peligro de su vida cuando fue la batalla aplazada de él y Ardán Canileo, que las lágrimas a los ojos le vinieron, sabiendo en tal sazón ser la su muy buena espada perdida y contra aquel gran juramento que delante su corte hecho había de la suya no dar a ningún caballero, rogarle y apremiarle que la tomase! Lo cual por cierto no se debería mover sin sobrado amor que le tuviese, teniendo entonces en la memoria los grandes servicios de él recibidos que fueron causa de la reparación de su vida y reinos. Y ahora este gran amor, el juicio y discreción suya tan sobrada, el gran conocimiento de las cosas que no fuesen bastantes a que unas palabras livianas dichas por hombre de mala suerte, de malas obras, sin ver señales para que alguna fe dada le fuese, de estorbar que no se turbase y oscureciese todo aquello, gran cosa a mi parecer es y muy señalada, para que ni las armas de los enemigos, ni las frías ponzoñas se crean que de ellas tanto peligro, tanto daño, redundar puedan a los reyes y grandes como de solas las orejas, porque aquello bueno o malo que en ellas imprimido es, trastorna el corazón, guía la voluntad por la mayor parte a seguir lo justo o deshonesto así que, ¡grandes señores a los que en este mundo tanto poder es dado, que baste para cumplir vuestros apetitos y voluntades, guardaos de los malos, pues que de sí mismos y de sus ánimos poco cuidado tienen, mucho menos y con más razón se debe creer que lo tendrán de las vuestras!

Pues al propósito tomando, cuando por Amadís aquella tan deshonesta y desabrida respuesta del rey fue oída, díjole:

—Ciertamente, señor, a mi cuidar hasta aquí no creía yo que en el mundo otro rey ni gran señor tanto al cabo del conocimiento de las cosas como vos hubiese, pero pues que tan extraño y al contrario de mi pensar os habéis mostrado, conviene que con tan nuevo consejo y mando, nueva vida busquemos.

—Haced lo que fuere vuestra voluntad —dijo el rey—, que yo hago la mía.

Entonces se levantó con saña y fuese donde estaba la reina y Brocadán y Gandandel y con él, loándole mucho haberse así despachado y librado de aquéllos donde tan gran peligro ocurrirle podía, y dijo a la reina todo lo que con Amadís le aconteciera y cómo por ello venía mucho alegre, mas ella le dijo que de su alegría recibía tristeza, porque desde que Amadís y sus hermanos y parientes en su casa fueron siempre sus cosas habían sido aumentadas y crecidas, sin que por ninguno de ellos lo contrario se mostrase y que si de este partimiento su sola discreción era la causa, que mucho fuera menguada del conocimento que haber debía y si por consejo de otros algunos que sería por la envidia grande que de ellos y de sus buenas obras tuviesen y que no solamente el daño presente era, mas en lo venidero, que viendo los otros ser así desechada y mal conocida la grandeza de aquellos caballeros que tanta hora y tantas mercedes por sus grandes servicios merecían, teniendo muy poca esperanza en los suyos que con gran parte iguales no le eran, que echarían con gran razón a huir de él, por buscar otro que mejor conocimiento tuviese, pero el rey le dijo:

—Dejaos de hablar más en ello, que yo sé lo que hago, y decid, como yo lo dije, que me pedisteis aquella tierra para Leonoreta y que se la he dado.

—Yo así lo haré —dijo la reina—, como lo mandáis, y quiera Dios que sea por bien.

Amadís se fue a su posada con más enojo y melancolía que en su semblante mostraba, donde halló muchos y buenos caballeros, que siempre con él albergaran, y no quiso que cosa alguna de lo que con el rey pasara se le dijese hasta que él hablase con su señora Oriana, y apartando a Durín le mandó que dijese de su parte a Mabilia, su prima, cómo aquella noche le cumplía mucho de ver a Oriana, y que al caño antiguo de la huerta, por donde algunas veces había entrado, le esperasen. Con esto se tornó a aquellos caballeros y comieron y holgaron, así como los días pasados solían hacer y dijoles:

—Señores, mucho os ruego que mañana seáis aquí juntos, porque os tengo de hablar una cosa que mucho cumple.

—Así se hará, dijeron ellos. Pasado, pues, el día y venida la noche, después de haber cenado y las gentes sosegadas, Amadís tomando consigo a Gandalín, a la huerta se fue y entrando por aquella mina o caño, como algunas veces lo hiciera, llegó a la cámara de Oriana, su señora, que lo atendía con otro tan leal y verdadero amor como el que consigo llevaba, así que con muchos besos y abrazos fueron juntos, sin haber envidia a ningunos, que Verdaderamente en el mundo se amasen, considerando no haber en el suyo par, acostados en su lecho. Oriana le preguntó por qué le enviara a decir que convenía mucho hablarla. Él le dijo:

—Por un caso muy extraño, según mi pensamiento, que con vuestro padre nos ha acaecido a mí y Agrajes, mi primo y a don Galvanes.

Entonces se lo contó todo así como pasara, y como en fin les dijera que asaz era el mundo grande que anduviesen por él buscando quien mejor que él los conociese:

—Mi señora —dijo Amadís—, pues que a él así le place, así conviene a nosotros hacerlo, que de otra manera toda aquella gloria y fama que con nuestra sabrosa membranza y yo he ganado, se perdería con gran menoscabo de mi honra, tanto que en el mundo tan menguado ni tan abiltado caballero como yo habría, porque os pido, señora, que no sea por vos demandada otra cosa, porque así como siendo más vuestro que mío, así de la mengua más parte os alcanzaría que a todos aunque oculto fuese, siendo a vos, mi señora, manifiesto siempre el ánimo nuestro en gran congoja sería puesto.

Oído por Oriana esto, comoquiera que el corazón se le quebrase, esforzóse lo más que pudo, y díjole:

—Mi verdadero amigo, con muy poca razón os debéis quejar de mi padre, porque no a él, a mí, por cuyo mandado a su corte vinisteis, habéis servido y de mí habéis galardón y habréis en cuanto yo viva, y si alguna culpa a mi padre imputarse puede, no es otra sino que siéndole a él oculto hacer vos las cosas por mi mandado, creer en el su servicio ser hechas, y esto le obligaba a que respuesta tan desmesurada os diese, y como quiera que vuestra partida sea para mí tan grave como si mi corazón en pedazos y piezas partido fuese, teniendo en más la razón que la voluntad y amor desordenado que yo os tengo, pláceme que se haga como pedís, pues que según el gran señorío sobre vos tengo en mi mano será remediarlo como más mi placer sea, y porque,mi padre, perdiendo a vos conozca que todo lo que le quedare será para él causa de gran mengua y soledad.

Amadís cuando esto oyó, besándole las manos muchas veces, le dijo:

—Mi verdadera señora, aunque hasta aquí de vos haya recibido muchas y grandes mercedes, por donde mi triste corazón de la muerte a la vida tornado fue, ésta por muy mayor contarse debe, según la gran diferencia que los casos de honra sobre los de los deleites y placeres tienen.

En esto y en otras cosas hablando aquella noche pasaron, mezclando con el gran placer suyo muchas lágrimas, considerando la gran soledad que en lo por venir esperaban, mas ya cercándose el día, levantóse Amadís acompañado de aquella su muy amada prima Mabilia y de la doncella de Dinamarca, rogándolas muy ahincadamente que a Oriana consolasen, y ellas, llorando, habiéndoselo otorgado, de ellas se partió, y yendo a su posada, todo lo que de la noche quedaba y alguna parte del día ocupó en dormir, pero ya siendo tiempo, levantado de su lecho, todos aquellos caballeros que ya oísteis se vinieron a él, y desde que hubieron oído misa todos juntos en un campo, a caballo, Amadís de esta guisa les habló:

—Notorio es a vos, mis buenos señores y honrados caballeros, si después que yo del reino de Gaula en la Gran Bretaña venido y mis hermanos y amigos, por mi causa las cosas del rey Lisuarte en más honra y en mayor mengua ser puestas, y por esta causa excusado será traer las vuestras memorias, solamente creo que con mucha razón se os debe decir, que así vosotros como yo deberíamos esperar justamente gran galardón, mas, o porque la mudable fortuna que las cosas trabuca y revuelve, usando de su acostumbrado oficio, o por algunos malos consejos, o por ventura ser con la mayor edad la condición de rey mudada, mucho al contrario de nuestros pensamientos hallado lo hemos, que siendo por Agrajes y don Galvanes y por mi demandada en merced al rey a Madasima con su tierra para que con don Galvanes casada fuese, quedando en su señorío y por su vasallo, no mirando el gran valor de este caballero y su muy alto linaje y los grandes servicios de él recibidos, no solamente no nos lo quiso otorgar, mas por él nos fue negado con respuesta tan desmesurada y tan deshonesta que por haber salido de boca tan verdadera y dé juicio tan discreto, empacho he grande que por mí lo sepáis, mas pues que escusar no se puede por ser la cosa en tales términos venida sabréis, señores, que en el fin de nuestra habla diciéndole nosotros ser por él mal conocidos nuestros servicios, nos dijo que el mundo era grande y que anduviésemos por él a buscar quien mejor los conociese. Así que nos conviene que como en la concordia y amistad obediente le hemos sido, que así en la discordia y enemistad lo seamos, cumpliendo aquello que él por bien tiene que se haga. Paréceme cosa justa que lo supieseis, porque no solamente a nosotros en particular, mas a todos en general toca.

Cuando aquellos caballeros, esto que Amadís dijo oyeron, mucho fueron maravillados y unos con otros hablando decían que muy mal sus pequeños servicios serían galardonados, cuando aquellos grandes de Amadís y sus hermanos eran de tal forma en olvido puestos, así que luego sus corazones fueron movidos para no servir más al rey, mas de servirle en cuanto pudiesen. Y Angriote de Estravaus, como aquél que del bien y del mal que a Amadís viniese entendía haber su parte, dijo:

—Mis señores, mucho tiempo ha que yo conozco al rey, y siempre le vi muy sosegado en todas sus cosas y no se mover, salvo con gran causa y justa razón, así que esto que con Amadís y estos caballeros le aconteció no puedo creer, ni en el pensamiento me caerá, que de su condición ni voluntad saliese, antes verdaderamente cuido que algunos mezcladores le han sacado de todo su saber y seso. Por tanto no dejo de poner gran culpa a la bondad y gran virtud del rey, y lo que yo verdaderamente pienso es, que habiendo yo visto estos días pasados más que solfa hablar a Gandandel y Brocadán con él, y siendo falsos y engañosos que olvidando a Dios y al mundo pensando cobrar ellos y sus hijos aquello que sus malas obras no merecen, habrán causado este movimiento del rey, y porque veáis cómo la justicia de Dios sea segura, yo me quiero ir a armar luego y decirles que son malos y envidiosos, y a gran traición y falsedad que han hecho al rey y Amadís y combatirme con ellos entrambos, y si su edad se lo excusaré, que metan sendos hijos suyos conmigo solo que sostengan las maldades de sus padres.

Y queriéndose ir, Amadís lo detuvo y le dijo:

—Mi buen amigo Angriote, no plega a Dios que el vuestro cuerpo bueno y leal sea puesto en aventura por lo que cierto no se sabe.

Él le dijo:

—Yo soy cierto que ello es así, según lo que de ellos mucho tiempo ha conozco, y si la voluntad del rey fuese decir la verdad, sé que él conmigo otorgaría.

Y Amadís dijo;

—Si a mí amáis, no curéis esta vez de ello, porque el rey enojo no reciba, y si esos que decís, mostrándose tanto por mis amigos, enemigos me han sido, además de no se poder encubrir ellos, habrán aquella pena que los falsos merecen, y cuando conocido y descubierto será, con más razón y causa podéis contra ellos proceder, y creed que entonces no os lo excusaré.

Angriote dijo:

—Aunque contra mi voluntad sea, yo lo dejaré esta vez, pues que así os place; mas para adelante quedará.

Entonces Amadís, volviéndose a aquellos caballeros, les dijo:

—Señores, yo me quiero despedir del rey y de la reina, si me quisieren, e irme a la Ínsula Firme, y a los que pluguiere que en uno vivamos allí, nos harán honra de más del placer que tendremos. Porque aquella tierra es muy viciosa, abundante de todas las cosas y de muchas cazas y hermosas mujeres, que son causa, do quiera que las haya, de hacer a los caballeros más lozanos y orgullosos. Y yo en ella tengo muchas y preciadas joyas de gran valor, que para nuestras necesidades serán bastantes; allí nos vendrán a ver muchos de aquéllos que nos conocen y otros extraños, así hombres como mujeres, que nuestro socorro habrán menester, y allí tornaremos cada que nos pluguiere a amparar y reparar nuestros trabajos. Pues junta con esto, así en la vida del rey Perión, mi padre, como después de ella, aquel reino de Gaula no nos faltará. En la Pequeña Bretaña, de que ahora hube las cartas como en sus días me las dieron, esto todo por vuestro sin falta ninguno contarlo podéis. Pues también os traigo a la memoria el reino de Escocia, que mi cohermano Agrajes habrá, y el de la reina Briolanja, que por mal ni por bien faltar no nos puede.

—Eso podéis vos, señor Amadís, con mucha verdad decir —dijo un caballero que Tantiles se llamaba, mayordomo y gobernador de aquel reino de Sobradisa—. Que siempre a vuestro mandado será con aquella tan hermosa reina que vos reinar hicisteis.

Don Cuadragante le dijo:

—Ahora, señor, os despedid del rey, y allá aparecerán los que os aman y vuestra compañía quieren.

—Así yo lo haré —dijo Amadís—, y en mucho tendré a los que a esta sazón me quisieren honrar, no por tanto digo que quedando a su provecho con el rey lo dejen de hacer, ciertamente yo creo que tan buen señor en gran parte no se hallaría.

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