Amanecer contigo (12 page)

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Authors: Linda Howard

Tags: #Romántico

Dione esperó a que continuara, y al ver que no lo hacía dijo:

—Si no puedes… ¿qué?

—Nada —masculló hoscamente.

—¡Blake! —dijo, exasperada, y agarrándole de los hombros comenzó a zarandearlo—. ¿Qué te ocurre?

Él se desasió y se tumbó de espaldas. Giró la cara hacia las ventanas con expresión sombría.

—Creía que aprender a caminar de nuevo era la respuesta —musitó—. Pero no lo es. Dios mío, Dione, llevas semanas aquí, a veces te paseas por la casa medio desnuda o con esos camisones casi transparentes. ¿Aún no has notado que no puedo…? Cuando su voz se apagó de nuevo, Dione creyó que iba a estallar.

—¿No puedes qué? —preguntó de nuevo, modulando con esfuerzo la voz.

—Soy impotente —respondió en voz tan baja que Dione tuvo que inclinarse hacia él para oírlo.

Ella se echó hacia atrás sobre los talones, atónita. Una vez dijo aquello en voz alta, el resto salió a borbotones, como si no pudiera controlarse.

—No lo había pensado antes, porque ¿qué había que pudiera excitarme? No tenía importancia, si no podía andar, pero ahora descubro que hay otra cara de la moneda. Si no puedo vivir como un hombre en vez de como un eunuco, entonces qué me importa andar o no.

Dione se quedó en blanco. Era fisioterapeuta, no sexóloga. Resultaba irónico que Blake le mencionara aquel problema precisamente a ella, que estaba en el mismo barco que él. Quizá ella lo había sentido desde el principio y por eso no tenía miedo de él. Pero no podía permitir que aquello le hiciera mella, o se daría por vencido. Pensó frenéticamente en algo que decirle.

—No veo por qué se te ocurre siquiera que yo debería excitarte —balbució—. Soy fisioterapeuta. No sería nada ético que hubiera entre nosotros una relación que no fuera puramente profesional. Yo no he intentado seducirte, desde luego. Ni siquiera despertar tu interés. No deberías pensar en mí de ese modo. Soy… soy más una figura materna que otra cosa, así que me extrañaría provocar en ti un efecto físico.

—A mí no me recuerdas a mi madre —dijo él con esfuerzo. Ella buscó de nuevo algo que decir.

—¿De veras esperabas recuperar todas tus capacidades de la noche a la mañana sólo porque te hayas sostenido en pie? —preguntó por fin—. Me habría sorprendido que hubieras… respondido de esa manera. Tienes muchas cosas en la cabeza y estabas en muy mala forma.

—Ahora ya no lo estoy —respondió Blake cansinamente.

No, no lo estaba. Dione se quedó mirándolo mientras permanecía allí tendido, vestido sólo con el pantalón del pijama. Hacía varias semanas que no se ponía la parte de arriba. Seguía estando delgado, pero bajo su delgadez se apreciaba una dura capa de músculo. Hasta le habían engordado algo las piernas al ganar peso, y gracias al riguroso programa de ejercicios que seguía tenía incluso músculos en las piernas, a pesar de que aún no podía moverlas. Era, de todos modos, un atleta nato, y su cuerpo había respondido inmediatamente al entrenamiento. Sus brazos, sus hombros y su pecho mostraban los efectos de las pesas, y las horas en la piscina habían dado a su piel un resplandor broncíneo. Parecía increíblemente sano, al fin y al cabo. ¿Qué podía decirle? No podía tranquilizarle diciendo que su cuerpo y su mente se recuperarían, porque ella aún no se había recuperado. Ni siquiera sabía si quería «recuperarse». Quizá estuviera perdiendo gran cantidad de calor humano al vivir como vivía, pero ello le permitía también eludir el sufrimiento de la crueldad humana. Hasta el accidente, Blake había llevado una vida plena. Amaba y era amado, seguramente por más mujeres de las que recordaba. Para él, una vida sin sexo era una vida incompleta. ¿Cómo iba a convencerle de algo en lo que ella misma no creía?

Al final dijo cautelosamente:

—Estás mejor, sí, pero tu estado físico no es óptimo todavía. El cuerpo está formando por una serie de sistemas complementarios. Cuando una parte resulta dañada, todos los sistemas cooperan para acelerar la curación. Con el programa de rehabilitación que estás siguiendo, has concentrado tu mente y tu cuerpo en rehabilitar los músculos. Forma parte del proceso de recuperación, y hasta que no hayas progresado lo suficiente para que ya no sea necesaria una concentración tan intensa, creo que te estarás engañando si esperas recuperar tus funciones sexuales. Deja que las cosas sucedan a su tiempo —tras mirarlo un momento más, ladeó la cabeza—. Calculo que estás al sesenta y cinco por ciento de tu capacidad física. Esperas demasiado.

—Espero lo que cualquier hombre normal espera de la vida —dijo Blake con aspereza—. Cuando me prometiste que volvería a caminar rebosabas confianza, pero de esto no estás segura, ¿verdad?

—No soy sexóloga —replicó—. Pero tengo sentido común e intentó usarlo. No hay ninguna razón física para que no vuelvas a practicar el sexo, así que te aconsejo que dejes de preocuparte por eso y te concentres en caminar. La naturaleza se encargará del resto.

—¡Deja de preocuparte! —masculló él—. No estamos hablando del tiempo, ¿sabes? Si no sirvo como hombre, ¿qué sentido tiene vivir? No hablo sólo del sexo. No podría casarme, ni tener hijos, y aunque aún no he querido casarme, siempre he pensado que algún día me gustaría tener familia. ¿Es que no lo entiendes? ¿Nunca has querido tener un marido, hijos?

Dione dio un respingo y se apartó de él. Blake tenía un extraño talento para golpearla donde más le dolía.

Antes de que pudiera refrenarse, balbució con voz pastosa:

—Siempre he querido tener hijos. Y estuve casada. Pero no salió bien.

Blake respiró hondo, su pecho subió y bajó, y Dione sintió cómo escudriñaba su cara en la oscuridad. Seguramente no distinguía más que su contorno, pues estaba sentada lejos de la luz suave que entraba por las ventanas, así que ¿por qué se sentía como si Blake pudiera ver con toda claridad cómo le temblaba el labio inferior o cómo habían palidecido súbitamente sus mejillas?

—Maldita sea —dijo él en voz baja—. Lo he vuelto a hacer, ¿verdad? Cada vez que digo algo, meto la pata.

Ella se encogió de hombros, intentando que no viera lo fina que era su coraza.

—No pasa nada —murmuró—. Fue hace mucho tiempo. Era sólo una cría, demasiado joven para saber lo que hacía.

—¿Cuántos años tenías?

—Dieciocho. Scott, mi ex marido, tenía veintitrés, pero ninguno de los dos estaba preparado para el matrimonio.

—¿Cuánto duró? Una risa áspera salió de su garganta.

—Tres meses. Todo un récord, ¿eh?

—¿Y desde entonces? ¿No has vuelto a enamorarte?

—No, ni he querido. Estoy contenta como estoy —la conservación se había prolongado demasiado; no quería desvelarle nada más. ¿Cómo era posible que Blake siguiera socavando el muro que había levantado alrededor de su pasado? La mayoría de la gente ni siquiera se percataba de su existencia. Desdobló las piernas y se levantó, bajándose el camisón.

Blake profirió un áspero improperio.

—Estás huyendo, Di. ¿Sabes cuánto tiempo llevas aquí sin recibir una sola llamada telefónica ni una carta, sin ir siquiera de compras? Te has encerrado en esta casa conmigo y has dejado el mundo fuera. ¿No tienes amigos, ni novios haciendo cola? ¿Qué hay ahí fuera que tanto te asusta?

—Nada —dijo con calma, y era cierto. Todos sus terrores estaban encerrados dentro de ella, suspendidos en el tiempo.

—Yo creo que todo te asusta —dijo él y, estirando el brazo, encendió la lámpara de la mesilla de noche. Su suave resplandor ahuyentó las sombras e iluminó a Dione, que permanecía allí parada, con su camisón blanco y el pelo negro cayéndole a la espalda. Parecía una doncella medieval, encerrada en una fortaleza que ella misma había edificado.

Los ojos azules y ardientes de Blake se pasearon sobre ella mientras decía con suavidad:

—Te da miedo la vida. Por eso no dejas que nada te toque. Necesitas terapia tanto como yo. Puede que mis músculos no funcionen, pero eres tú quien no siente nada.

Capítulo 6

Esa noche no durmió. Estuvo despierta, sintiendo el paso de los segundos y los minutos que luego se convertían en horas. Blake tenía razón: le daba miedo la vida, porque la propia vida le había enseñado que, si pedía demasiado, sería castigada. Había aprendido a no pedir nada en absoluto, de tal modo que no arriesgaba nada. Se habría privado de amigos, de familia, hasta del consuelo elemental de una casa propia, todo porque tenía miedo de arriesgarse a salir herida de nuevo.

No era propio de ella negar la verdad, así que la miraba de frente. Su madre no había sido un ejemplo típico de maternidad; su marido tampoco había sido el típico marido. Los dos le habían hecho daño, pero no debía dar la espalda a todos los demás por culpa suya. Serena le había ofrecido su amistad, pero ella se había inhibido y había puesto en duda sus motivos. Esas dudas eran sólo una excusa para justificar el impulso instintivo de replegarse sobre sí misma cada vez que alguien se acercaba a ella. Tenía que correr algún riesgo, o su vida sería una farsa, por más pacientes a los que pudiera ayudar. Necesitaba tanta ayuda como Blake.

Pero encarar la verdad y enfrentarse a ella eran dos cosas muy distintas. La sola idea de bajar la guardia y dejar que otro se acercara la ponía enferma. Hasta las cosas más nimias la superaban; no podía enfrentarse a ellas. Nunca se había pasado la noche con una amiga partiéndose de risa, nunca había ido a una fiesta, ni había aprendido a relacionarse con los demás con normalidad. Se había pasado la vida con la espalda contra la pared, y su desconfianza era algo más que un hábito: era parte de su ser, la llevaba grabada en las células.

Quizá no tuviera remedio; quizá la amargura y el horror de su niñez hubieran alterado su psique tan drásticamente que nunca sería capaz de elevarse sobre el turbio foso de su memoria. Por un momento tuvo una visión de su futuro, un futuro largo, triste y solitario, y un sollozo seco retorció sus entrañas. Pero no lloró, aunque le ardían tanto los ojos que sentía los párpados calientes. ¿Para qué desperdiciar lágrimas pensando en años que se extendían, vacíos, hasta más allá de donde alcanzaba su vista? Estaba acostumbrada a estar sola, y por lo menos tenía su trabajo. Gracias a él podía tocar a otras personas, darles esperanza, ayudarlas; quizá no fuera suficiente, pero sin duda era mejor que la destrucción que con toda certeza la aguardaba si permitía que alguien volviera a lastimarla de nuevo.

De pronto el recuerdo de Scott relampagueó en su memoria, y estuvo a punto de echarse a llorar. Levantó las manos en la oscuridad para ahuyentarlo. El malestar que sentía se convirtió en una náusea, y tuvo que tragar saliva convulsivamente para dominarse. Por un instante osciló al borde de un negro abismo del que se alzaban los recuerdos como murciélagos que salieran de una cueva pestilente para precipitarse sobre ella. Apretó los dientes para refrenar el llanto que se iba acumulando dentro de ella y alargó la mano temblorosa para encender la lámpara. La luz alejó los horrores, y se quedó mirando las sombras.

Para combatir los recuerdos los hizo a un lado con esfuerzo y evocó el rostro de Blake como una especie de talismán contra las perversidades de su pasado. Vio sus ojos azules, en los que ardía la desesperación, y se quedó sin aliento. ¿Por qué estaba allí tendida, preocupándose por sí misma, cuando Blake se mecía al borde de su propio abismo? Blake era quien importaba, no ella. Si perdía interés, su recuperación se iría al traste.

Ella se había esforzado durante años para dejar a un lado sus intereses y sus problemas personales y concentrarse por completo en sus pacientes. Ellos habían cosechado los beneficios, y aquel proceso se había convertido en parte de sus defensas internas cuando las cosas amenazaban con sobrepasarla. Ahora hizo lo mismo: expulsó sin contemplaciones todos sus pensamientos salvo los que se referían a Blake, y se quedó mirando el techo con tanto empeño que podría haber abierto un agujero en él.

A simple vista, el problema era muy sencillo: Blake necesitaba saber que todavía podía responder ante una mujer, que todavía era capaz de hacer el amor. Ella ignoraba por qué no podía aún, como no fuera por las razones obvias que le había dado hacía un par de horas. Si era así, a medida que mejorase su salud y cobrara fuerzas, sus impulsos sexuales volverían a despertarse de manera natural, si tenía alguien que le interesara.

Se mordió el labio inferior mientras consideraba aquel problema.

Evidentemente, Blake no iba a empezar a salir con mujeres enseguida; su orgullo no soportaría el verse obligado a pedir ayuda para entrar y salir de un coche o un restaurante, ni siquiera aunque Dione le permitiera alterar su horario tan drásticamente, cosa impensable. No, tenía que seguir haciendo rehabilitación, y estaban entrando en la parte más dura, la que le exigiría más tiempo, más esfuerzo y más dolor.

Sencillamente, las mujeres escaseaban en su vida de momento; una escasez necesaria, pero escasez a fin de cuentas. Aparte de Serena, Alberta y Ángela, sólo quedaba ella, y se descartó automáticamente. ¿Cómo podía atraer a nadie? Si algún nombre intentaba acercársele, reaccionaba como un gato escaldado, lo cual no era un buen comienzo.

Una expresión ceñuda frunció sus cejas. Eso valía para todos los hombres… menos para Blake. Blake la tocaba, y ella no se asustaba. Se habían abrazado, se habían revolcado juntos por el suelo…, le había besado.

La idea que floreció en su cabeza era tan radical para ella que, cuando al principio se filtró en su conciencia, la desdeñó de inmediato. Pero volvía una y otra vez, como un bumerán encerrado en ella. Blake necesitaba ayuda, y ella era la única mujer que podía ayudarlo. Si podía atraer su interés…

Un escalofrío la recorrió de la cabeza a los pies, estremeciendo su cuerpo por entero. Pero no era un escalofrío de repulsión, ni de miedo, salvo quizás de temor ante su propio atrevimiento. ¿Podría hacerlo? ¿Cómo lo haría? ¿Cómo lograría hacer semejante cosa? A Blake no le haría ningún bien intentar ligar con ella y que saliera chillando de la habitación. No creía que eso le pasara con él, pero la sola idea de intentar atraer a un hombre le resultaba tan extraña que no podía estar segura. ¿Podría intentarlo hasta el punto de demostrarle que todavía era un hombre?

No podía permitir que la situación llegara a concretarse; sabía que no sólo no estaba preparada para ello, sino que liarse con un paciente iba totalmente en contra de su integridad profesional.

Además, ella no era el tipo de Blake, así que había pocas posibilidades de que ocurriera algo serio. Intentó dilucidar si él la encontraría tan falta de experiencia que no le atraería en absoluto, o si su aislamiento durante los dos años anteriores le haría ciego a su torpeza. Blake estaba dejando atrás velozmente la angustia y el mutismo de su invalidez, y Dione era consciente de que no podría engañarlo por mucho tiempo. Cada día era más él mismo: el hombre de la fotografía que Richard le había enseñado, dueño de un intelecto mordaz y de una naturaleza impulsiva que todo lo arrastraba consigo, como la fuerza de una marea.

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