Amos y Mazmorras II (18 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

Cleo se quedó hipnotizada por la profunda voz de ese hombre. Por Dios, le daba miedo.
—Así es —asintió Lion.
—Enseñadme el cofre.
—Esclava. —Lion tiró de la cadena de Cleo y esta le ofreció el cofre con la carta de «pregunta al amo». Él debería darles una prueba definitiva para encontrar el cofre del día siguiente.
Markus asintió y se acercó a Lion para susurrarle un mensaje al oído que solo él pudiera escuchar. El agente afirmó con la cabeza y tomó nota de la pista ofrecida por el amo.
—Bien, guardáis las demás cartas —observó Markus—. No utilizáis ninguna más.
—No.
—¿Mantenéis las cartas del día anterior?
—Sí.
—Muéstramelas.
Cleo fue a echar mano de su mochila. El torneo se les estaba dando de maravilla. Si encontraban el cofre al día siguiente, estarían definitivamente en la final, y no les haría falta continuar jugando hasta el evento oficial con los Villanos.
Abrió la mochila y... ¡Ups!
Ni rastro de los objetos ni de las cartas.
Entonces, en las celdas de la Reina y los Monos, dos hombres gritaron victoriosos entre aplausos y vítores, mostrando la fusta, el látigo y las cartas y objetos de la pareja del FBI.
¡Los Monos voladores se las habían quitado!

 

 

 

Lion palideció. Aquello era justamente lo que no debía pasar. Estar en inferioridades de condiciones con el Amo del Calabozo o con las criaturas. Y una de las veces en las que no podías hacer nada por defenderte era cuando perdías los objetos o te los robaban.
—Dios mío... ¿Pero cuándo nos los han quitado? —preguntó Cleo nerviosa. Ella también sabía lo que eso significaba y no le gustaba nada. Es más, ya sentía un nudo en el estómago muy pesado, frío y doloroso.
—Probablemente al subir al One Cruiser. Los dos tipos que nos acompañaron hasta «diente de oro» —apretó los puños y miró a Cleo con preocupación—. ¿No notaste ningún tirón? ¿Nada?
—¿Qué? ¡No! No noté nada...
—Los Monos voladores son especialistas en quitar objetos, ya os avisan de ello antes de cada jornada —comentó Markus—. ¿Sabes lo que eso supone? —miró a Cleo con atención.
Lion cogió a Cleo del collar y la obligó a mirarlo a los ojos.
—Lady Nala, tu aventura se acaba aquí —aseguró.
No iba a permitir que Cleo se metiera en esa jaula con los Monos y las Crías de la Reina de las Arañas. Ni hablar. Iba a eliminarla... pero, ¿cómo? No tenía cartas de eliminación.
—Ni hablar —contestó ella muy digna.
—¿Me puedo entregar yo como amo? —preguntó Lion como última instancia—. Las Crías podrían jugar conmigo.
—¡No! —protestó Cleo sin hacer grandes aspavientos, pero sí comportándose como una falsa sumisa celosa. Que, por cierto, celosa lo era. No dejaría a Lion en manos de las amas.
Markus los estudiaba con muchísimo interés.
—Podrías, King, si tuvieras una cartas witch y te cambiaras el rol con ella —contestó el amo—. Pero no tienes ninguna, me temo.
—No.
—Y ahora tampoco las puedes cambiar ni hacer valer porque ya me has mostrado el cofre con la carta elegida a usar. No tenéis otra salida que jugar... —evidenció pasándose los dedos por la cresta—. ¿Os rendís?
Lion se fijó en los tatuajes que tenía en las manos y en los antebrazos y se sorprendió al ver lo que significaban.
—Por supuesto que no. No nos rendimos —gruñó Cleo—. Puedo hacerlo. —Podía, claro que podía. Solo tenía que imaginarse que era Lion quien la tocaba y soportar el dolor y ya está... ¿No?
—Me niego. —Lion se mostró inflexible.
—¿Sabes qué? —Markus detuvo la diatriba de ambos—. Yo os puedo ofrecer otra alternativa.
Y Lion sabía cuál era. El Amo del Calabozo podría dialogar con las Criaturas para que le prestaran la presa. Pero las criaturas pedirían algo a cambio.
—Me puedo quedar con tu sumisa, si tú estás de acuerdo, y puedo dispensarle un trato diferente al que le darían las Criaturas.
Lion negó con la cabeza, pero Cleo asintió conforme.
Era una profesional; y si tenía que hacer sacrificios de ese tipo, los haría. Se había prometido a que no iba a decepcionar a nadie, y menos a Leslie. Además, debía demostrar a Lion su valía como agente infiltrada.
—Acepto.
—No puedes aceptar si no hay consenso —aseguró Lion.
—La sumisa, que es quien recibe el trato, es la última en decidir —señaló Markus—. Si ella accede...
—Ella es mía. —Lion dio un paso adelante y con su actitud le dibujó la línea del límite al Amo del Calabozo.
—En realidad, no sois una pareja que haya firmado ningún contrato de participación; y es por todos sabido que Lady Nala eliminó a Mistress Pain, que sí tenía un contrato contigo. Ahora mismo, entre vosotros no hay nada firmado, y eso deja toda la potestad a la señorita. —Markus sonrió duramente a Cleo—. Si ella accede a estar conmigo, negociaré con las Criaturas y la utilizaré para saciar mis... —sonrió como un lobo— apetitos.
Lion tomó a Cleo de la barbilla y negó rotundamente con la cabeza.
—Voy a pronunciar el
codeword
.
—No eres tú quien debe hacerlo, sino la sumisa —repuso Markus—. Ella sabe cuánto puede soportar. Y, si te molesta como amo, haber tenido más cuidado con vuestros objetos.
—¡Que no, King! —refutó ella con vehemencia, retirando la cara de sus dedos de acero. Apoyó las manos sobre la mesa que custodiaba Markus y mirándolo a los ojos le dijo—: Acepto que te hagas cargo de mí. Soy la única que decide esto.
El amo levantó las dos cejas a la vez y sus ojos amatistas centellearon.
—Perfecto. No obstante, antes quiero echarle un vistazo a la mercancía.
Cleo apretó los dientes y se tragó la oleada de frustración e impotencia que le recorrió. Ya sabía que el torneo conllevaba riesgos, pero no iba a permitir que Lion la sobreprotegiera de ese modo. Era una sumisa: estaba en ese papel y no iban a llamar más la atención.
—Bien —contestó ella.
Markus alargó la mano y la tomó de la cadena del collar.
—Bien. —Tiró levemente de ella e hizo que la siguiera—: Vamos a la silla. Te voy a hacer una revisión.
Lion solo quería aplastarle la cresta a ese amo y empezar a dar puñetazos. No podía permitir eso. No podía... Pero habían cometido un desliz con los objetos; no tenían cartas switch ni tampoco cartas de eliminación para echarla del torneo; ni mucho menos habían firmado un contrato, porque Cleo se había asegurado de no darle ningún valor después de que se presentara el día anterior y le retara. No había sido una unión consensuada; al contrario, se había producido casi por obligación. ¿Qué debía hacer? Iba a vomitar si ese tipo tocaba a Cleo delante de todos.
Cleo se dio la vuelta y sonriendo con una frialdad y una indiferencia pasmosa le murmuró:
—Si haces algo que me joda, King Lion, te haré la vida imposible. Quiero llegar a la final, no lo olvides. —Tenía que representar el papel de dos amos unidos por las circunstancias. La gente la conocía como Lady Nala, y era sabido por todos que no se llevaban bien. Debía mantener esa actitud.
Lion interpretó: «Si intentas eliminarme o hacer algo para que no pase por esto y me echas del caso, te juro que nunca te lo perdonaré».
Lo peor era que, aunque fuera el amo en la pareja, no tenía poder real sobre las decisiones de Cleo. Sin contrato, ni cláusulas, ni tampoco una carta
deedgeplay
, eran una pareja sin límites. Cleo estaba en manos del amo, y si no pronunciaba la maldita palabra de seguridad, él le iba a hacer lo que le diera la gana.
Eran solo compañeros de juego, y ella decidía lo que quería.
Mierda. Estaba perdido.
Markus habló con las Criaturas y liberó a las tres sumisas que tenía en las jaulas para ofrecérselas como tributo a cambio de Cleo. Una mujer por tres.
Los Monos accedieron sin problemas, aunque a Sharon no le gustó la decisión.
Después de eso, el amo la guió caminando por la arena y la llevó hasta una silla parecida a las de ginecología, tuneada con colores negros y almohadillas rojas en el reposapiernas, el reposabrazos y en el respaldo.
—Siéntate —le ordenó Markus de manera muy inquisitiva.
—Sí, doctor —contestó ella con sarcasmo.
 
Capítulo 8

 

 

«Sumisa no es la que sufre más, sino la que más lo desea».

 

Día 2

 

«
En
teoría, solo debo abrirme de piernas así ante mi ginecóloga», pensó Cleo, apoyando ambas piernas en los reposagemelos.
Pero no estaba en una consulta médica; estaba realizando una fantasía
performance
del Amo del Calabozo de Norland, Markus.
No quería mirar a Lion, que seguía de pie, tieso y tenso como una vara, al acecho, a punto de saltar para desgarrar la yugular del otro macho alfa.
Pero Cleo lo hacía. Le miraba.
Para ella era nuevo ver esa expresión en su compañero. Bueno, en realidad le venían de nuevo muchas cosas; pero darse cuenta de que sus decisiones influían emocionalmente en Lion le supuso un
shock
. Nunca hubiera creído tener algún tipo de poder para cambiar su estado anímico o para llamar su atención; ni mucho menos para atraerlo. Pero si ese no era el rostro de un hombre medio loco por saber que iban a tocar algo que realmente le importaba, entonces, ¿qué lo era?
Sus ojos azules oscuros refulgían como una señal de alarma; su barbilla estaba pétrea y dura, como si masticara algo muy pesado; tan pesado como aguantar una broma de mal gusto. Aquel maravilloso cuerpo masculino en guardia. Dios, y ella abierta de piernas en una silla de ginecología que los de BDSM llamaban silla de castigo, o de tortura, y la utilizaban para hacer incluso todo tipo de inspecciones con instrumentos ginecológicos de verdad.
Maravilloso, ¿verdad? Tenía ganas de chillar.
Markus le ataba los brazos con las correas de piel del reposabrazos. Por favor, la iba a inmovilizar. Inmovilizar de verdad.
La gente miraba en silencio, calmada por los movimientos serenos y controlados de aquel amo tan rudo y sexy. Parecía un maldito animal salvaje.
—¿Has estado alguna vez en una silla de castigo? —preguntó mirándola a los ojos, con voz susurrante.
Cleo asintió, orgullosa de no haber estado nunca. Si tenía que mentir lo haría, y sería creíble.
Markus sonrió indulgente como si no creyera su respuesta e inmovilizó sus gemelos con las correas. Le pasó las manos por las pantorrillas y ascendió por el interior de los muslos.
Cleo intentó alejarse de su cuerpo, hacer un viaje astral de esos que decían que se podían hacer... ¿No contaban que uno podía abandonar conscientemente su cuerpo si se ejercitaba para ello? «Vete. Sal. Sal. Vuela y ya te avisaré...», se repetía a sí misma. Pero su alma y su conciencia seguían ahí.
Las manos de Markus quemaban, ardían, y no pudo evitar mirarlas... Manos tatuadas. Tenía una calavera en cada dedo y un gato negro de ojos amarillos reposaba estirado sobre el dorso de su mano izquierda, con el cuerpo acomodado sobre el antebrazo. Y en el dorso de la otra mano se dibujaba una cruz cristiana inversa.
Cleo frunció el ceño.
¿Tatuajes rusos? Una vez había leído el lenguaje propio que los tatuajes tenían dentro de la mafia rusa. Las calaveras en los dedos eran las personas que había asesinado; el gato significaba que era un ladrón y lo utilizaban como un amuleto de buena suerte, dando entender que actuaba solo. Y la cruz quería decir esclavitud, subordinación y castigo.
Mientras pensaba en esas cosas, no se percató de que Markus se arrodillaba entre sus piernas abiertas y le subía la falda hasta colocársela por encima de las caderas. No notó sus dedos rozarla entre las piernas; ni cómo su rostro se aproximaba a sus braguitas con cremallera; ni tampoco cómo, después de largos segundos, él se detenía.
Se paró.
Markus se había interrumpido.
Cleo, que estaba mirando hacia otro lado, percibió la tensión y la sorpresa en el cuerpo del hombre y escuchó algo que él dijo en voz muy baja y que la dejó perpleja.
—Lo suponía.
Drugogo khameleona
.
Cleo abrió los ojos impactada y miró a Markus de frente. Ella casi hablaba ruso, sabía cuatro idiomas, y aunque el ruso no lo hablaba perfectamente, sí que lo entendía muy bien.
Se le formó un nudo en la garganta y no sabía cómo reaccionar.
«¿Ha dicho “otro camaleón”? ¿Otro?».
Increíblemente, Markus desató sus correas y, como si allí no hubiera pasado nada, la ayudó a levantarse de la silla, como un perfecto caballero. Cleo, insegura y todavía bajo el
shock
de haber comprendido aquellas palabras, buscó a Lion con la mirada.
—Me quedo con Lady Nala durante el día de hoy —decretó Markus—. Necesito un mesa. ¿Estás de acuerdo? —Sus ojos violetas esperaban una contestación afirmativa. Le apretó los dedos de la mano con complicidad.
Cleo no sabía de donde venía aquella conchabanza, pero sí que sabía que Markus podía saber algo sobre Leslie. «Otro camaleón».
¿Cuántos camaleones podía haber en ese torneo? ¿Cuánta gente tendría un camaleón tatuado en su cuerpo? Y, lo más importante de todo: Markus no había dudado en reconocer al reptil correctamente y no llamarlo dragón de Komodo, salamandra, lagarto o lagartija.
Lion se pasó la mano por el pelo de corte militar. El Amo del Calabozo podía llevarse a su sumisa en caso de que no quisiera hacer uso de ella públicamente.
De repente tenía acidez; se le iba a abrir una úlcera del tamaño del agujero de la capa de ozono. No iba a perder a Cleo de vista y esperaba que ella tuviera el tino de negarse o de pronunciar de una puta vez la palabra de seguridad.
Pero, para agravar más su amargura, Cleo levantó la mirada y clavó sus ojos verdes e impresionados en él para asegurar, en pleno papel de Lady Nala:
—Por supuesto. Estoy de acuerdo —repuso.
—¡No! —Lion se cruzó en su camino y observó el respingo y la contrariedad de Cleo—. ¿Dónde la llevarás? —exigió saber.

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