Amos y Mazmorras II (9 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

Él se envaró cuando la vio tan resuelta.
Cleo cogió la carta eliminación y la pegó al pecho sudoroso de la Switch, con el dibujo de cara a todo el mundo.
—Lo siento, Mistress Pain. Pero te vas para casa.

 

 

 

La multitud congregada en las gradas, incluso los Monos, aplaudieron el atrevimiento de la pelirroja.
Lion no se lo podía creer.
Cleo acababa de echar a su pareja; y eso solo quería decir una cosa: que pretendía quedarse con él.
La determinación de esa chica era pasmosa. Con un par, se había colocado ante él, que era el amo a derribar en todo el torneo, y acababa de despedir a su pareja, jodiéndole de maneras inverosímiles que ni ella era capaz de comprender.
Cleo no podía hacerle eso. Iba a destruirle si seguían juntos, y de paso, él la destruiría a ella.
¿Estaba loca?
Claudia, asombrada, se miró la carta y exclamó.
—¡Ni hablar! —Enfadadísima, se dirigió al Amo del Calabozo y le exigió una explicación.
—Conoces las normas, Mistress Pain. La chica te ha... —carraspeó— eliminado justamente. Las cartas están para utilizarlas. —Se encogió de hombros.
—¡Pero él puede cambiar esa carta! King puede ponerla a prueba. Mi pareja no estará de acuerdo y la retará.
Era cierto. Él podía poner a prueba a Cleo públicamente en un duelo; y, si Cleo perdía, se iba a su casa y de paso él se quedaba tranquilo. El problema era que si Cleo perdía, ¿qué sucedía con Nick? Le necesitaba dentro, en misión con él. Le entraron unas ganas irreprimibles de bajarle el maldito
short
a la bruja y azotarla delante de todos. Iba a acabar con él y con el año y medio de trabajo que acarreaba a sus espaldas.
—¿Desea tu amo poner a prueba a Lady Nala? —preguntó a Claudia.
—Oh, por supuesto —contestó Lion sacando su fusta. La multitud aplaudió. Estaban todos excitados con el desafío de Lady Nala a Lion King.
El Amo del Calabozo levantó una mano para silenciarlos a todos.
—Cogeré la baraja de duración y orgasmos —la abrió como un abanico y se colocó delante de Lion—. Adelante.
Lion tomó la escogida y la mostró a todos.
—Diez minutos. Un orgasmo —pronunció.
El Amo del Calabozo, emocionado por la intriga de la prueba, se giró hacia Cleo y preguntó con voz reverente:
—¿Acepta el duelo, Lady Nala?
Cleo se cruzó de brazos y miró a Lion de arriba abajo como si fuera menos que un mosquito.
—Acepto el duelo.
Las gradas festejaban el reto y la provocación en la actitud de los dos amos.
Claudia sonrió triunfante y caminó hacia ella moviendo las caderas provocativamente.
—Prepárate, perra —gruñó al pasar por su lado.
El Amo del Calabozo sonrió, pues sabía lo que venía a continuación.
—Pero —anunció Cleo ignorando la educación barriobajera de Mistress Pain—, seré yo quién decida las reglas. Sé que por jerarquía, un Amo Hank como el importantísimo King Lion tiene supremacía sobre una Ama Shelly como yo.
—Claro que la tengo, monada —le aseguró con frialdad—. Y vas a ver lo rápido que vas a caer.
—Uuuuhhhhhh —gruñó el público.
—¡Dale bien, King! —exclamó un amo de entre la multitud.
—Sin embargo, esta carta —Cleo caminó hacia él e hizo lo mismo que con Claudia. La enganchó sobre su corazón, a su piel sudorosa, de cara a los demás—... la carta Switch, lo cambia todo. Me permite invertir los papeles durante esta prueba.
Lion frunció el ceño y miró aturdido el dibujo. Dos dragones que formaban un círculo, uno de cada color, invertidos en posición fetal como haciendo un sesenta y nueve. La carta Switch cambiaba los roles y el amo se convertía en sumiso. Y al revés.
El agente Romano tuvo miedo por la misión. No confiaba en Cleo. ¿Ella debía tratarlo como un ama trata a su sumiso? Si Cleo Connelly no tenía mala leche ni actitud para eso. Era atrevida y descarada pero... Dudaba que pudiera hacerle correrse en diez minutos mediante alguna técnica de dominación femenina. No la iba a dejar jugar con él así.
—No lo hagas —murmuró Lion.
Cleo asintió y sonrió triunfante. Por su mente pasaban muchos recuerdos de la semana pasada, algunos muy buenos y tiernos y otros horribles. Quería hacer pagar a Lion por los horribles, por no creer en ella como agente.
—¡Estás loca! —exclamó Claudia incrédula—. No puedes someter a King. No tiene ni una jodida célula sumisa en su cuerpo. Vas a perder.
La gente se echó a reír ante ese comentario, pero Cleo siguió a lo suyo, sin bajar la mirada de los ojos de su superior, ignorando a la señorita dolores.
—Tú, ven —le ordenó a Nick chasqueando sus dedos pulgar y corazón. Su sumiso vino inmediatamente. Cleo le desabrochó el collar de perro y anunció al Amo del Calabozo—: Es mi deseo liberar a Tigretón. Y quiero que sea Ama Thelma quien se haga cargo de él. —Cleo se puso de puntillas y lo besó con dulzura en los labios—. Has sido un excelente sumiso, Tigre. Ahora ve a que te zurre tu nueva ama —Le dio una cachetada en el trasero y lo empujó para que Thelma le abriera los brazos y lo acogiera, cosa que la rubia hizo de inmediato.
Lion abrió los ojos de par en par. Se le habían oscurecido de la rabia y la ofuscación que barrían su cuerpo en ese momento. Y peor se sintió cuando Cleo lo preparó para la
performance
rodeándole el cuello con un collar de perro.
«Será hija de perra».
—¿Necesitas algún objeto, Lady Nala? —preguntó el Amo del Calabozo muy solícito.
—Sí —contestó ella—. Dame una peluca roja. —Oteó el escenario en busca del lugar en el que iba a exponer su personal juego vengativo.
—Lady Nala... —advirtió Lion—. Piensa en lo que vas a hacer porque luego se volverá en tu contra.
—Los perros no hablan —tiró de la cadena y le guió hasta la silla de castigo—. Siéntate.
Lion no obedeció. Los sumisos como él, siendo poderosos, mucho más altos y vanidosos, podían enervar mucho a las amas.
—Te he dicho que te sientes —repitió Cleo, empujándole ligeramente por el pecho y haciéndolo tropezar.
—Vas a perder igual, Nala —aseguró venenoso—. Me corra o no, voy a hacer que este torneo sea un infierno para ti. ¿Me has oído?
Cleo se estremeció internamente. ¿Un infierno para ella decía? El infierno era saber que no confiaban en tu valía y que no apostaban por ti, sobre todo después de haberse entregado a él del modo en que lo hizo la semana pasada. El infierno era saber que conocías lo que estaba viviendo tu hermana y, aun así, te apartaban del caso y no te permitían ir a ayudarla.
Había muchos tipos de infierno; y el emocional era el peor.
De su bolsa de juegos sacó un
gag
con una pelota roja, unas esposas y un anillo constrictor de pene.
Rápidamente le colocó el gag casi a la fuerza.
—¿Me oyes, Nala?
—No, no te he oído —susurró.
Le echó los brazos hacia atrás y cerró las esposas entorno a sus anchas muñecas.
—Lady Nala. —El Amo del Calabozo le dio una peluca larga y rizada de color rojo—. En el momento en que le bajes la bragueta empezará a contar el tiempo.
Cleo asintió y le pasó la peluca por el rostro.
—Sé cuánto te gustan los juegos de feminización..., zorrita.
—¡
Ee
una
ora
!—exclamó Lion con el
gag
entre los dientes.
—Uy... no te entiendo. —Le puso la peluca sobre la cabeza. Sonrió. Incluso así estaba guapo. Ridículo, pero guapo.
Cleo miró al Amo del Calabozo y asintió con la cabeza mientras le bajaba la cremallera de los pantalones negros.
Lion se removió queriéndose apartar de ella.
—Ahora estás indefensa —gruñó Cleo bajándole los pantalones con fuerza y sacándole el miembro y los testículos por fuera del calzoncillo oscuro.
Cleo había visto algunas películas porno en las que se realizaban orgías y bacanales. Todas las mujeres deberían verlas para aprender. Se había preguntado si sería capaz de hacer algo así delante de tanta gente. Y, en ese momento, lo estaba realizando sin el mayor asomo de vergüenza. Qué increíble era la capacidad humana de reacción ante situaciones adversas.
Una mujer tenía que ser valiente en momentos como ese. A pesar de los nervios, sabía que Lion se lo iba a poner difícil; pero ella confiaba en sus juegos y en su poca técnica. Saldría de esa.
El agente Romano, aun sabiendo que estaba avergonzado por el
Fem Dom
, la dominación femenina que ella realizaba, iba a caer.
Cuando tomó el pene entre sus manos, este se endureció.
Lion no se lo podía creer. No importaba que esa chica le hiciera lo que a él no le gustaba, ¿qué más daba si lo ridiculizaba? Mr. Erecto iba por libre el condenado.
Cleo asomó la lengua y, sin avisar, ¡plas! Desapareció en su boca, todo entero.
Lion echó su melena roja hacia atrás y cerró los ojos con un gruñido. Cuando lo tuvo bien duro, ya que no tardó ni veinte segundos en ponerse como un mástil, la joven osada cogió el anillo constrictor de cuero ajustable y se lo colocó en la base del pene, con cuidado de no pellizcar su bolsa. El anillo constrictor se utilizaba para alargar la erección y privar del orgasmo al hombre.
—Ahora que te he dado el anillo, ya estás comprometida, nenaza —susurró Cleo acariciándole los testículos y arqueando las cejas caoba de manera resuelta.
—¡
uand slg dki te vj a gntrea
...!
Lion no pudo escupir ni una palabra más porque Cleo empezó a masturbarlo con manos, dientes, lengua, garganta... A Lion le temblaban las piernas y Cleo ni siquiera tuvo el tiento ni la amabilidad de colocar las manos encima de sus muslos para detenerlo.
Él sudaba. Tenía el cuello, la espalda y el pecho húmedo. ¡Y la tía no se detenía! ¿Cómo le hacía eso? ¿Así que esa era la venganza?
Sería estúpida. Todo lo que él había hecho lo hizo para protegerla, para no exponerla de ese modo... Maldita sea, todavía veía las marcas del látigo de Billy Bob por debajo del
short
, aunque las maquillara.
Él no quería que entrara en su mundo así. No así.
Pero Cleo estaba metida de lleno. Ya no podría salir de ahí hasta que se destapara todo el pastel.
La boca de Cleo se alejó de él y la echó de menos de inmediato. Alguien dejó de gemir, hasta que se dio cuenta de que era él quien lo hacía.
Cleo se pasó la mano por los labios refinadamente y tomó el látigo para golpearle con una inverosímil delicadeza hasta cuatro veces en el vientre. En el punto exacto.
¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!
Lion gemía y soportaba sus latigazos amables con las manos hechas puños y el rostro rojo de rabia e indignación.
Cleo iba a llegar demasiado lejos.
—Cinco minutos —avisó el Amo del Calabozo.
Lion y Cleo se miraron el uno al otro.
«Ni te atrevas, bruja», pensó él.
«Mira y verás, perro», pensó ella.
Cleo se quedó de rodillas ante él. Recogió su melena y la dejó reposar toda sobre su hombro izquierdo.
—Cuatro minutos —anunció el Amo del Calabozo.
—Voy a hacerte llorar —le juró Cleo cogiéndole la erección con las manos para ordeñarlo y meterse la cabeza colorada en la boca.
Lion se quejó; el anillo le oprimía y el pene brincaba duro entre los dedos de la arpía. La lengua lo marcaba a fuego, la boca succionaba y las manos no se estaban quietas. «No me lo puedo creer. ¿Dónde? ¿Cómo ha aprendido a...? ¡Por Dios!».
—Tres minutos.
Cleo no iba a necesitar mucho más. Lo notaba en el grosor de Lion. Estaba a punto. Pero se sentía como una diosa castigadora con ese hombre completamente a su merced. El público les animaba, espoleándola a ella como a un caballo que corría a punto de alcanzar la meta.
Cleo desajustó el anillo constrictor. Se sentó encima de él mientras lo masajeaba con las manos.
—Arriba y abajo, arriba y abajo. —Lo movió provocadora entre las piernas—. Venga, leona —se pitorreó—, córrete.
«¡¿Leona?! Esto no te lo voy a perdonar nunca. Mierda. Mierda. Para, Cleo. No lo hagas, no lo hagas...». Lion estiró el cuello con las venas completamente hinchadas a punto de estallar, los ojos azules húmedos por el placer; y, entonces, gritó como un espartano, al estilo Leónidas Primero en la genial película de300.
Claudia abrió la boca estupefacta. No lo entendía. Lion no se corría nunca si lo dominaban. Jamás. Y odiaba las tretas de las amas que intentaban feminizar a los hombres. Pero Lady Nala había hecho todo eso; y, a falta de dos minutos de que finalizara el margen del desafío, King ya había sucumbido.
Joder. La pelirroja la había echado.
Sharon estaba apoyada en las rejas de la mazmorra de los Monos. Arqueó una ceja rubia y asintió como si hubiese sido una victoria justa.
Cleo tenía el estómago manchado por la liberación de Lion. Miró hacia abajo, contemplando lo que ella había provocado. Después, desvió los ojos de nuevo hacia Lion, y lo que vio no le gustó nada en absoluto. Sus faros azules la encañonaban.
Volvían a estar juntos.
Ahora él era de ella.
—¡Bravo! ¡Sí, señor! —aplaudía el Amo del Calabozo.
Cleo se levantó del regazo de Lion y se situó tras él para coger la llave de las esposas y abrirlas.
Lion se incorporó con piernas inestables, y arrojó la peluca roja al suelo. Había perdido.
Se metió el paquete dentro del pantalón. Tenso y cabreado como nunca, se abrochó el botón y se dio la vuelta para encarar a Cleo. Tenía el estómago un poco enrojecido por el látigo de su inesperada y momentánea
dómina
y le dolía la entrepierna por culpa del anillo constrictor.
—Entonces, Lady Nala es ahora mi pareja —asumió Lion con voz ronca y cascada.
—¿Cómo vais a jugar? —preguntó el Amo.
—Ella será mi esclava. Yo soy el único Amo real entre los dos.
Cleo sonrió como una loba. Debía seguir manteniendo esa pose altiva, al menos, hasta que llegaran al hotel. Aunque por dentro empezara a ser consciente de lo que acababa de hacerle al agente al cargo de la misión
Amos y Mazmorras
.

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