Anatomía del crimen. Guía de la novela y el cine negros (12 page)

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Authors: Mariano Sánchez Soler

Tags: #Ensayo

  • Tiempo de matar (Killing Time
    ), 1961. Firmada como Jim Smith. Etiqueta Negra. Júcar. Madrid, 1988.
  • A quemarropa (The Hunter, Point Blank
    ), 1962, también titulada
    Payback
    . Firmada por Richard Stark. Con Parker. Ediciones B. Barcelona. 1999.
  • El hombre que cambió de cara (The Steel Hit
    ), 1963. Firmada por Richard Stark. Con Parker. Etiqueta Negra. Júcar. Madrid, 1990.
  • El palomo fugitivo. (The Fugitive Pigeon
    ), 1964. Con Dontmunder. Etiqueta Negra. Júcar. Madrid, 1988.
  • El muerto sin descanso (The Busy Body
    ), 1966. Barral. Barcelona, 1973.
  • Un diamante al rojo vivo (The Hot Rock
    ), 1970. Con Dontmunder. RBA. Barcelona, 2009.
  • Adiós Sherezade
    (1970). Con Dontmunder. Etiqueta Negra. Júcar. Madrid, 1987.
  • Policías y ladrones (Cops and Robbers
    ), 1972. Etiqueta Negra. Júcar. Madrid, 1986.
  • Atraco al banco (Bank Shot
    ), 1972. Con Dontmunder. Etiqueta Negra. Júcar. Madrid, 1987.
  • Luna de los asesinos (Butcher's Moon
    ), 1974. Firmada por Richard Stark. Con Parker. Etiqueta Negra. Júcar. Madrid, 1988.
  • Un gemelo singular (Two Much
    ), 1975. Etiqueta Negra. Júcar. Madrid, 1987.
  • Un monstruo sagrado (Sacred Monster
    ), 1989. Ediciones B. Barcelona, 1991.
  • El gancho (The Hook
    ), 2000. Seix Barral. Barcelona, 2002.

Manos peligrosas, con Richard Widmark y Jean Peters como protagonistas.

7
La última victoria de Samuel Fuller

«
La vida es en color, pero resulta más realista en blanco y negro
».

Sam Fuller
, en
El estado de las cosas
, de Wim Wenders

«L
a decadencia se produce porque la aceptamos sin luchar». Así habla Gibby, un asesino a sueldo, septuagenario, impetuoso y fornicador, que precisa apoyarse en un bastón para realizar sus trabajos y mantener su prestigio de número uno en Inglaterra. Gibby es, de alguna manera, el optimista álter ego de Samuel Fuller, su autor, que le dio vida en su novela
Mi nombre es Quint
(Ediciones B, 1989) cuando tenía setenta y siete años de edad, después de una carrera como guionista de prestigio, novelista y director de cine y tan admirado por las nuevas generaciones de cineastas como «maldito» por la industria de Hollywood. Cuando escribió esta joven novela, Fuller era una leyenda viva que permanecía en activo, repartiendo a diestro y siniestro toda su tremenda y contundente visión del mundo con la ironía burlona que permite medio siglo de experiencia creativa, treinta y cinco largometrajes, media docena de novelas y dieciséis guiones cinematográficos.

La vitalidad y el humor de Fuller, a quién tan sólo jubiló la muerte inoportuna, siguen intactos. Su universo ambiguo, seco, brutal, a la búsqueda de imágenes fulgurantes, está presente en esta novela tanto como en sus últimos filmes. Como dijo en 1965, mientras se interpretaba a sí mismo en
Pierrot le fou
, de Godard: «Una película es como un campo de batalla. Amor… Odio… Acción… Violencia… Muerte… En una palabra: ¡emoción!». Esta definición de su cine vale plenamente para sus novelas, escritas por un artista que es, en palabras de Wim Wenders, «un genio del guión, un genio del arte dramático, un aventurero profundamente interesado por sus propias obsesiones».

Jean Peters en una escena de
Manos peligrosas
.

La obra de Fuller es un todo. Sus películas y sus novelas están unidas, se complementan. Fuller incluso llegó a utilizar la literatura como venganza ante las masacres que los productores cometían con sus filmes y los transformó en novelas totalmente personales. Así ocurrió, por ejemplo, con
Uno rojo, división de choque
y con
Muerte de un pichón en Beethowenstrassen
. No en vano, este autor controvertido y fascinante, llegó a la dirección cinematográfica desde la novela y el periodismo de sucesos, después de trece años como guionista. Su dominio del diálogo resulta fulminante:

«—Zozo, eres un chacal.

—El chacal provee la comida del león».

Samuel Fuller nació en Worcester, Massachussets, el 12 de agosto de 1911. Debutó en el periodismo a los trece años como
copy-boy
en el
New York Journal
, al servicio personal de Arthur Brisbane, un clásico del periodismo norteamericano a quien le gustaba parafrasear una frase de la Biblia: «Donde está tu dinero, está tu corazón». El
Journal
era un diario que, en opinión del estudioso del periodismo norteamericano John Tebbel, «superó todo lo experimentado en el terreno del sensacionalismo». En semejante escuela, el joven Fuller aprendió el oficio en el que se especializaría cuando, posteriormente, se fue a trabajar al
New York Evening Graphic
y al
San Diego Sun
: la crónica de sucesos y tribunales.

Durante los años treinta, Fuller recorrió Estados Unidos cubriendo la información judicial y escribiendo relatos y novelas inspiradas en su experiencia trashumante. Desde entonces, jamás abandonaría la actividad literaria en la que destacan, además de sus novelas citadas, sus libros:
Burn Baby burn
(1935),
Test Tube Baby
(1936),
The Dark Page
(1944),
Crown of India
(1966),
The Rifle
(1969),
Batle Royal
(1984) y el guión novelizado de su obra maestra
Shock Corridor [Corredor sin retorno
], (1963). Dieciséis guiones cinematográficos (en su mayoría escritos para el cine negro) significaron su consolidación en Hollywood. Entre ellos, vale la pena destacar
Gangs of New York
, de James Cruze;
Shockproof
, de Douglas Sirk; y
The Capetown Affair
, de Robert Webb.

Cartel de
Gangs of New York
, dirigida por James Cruze, con guión de Samuel Fuller.

Su novela
The Dark Page
, adaptada a la pantalla en 1952 por Phil Karlsson con el título
Scandal Sheet (Trágica información
), inspiró el argumento de la famosa novela
The Big Clock (El gran reloj
), de Kenneth Fearing, un novelista crucial en la historia del género negro norteamericano. El propio Fearing remitió a Fuller una carta pidiendo disculpas.

Desde 1948, Sam Fuller ha sido un extraño director de «géneros». El western, el cine bélico y el cine negro policial han sido visitados por el autor con su especial manera de entender y ver las historias. De él se han entonado acusaciones y loas tan crispadas como complementarias. Partiendo de una idea, de una certidumbre, el propio desarrollo de la historia rompe en pedazos esa verdad, la transforma, la hace ambivalente, ambigua. El autor se cuestiona a sí mismo mientras trata los grandes temas con una ironía despiadada. Allí está el último disparo de la guerra civil americana con su última víctima inútil, a destiempo, en la secuencia magistral que abre
Yuma
(
Run of the Arrow
, 1956), o su visión de la Segunda Guerra Mundial en
Uno rojo, división de choque
, unidad en la que combatió el propio Fuller; por no hablar del perro racista de
Perro blanco
(
White Dog
, 1982), que sólo ataca a los negros y que pierde su identidad y el sentido de su existencia al ser «curado» por un adiestrador.

Samuel Fuller junto a su perro blanco.

Sobre
Perro blanco
, como suele ocurrir con las obras heterodoxas, planearon acusaciones de racismo, de las que el viejo Fuller se defendió diciendo: «El punto crucial de la historia es que el entrenador de color intenta revertir el racismo del animal y hacer que ataque sólo a los blancos. El problema es que, cuando el tema es explosivo, la gente automáticamente toma posiciones. Tanto yo como el personaje del entrenador negro contemplamos el racismo del perro como una enfermedad. Una vez que curas una enfermedad de este tipo, puedes curar a un puñado de hijos de perra».

En su novela
Mi nombre es Quint
también aparecen estos perros racistas, entrenados por un nazi para atacar a mujeres desnudas. Es una de las huellas del universo fulleriano impresas en esta novela fresca como una obra de juventud. Como en otras tramas de este autor, los personajes se sumergen en una organización criminal, esta vez de altos fondos, con invasión árabe incluida, y no al estilo de sus filmes de serie negra:
Manos peligrosas
(
Pickup on South Street
, 1953),
La casa de bambú
(
The House of Bamboo
, 1955) o
Los bajos fondos de Nueva York
(
Underworld USA
, 1961). La excusa es recuperar una cinta. «Gracias a Nixon —dice Quint—, las cintas desaparecidas se han vuelto más populares que el sexo». Este es el
macguffin
buscado a través de cuatro países, para sumergirnos en un divertimiento de amor, odio, acción… emoción perenne de este narrador incansable, adorado por los cineastas que nacieron con la
Nouvelle vague
francesa; encumbrado por los críticos europeos; seguido por alumnos aplicados como Wim Wenders, Francis Ford Coppola o Peter Bogdanovich, con quienes colaboró en guiones y montajes, e incluso apareció como actor en tres filmes de Wenders:
Hammett, El amigo americano
y
El estado de las cosas
, donde nos ofrece una reflexión memorable sobre la fuerza del cine que abre este capítulo.

Cincuenta años de literatura han dado al cineasta Fuller un estilo tan seco como su caligrafía cinematográfica, sin ninguna concesión, con un tratamiento del sexo y la violencia tan desnudos como el filo de una navaja o como el titular de un periódico amarillo. «Fuller no es primario, sino primitivo —ha escrito François Truffaut—. Su talento no es rudimentario, sino rudo». Con la lectura de
Mi nombre es Quint
se descubre además que, con los tiempos, su talento se ha hecho desenfadado, iconoclasta, complejo en su aparente simplicidad de thriller, mientras al lector le crece la sospecha de que el veterano Fuller se está burlando de sí mismo y que, desde luego, se divierte al hacerlo, al deslizarnos en las tribulaciones de sus asesinos a sueldo (el francés es un gran bailarín clásico y el alemán es hijo de un criminal nazi). Por su lado, el protagonista, Quint, es un hipócrita. Safo, una mujer de armas tomar. Y todos se mueven en un estúpido mundo de estadistas corruptos, árabes al asalto de Europa, jóvenes punk… y Gibby, el asesino inglés, que, mientras folla, diserta sobre el destino que a todos nos aguarda. «La muerte —dice— puede ser derrotada a través de la ciencia médica. Puede ser borrada del mapa sin necesidad de hacer un trato con Jesús». Sam Fuller lo ha conseguido a su manera.

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