La vista de aquel pequeño arco de oscuridad golpeó con terrible fuerza a Theremon. Retrocedió, se llevó la mano a la frente y se apartó de la ventana. Se sentía sacudido hasta las raíces del alma por aquel pequeño mordisco en un lado de Dovim. Theremon el escéptico, Theremon el burlón..., Theremon el obstinado analista de la locura de los demás...
¡Dios! ¡Cuán equivocado estaba!
Cuando se volvió, sus ojos se cruzaron con los de Siferra. Estaba al otro lado de la habitación, mirándole, Había desdén en sus ojos..., ¿o era lástima? Se obligó a sostener su mirada y agitó tristemente la cabeza, como si quisiera decirle con toda humildad lo que había en él. Lié las cosas, y lo siento. Lo siento. Lo siento.
Tuvo la impresión de que ella sonreía. Quizás había comprendido lo que intentaba decirle.
Entonces la habitación se disolvió por un momento en un chillar de confusión cuando todo el mundo empezó a ir precipitadamente de un lado para otro; y, un momento más tarde, la confusión dejó paso a una rápida y ordenada actividad cuando los astrónomos ocuparon sus puestos prefijados, algunos escaleras arriba en la cúpula del observatorio para observar el eclipse a través de los telescopios, algunos a los ordenadores, algunos activando los instrumentos que registrarían los cambios en el disco de Dovim. En este momento crucial no había tiempo para las emociones. Eran simples científicos con un trabajo que hacer. Theremon, solo en medio de todo aquello, miró a su alrededor en busca de Beenay y le halló al fin sentado ante un teclado, trabajando frenéticamente en algún tipo de problema. De Athor no había el menor rastro.
Sheerin apareció al lado de Theremon y dijo con voz prosaica:
—El primer contacto debe de haberse producido hace cinco o diez minutos. Un poco pronto, pero supongo que había muchas incertidumbres implicadas en los cálculos pese a todos los esfuerzos que se pusieron en ellos. —Sonrió—. Debería apartarse de esta ventana, hombre.
—¿Por qué? —dijo Theremon, que había girado en redondo de nuevo para mirar a Dovim.
—Athor está furioso —susurró el psicólogo—. Se perdió el primer contacto por culpa de esa discusión con Folimun. Se halla usted en una posición vulnerable, de pie aquí donde está. Si Athor pasa por aquí cerca lo más probable es que lo arroje fuera por la ventana.
Theremon asintió secamente y se sentó. Sheerin le miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
—¡Por todos los diablos, hombre! ¡Está usted temblando!
—¿Eh? —Theremon se humedeció los resecos labios e intentó sonreír—. No me siento muy bien, y eso es un hecho.
Los ojos del psicólogo se endurecieron.
—Supongo que no estará perdiendo tos nervios, ¿verdad?
—¡No! —exclamó Theremon en un destello de indignación—. Deme una oportunidad, ¿quiere? ¿Sabe una cosa, Sheerin? Deseaba creer en todo este asunto del eclipse, pero no podía, sinceramente no podía, todo me parecía la más transparente de las fantasías. Quise creerlo en bien de Beenay, en bien de Siferra..., incluso en bien de Athor, en cierto modo. Pero no pude. No hasta este minuto. Deme tiempo para acostumbrarme a la idea, ¿de acuerdo? Usted ha tenido meses. A mí acaba de golpearme en plena frente.
—Entiendo lo que quiere decir —dijo Sheerin, pensativo—. Escuche. ¿Tiene usted familia..., padres, esposa, hijos?
Theremon negó con la cabeza.
—No. Nadie por quien deba preocuparme. Bueno, tengo una hermana, pero está a tres mil kilómetros de distancia. Ni siquiera he hablado con ella en un par de años.
—Bien, entonces, ¿qué hay de usted mismo?
—¿Qué quiere decir?
—Podría intentar ir a nuestro Refugio. Hay sitio para usted ahí. Es probable que aún tenga tiempo..., podría llamarles y decir que va usted para allá, y le abrirán la puerta...
—Así que piensa usted que estoy asustado hasta la médula, ¿verdad?
—Usted mismo dijo que no se sentía bien.
—Quizá no. Pero estoy aquí para cubrir la historia. Y eso es lo que tengo intención de hacer.
Hubo una débil sonrisa en el rostro del psicólogo.
—Entiendo. El honor profesional, ¿verdad?
—Puede llamarlo así —dijo Theremon débilmente—. Además, ayudé en buena parte a minar el programa de preparativos de Athor, ¿o acaso lo ha olvidado? No puede creer usted que ahora voy a tener el valor de ir corriendo a ocultarme en el mismo Refugio del que me estuve burlando, Sheerin.
—No lo había visto desde este ángulo.
—Me pregunto si aún quedará un poco de ese vino miserable oculto por ahí. Si hubo alguna vez un momento en el que necesité un trago...
—¡Chissst —dijo Sheerin. Dio un fuerte codazo a Theremon—. ¿Oye eso? ¡Escuche!
Theremon miró en la dirección que indicaba Sheerin. Folimun 66 estaba de pie junto a la ventana, con una expresión de salvaje excitación en su rostro. El apóstol murmuraba algo para sí mismo en un tono bajo, como un sonsonete. Hizo que al periodista se le pusiera la piel de gallina.
—¿Qué es lo que dice? —susurró—. ¿Puede captar algo?
—Está citando el Libro de las Revelaciones, capítulo primero —respondió Sheerin. Luego, con urgencia—: Calle y escuche, ¿quiere?
La voz del Apóstol se alzó bruscamente en un incremento de fervor:
—Y llegó a ocurrir en esos días que el sol, Dovim, montó su vigilia en solitario en el cielo durante períodos más largos que en las revoluciones pasadas; hasta que llegó el momento en el que brilló durante toda una media revolución, solitario, encogido y frío, en el cielo sobre Kalgash.
»Y los hombres se reunieron en las plazas públicas y en los caminos, para discutir sobre la maravilla que se ofrecía a sus vistas, porque un extraño miedo y miseria se había apoderado de sus espíritus. Sus mentes estaban turbadas y su habla era confusa, porque las almas de los hombres aguardaban la llegada de las Estrellas.
»Y en la ciudad de Trigón, al mediodía, Vendret 2 se adelantó y dijo a los hombres de Trigón: "¡Escuchad, pecadores! Os burlasteis de los caminos de la rectitud, pero ahora vendrá el tiempo de pasar cuentas. En estos momentos la Cueva se acerca para engullir Kalgash, sí, y todo lo que contiene."
»Y en ese momento, mientras hablaba, el labio de la Cueva de la Oscuridad rebasó el borde de Dovim, de tal modo que todo Kalgash quedó oculto de su vista. Fuertes fueron los gritos y las lamentaciones de los hombres a medida que se desvanecía, y grande fue el miedo del alma con que se vieron afligidos.
»Y entonces ocurrió que la Oscuridad de la Cueva cayó por completo sobre Kalgash con todo su terrible peso, de tal modo que no hubo luz con la que ver en toda la superficie del mundo. Los hombres quedaron como si estuvieran ciegos, nadie podía ver a su vecino, aunque sintiera su aliento sobre su rostro.
»Y en medio de esta oscuridad aparecieron las Estrellas en número incontable, y su brillo fue como el brillo de todos los dioses reunidos en cónclave. Y con la llegada de las Estrellas llegó también la música, que tenía una belleza tan prodigiosa que las propias hojas de los árboles se convirtieron en lenguas para exclamar maravilladas.
»Y en ese momento las almas de los hombres escaparon de ellos y volaron hacia arriba en dirección a las Estrellas, y sus cuerpos abandonados se convirtieron en igual que bestias; sí, en igual que los torpes brutos salvajes; de tal modo que merodearon por las oscuras calles de las ciudades de Kalgash emitiendo gritos salvajes, como los gritos de las bestias.
»Y entonces de las Estrellas cayeron las Llamas Celestiales, que eran las portadoras de la voluntad de los dioses; y allá donde tocaban las Llamas, las ciudades de Kalgash se vieron consumidas hasta su total destrucción, de tal modo que en ninguna parte quedó nada del hombre o de las obras del hombre.
»E incluso entonces...
Hubo un cambio sutil en el tono de Folimun. Sus ojos no se habían movido, pero de alguna forma pareció darse cuenta de la absorta atención de los otros dos. Con toda facilidad, sin siquiera hacer una pausa para respirar, alteró el timbre de su voz, de modo que ésta ascendió de tono y las sílabas se hicieron más líquidas.
Theremon, cogido por sorpresa, frunció el ceño. Las palabras parecían hallarse al borde de la familiaridad. No había habido más que un elusivo cambio en el acento, un diminuto cambio en la fuerza puesta en las vocales..., y sin embargo Theremon ya no tenía la menor idea de lo que estaba diciendo Folimun.
—Quizá Siferra pudiera entenderle ahora —dijo Sheerin—. Es probable que esté hablando en lengua litúrgica, el antiguo lenguaje del anterior Año de Gracia del que se supone está traducido el Libro de las Revelaciones.
Theremon lanzó al psicólogo una mirada peculiar.
—Sabe usted mucho sobre esto, ¿verdad? ¿Qué es lo que está diciendo?
—¿Cree que puedo decírselo? He efectuado algunos estudios últimamente, sí. Pero no tanto como eso. Sólo estoy suponiendo en qué habla. ¿No íbamos a encerrarle en alguna parte?
—Dejémosle —murmuró Theremon—. ¿Qué diferencia significa ahora? Es su gran momento. Permitamos que goce con él—. Empujó su silla hacia atrás y se pasó los dedos por el pelo. Sus manos ya no temblaban—. Es curioso —dijo—. Ahora que ha empezado realmente, ya no me siento nervioso.
—¿No?
—¿Por qué debería? —dijo Theremon. Una nota de agitada alegría se infiltró en su voz—. No hay nada de lo que yo pueda hacer que impida que esto ocurra, ¿no? Así que simplemente intentaré cabalgar sobre las olas. ¿Cree usted que las Estrellas aparecerán realmente?
—No tengo la menor idea —admitió Sheerin—. Quizá Beenay sepa algo.
—O Athor.
—Deje a Athor tranquilo —indicó el psicólogo, y se echó a reír—. Acaba de cruzar la habitación y le ha lanzado una mirada que podría haberle matado.
Theremon hizo una mueca.
—Voy a tener mucha mierda que tragar cuando todo esto acabe, lo sé. ¿Qué cree usted, Sheerin? ¿Es seguro contemplar el espectáculo de ahí fuera?
—Cuando la Oscuridad sea total...
—No me refiero a la Oscuridad. Creo que puedo ocuparme de la Oscuridad. Me refiero a las Estrellas.
—¿Las Estrellas? —repitió Sheerin, impaciente—. Se lo dije, no sé nada respecto a ellas.
—Probablemente no sean tan terribles como el Libro de las Revelaciones quiere que creamos. Si ese experimento de las cabezas de alfiler en el techo de esos dos estudiantes significa algo... —Alzó las manos, con las palmas hacia arriba, como si ellas pudieran dar la respuesta—. Dígame, Sheerin, ¿qué piensa usted? ¿No serán algunas personas inmunes a los efectos de la Oscuridad y las Estrellas?
Sheerin se encogió de hombros. Señaló el suelo frente a ellos. Dovim había pasado ya su cenit, y el cuadrado de ensangrentada luz solar que había silueteado la ventana en el suelo se había movido unos palmos hacia el centro de la habitación, donde parecía ahora la terrible mancha de algún crimen sangriento. Theremon contempló pensativo su oscuro color. Luego se dio la vuelta y miró de nuevo directamente al sol con los ojos entrecerrados.
El mordisco en su lado había crecido a una negra y profunda indentación que cubría un tercio de su disco visible. Theremon se estremeció. En una ocasión, burlonamente, le había hablado a Beenay de dragones en el cielo. Ahora tenía la impresión de que el dragón se había presentado al fin, y ya había devorado cinco de los soles, y que estaba mordisqueando entusiásticamente el único que quedaba.
—Probablemente hay dos millones de personas en Ciudad de Saro que en estos momentos intentan unirse todos a la vez a los Apóstoles —dijo Sheerin—. Apostaría a que celebrarán una gran reunión evangélica en el cuartel general de Mondior. ¿Que si creo que existe alguna inmunidad a los efectos de la Oscuridad? Bueno, dentro de poco vamos a descubrirlo, ¿no?
—Tiene que existir. ¿De qué otro modo mantendrían los Apóstoles el Libro de las Revelaciones de ciclo en ciclo, y cómo fue escrito en Kalgash en primer lugar? Tiene que haber alguna especie de inmunidad. Si todo el mundo se volviera loco, ¿quién habría quedado para escribir el libro?
—Muy probablemente los miembros del culto secreto se ocultaron en refugios hasta que todo hubo terminado, del mismo modo que algunos de nosotros lo están haciendo hoy —dijo Sheerin.
—No es suficiente. El Libro de las Revelaciones es presentado como el relato de un testigo ocular. Eso parece indicar que tuvieron experiencias de primera mano de la locura..., y sobrevivieron.
—Bien —dijo el psicólogo—, hay tres clases de personas que pudieron permanecer relativamente poco afectadas. En primer lugar, los muy pocos que no llegaron a ver en absoluto las Estrellas..., los ciegos, digamos, o aquellos que se emborracharon hasta sumirse en el estupor al principio del eclipse y permanecieron en ese estado hasta el final.
—Ésos no cuentan. No son testigos.
—Supongo que no. El segundo grupo, sin embargo..., niños pequeños, para quienes el mundo en su conjunto es demasiado nuevo y extraño como para que algo parezca más extraño que todo lo demás. Supongo que ellos no se sentirán asustados por la Oscuridad, ni siquiera por las Estrellas. Para ellos no serán más que otros dos acontecimientos curiosos en un mundo interminablemente sorprendente. Supongo que puede ver usted esto.
Theremon asintió, dubitativo.
—Supongo que sí.
—Finalmente están aquellos cuyas mentes se hallan ya demasiado encallecidas como para que algo pueda derribarlas. Los muy insensibles apenas se sentirán afectados..., los auténticos zoquetes. Supongo que éstos simplemente se encogerán de hombros y aguardarán a que vuelva a salir Onos.
—¿Así que el Libro de las Revelaciones fue escrito por zoquetes insensibles? —preguntó Theremon con una sonrisa.
—Es difícil. Más bien fue escrito por algunas de las mentes más listas del nuevo ciclo..., basándose en los fugitivos recuerdos de los niños, combinados con los confusos e incoherentes balbuceos de los idiotas medio locos, y sí, quizás algunos de los relatos contados por los zoquetes.
—Será mejor que Folimun no oiga esto.
—Por supuesto, el texto debe de haber sido extensamente elaborado y reelaborado a lo largo de los años. E incluso pasado, quizá, de ciclo en ciclo, del mismo modo que Athor y su gente esperan pasar el secreto de la gravitación. Pero mi punto crucial es éste: que pese a todo no puede ser más que una masa de distorsiones, aunque esté basado en hechos reales. Por ejemplo, considere ese experimento con los agujeros en el techo del que Faro y Yimot nos hablaron..., el que no funcionó.