Aretes de Esparta (48 page)

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Authors: Lluís Prats

Tags: #Histórica

Me gusta cerrar lo ojos para regresar a esos días de mi niñez en los que paseaba con mi abuelo, cuando me parecía que el camino por el que andábamos era un arco iris en el que las abejas sonreían y el sol acariciaba al tomillo y a la retama, esos lejanos días en los que no había nada de lo que preocuparse o a ese feliz día en que oí cantar a mis hermanos junto al abuelo en nuestra casa de Amidas. Parece imposible que ya no estén, porque a menudo sus voces resuenan en mis oídos o me sorprendo a mí misma esperándoles en la puerta de casa al atardecer.

Creo que ya he dicho que, tras enviudar de Prixias, no me casé de nuevo, aunque no me faltaron las oportunidades. Aprendí del abuelo que no se necesita conocer a ningún otro hombre habiendo tenido al mejor porque, al decir de mi abuelo, hubiera sido como probar un vino demasiado aguado después de gustar una divina ambrosía, o al menos así lo pienso yo. Eleiria y Paraleia, las mujeres de mis hermanos, sí que encontraron a otros guerreros a los que unirse, y me parece bien. No sé si han sido más o menos felices que yo, pero han dado guerreros a Esparta.

Es tarde. Hace horas que ha oscurecido, pero no tengo sueño.

Mi maltrecha vista se pasea por encima de la mesa y hago lo que tantas noches: acaricio el collar con la estrella azul que padre me regaló un lejano día en Giteo, mis manos se posan en el vaso donde guardo los pétalos con los que un día Polinices sembró mi cama y acaricio el brazalete con las dos serpientes que me regaló mi amado Prixias el día de nuestro compromiso.

Junto a la lámpara que me alumbra tengo los papiros que me regaló el poeta. Son los que he usado para escribir estas últimas semanas. Los he mirado satisfecha y he resuelto que ya es hora de poner punto final a estos recuerdos escritos bajo la parra centenaria. Desempolvar recuerdos tristes o dolorosos no ha sido una tarea agradable, pero sé que mis nietos y mis bisnietos tendrán algo de lo que sentirse muy orgullosos cuando pasen debajo de las armas que adornan el patio de nuestra casa, en Amidas. Confío que el amor a la poesía, a todas las cosas bellas que les he inculcado, hagan de ellos algo más que unos bárbaros ignorantes que todo lo basan en la fuerza de su brazo o que sólo saben complacer su estómago o, a veces, su entrepierna.

Sin embargo, antes de terminar mi relato, he querido consignar lo que ha sucedido esta mañana porque, a pesar de ser una fecha dolorosa, ha sido un día lleno de visitas y de sorpresas agradables.

Al regresar a casa desde la tumba de los Trescientos, Ctímene me esperaba en el portal, junto a la estatua de la diosa. Sabe que en días como hoy, a pesar de que es cuando recibo más visitas, mi ánimo se resiente y mi distraída cabeza se ausenta por unas horas. Me ha ayudado a descender del carro tomándome de la mano para entrar en casa.

—Abuela —me ha dicho con un mohín de dulzura.

La he mirado frunciendo el ceño porque cuando mi nieta, que en esto es como su padre, te mira con tanta miel en los labios es que espera recibir algo.

—Me gustaría que hoy cocináramos las berenjenas rellenas —ha suplicado—. Hace tiempo que no las guisas. Estoy segura que padre y madre vendrán con mis hermanos desde Esparta para pasar el día con nosotras.

No ha tardado mucho en convencerme. Por eso hemos ido al huerto a recoger un buen número de hermosas berenjenas para la comida, ya que si sus hermanos Taigeto y Polinices venían a Amiclas, seguro que lo harían hambrientos como un león porque el caldo negro que les dan de comer en la
Systia
es una porquería. Después he dado instrucciones a las muchachas para que prepararan las cebollas y el queso. Al terminar los preparativos, he dejado a Ctímene en la cocina con Melampo, la hija de Neante, para que vigilaran el fuego y he salido al jardín.

Me encontraba arreglando mis jacintos distrayéndome con la discusión que las muchachas tenían en la cocina sobre un tal Eiximenes, que al parecer es un muchacho de gran hermosura a quien dos de ellas pretenden. Ya he dicho que hoy me he levantado con dolor de espalda. Estar inclinada encima de las flores no era lo más conveniente para mis huesos. Sin embargo, tenía que podar unos tallos y unas hojas marchitas que afeaban los jacintos. A mi alrededor oía el zumbido de las abejas y olía el frescor de la hierbabuena mientras cavilaba sobre cómo terminar mi relato. Entonces me he incorporado un momento para desentumecer mi espalda y he mirado hacia el horizonte.

Por el camino que baja del Taigeto he visto a un anciano ilota acompañado de dos niñas que andaban en dirección a nuestra casa. Los tres cantaban a pleno pulmón una alegre canción que suelen cantar los pastores en verano. Cuando han llegado frente a nuestro portal, el hombre me ha observado podar los jacintos. Su imagen me ha resultado familiar, porque era un anciano de ojos claros y cabello escaso que en su día debió ser dorado como el trigo.

—Tu abuelo —me ha dicho el muy insolente— te enseñó que no deberías cortar los tallos tan abajo.

El ilota venía acompañado por sus dos nietas, dos preciosidades llamadas Briseida y Aretes, rubias y con unos ojos tan claros como el agua del Eurotas en primavera. Ambas son la viva imagen de mis padres, de Alexias, de Polinices y de su propio abuelo Taigeto.

—Tú qué sabrás —le he interrumpido.

Después, mis maliciosos ojos se han llenado de ternura y le he sonreído.

—¿Os quedaréis a comer, verdad? —le he dicho— Hay berenjenas rellenas. Ctímene está vigilando el fuego.

—Sí, hermana —me ha respondido él con una sonrisa picara.

—Sí, tía Aretes —han dicho a coro mis dos sobrinas, la hermosas nietas de Taigeto, que ya corrían hacia la cocina para contar los últimos chismes a su prima.

El lector ha de perdonarme que a lo largo de mis últimas páginas haya olvidado decir qué fue de mi hermano menor. Taigeto regresó de Platea herido en ambas piernas, pero con muchas ganas de vivir. Se casó un año después de esos hechos con una muchacha ilota que le dio dos hijos robustos y hermosos, a los que puso por nombre Laertes y Alexias. Ha vivido desde entonces en paz, en su aldea ilota del Norte, y nos hemos visitado cada semana. En Esparta nunca han sabido que es mi hermano, aunque creo que muchos han llegado a sospecharlo. Obviamente, fue él quien me protegió durante la revuelta de los ilotas tras el terremoto que asoló la ciudad, y me acompañó a Atenas y a las Termopilas con mi hijo. Ha tenido una vida llena de sabores, algunos amargos y otros dulces, como la de todos, y ahora disfruta de una plácida vejez rodeado de los suyos. Aún toca el aulós en las fiestas que celebramos cada año en Amidas y oírle cantar alegra el corazón a pesar de que ahora a veces se salte algunos versos.

El niño condenado por la
Lesjé
, y que ha sobrevivido a todos porque su anciano abuelo se resistió a obedecer las leyes de la ciudad, me ha alargado lo que llevaba cuidadosamente entre las manos. Era un tarro lleno de miel silvestre decorado con la tosca figura de un guerrero vestido con su panoplia completa. Lo he tomado como si fuera una ofrenda sagrada, y el muy zángano ha aprovechado que yo tenía las manos ocupadas para pellizcarme una mejilla. Sin embargo, en lugar de una queja, de mis labios ha brotado una sonrisa amorosa.

—Eres mi hermana favorita —ha dicho entrando en casa.

—¡Claro, porque no tienes otra!

Se ha reído con ganas mientras pasaba bajo los pesados escudos que adornan nuestro patio. El espléndido sol se ha reflejado en ellos y me ha cegado por un momento, llenando mi ojo sano de lágrimas. Después he mirado hacia los bosques frondosos, hacia las faldas del hosco y escarpado Taigeto, recordando a la niña que trenzaba coronas de flores junto a su abuelo. Mi corazón ha bailado de nuevo como si fuera un cabritillo, he vuelto a respirar el aroma suave a tomillo y, al hacerlo, me ha parecido que las abejas me sonreían y hacían guiños a los almendros entre los panales de Laertes
el de La colina.

NOTA HISTÓRICA

De las ruinas de la antigua ciudad se conserva muy poco, tan sólo su acrópolis. Esparta ha sido excavada desde 1888, cuando el descubridor de Troya, Micenas y Tirinto, Schliemann, inició las excavaciones en busca del reino de Menelao y Helena. A partir de 1906, la escuela británica de Atenas continuó las prospecciones en el lugar dirigidas por Bosanquet y Dawkins, que sacaron a la luz numerosos vestigios del templo de Artemis Ortia.

Se conservan algunos testimonios de la antigüedad, aunque sus monumentos no se hallan completamente restaurados. El templo de Atenea Chalkioikos, ubicado en el lugar más elevado de la ciudad, es uno de los más importantes de la acrópolis. También se conservan el recuerdo de la llamada Tumba de Leónidas, edificada años después de los sucesos narrados en la novela y que estaba coronada por la escultura de un león. Alejado del núcleo de la ciudad, al sureste, se encuentra aún, en una cima, la base del monumento de Menelao y Helena. En la aldea de Amidas aún se conserva parte del templo de Apolo.

Aretes y su familia son personajes ficticios. El modo de vida y los hechos de Esparta son rigurosamente históricos. Sólo me he permitido algunas licencias en cuanto al trato de la familia de Aretes con los ilotas, unas relaciones que en la realidad no debieron ser lo amables que refleja la novela. Ein cuanto al resto de personajes que aparecen en estas páginas: Cleómenes, Leónidas, Demarato, Pausanias, Gorgo, Pericles o Sócrates, son de sobra conocidos.

Las batallas de Maratón, Termopilas y Platea fueron rigurosamente descritas desde la antigüedad. Alejandro, o Alexias de Pisparía, existió realmente, aunque según algunas fuentes se llamaba Aristodemo. Según algunos historiadores, fue uno de los soldados griegos que sobrevivió a la Batalla de las Termopilas. Fin ella, el rey Leónidas murió por una flecha cuando el rey Jerjes no quiso ya perder a más hombres frente a los espartanos y ordenó que los atravesaran con dardos. Los últimos espartanos murieron luchando para que no les arrebataran el cuerpo de Leónidas. Sin armas y sin escudos lograron recuperar su cuerpo tres o cuatro veces en la refriega. Cuando comenzaron las oleadas de flechas, Alejandro y otros espartanos se cubrieron bajo uno de los riscos. Al terminar la batalla los espartanos yacían bajo miles de flechas. Los persas cortaron la cabeza de Leónidas y la empalaron. Los espartanos supervivientes viajaron a su ciudad, donde fueron humillados por no haber perecido con el resto.

Alejandro marchó un año después con las fuerzas aliadas griegas a las llanuras de Platea. Allí tuvo lugar la victoria decisiva de Grecia sobre los persas y Alejandro cayó luchando valientemente al ser alcanzado por cuatro flechas en el torso. En su epitafio se podía leer:
No encontró la muerte en el mimo infierno de las Termopilas, sino que murió en la llanura en honor y recuerdo a su antiguo rey Leónidas y sus hermanos espartanos
. Según otras fuentes, murió diciendo a sus compañeros de armas: "Espero que tengáis un buen día".

Según cuenta el historiador (Herodoto, 229), los supervivientes espartanos de las Termopilas fueron dos. Leónidas dio permiso a Euritos y Aristodemos para marcharse, pues estaban enfermos. Al conocer Euritos que los persas atacaban por detrás, se armó y participó en la lucha, siendo derribado. A Aristodemos, en cambio, le falló su espíritu (Herodoto, 229) y no participó. Al llegar a Lacedemonia, fue tremendamente criticado (Herodoto, 231) y llamado Aristodemos
el Cobarde
. Herodoto añade que hubo un tercer superviviente, Pantites, que sobrevivió porque fue enviado con un mensaje a Tesalia. Deshonrado por sus conciudadanos en Esparta, se suicidó.

El mensaje oculto en una tablilla de madera escrita por puño de Demarato que advertía de la inminente invasión de Darío (491 a.C.) y que descubrió la reina Gorgo es histórico, aunque en la novela el mensaje advierte de la invasión de Jerjes unos diez años después en 448 a.C. por exigencias del argumento. Así lo cuenta Herodoto: "Lo que en efecto hizo Demarato, presente en Susa, cuando resolvió Jerjes la jornada contra la Grecia, fue procurar que llegase la cosa a noticia de los lacedemonios; y por cuanto corría el peligro de ser interceptado el aviso, ni tenía otro medio para comunicárselo, valióse del siguiente artificio: tomó un cuadernillo de dos hojas o tablillas; rayó bien la cera que las cubría, y en la madera misma grabó con letras la resolución del rey Hecho esto, volvió a cubrir con cera regular las letras grabadas para que el portador de un cuadernillo en blanco no fuera molestado por los guardas de los caminos. Llegado ya el correo a Lacedemonia, no podían dar en el misterio los mismos de la ciudad, hasta tanto que Gorgo, hija que era de Cleómenes y esposa de Leónidas, fue la que les sugirió, según oigo decir, que rayasen la cera, habiendo ella maliciado que hallarían escrita la carta en la misma madera. Creyéronla ellos, y hallada la carta y leída, la enviaron a los demás griegos" (Herodoto Libro VII, CCXXXIX).

Es también un hecho histórico contrastado que, muchos años después de la batalla de las Puertas Calientes, hacia el 440 a.C., los espartanos viajaron a las Termopilas y recuperaron los huesos de Leónidas y los trescientos. Al regresar a su patria, los enterraron en un túmulo, y encima de la tumba erigieron un león de bronce, como describe Herodoto en su
Historia
. En ella se podía leer la siguiente leyenda: "Soy la más valiente de las bestias y al más valiente de los hombres es a quien custodio erguido en esta tumba de piedra".

Esparta fue asolada por un terremoto en 464 a.C. Tan sólo quedaron en pie cinco edificios y murieron miles de personas. El gimnasio se derrumbó y docenas de muchachos perecieron en él; fueron enterrados juntos en un monumento llamado
Seismaties
. Tras el terremoto, las tribus ilotas del norte se sublevaron, y, durante dos años, los espartanos se dedicaron a controlar la insurrección.

Los fragmentos de Hesíodo, la Ilíada o la Odisea, así como el resto de poemas recogidos en cursiva, son auténticos. Los poetas Alemán y Tirteo vivieron en Esparta años antes de los hechos narrados en la novela. El primero de ellos es el representante más antiguo del
Canon de Alejandría
, que da la lista de los nueve poetas líricos. Según la tradición antigua, Alcmán era un lidio procedente de Sardis que llegó como esclavo a Esparta, donde vivió con la familia de los Agésidas, por quienes fue emancipado debido a sus habilidades. Tirteo vivió en Esparta en la segunda mitad del siglo VII a.C. aunque se duda de si era espartano de origen o de adopción. Es posible que naciera en Mileto, en el Asia Menor, pero se le tuvo por el poeta nacional de Esparta. Combatió durante la segunda Guerra Mesenia (ca. 650 a.C.) y compuso cinco libros de elegías en dialecto jónico-homérico. De todas estas obras quedan sólo fragmentos bastante amplios, un total de doscientos treinta versos, en los cuales podemos leer el elogio de la muerte en batalla por la patria, la descripción del combatiente valeroso y la exaltación de la constitución espartana. Las elegías de Tirteo, de gran elevación y tono firme y severo, se caracterizan por el elogio del valor guerrero y la vigorosa afirmación del ideal moral de la patria espartana y de las celebraciones de la muerte por ella.

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