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Authors: Greg Egan

Axiomático (24 page)

Me río incrédulo.

—No como esto. Nadie podría imaginar
algo
tan vivido como esto. Estoy seguro de que yo no podía hacerlo.

—Entonces quizá se las ha arreglado para reutilizar algunos de los caminos neuronales responsables de la intensidad del modelo primario...

—¡No quiero
reutilizarlos
! ¡
Quiero
que regrese el modelo primario! —vacilo, confundido por la expresión de aprensión de mi rostro, pero tengo que saberlo—. ¿Puede hacer algo para reparar el daño? ¿Un injerto neuronal?

La doctora Tyler le habla amablemente a mi osito de peluche.

—Podemos reemplazar el tejido dañado, pero no se conoce lo suficientemente bien la región para que un microcirujano la repare directamente. No sabríamos qué neurona conectar a cuál. Lo más que podemos hacer es insertar algunas neuronas inmaduras en la zona de lesión y dejarles formas sus propias conexiones.

—¿Y... formarán las correctas?

—Es muy posible que lo hagan, con el tiempo.


Es muy posible.
Si lo hacen, ¿cuánto tiempo hará falta?

—Al menos, varios meses.

—Quiero una segunda opinión.

—Claro.

Me toca la mano en gesto de simpatía... pero se va sin mirarme.

Al menos, varios meses.
La habitación comienza a rotar lentamente —tan lentamente que en realidad no llega a desplazarse. Cierro los ojos y espero a que pase. La imagen permanece, negándose a desaparecer. Diez segundos. Veinte segundos. Treinta segundos. Ahí estoy, en la cama abajo, con los
ojos cerrados...
pero eso no me torna invisible, ¿no? No hace que desaparezca el mundo. Ésa es la mitad del problema de toda esta alucinación: es tan jodidamente
razonable.

Colocó las bases de las palmas sobre los ojos y aprieto con fuerza. Un mosaico de triángulos relucientes se extiende con rapidez desde el centro de mi campo do visión, un patrón centelleante de gris y blanco; pronto eclipsa toda la habitación.

Cuando aparto las manos, la imagen persistente lentamente se vuelve negra.

Sueño que miro a mi cuerpo durmiendo, y luego me alejo, elevándome con tranquilidad, sin esfuerzo, muy alto en el aire. Floto sobre Manhattan, luego Londres, Zurich, Moscú, Nairobi, Cairo, Pekín. Allí donde llega Zeitgeist Network, allí voy. Cubro el planeta con mi ser. No preciso cuerpo; orbito con los satélites, fluyo a través de las fibras ópticas. Desde un barrio pobre en Calcuta hasta las mansiones de Beverly Hills, soy el
Zeitgeist
, el Espíritu de la Época...

Me despierto de pronto, y me oigo lanzar una maldición, antes de saber por qué.

Luego me doy cuenta de que he meado la cama.

James hace venir a docenas de neurólogos de alto nivel desde todas partes del mundo, y acuerda consultas remotas con otros diez. Discuten sobre la interpretación precisa de mis síntomas, pero el tratamiento recomendado es esencialmente el mismo.

Por tanto, a una pequeña cantidad de mis propias neuronas, recogidas durante la operación original, se le induce una regresión hasta el estado fetal, se las estimula para multiplicarse
in vivo
, y me las vuelven a inyectar en la lesión. Sólo anestesia local; al menos esta vez "veo" más o menos lo que sucede realmente.

En los días siguientes —demasiado pronto para ser un efecto del tratamiento— me descubro adaptándome al status quo con asombrosa velocidad. Mi coordinación mejora, hasta poder realizar con total confianza la mayoría de las tareas simples, sin ayuda: comer y beber, orinar y defecar, lavarme y afeitarme, todas las rutinas familiares de toda una vida empiezan a volver a ser normales a pesar de la exótica perspectiva. Al principio, entreveo continuamente a Randolph Murchison (interpretado por la personalidad de Anthony Perkins) entrando en el baño lleno de vapor cada vez que me doy una ducha... pero la sensación pasa.

Alex me visita, pudiendo finalmente alejarse de la atareada oficina de Zeitgeist News en Moscú. Contemplo la escena, extrañamente conmovido por la falta de elocuencia tanto del padre como del hijo, pero también perplejo de que esa relación difícil me provocase tanto dolor y confusión. Esos dos hombres no son íntimos, pero no es el fin del mundo. Tampoco son íntimos de otros miles de millones de personas.
No importa.

Al final de la cuarta semana ya estoy totalmente aburrido, y voy perdiendo la paciencia con las pruebas infantiles de bloques de madera ocultos que el doctor Young, mi psicólogo, insiste que realice dos veces al día. Cinco cubos rojos y cuatro azules pueden convertirse en tres rojos y uno verde cuando retiran la partición que los oculta a mis ojos, y así sucesivamente, un millar de veces... pero no derriba mi visión del mundo como no lo hacen las imágenes de jarrones que se convierten en un par de perfiles humanos, o los patrones con huecos que mágicamente se llenan a sí mismo cuando se los alinea con el punto ciego de la retina.

La doctora Tyler admite, bajo coacción, que no hay ninguna razón para no darme el alta, pero...

—Preferiría mantenerle en observación.

Yo digo:

—Creo que eso puedo hacerlo por mí mismo.

En el suelo de mi estudio hay una pantalla auxiliar de dos metros de ancho conectada al videófono; una muleta, quizá, pero al menos elimina el factor de clarividencia de saber qué está sucediendo en la pequeña pantalla frente a mí.

Andrea dice:

—¿Recuerdas al equipo de asesores creativos que contratamos la pasada primavera? Se les ha ocurrido una idea nueva y genial: "Clásicos del Celuloide Que Podrían Haber Sido", películas rompedoras que
casi
se hicieron, pero no sobrevivieron al proceso de desarrollo. Planean empezar la serie con
Tres ladrones
, el remake de Hollywood de
Tenue de Soirée
, con Arnold Schwarzenegger en el papel de Depardieu, y Leonard Nimoy o Ivan Reitman en la dirección. Marketing ha realizado simulaciones que muestran a un veintitrés por cierto de los suscriptores adquiriendo el piloto. Los costes no son malos; ya poseemos los derechos de emulación de la mayoría de las personalidades necesarias.

Asiento con la cabeza de marioneta.

—Suena... bien. ¿Hay algo más que tengamos que comentar?

—Sólo una cosa más. La historia de Randolph Murchison.

—¿Cuál es el problema?

—Psicología de audiencia no aprueba la última versión del guión. No podemos dejar fuera el ataque de Murchison contra ti, es demasiado conocido...

—Nunca pedí que se dejase fuera. Simplemente quiero que no se especifique mi situación tras la operación. Dispara a Lowe. Lowe sobrevive. No hay necesidad de abarrotar una buena historia sobre autoestopistas mutilados con los detalles sobre la condición neurológica de un personaje menor.

—No, claro que no… y no es ése el problema. El problema es que si tratamos el ataque, tendremos que mencionar la razón, la
propia miniserie...
y PA dice que los espectadores no se sentirán cómodos con ese grado de reflexividad. Para asuntos de actualidad está bien… el programa es tu propio tema principal, las acciones de los presentadores
son
las noticias... eso se acepta, la gente está acostumbrada. Pero los docudramas son diferentes. No se puede emplear un estilo narrativo de ficción... indicándole a la audiencia que es correcto implicarse emocionalmente, que no es más que entretenimiento, que realmente no les afecta... y luego lanzar una referencia al programa que están viendo.

Me encojo de hombros.

—Vale. Bien, Si no hay forma de resolverlo, cancela el proyecto. Podemos vivir con ello; podemos justificarlo de alguna forma.

Asiente, infelizmente. Era la decisión que buscaba, estoy seguro, pero no tomada con tanta despreocupación.

Cuando cuelga, y la pantalla se oscurece, la vista de la habitación sin cambio se vuelve inmediatamente monótona. Activo la entrada por cable, y recorro algunas docenas de canales de Zeitgeist y sus principales competidores. Puedo contemplar todo el mundo, desde la última hambruna sudanesa hasta la guerra civil china, desde un desfile de pintura corporal en Nueva York hasta el sangriento resultado de la bomba en el parlamento británico. Todo el mundo, o un modelo del mundo: en parte verdad, en parte suposiciones, en parte fantasías.

Me reclino en la silla hasta mirar directamente abajo hacia mis ojos. Digo:

—Estoy harto de este lugar. Salgamos de aquí.

Observo como la nieve me cubre los hombros entre las fuertes ráfagas de viento que la mueven. La acera helada está desierta; en esta parte de Manhattan parece que ya nadie va caminando a ninguna parte con el buen tiempo y menos aún en un día así, Apenas puedo ver a los cuatro guardaespaldas, por delante y detrás de mí, en el borde de mi visión.

Quería una bala en la cabeza. Quería ser destruido y renacer. Quería un sendero mágico a la redención. ¿Y con qué he acabado?

Levanto la cabeza, y un vagabundo con harapos y barba se materializa a mi lado, golpeando el suelo con los pies, dándose calor, estremeciéndose. No dice nada, pero dejo de caminar.

Un hombre debajo de mí está vestido para el frío, con un abrigo y protectores para los zapatos. El otro viste una cazadora gastada y téjanos raídos, y unos zapatos de béisbol llenos de agujeros.

La disparidad es ridícula. El hombre bien vestido se quita el abrigo y se lo entrega el hombre que tiembla, y luego se aleja caminando.

Y pienso: qué escena más hermosa para
La historia de Philip Lowe.

Un secuestro

Normalmente, el completo software de la oficina se encargaba de mis llamadas, pero ésta pasó sin aviso. La pantalla mural de siete metros que había al lado opuesto de mi mesa dejó de pronto de mostrar el trabajo que había estado examinando —la compleja animación abstracta de Kreyszig,
Densidad Espectral—
y apareció el rostro de un joven con rostro vulgar.

Sospeché de inmediato que la cara era una máscara, una simulación. Ninguno de los rasgos era sospechoso o incluso raro —pelo castaño liso, ojos azul claro, nariz fina, mandíbula cuadrada— pero el rostro al completo era demasiado simétrico, sin marcas, demasiado carente de personalidad para ser real. De fondo, un patrón de losetas hexagonales imitando a cerámica de brillantes colores, se movía por el papel pintado: retro-geometricismo desesperadamente soso, sin duda con la intención de que el rostro pareciese natural en contraste. Todo eso lo evalué en un instante; extendiéndose hasta el mismo techo de la galería, con cuatro veces mi altura, la imagen estaba abierta a mi escrutinio total.

El "joven" dijo:

—Tenemos a su esposa / Transfiera medio millón de dólares / A esta cuenta / Si no quiere que / sufra.

No pude evitar oírlo de esa forma; el ritmo nada natural del hablar, la pronunciación perfecta de cada palabra, hacía que el sonido sonase como un artista guay hasta la muerte leyendo mala poesía.
Esta pieza se titula "Exigencia de Rescate".
Mientras la máscara hablaba, un número de cuenta de dieciséis dígitos apareció al pie de la pantalla.

Dije:

—Que te jodan. No tiene nada de gracia.

La máscara desapareció y apareció Loraine. Tenía el pelo revuelto, el rostro rojo, como si acabara de resistirse, pero no estaba alterada o histérica; se controlaba completamente. Miré a la pantalla; la sala pareció girar a mi alrededor, y sentí el sudor saliendo en brazos y pechos, chorros imposibles apareciendo en segundos.

Me dijo:

—David, escucha: estoy bien, no me han hecho daño, pero...

Luego la llamada se cortó.

Durante un momento, me quedé sentado, confundido, empapado de sudor, demasiado mareado para poder mover ni un músculo. Luego le dije a la oficina:

—Reproduce esa llamada —esperaba una negativa...
No se han pasado llamadas en todo el día...
pero me equivoqué. Todo empezó de nuevo.

—Tenemos a su esposa...

—Que te jodan...

—David, escucha...

Le dije a la oficina:

—Llama a mi casa —no sé por qué lo hice; no sé qué creía, qué esperaba. Fue más un acto reflejo que otra cosa, como agitar los brazos para agarrar algo sólido cuando caes, incluso si sabes perfectamente que no está a tu alcance.

Permanecí sentado escuchando el sonido de llamada. Pensé: de alguna forma lidiaré con esto. Loraine
será
liberada, sin sufrir daño, no es más que cuestión de pagar el dinero. Todo sucederá paso a paso; todo se desarrollará inexorablemente, incluso si cada segundo del camino parece un abismo insuperable.

Después de sonar siete veces, me sentía como si llevase sentado ante la mesa, sin dormir, durante días: insensible, tenue, no del todo real.

Luego Loraine respondió al teléfono. Podía ver el estudio a su espalda, los familiares bosquejos a carboncillo colgados de la pared. Abrí la boca para hablar, pero no pude emitir ningún sonido.

Su expresión pasó de un ligero disgusto a temor. Dijo:

—¿David? ¿Qué pasa? Tienes aspecto de estar sufriendo un ataque al corazón.

No pude responder durante varios segundos. A un nivel, simplemente me sentía aliviado —y algo estúpido— por haber caído con tanta facilidad... pero al mismo tiempo, contenía el aliento, preparándome para otro revés. Si han viciado el sistema telefónico de la oficina, ¿cómo podría estar seguro de que esta llamada ha llegado a casa? ¿Por qué debería confiar en la imagen de Loraine, segura en su estudio... cuando su imagen en manos de los secuestradores había sido igual de convincente? En cualquier momento, la "mujer" de la pantalla dejaría de actuar y comenzaría a recitar fríamente: "Tenemos a su esposa...".

Eso no pasó. Así que recuperé el ánimo y le conté a Loraine lo que había visto.

En perspectiva, claro, todo parecía vergonzosamente evidente. El contraste entre la máscara deliberadamente poco natural y la imagen meticulosamente plausible que la siguió, se ideó para evitar que yo pusiese en duda el testimonio de mis ojos.
Éste
es el aspecto de una simulación (el experto listillo se da cuenta de inmediato)... así que
esto
(mil veces más realista) debe ser auténtico. Un truco tosco, pero que había surtido efecto, no durante mucho tiempo, pero lo suficiente para alterarme.

Pero si la técnica era transparente, el motivo seguía siendo oscuro. ¿La idea que algún lunático tenía de un chiste? Parecía tomarse demasiados problemas para no obtener como recompensa más que la dudosa emoción de hacerme sudar durante sesenta segundos. Un intento genuino de extorsión, pero... ¿cómo podría haber salido bien? ¿Esperaban que fuese a transferir el dinero de
inmediato
, antes de que pasase la conmoción, antes de que se me pudiese ocurrir que la imagen de Loraine, por muy viva que pareciese, no demostraba nada? Si así era, seguro que me habrían mantenido colgado del teléfono, amenazando con un peligro inminente, incrementando la presión, sin dejarme tiempo para la duda, y ninguna oportunidad de verificar nada.

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