Azteca (17 page)

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Authors: Gary Jennings

Tags: #Histórico

Y cuando éstas se acabaran ¿quién o qué quedaría para ser vendido? Aun si los Buenos Tiempos regresaban de repente, ¿cómo podría sobrevivir una familia sin tener al padre para trabajar? De todas formas, los Buenos Tiempos no regresaron…

Todo eso ocurrió durante el reinado del primer Motecuzoma y él vació tanto su tesoro personal como el de la nación y luego abrió todos los almacenes y graneros de la capital, en un intento de aliviar la miseria de su pueblo. Cuando las sobras se acabaron, cuando no quedó nada excepto los agobiantes Tiempos Duros que todavía imperaban, Motecuzoma y su Mujer Serpiente reunieron su
tlatocan
, Consejo de Voceros de los ancianos, y también llamaron a los adivinos y profetas para que les aconsejaran. No puedo jurarlo, pero se dice que la conferencia fue así:

Un mago venerable que se había pasado meses estudiando el problema, echando los huesos y consultando los libros sagrados, anunció solemnemente: «Mi Señor Orador, los dioses nos han hecho pasar hambres para demostrar que
ellos
tienen hambre. No ha habido ninguna guerra desde nuestra última incursión a Cuautexcalan y eso fue en el año Nueve Casa. Desde entonces, no hemos hecho más que escasas ofrendas de sangre a los dioses; unos cuantos prisioneros de guerra guardados en reserva, el ocasional violador de la ley y de vez en cuando un adolescente o una virgen. Los dioses nos están pidiendo claramente más alimento».

«¿Otra guerra? —meditó Motecuzoma—. Aun nuestros mejores guerreros están demasiado débiles en este momento como para poder marchar a una frontera enemiga, ya no digamos para abrir brecha en ella».

«Es cierto, Venerado Orador, pero hay una manera de arreglar un sacrificio en masa…».

«¿Masacrando a nuestra gente antes de que se acabe de morir de hambre? —preguntó Motecuzoma sarcásticamente—. Toda la gente está tan delgada y seca que, probablemente, ni utilizando toda la nación se llenaría una taza completa de sangre».

«Es cierto, Venerado Orador y en todo caso éste sería un gesto de mendicidad tan cobarde, que los dioses probablemente no lo aceptarían. No, Venerado Orador, es necesaria una guerra, pero una
clase diferente
de guerra…».

Más o menos fue así como me lo contaron y creo que éste fue el origen de las Guerras Floridas, y la primera de ellas se preparó así:

Como los más grandes poderes y los mejores estaban ubicados en el centro del valle, constituyeron una Triple Alianza: nosotros los mexica con nuestra capital Tenochtitlan en la isla, los acolhua con su capital Texcoco en la orilla oriental del lago y los teepaneca con su capital Tlacopan en la orilla oeste. Había tres naciones menores hacia el sureste: los texcalteca, de quienes ya he hablado, con su capital Texcala; los huéxotin con su capital Huexotzinco, y los una vez poderosos tya nuu o mixteca, como los llamábamos, cuyos dominios se habían reducido hasta constituir poco más de su capital, la ciudad de Chololan. Los primeros, eran nuestros enemigos; los otros dos hacía ya bastante tiempo que nos pagaban tributo y, queriendo o no, eran nuestros aliados ocasionales. Sin embargo, estas tres naciones, así como también las tres de nuestra alianza, habían sido devastadas por los Tiempos Duros.

Después de la conferencia de Motecuzoma con su Consejo de Voceros, también conferenció con los gobernantes de Texcoco y Tlacopan. Los tres juntos elaboraron y enviaron una proposición a los tres gobernantes de las ciudades de Texcala, Chololan y Huexotzinco. En esencia decía algo así:

«Hagamos una guerra para que todos podamos sobrevivir. Somos pueblos diferentes, pero todos sufrimos igualmente con los Tiempos Duros. Los hombres sabios dicen que sólo tenemos una esperanza de sobrevivir: saciar y aplacar a los dioses con sacrificios de sangre. Por lo tanto, proponemos que los ejércitos de nuestras tres naciones se enfrenten en combate con los ejércitos de sus tres naciones, en la llanura neutral de Acatzinco, a una distancia segura de todas nuestras tierras, al sureste. La batalla no será de conquista, no para obtener territorios o soberanía, ni por matanza, ni por saquear, sino sencillamente para tomar prisioneros a quienes será otorgada la Muerte Florida. Cuando todas las fuerzas que participen hayan capturado un número suficiente de prisioneros para ser sacrificados a sus dioses, será comunicado mutuamente entre los jefes y se pondrá fin inmediatamente a la batalla».

Esa proposición, que ustedes los españoles dicen que es increíble, fue aceptada por todos, incluyendo los guerreros que ustedes llaman «estúpidos suicidas» porque ellos peleaban por un fin no aparente, a excepción del fin probable y repentino de sus propias vidas. Pero dígame, ¿cuál de sus soldados profesionales rehusaría con cualquier excusa tomar parte en una batalla, prefiriendo las obligaciones tediosas del cuartel? Por lo menos nuestros guerreros tenían el estímulo de saber que, si morían combatiendo o en un altar extraño, ganarían la gratitud di; la gente por haber complacido a los dioses, así como también merecerían de éstos el regalo de una vida de bienaventuranza en el más allá. Y, en aquellos Tiempos Duros, cuando tantos morían de hambre y sin gloria, un hombre tenía todavía más razón para preferir morir por la espada o por el cuchillo de sacrificio.

Así fue como se llevó a efecto la primera batalla y la lucha se desarrolló tal como se había planeado, aunque, por supuesto, fue una marcha larga y melancólica desde cualquier parte hacia la llanura de Acatzinco, así es que los seis ejércitos tuvieron que descansar por un día o dos antes de recibir la señal para iniciar las hostilidades. A pesar de que las intenciones eran otras, un buen número de hombres fue muerto; unos inadvertidamente, otros por casualidad y algunos por accidente; también porque algunos de ellos o sus oponentes pelearon con mucho ardor, ya que es muy difícil para un guerrillero adiestrado para matar abstenerse de hacerlo. La mayoría, sin embargo, de común acuerdo golpeó con la parte ancha de la
maquáhuitl
y no con la orilla de obsidiana. Los hombres que quedaban atontados no eran matados por los acuchilladores, sino rápidamente atados por los amarradores. Después de dos días, solamente, los sacerdotes principales que marchaban con cada ejército, decretaron que ya se habían tomado suficientes prisioneros para satisfacer a los dioses y a ellos. Uno tras otro, los jefes desplegaron las banderolas que ya tenían preparadas, para avisar a los hombres que todavía estaban diseminados por la llanura. Los seis ejércitos se reunieron y marcharon penosamente a sus lugares de origen, llevando consigo a sus todavía más fatigados cautivos. Aquella primera tentativa de Guerra Florida tuvo lugar a la mitad del verano que también era, normalmente, la temporada de lluvias, pero en esos Tiempos Duros era otra temporada seca interminablemente calurosa. Se había llegado asimismo a otro acuerdo entre los seis gobernantes de las seis naciones: todos ellos sacrificarían a sus prisioneros el mismo día en sus respectivas capitales. Nadie recuerda exactamente cuántos fueron, pero supongo que varios miles de hombres murieron aquel día en Tenochtitlan, en Texcoco, en Tlacopan, en Texcala, en Chololan y en Huexotzinco. Llámenlo coincidencia si ustedes quieren, reverendos frailes, ya que por supuesto Nuestro Señor Dios no estuvo implicado en eso, pero aquel día los cascos de las nubes se rompieron al fin, sus sellos se abrieron y llovió a cántaros en toda la gran planicie y los Tiempos Duros terminaron al fin.

Precisamente ese día, mucha gente en las seis ciudades se regocijó, por primera vez en muchos años, llenando sus panzas, cuando comieron los restos de los
xochimique
sacrificados. Los dioses se sentían satisfechos con ser alimentados debidamente, con la sangre de los corazones extraídos que se amontonaban en sus altares; los restos de los cuerpos de sus víctimas no eran usados por ellos, pero sí lo fueron por el pueblo hambriento allí reunido. Así, cuando el cuerpo todavía caliente de cada
xochimique
rodaba escalera abajo de la pirámide de cada templo, los carniceros que esperaban al pie lo tomaban para cortarlo en partes y distribuirlas a la ansiosa multitud apiñada en cada plaza.

Los cráneos fueron rotos y los sesos extraídos; los brazos y piernas cortados en partes manuables; los genitales y las nalgas, los hígados y riñones fueron cortados y separados. Estas porciones de comida no se arrojaron solamente a un populacho, no, fueron distribuidas en una forma admirablemente práctica a un pueblo que esperó con elogiable paciencia. Por razones obvias, los sesos se reservaron para los sacerdotes y los sabios; los brazos y piernas musculosos para los guerreros; las partes genitales para los matrimonios jóvenes; las nalgas y tripas menos significativas para las mujeres embarazadas, las madres que estaban amamantando y las familias con muchos niños. Los restos de cabezas, manos, pies y torsos, más huesos que comida, se pusieron a un lado para ser convertidos en fertilizantes para los sembrados y
chinampa
.

Realmente no sé si esta fiesta de carne fresca fue o no fue una ventaja adicional prevista por los que planearon la Guerra Florida. Todos los diferentes pueblos en estas tierras han estado por mucho tiempo comiendo cada animal de caza existente y cada ave o perro domesticado para ese fin. Habían comido lagartos, insectos y cactos, pero jamás a alguno de sus parientes o vecinos muertos durante los Tiempos Duros. Podía haber sido un desperdicio inconsciente de alimento disponible, pero en cada nación la gente hambrienta dispuso que sus compañeros muertos a causa del hambre fueran sepultados o quemados según sus costumbres. En aquel momento, sin embargo, gracias a la Guerra Florida, tenían una cantidad abundante de cuerpos de enemigos desconocidos —aunque fuesen enemigos solamente por exagerada definición— y por lo tanto no había por qué sentir remordimiento en comérselos. En las siguientes guerras, nunca más se volvió a hacer una matanza tan inmediata ni un llenadero de panza como en esa ocasión. Pues desde entonces, jamás ha habido tanta gente hambrienta cuyo voraz apetito se debía mitigar. Así fue cómo los sacerdotes impusieron reglas y rituales para formalizar el acto de comer los cuerpos de los cautivos. Los guerreros victoriosos solamente comían un bocado sabroso, de algunas partes musculares, y lo tomaban muy ceremoniosamente. La mayor parte de la carne era repartida entre la gente muy pobre, generalmente los más humildes esclavos, o era para alimentar a los animales en aquellas ciudades que, como Tenochtitlan, mantenían una colección pública de animales salvajes. La carne humana diestramente preparada, sazonada y cocinada, es, como la de cualquier otro animal, un platillo muy sabroso, y en donde no hay otra clase de carne ésta puede ser un sustento adecuado. Pero así como se ha podido comprobar que de los matrimonios cercanos entre los
pípiltin
no resulta una descendencia superior, sino todo lo contrario, yo creo que también se puede demostrar que los que comen carne humana tienden a una degeneración similar. Si la línea sanguínea de una familia mejora con un matrimonio que no se efectúa entre parientes, así la sangre del hombre tendrá más fuerza por la ingestión de la carne de otros animales. Por lo tanto, después de haber pasado los Tiempos Duros, la práctica de comer a los
xochimique
sacrificados vino a ser para todos, excepto para los pobres, los desesperados y degenerados, una observancia religiosa y además de las menores.

Como esa primera Guerra Florida tuvo tanto éxito, coincidencia o no, las mismas seis naciones siguieron guerreando a intervalos regulares, como una salvaguarda contra cualquier disgusto que los dioses pudieran sentir y para que éstos no volvieran a recurrir a los Tiempos Duros. Me atrevería a decir que nosotros los mexica teníamos muy poca necesidad de esa estratagema, porque Motecuzoma Y los Venerados Oradores que le sucedieron no dejaron pasar grandes lapsos de tiempo entre las guerras de conquista. Era muy rara la vez que no teníamos un ejército en el campo de batalla, extendiendo nuestro dominio. Sin embargo, los acolhua y los tecpaneca, que tenían muy pocas ambiciones de esa clase, dependían de las Guerras Floridas para ofrecer Muertes Floridas a sus dioses. Así, pues, como Tenochtitlan había sido el instigador, seguía participando complaciente; la Triple Alianza contra los texcalteca, los mixteca y los huéxotzin.

A los guerreros no les importaba. En una guerra de conquista o en una Guerra Florida un hombre podía igualmente morir o tener la oportunidad de llegar a ser aclamado como héroe o ser incluso distinguido con una de las órdenes de campeonato, por haber dejado un número notable de enemigos muertos en el campo de batalla o por traer una gran cantidad de cautivos de la llanura de Acatzinco.

«Recuerda esto, Perdido en Niebla —dijo el Maestro Glotón de Sangre en aquel día que estuve hablando con él—. Ningún guerrero, ya sea en una guerra de conquista o en una Guerra Florida, espera contarse entre los que caen o entre los que son capturados. Tiene la esperanza de vivir durante toda la guerra y salir de ella como un héroe. Oh, no creas que te engaño, muchacho; claro que puede morir, sí, y mientras está todavía dominado por esta intensa emoción, pero si él entrara en la batalla
sin
esperar la victoria para su bando y la gloria para él, con toda seguridad moriría».

Tratando de no parecer pusilánime quise convencerle de que no temía a la muerte, pero de que tampoco estaba muy ansioso de buscarla. De cualquier modo y en cualquier guerra estaría destinado, evidentemente, para cargos insignificantes como los acuchilladores o amarradores y esa clase de obligación, como le hice notar, podía ser asignada más bien a mujeres. «¿No sería mejor para la nación mexica y para la humanidad entera, que se me dejaran ejercer mis otros talentos?», le pregunté.

«Otros talentos, ¿cuáles?», respondió Glotón de Sangre.

Eso me hizo pensar de momento, pero luego sugerí que si, por ejemplo, yo tenía éxito y lograba la maestría en la escritura pintada, podría acompañar al ejército como historiador de campaña. Podría sentarme aparte, quizás en una colina desde la cual pudiera dominar todo el panorama y escribir la descripción de la estrategia de cada batalla, sus tácticas y sus progresos, para la futura ayuda de otros jefes.

El viejo guerrero me miró sardónicamente. «Primero me dices que no puedes ver a un oponente ni para pelear cara a cara y ahora que abarcarás de una mirada toda la confusa acción del choque entre dos ejércitos. Perdido en Niebla, si quieres ser una excepción para no tomar parte en las prácticas de armas de esta escuela, no te esfuerces. No te excusaría aunque pudiera. En tu caso hay un cargo impuesto sobre mí».

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