Bautismo de fuego (41 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

—¿Sólo por ello?

—No —repuso con una leve resistencia, pero al fin se decidió a ser sin­cero—. No sólo. Él... él se comporta como es debido. En el campamento del Jotla, durante el juicio de la muchacha, no vaciló en actuar. Aunque sabía que esto lo desenmascararía.

—Tomó una herradura al rojo del fuego —recordó Jaskier—. Puff, du­rante algunos minutos la sujetó en la mano y ni siquiera frunció el ceño.

Ninguno de nosotros hubiera conseguido repetir ese truco, ni siquiera con una patata asada.

—Es insensible al fuego.

—¿Qué más puede hacer?

—Puede, cuando quiere, hacerse invisible. Puede hipnotizar con la mirada, producir un sueño profundo, lo hizo con los guardias en el campamento de Vissegerd. Tomar forma de murciélago y volar como un murciélago. Pienso que puede hacer estas cosas sólo de noche y sólo durante la luna llena. Pero puedo equivocarme. Ya me ha sorprendido unas cuantas veces, puede que tenga todavía algo más en la manga. Sospecho que él es extraordinario hasta para los vampiros. Consigue parecer humano perfectamente, y ello desde hace años. A los perros y los caballos, que podrían percibir su verdadera naturale­za, les engaña el olor a hierbas que lleva siempre consigo. Pero mi medallón tampoco reacciona ante él, y debería hacerlo. Repito que no se le puede medir con una medida normal. Lo demás, preguntádselo a él. Es nuestro camarada. No debería haber entre nosotros reticencias ni mucho menos desconfianzas ni reservas mutuas. Volvamos al campamento. Ayudadme con la leña.

—¿Geralt?

—Dime, Jaskier.

—Si... Bueno, pregunto teóricamente... Si...

—No lo sé —respondió honrada y sinceramente—. No sé si conseguiría matarlo. De verdad que preferiría no tener que probarlo.

Jaskier se tomó muy en serio el consejo del brujo, decidió aclarar las con­fusiones y deshacer las dudas. Lo hizo en cuanto se pusieron en camino. Lo hizo con el tacto que era tan suyo.

—¡Milva! —gritó de pronto durante el viaje, mirando de reojo al vampi­ro—. Podrías ir por delante con tu arco, y pegarle un flechazo a algún cer­vato o a algún puerco. Ya estoy harto, joder, de moras y setas, de peces y almejas de río. Me comería, para variar, un cacho de carne de verdad. ¿Qué dices a eso, Regis?

—¿Dime? —El vampiro alzó la cabeza por encima del cuello del caballo.

—¡Carne! —repitió con énfasis el poeta—. Estoy animando a Milva a cazar algo. ¿Te comerías carne fresca?

—Me la comería.

—¿Y sangre, beberías sangre fresca?

—¿Sangre? —Regis tragó saliva—. No. Si se trata de sangre, no. Pero si vosotros tenéis ganas, no os sintáis incómodos.

Geralt, Milva y Cahir guardaron un silencio pesado, de tumba.

—Sé de lo que se trata, Jaskier —dijo despacio Regis—. Y permite que te tranquilice. Soy un vampiro, cierto. Pero no bebo sangre.

El silencio se hizo pesado como el plomo. Pero Jaskier no sería Jaskier si también hubiera callado.

—Creo que me has entendido mal —dijo en apariencia despreocupa­do—. No me refiero a...

—Yo no bebo sangre —le interrumpió Regis—. Desde hace mucho. He perdido el hábito.

—¿Cómo es eso de que has perdido el hábito?

—Pues lo normal.

—De verdad que no lo entiendo. —Disculpa. Se trata de un asunto privado.

—Pero...

—Jaskier. —El brujo no aguantó, se dio la vuelta en la silla—. Regis te acaba de decir que te vayas a la mierda. Sólo que lo expresó más cortésmente. Así que sé cortés y cierra por fin el pico.

Sin embargo, la semilla de la inseguridad y la intranquilidad echó raíces y creció. Cuando se detuvieron para pasar la noche, la atmósfera seguía siendo pesada y tensa, no la descargó ni siquiera el ganso negro, gordo, de casi ocho libras, que cazó Milva junto al río. Lo cubrieron de barro, lo asaron y se lo comieron, devorándolo hasta los huesos, sin dejar ni la migaja más pequeña. Mataron el hambre, pero la intranquilidad persistió. La conversación no cuajaba, pese a los titánicos esfuerzos de Jaskier. La cháchara del poeta se convirtió en monólogo, de forma tan evidente que él mismo acabó por darse cuenta y se calló. Sólo el crujido de los caballos al masticar la paja alteraba el silencio de cementerio que reinaba junto al fuego.

Pese a lo tarde que era, ninguno parecía proclive a irse a dormir. Milva calentaba agua en una cacerola colgada sobre el fuego y enderezaba con vapor las penas de las flechas que se habían arrugado. Cahir reparaba la hebilla rota de una bota. Geralt estaba labrando un palo. Y Regis pasaba los ojos de uno a otro alternativamente.

—Bueno, está bien —dijo por fin—. Veo que es inevitable. Parece que hace ya mucho que debería haberos aclarado ciertos asuntos...

—Nadie te lo exige. —Geralt echó al fuego una estaca larga y esmerada­mente labrada—. Yo no necesito tus aclaraciones. Soy un tío pasado de moda, cuando le doy la mano a alguien y lo acepto como compañero signi­fica más para mí que un contrato firmado en presencia de un notario.

—Yo también soy un antiguo —habló Cahir, todavía inclinado sobre la bota.

—Y yo otras maneras no sé —dijo Milva seca, mientras introducía una nueva flecha en el vapor que surgía de la cacerola.

—No te preocupes por la charla de Jaskier —añadió el brujo—. Él es así. A nosotros no te tienes ni que explicar ni que confesar. Tampoco noso­tros nos hemos confesado.

—Imagino, sin embargo —el vampiro sonrió levemente—, que querréis escuchar lo que tengo que decir sin que esté obligado. Siento la necesidad de ser sincero hacia las personas a las cuales tiendo la mano y acepto como compañeros.

Esta vez no habló nadie.

—Es necesario comenzar diciendo —dijo al cabo Regís— que todos los miedos relacionados con mi naturaleza vampírica son completamente fundados. No me voy a lanzar sobre nadie, no me arrastraré por la noche para hundir los dientes en el cuello de un durmiente. Y no se trata sólo de mis compañeros, hacia los que tengo una relación que no está menos pa­sada de moda que otros pasados de moda aquí presentes. Yo no toco la sangre. Nunca. Me deshabitué de ella cuando se convirtió en un problema para mí. Un grave problema, que no me fue fácil resolver.

»El problema —siguió al cabo— en realidad apareció y adoptó caracterís­ticas peligrosas de una forma verdaderamente de manual. Ya en mis años jóvenes me gustaba... divertirme en buena compañía, no me diferenciaba al fin y al cabo en ello de la mayoría de mis coetáneos. Sabéis cómo es eso, también habéis sido jóvenes. Entre vosotros, sin embargo, existe un sistema de prohibiciones y límites: el poder paterno, los tutores, los superiores y los ancianos, las costumbres, al fin y al cabo. Entre nosotros no hay nada de eso. La juventud tiene completa libertad y usa de ello. Y crea sus propias formas de comportamiento, formas idiotas, se entiende, verdadera idiotez juvenil. ¿No bebes? ¡Pues vaya un vampiro que estás hecho! ¿No bebe? ¡Pues entonces no lo invites, que agua la fiesta! Yo no quería aguar la fiesta y la posibilidad de perder la aceptación de los compañeros me asustaba. Así que hubo fiesta. Jarana y retozo, libación y borrachera, cada luna llena volába­mos a la aldea y bebíamos de donde caía. La calidad más asquerosa, el peor género de... humm... líquido. Nos daba igual de quién, con tal que fuera... hemoglobina... ¡Sin sangre no hay fiesta! Tampoco se tenían arrestos para entrarles a las vampiras si no se echaba un trago.

Regis se calló, se sumió en sus pensamientos. Nadie dijo nada. Geralt sintió que tenía unas ganas horribles de beber algo.

—Cada vez se hizo más salvaje —siguió el vampiro—. Y a medida que pasaba el tiempo, cada vez peor. A veces, cuando íbamos de juerga, no volvía en tres o cuatro noches a la cripta. Una cantidad en otro tiempo ridícula de... líquido me hacía perder el control, lo que no era obstáculo para seguir la fiesta. Los amigos, pues como amigos. Unos me contenían por amistad, así que me enfadé con ellos. Otros me animaban, me sacaban de la cripta para ir de juerga, bueno, ofrecían... objetos. Y se reían a mi costa.

Milva, que todavía estaba ocupada en arreglar las flechas deformadas, murmuró con rabia. Cahir terminó de reparar las botas y daba la impre­sión de que estaba durmiendo.

—Después —siguió Regis—, aparecieron síntomas alarmantes. La di­versión y la compañía comenzaron a jugar un papel secundario. Observé que podía vivir sin ellos. Lo que se volvió suficiente y verdaderamente im­portante era la sangre, incluso bebiendo a solas...

—¿Y no te sentías mal al mirarte al espejo? —preguntó Jaskier.

—Yo no me reflejo en los espejos —contestó Regis tranquilo.

Guardó silencio durante un tiempo.

—Conocí a cierta... vampira. Pudo haber sido, lo fue incluso, algo im­portante. Dejé de hacer locuras. Pero no mucho tiempo. Me dejó. Y yo comencé a beber por duplicado. La tristeza, la desesperación, como sabéis, es una justificación perfecta. A todos les parece que lo comprenden. Inclu­so a mí me parecía que comprendía. Y simplemente amoldaba la teoría a la práctica. ¿Os estoy aburriendo? Ya termino. Comencé por fin a hacer cosas intolerables, totalmente inaceptables, como las que no hace ningún vam­piro. Comencé a volar yendo borracho. Una de las noches, los muchachos me mandaron a por sangre a la aldea y yo erré a una muchacha que iba al pozo, del impulso me clavé en el brocal... Los aldeanos por poco no me apiolan, por suerte no sabían cómo hacerlo. Me agujerearon con estacas, me cortaron la cabeza, me rociaron con agua bendita y me enterraron. ¿Os imagináis cómo me sentía cuando me desperté?

—Lo imaginamos —dijo Milva, mientras contemplaba una flecha. To­dos la miraron con una expresión extraña. La arquera carraspeó y volvió la cabeza. Regis sonrió ligeramente.

—Ya termino —dijo—. En la tumba tuve suficiente tiempo para reflexio­nar sobre mí mismo...

—¿Suficiente? —preguntó Geralt—. ¿Cuánto?

Regis le miró.

—¿Curiosidad profesional? Unos cincuenta años. Cuando me regeneré, decidí controlarme. No fue fácil, pero lo conseguí. Desde entonces no bebo.

—¿Nada? —Jaskier bostezó, pero la curiosidad le podía—. ¿Nada? ¿Nun­ca? Pero si...

—Jaskier. —Geralt alzó leves las cejas—. Contrólate. Y reflexiona. En silencio.

—Lo siento —bufó el poeta.

—No lo sientas —dijo, conciliador, el vampiro—. Y tú, Geralt, no lo re­prendas. Comprendo su curiosidad. Yo, o por decir mejor, yo y mi mito, personificamos todos los temores humanos. Es difícil pedirle a un ser hu­mano que se libre de sus miedos. Los miedos cumplen en la psicología humana un papel que no es menos importante que todos los otros estados emocionales. Una psique privada de miedos sería una psique lisiada.

—Imagínate —dijo Jaskier, recobrando su aplomo— que no me produ­ces miedo. ¿Sería entonces un lisiado?

Geralt, por un instante, pensó que Regis le iba a mostrar los dientes y curar a Jaskier de su supuesta invalidez, pero se equivocaba. El vampiro no tenía inclinación hacia los gestos teatrales.

—Te he hablado de los miedos arraigados en la consciencia y en el subconsciente —aclaró tranquilo—. No te molestes por la metáfora, pero el cuervo no tiene miedo del abrigo y el sombrero que están colgados de un palo en cuanto rompe la aprensión y se aposenta sobre él. Pero en cuanto el viento agita el miedo, el pájaro reacciona huyendo.

—La reacción del cuervo se explica por la lucha por la vida —observó Cahir desde la oscuridad.

—Explica-pica —bufó Milva—. No del miedo tiene miedo el cuervo, sino del hombre, que piedras tiene y con ellas le dispara.

—La lucha por la vida. —Geralt se acercó—. Sólo que en versión huma­na, no córvida. Gracias por las aclaraciones, Regis, las aceptamos en su totalidad. Pero no excaves en las profundidades del inconsciente humano. Milva tiene razón. Los motivos por los que las gentes reaccionan con terror pánico ante la vista de un vampiro sediento no son irracionales, sino que proceden del deseo de sobrevivir.

—Escuchamos la voz de un especialista. —El vampiro se inclinó leve­mente en su dirección—. Un profesional al que su orgullo profesional no le permitiría aceptar dinero por luchar contra miedos fantásticos. Un brujo que se respete sólo se lanza a la lucha con el mal que verdadera y directa­mente es una amenaza. Un profesional que por lo visto nos quiere explicar por qué el vampiro es un mal peor que el dragón o el lobo. Al fin y al cabo, estos últimos también tienen colmillos.

—Puede que sea porque estos últimos usan sus colmillos cuando tie­nen hambre o en defensa propia, pero nunca cuando desean diversión o precisan romper el hielo con los amigos o vencer su timidez para con el sexo opuesto.

—Los humanos no conocen esto —le paró al momento Regis—. Tú lo conoces desde hace mucho, el resto de la compaña desde hace tan sólo un momento. La mayoría de las personas están profundamente convencidas de que los vampiros no se divierten con la sangre sino que se alimentan de ella, exclusivamente de sangre y exclusivamente de sangre humana. Pero la sangre es un líquido vital, cuya pérdida se relaciona con la debilidad del organismo, de las fuerzas vitales. Entendedlo así: el ser que vierte nuestra sangre es nuestro enemigo mortal. Y el ser que acecha nuestra sangre porque se alimenta de ella es un ser doblemente malvado: incrementa su propia fuerza vital a costa de la nuestra, y para que su género se desarro­lle, el nuestro debe extinguirse. Además, un ser de este tipo es asqueroso porque, aunque conocemos el valor vital de nuestra sangre, ella nos es repugnante. ¿Alguno de vosotros ha bebido alguna vez sangre? Lo dudo. Y hay personas que se marean o se caen tan sólo con ver la sangre. En algunas sociedades se tiene a las mujeres durante algunos días al mes por impuras y manchadas...

—Será entre los salvajes —le interrumpió Cahir—. Y marearse al ver la sangre supongo que sólo entre vosotros, norteños.

—Vamos por mal camino —el brujo alzó la cabeza—, damos tumbos desde un sencillo sendero hasta el bosque de una dudosa filosofía. ¿Pien­sas, Regis, que para los humanos sería diferente si supieran que no los tratáis como comida sino como si fueran una bodega? ¿Dónde ves tú aquí los miedos irracionales? Los vampiros extraen sangre de los humanos, ese hecho no es posible negarlo. Que el ser humano que es tratado por los vampiros como una damajuana de vodka pierde fuerzas también está cla­ro. La persona, por así decirlo, seca, pierde la vitalidad definitivamente.

Por lo general, muere. Perdona, pero el miedo a la muerte no se puede meter en el mismo saco que la aprensión hacia la sangre. Menstrual u otra.

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