Estuve en este pueblo veinte días, que en todos ellos no cesé de buscar camino que fuese para alguna parte, y jamás se halló, chico ni grande; antes por cualquier parte que salíamos alrededor del pueblo había tan grandes y espantosas ciénagas que parescía cosa imposible pasarlas. Y puestos ya en mucha necesidad por falta de bastimentos, encomendándonos a Nuestro Señor, hicimos una puente en una ciénaga, que tuvo trecientos pasos, en que entraron muchas vigas de a treinta y cinco y cuarenta pies, y sobre ellas otras atravesadas, y así pasamos y seguimos en demanda de aquella tierra hacia donde nos decían que estaba el pueblo de Chilapán: y envié por otra parte una compañía de caballo, con ciertos ballesteros, en demanda del otro pueblo de Acumba; y éstos toparon aquel día con él, y pasaron a nado y en dos canoas que allí hallaron, y huyóles luego la gente del pueblo, que no pudieron tomar sino dos hombres y ciertas mujeres, y hallaron mucho bastimento, y salieron a mi al camino, y dormí aquella noche en el campo; y quiso Dios que aquella tierra era algo abierta y enjuta, con hartas menos ciénagas que la pasada; y aquellos indios que se tomaron de aquel pueblo de Acumba nos guiaron hasta Chilapán, donde llegamos otro día bien tarde, y hallamos todo el pueblo quemado y los naturales del ausentados. Es este pueblo de Chilapán de muy gentil asiento y harto gran, de Había en él muchas arboledas de las frutas de la tierra y había muchas labranzas de maizales, aunque no estaban bien granados; pero todavía fue mucho remedio de nuestra necesidad. En este pueblo estuve dos días proveyéndonos de algún bastimento y haciendo algunas entradas para buscar la gente dél para la apaciguar, y también para informarme della del camino para adelante, y nunca se pudieron hallar más de dos indios, que al principio se tomaron dentro en el dicho pueblo. Déstos me informé del camino que había de llevar hasta Tepetitán, o Tamacastepeque, que se llama por otro nombre; y así, medio a tiento y sin camino nos guiaron hasta el dicho pueblo, al cual llegué en dos días. Pasóse en el camino un río muy grande que se llama Chilapán, de donde tomó denominación el pueblo; pasóse con mucho trabajo, porque era muy ancho y recio y no había aparejo de canoas, y se pasó todo en balsas. Ahogóse en este río otro esclavo y perdióse mucho fardaje de los españoles. Después de pasado este río, que se pasó legua y media del dicho pueblo de Chilapán, hasta llegar al de Tepetitán, se pasaron muchas y grandes ciénagas, que de seis o siete leguas que había de camino hasta él no hubo una donde no fuesen los caballos hasta encima de las rodillas, y muchas veces hasta las orejas; en especial se pasó una muy mala, donde se hizo una puente, donde estuvo muy cerca de se ahogar dos o tres españoles; y con este trabajo, pasados dos días, llegamos al dicho pueblo, el cual asimismo hallamos quemado y despoblado, que nos fue doblar más trabajos. Hallamos en él alguna fruta de la de la tierra y algunos maizales verdes, algo más grandes que en el pueblo de atrás. También se hallaron en algunas de las casas quemadas silos de maíz secos, aunque fue poco; pero fue harto remedio, según traíamos extrema necesidad. En este pueblo de Tepetitán, que está junto a la falda de una gran cordillera de sierras, estuve seis días, y se hicieron algunas entradas por la tierra, pensando hallar alguna gente para les hablar y dejar seguros en su pueblo, y aun para me informar del camino de adelante, y nunca se pudo tomar sino un hombre y ciertas mujeres. Déstos supe que el señor y naturales de aquel pueblo habían quemado sus casas por inducimiento de los naturales de Zagoatán, y se habían ido a los montes. Dijo que no sabía camino para ir a Iztapán, que es otro pueblo, adonde, según mi figura, yo lo había de llevar, porque no lo había por otra tierra; pero que poco más o menos él guiaría hacia la parte que él sabía que estaba. Con esta guía despaché hasta treinta de caballo y otros treinta peones, y mandéles que fuesen hasta llegar al dicho pueblo, y que luego me escribiesen la relación del camino, porque yo no saldría de aquel pueblo hasta ver sus cartas. Y así fueron; y pasados dos días sin haber recebido carta suya ni saber dellos nueva, me fue forzado partirme, por la necesidad que allí teníamos, y seguir su rastro, sin otro guía; que era asaz notorio camino seguir el rastro que llevaban por las ciénagas, que certifico a vuestra majestad que en lo más alto de los cerros se sumían los caballos hasta las cinchas sin ir nadie encima, sino llevándolos del diestro, y desta manera anduve dos días por el dicho rastro. Y sin haber nuevas de la gente que había ido delante, y con harta perplejidad de lo que debía hacer, porque volver atrás tenía por imposible, de lo de adelante ninguna certinidad tenía y quiso Nuestro Señor, que en las mayores necesidades suele socorrer, que estando aposentados en un campo, con harta tristeza de la gente, pensando allí todos perecer sin remedio, llegaron dos indios de los naturales desta ciudad con una carta de los españoles que habían ido delante, en que me hacían saber cómo habían llegado al pueblo de Iztapán, y que cuando a él llegaron tenían todas las mujeres y haciendas de la otra parte de un gran río que junto con el dicho pueblo pasaba y en el pueblo estaban muchos hombres, creyendo que no podrían pasar un grande estero que estaba afuera del pueblo; y que como vieron que se habían echado a nado con los caballos por el arzón, comenzando a poner fuego al pueblo, se habían dado tanta priesa, que no les había dado lugar a que del todo lo quemasen; y que toda la gente se había echado al río y pasándole en muchas canoas que tenían y a nado, y que con la priesa se habían ahogado muchos dellos, y que habían tomado siete o ocho personas, entre las cuales había una que parescía principal, y que los tenían hasta que llegase. Fue tanta el alegría que toda la gente tuvo con esta carta, que no lo sabría decir a vuestra majestad; porque, como arribamos he dicho, estaban todos casi desesperados de remedio. Y otro día por la mañana seguí camino por el rastro, y guiándome los indios que habían traído la carta; llegué ya tarde al pueblo, donde hallé toda la gente que había ido delante muy alegre porque habían hallado muchos maizales, aunque no muy grandes, y yuca y agies, que es un mantenimiento con que los naturales de las islas se mantienen, asaz bueno. Llegado, hice traer ante mí aquellas personas naturales del pueblo que allí se habían tomado; preguntéles con la lengua que cuál era la causa por que así todos quemaban sus propias casas y pueblos y se iban y ausentaban dellos, pues yo no les hacía mal ni daño alguno; antes a los que me esperaban les daba de lo que yo tenía Respondiéronme que el señor de Zagoatán había venido allí en una canoa y les había puesto mucho temor y les había hecho quemar su pueblo y desamparalle. Yo hice traer ante aquel principal todos los indios y indias que se habían tomado en Zagoatán y en Chilapán y en Tepetitán y les dije que porque viesen cómo aquel malo les había mentido, que se informasen de aquéllos si yo les había hecho algún daño o mal y si en mi compañía habían sido bien tratados; los cuales se informaron y lloraron diciendo habían sido engañados y mostrando pesarles de lo hecho, y para más les asegurar les di licencia a todos aquellos indios y indias que traía de aquellos pueblos atrás que se fuesen a sus casas, y les di algunas cosillas y sendas cartas, las cuales les mandé que tuviesen en sus pueblos y las mostrasen a los españoles que por allí pasasen, porque con ellas estarían seguros; y les dije que dijesen a sus señores el yerro que habían hecho en quemar sus pueblos y casas y ausentarse, y que de allí adelante no lo hiciesen así; antes éstuviesen seguros en ellas, porque no les era hecho mal ni daño. Y con esto, viéndolo estotros de Iztapán, se fueron muy seguros y contentos, que fue harta parte de asegurar estotros.
Después de haber hecho esto hablé aquel que parescía más principal, y le dije que ya veían que no hacía yo mal a nadie y mi ida por aquellas partes no era a los ofender, antes a les hacer saber muchas cosas que les convenían a ellos, así para la seguridad de sus personas y haciendas como para la salvación de sus ánimas. Por tanto, que le rogaba mucho que él enviara dos o tres de aquellos que allí estaban con él y que yo les daría otros tantos de los naturales de Tenuxtitán para que fuesen a llamar al señor y le dijesen que ningún miedo hobiese y que tuviese por cierto que en su venida ganaría mucho; el cual me dijo que le placía de buena voluntad; y luego los despaché y fueron con ellos los indios de Méjico. Y otro día por la mañana vinieron los mensajeros, y con ellos el señor con hasta cuarenta hombres, y me dijo que él se había ausentado y mandado quemar su pueblo porque el señor de Zagoatán le había dicho que lo quemase y no me esperase, porque los mataría a todos; y que él había sabido de aquellos suyos que le habían ido a llamar que había sido engañado y que no le habían dicho la verdad; y que le pesaba de lo hecho y me rogaba le perdonase, y que de allí adelante el haría lo que yo le dijese; y rogóme que ciertas mujeres que le habían tomado los españoles al tiempo que allí habían venido que se las hiciese volver; y luego se recogiesen hasta veinte que había y se las di, de que quedó muy contento. Y ofrecióse que un español halló un indio de los que traía en su compañía, natural destas partes de Méjico, comiendo un pedazo de carne de un indio que mataron en aquel pueblo cuando entraron en él y vínomelo a decir, y en presencia de aquel señor le hice quemar, dándole a entender la causa, que era porque había muerto aquel indio y comido dél, que era defendido por vuestra majestad, y por mí en su real nombre les había sido requerido y mandado que no lo hiciesen; y que así, por le haber muerto y comido dél le mandaba quemar, por que yo no quería que matasen a nadie; antes iba por mandado de vuestra majestad a ampararlos y defenderlos, así sus personas como sus haciendas, y hacerles saber cómo habían de tener y adorar un solo Dios, que está en los cielos, criador y hacedor de todas las cosas, por quien todas las criaturas viven y se gobiernan, y dejar todos sus ídolos y ritos que hasta allí habían tenido, porque eran mentiras y engaños que el diablo, enemigo de la naturaleza humana, les hacía para los engañar y llevarlos a condenación perpetua, donde tengan muy grandes y espantosos tormentos, y por los apartar del conoscimiento de Dios, porque no se salvasen y fuesen a gozar de la gloria y bienaventuranza que Dios prometió y tiene aparejada a los que en él creyeron, la cual el diablo perdió por su malicia y maldad; y que asimismo les venía a hacer saber cómo en la tierra está vuestra majestad, a quien el universo, por providencia divina, obedesce y sirve; y que ellos ansimismo se habían de someter y estar debajo de su imperial yugo y hacer lo que en su real nombre los que acá por ministros de vuestra majestad estamos les mandásemos; y haciéndolo ansí, ellos serían muy bien tratados y mantenidos en justicia y amparadas sus personas y haciendas; y no lo haciendo ansí, se procedería contra ellos y serían castigados conforme a justicia. Y acerca desto le dije muchas cosas de que a vuestra majestad no hago mención por ser prolijas y largas, y a todo mostró mucho contentamiento, y proveyó luego de enviar algunos de los que con él trajo para que trajesen bastimentos, y así se hizo. Yo le di algunas cosillas de las de nuestra España, que tuvo en mucho, y estuvo en mi compañía muy contento todo el tiempo que allí estuve, y mandó abrir el camino hasta otro pueblo que está cinco leguas déste, el río arriba, que se llama Tatahuitalpán; y porque en el camino había un río hondo, hizo hacer en él una muy buena puente, por donde pasamos, y adobar otras ciénagas harto malas, y me dio tres canoas, en que envié tres españoles el río abajo al río de Tabasco, porque éste es él principal río que en él entra, donde los carabelones habían de esperar la instrucción de lo que habían de hacer; y con estos españoles envié a mandar que siguiesen toda la costa hasta doblar la punta que llaman de Yucatán, y que llegasen hasta la bahía de la Asunción, porque allí me hallarían o les enviaría a mandar lo que habían de hacer; y mandé a los españoles que fueron en las canoas que con ellas y con las que más pudiesen haber en Tabasco y Xicalango me llevasen los más bastimentos que pudiesen por un gran estero arriba, y pasé a la provincia de Acalan, que está deste pueblo de Iztapán cuarenta leguas, y que allí los esperaría. Partidos estos españoles y hecho el camino, rogué al señor de Iztapán que me diese otras tres o cuatro canoas para que fuesen el río arriba con media docena de españoles y una persona principal de las suyas y con alguna gente, para que fuesen adelante apaciguando los pueblos, porque no se ausentasen ni los quemasen, el cual lo hizo con muestras de buena voluntad, y hicieron asaz fruto, porque apaciguaron cuatro o cinco pueblos el río arriba, según adelante haré dellos a vuestra majestad relación. Este pueblo de Iztapán es muy grande cosa y está asentado en la ribera de un muy hermoso río. Tiene muy buen asiento para poblar en él españoles; tiene muy hermosa ribera, donde hay buenos pastos; tiene muy buenas tierras de labranzas; tiene buena comarca de tierra labrada.
Después de haber estado en este pueblo de Iztapán ocho días, y proveído lo contenido en el capítulo antes déste, me partí y llegué aquel día al pueblo de Tatahuitalpán, que es un pueblo pequeño, y hallélo quemado y sin ninguna gente, y llegué yo primero que las canoas que venían el río arriba, porque con las corrientes y grandes vueltas que el río hace no llegaron tan aína, y después de venidas hice pasar con ellas cierta gente de la otra parte del río para que buscasen los naturales del dicho pueblo, para los asegurar como a los de atrás; y obra de media legua de la otra parte del río hallaron hasta veinte hombres en una casa de sus ídolos, que los tenían muy adornados, los cuales me trajeron, y informado dellos, me dijeron que toda la gente se había ausentado de miedo, y que ellos habían quedado allí para morir con sus dioses y no habían querido huir; y estando con ellos en esta plática pasaron ciertos indios de los nuestros, que tenían ciertas cosas que habían quitado a sus ídolos; y como las vieron los del pueblo, dijeron que ya eran muertos sus dioses; y a esto les hablé diciéndoles que mirasen cuán vana y loca creencia era la suya, pues creían que les podían dar bienes quien a sí no se podía defender y tan ligeramente veían desbaratar; respondiéronme que en aquella seta los dejaron sus padres, y que aquélla tenían y ternían hasta que otra cosa supiesen. No pude, por la brevedad del tiempo, darles a entender más de lo que dije a los de Iztapán, y dos religiosos de la Orden de San Francisco, que en mi compañía iban, les dijeron asimismo muchas cosas acerca desto. Roguéles que fuesen algunos dellos a llamar la gente del pueblo y al señor y aseguralla, y aquel principal que truje de Iztapán ansimismo les habló y dijo las buenas obras que de mí habían recebido en el pueblo, y señalaron uno dellos, y dijeron que aquél era el señor, y envió dos a que llamasen la gente, los cuales nunca vinieron.