Cartas de la conquista de México

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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

 

Criticado por unos, ensalzado como un gran héroe por otros, Hernán Cortés sigue siendo, a pesar de las opiniones más o menos subjetivas, uno de los grandes protagonistas del descubrimiento y exploración de América. Si bien es cierto que cruzó el Atlántico movido más por la ambición que por los ideales, y que fue para el pueblo azteca un guerrero sangriento y despiadado, también lo es que su gesta permitió a la Europa del siglo XVI conocer una cultura diferente, unas tierras desconocidas hasta entonces, riquezas insospechadas y tradiciones milenarias. Fruto de sus andanzas por tierras americanas son las Cartas enviadas por él a sus reyes, en las que relataba —lógicamente desde su punto de vista, parcial y subjetivo— sus aventuras en tierra azteca. Escritas con un estilo fácil y vivaz, que le convierte en uno de los principales cronistas de la epopeya americana, resultan decisivas para conocer paso a paso su llegada al Nuevo Mundo y su descubrimiento de una nueva civilización, tan fascinante, rica y diferente a la europea como la egipcia o la inca: la azteca. Además de para conocer la aventura de Cortés, la obra cuenta con un estimable valor literario.

Hernán Cortés

Cartas de la conquista de México

ePUB v1.1

Himali
16.01.12

CARTAS DE LA CONQUISTA DE MÉXICO

Hernán Cortés

© Por la presente edición: SARPE, 1985.

Pedro Teixeira, 8. 28020 Madrid.

En portada:
Entrada de Hernán Cortés en

México (Madrid, Museo de América).

Hernán Cortés

El conquistador español Hernán Cortés nació en Medellín en 1485. De linaje noble, aunque no rico, estudió durante un tiempo latín, gramática y leyes en la Universidad de Salamanca, pero no llegó a graduarse. Intentó embarcar para la isla Española en la expedición de Ovando, pero un accidente sufrido en una aventura galante se lo impidió. Al cabo de dos años pudo, por fin, trasladarse a aquélla, y llegó a ser escribano de la Villa de Azúa. Desde La Española partió a la conquista de la isla de Cuba a las órdenes de su pariente, Nicolás de Ovando, y de Diego Velázquez de Cuéllar. Por sus dotes personales y su arrojo en la lucha, supo ganarse la confianza de Diego Velázquez, que le nombró su secretario en 1511, y posteriormente alcalde de la ciudad de Santiago de Cuba, recién fundada por los españoles.

La boda de Hernán con doña Catalina Juárez Pacheco enfrió las relaciones de aquél y su protector, pero en 1518, y tras la fracasada expedición del conquistador Grijalba a las costas mexicanas, Diego Velázquez no encontró otro hombre más capaz que Cortés para confiarle una expedición al Yucatán con la misión de reconocer aquellos territorios. Sin embargo, y mientras éste se encontraba en el puerto de Trinidad reclutando tripulantes y avituallando sus naves, Velázquez prestó oídos a quienes le prevenían contra las argucias de su ambicioso amigo y protegido, y le envió un emisario con la orden de abandonar el mando de la expedición. Informado con tiempo de lo que ocurría, el conquistador forzó la partida, y el 10 de febrero de 1519 salió a la conquista de Anáhuac o México. Siguiendo la misma ruta que Grijalba, al cabo de 10 días llegó a la isla de Cozumel, donde supo atraerse a los indígenas. Prosiguió su marcha y alcanzó Tabasco, donde libró la primera batalla en suelo mexicano, derrotando a los indígenas gracias al valor de sus hombres y al espanto que los caballos, animales antes nunca vistos, infundían a los nativos.

Los tabasqueños reconocieron la soberanía del rey de España y ofrecieron tributos a Cortés, entre ellos la célebre india Malinche, o doña Marina. Desde allí el extremeño marchó a San Juan de Ulúa, donde fundó Villarrica de la Vera Cruz. Fue entonces cuando tuvo noticia de la existencia de un rico y poderoso imperio, al azteca, que tenía sojuzgadas a las demás ciudades de México, y tras celebrar consejo con sus capitanes decidió marchar sobre él.

Sublevó a los totonecas de Cempoala contra sus amos aztecas y venció en varios combates a los valientes tlaxcaltecas, quienes terminaron aceptando sus condiciones de paz y alianza. Reanudada la marcha, los conquistadores se presentaron ante los muros de la ciudad sagrada de Cholula, ordenando Cortés a sus hombres y aliados indígenas el asalto y saqueo de la ciudad. El 8 de noviembre de 1519 los conquistadores entraron en la capital azteca, Tenochtitlán —más tarde Ciudad de México—, siendo recibidos por el emperador Moctezuma en persona, rodeado de sus consejeros y principales guerreros. Cortés y sus hombres fueron alojados en un gran edificio, pero, transcurridos unos días, se enteraron de una conjura azteca destinada a expulsarles de la ciudad. Tomaron entonces prisionero al emperador, que se convirtió en el instrumento de que se valieron los españoles para mantenerse en la corte azteca.

Pero, por culpa de Pedro de Alvarado, quien, llevado de los nervios y convencido de que los aztecas planeaban una nueva conjura, ordenó pasar a cuchillo a algunos notables del imperio durante la celebración de uno de sus sangrientos ritos religiosos, millares de indígenas en actitud amenazante hostilizaron a los españoles. El envío de Moctezuma por parte de Cortés para que calmara a su pueblo no surtió efecto (Moctezuma murió en el intento), y el conquistador decidió buscar la salvación en la huida. No obstante, la maniobra fue descubierta, y los mexicanos atacaron a los fugitivos, muriendo muchos de ellos: aquella sangrienta retirada es recordada en los anales de la historia con el nombre de
La noche triste.

A pesar de la derrota, Cortés consiguió rehacer su ejército y en octubre del mismo año inició su segunda marcha sobre México. Tras un largo sitio de la capital azteca y una sangrienta lucha cuerpo a cuerpo, calle por calle, casa por casa y templo por templo, el nuevo jefe azteca, Guatemotzin, fue capturado. Con la definitiva caída de Tenochtitlán, los españoles señorearon sobre todo el Imperio Azteca. Cortés recibió del rey de España el nombramiento de capitán general y gobernador de Nueva España, y enseguida envió exploraciones que incorporaron al imperio español los territorios de Guatemala y Honduras.

Sin embargo, los enviados del rey a Nueva España notaron la gran ambición del conquistador y conspiraron contra él: acusado de varios cargos, fue desposeído de sus títulos y obligado a regresar a España en 1528. Carlos I le recibió con grandes honores y le nombró marqués del valle de Oaxaca, pero sin atribuirte funciones gubernativas. Limitados sus poderes como conquistador, Cortés regresó a México en 1530, exploró la costa del Pacífico y descubrió las costas de la Baja California en 1536. Regresó definitivamente a España en 1540, y deseoso de recobrar el favor de Carlos I siguió al emperador en su expedición a Argel, donde se comportó con el valor proverbial en él, pero sin provecho alguno. En el naufragio que sufrió en esta aventura perdió la mayor parte de sus bienes, y tras ello todavía languideció en la corte durante seis años esperando el reconocimiento de sus reclamaciones. Siguió viviendo con cierto desahogo durante unos años hasta que, amargado y decepcionado, murió en Castilleja de la Cuesta, cerca de Sevilla, el 2 de diciembre de 1547. Trasladados sus restos a los conventos franciscanos de Tezcuco (1562) y Ciudad de México, desaparecieron en el año 1823 de este último lugar.

Hernán Cortés fue un escritor de estilo fácil y vivaz, hasta el punto que sus cartas y descripciones le hacen acreedor a figurar en un primer Término entre los cronistas de la epopeya americana. Las
Cartas
reunidas en este volumen conforman una relación de la conquista de México, realizada por Hernán Cortés y sus hombres. Tomadas de un códice de la Biblioteca Imperial de Viena, estas larguísimas cartas, enviadas por el autor a sus reyes, recogen una de las más trascendentales epopeyas de la historia de la humanidad.

La conquista de México

Los antecedentes
El aspecto más llamativo de la expansión española fue el descubrimiento de América, acaecido en tiempos de los Reyes Católicos. Este acontecimiento, protagonizado por el marino genovés Cristóbal Colón y desarrollado bajo la tutela de los monarcas hispanos, tenía su precedente en la actividad marinera de la costa suroccidental de la Península Ibérica, desde Lisboa hasta Cádiz. Este territorio conoció, desde fines del siglo XIV, una infatigable actividad, ligada, sin duda, a su propia posición geográfica y a la posibilidad de que las expediciones que de ellas partieran encontraran el soplo favorable de los vientos alisios. Hitos de esa expansión marítima, en la que Portugal desempeñó un papel rector —destacando el rey Enrique el Navegante y la escuela de Sagres—, fueron el descubrimiento de las islas atlánticas (Canarias, Madeira, Azores) y los progresos por la costa occidental de Africa. El tratado de Alcaçobas de 1479 sancionó la supremacía de Portugal, reservándole prácticamente Africa, si bien se reconocía a Castilla el dominio de Canarias y una puerta en el litoral sahariano, limitada al norte por el reino de Fez y al sur por el cabo Bojador.

La propuesta hecha por Colón a los Reyes Católicos (afirmaba que navegando por el oeste se podía hallar un camino más corto para llegar a las tierras de las especias) logró finalmente una acogida favorable. Las Capitulaciones de Santa Fe, firmadas en abril de 1492, estipulaban las condiciones en que iba a basarse el marino genovés para realizar la empresa de las Indias. El 3 de agosto del mismo año partían de Palos tres carabelas con un grupo de intrépidos marinos, en su mayoría andaluces. El 12 de octubre, después de un viaje muy rápido, debido a la utilización de los vientos favorables, la expedición tocó tierra. Pero en vez de llegar a las Indias, como esperaba Colón, se había puesto pie en un nuevo mundo, hasta entonces desconocido.

Las grandes expectativas económicas abiertas con motivo de la empresa colombina quedaron defraudadas de momento, pues no se encontró el oro ni las otras riquezas que se suponía había en Indias. De todas formas, la gesta tuvo consecuencias trascendentales para el futuro. De manera inmediata repercutió en la firma, en junio de 1494, del tratado de Tordesillas, suscrito por Castilla y Portugal. En él se decidió la partición del océano entre lusitanos y castellanos por una línea situada en el meridiano que se hallaba 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. El espacio al oeste de dicha línea se reservaba para Castilla, la cual consiguió así títulos que legitimaran su dominio sobre las tierras recién descubiertas. Asimismo, en 1503 se creó la Casa de Contratación, con sede en Sevilla, cuya finalidad era centralizar todo el comercio que se realizase con el Nuevo Mundo.

Los hechos
Tras otorgar las Cortes de Toro a Fernando el Católico la regencia de Castilla, éste convocó en dicha ciudad a dos navegantes: Vicente Yáñez Pinzón y Américo Vespucio, para que prepararan una expedición al Nuevo Mundo, que debería efectuarse de acuerdo con los oficiales de la Casa de Contratación. Sin embargo, problemas de índole interna impidieron su realización. En 1508 don Fernando convocó la Junta de Navegantes de Burgos; en ella se acordó la creación del cargo de piloto mayor, para el cual se nombró a Vespucio, con la misión de enseñar y examinar a los pilotos que navegasen a las Indias y llevar al día un padrón donde figurasen, incorporados por su mano, todos los descubrimientos que se fuesen realizando. También se decidió la inmediata preparación de un viaje descubridor, con la misión de explorar la costa de tierra firme (América Central) hacia el noroeste, a partir del punto extremo alcanzado por Colón en su cuarto viaje (cabo Honduras).

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