Y como los de Tascaltecal vieron mi determinación, pesóles muchos y dijéronme muchas veces que lo erraba. Pero que pues ellos se habían dado por vasallos de vuestra sacra majestad y mis amigos, que querían ir conmigo y ayudarme en todo lo que se ofreciese. E puesto que yo se lo defendiese, y rogué que no fuesen, porque no había necesidad, todavía me siguieron hasta cien mil hombres muy bien aderezados de guerra, y llegaron conmigo hasta dos leguas de la ciudad y desde allí por mucha importunidad mía, se volvieron, aunque todavía quedaron en mi compañía hasta cinco o seis mil dellos, e dormí en un arroyo que allí estaba a dos leguas, por despedir la gente porque no hiciesen algún escándalo en la ciudad y también porque era ya tarde, y no quise entrar en la ciudad sobre tarde. Otro día de mañana salieron de la ciudad a me recibir al camino con muchas trompetas y atabales, y muchas personas de las que ellos tienen por religiosas en sus mezquitas, vestidas de las vestiduras que usan y cantando a su manera, como lo hacen en las dichas mezquitas. E con esta solemnidad nos llevaron hasta entrar en la ciudad, y nos metieron en un aposento muy bueno, adonde toda la gente de mi compañía se aposentó a su placer. E allí nos trajeron de comer, aunque no cumplidamente. Y en el camino topamos muchas señales de las que los naturales desta provincia nos habían dicho, porque hallamos el camino real cerrado y hecho otro, y algunos hoyos, aunque no muchos; y algunas calles de la ciudad tapiadas, y muchas piedras en todas las azoteas. Y con esto nos hicieron estar más sobre aviso y a mayor recaudo.
Allí fallé ciertos mensajeros de Muteczuma que venían a hablar con los que conmigo estaban; y a mí no me dijeron cosa alguna más que venían a saber de aquéllos lo que conmigo habían hecho y concertado, para lo ir a decir a su señor; e así, se fueron después de los haber hablado a ellos, y aun el uno de los que antes conmigo estaban que era el más principal. En tres días que allí estuve proveyeron muy mal, y cada día peor, y muy pocas veces me venían a ver ni hablar los señores y personas principales de la ciudad. Y estando algo perplejo en esto, a la lengua que yo tengo, que es una india desta tierra, que hobe en Putunchan, que es el río grande que ya en la primera relación a vuestra majestad hice memoria, le dijo otra natural desta ciudad, cómo muy cerquita de allí estaba mucha gente de Muteczuma junta, y que los de la ciudad tenían fuera sus mujeres e hijos y toda su ropa, y que habían de dar sobre nosotros para nos matar a todos; e si ella se quería salvar, que se fuese con ella, que ella la guarecería; lo cual lo dijo a aquel Jerónimo de Aguilar, lengua que yo hobe en Yucatán de que asimismo a vuestra alteza hobe escrito, y me lo hizo saber; e yo tuve uno de los naturales de la dicha ciudad, que por allí andaba y le aparté secretamente, que nadie le vio, y le interrogué, y confirmó con lo que la india y los naturales de Tascaltecal me habían dicho, e así por esto como por las señales que para ello había acordé de prevenir antes de ser prevenido, e hice llamar a algunos de los señores de la ciudad, diciendo que los quería hablar, y metílos en una sala; en tanto fice que la gente de los nuestros estuviese apercebida, y que en soltando una escopeta diesen en mucha cantidad de indios que había junto a el aposento y muchos dentro en él. E así se hizo, que después que tuve los señores dentro en aquella sala, dejélos atando y cabalgué, e hice soltar la escopeta, y dímosles tal mano, que en dos horas murieron más de tres mil hombres. Y porque vuestra majestad vea cuán apercibidos estaban, antes que yo saliese de nuestro aposentamiento tenían todas las calles tomadas y toda la gente a punto, aunque, como los tomamos de sobresalto, fueron buenos de desbaratar, mayormente que les faltaban los caudillos, porque los tenía ya presos; e hice poner fuego a algunas torres y casas fuertes, donde se defendían y nos ofendían. E así anduve por la ciudad peleando, dejando a buen recaudo el aposento, que era muy fuerte, bien cinco horas, hasta que eché toda la gente fuera de la ciudad por muchas partes della, porque me ayudaban bien cinco mil indios de Tascaltecal y otros cuatrocientos de Cempoal. E vuelto al aposento, hablé con aquellos señores que tenía presos, y les pregunté qué era la causa que me querían matar a traición. E me respondieron que ellos no tenían la culpa, porque los de Culúa, que son los vasallos de Muteczuma los habían puesto en ello, y que el dicho Muteczuma tenía allí, en tal parte, que según después pareció, sería legua y meda, cincuenta mil hombres de guarnición para lo hacer. Pero que ya conocían cómo habían sido engañados; que soltase uno o dos dellos, y que harían recoger la gente de la ciudad y tornar a ella todas las mujeres y niños y ropa que tenían fuera; y que me rogaban que aquel yerro les perdonase, que ellos me certificaban que de allí adelante nadie los engañaría y serían muy ciertos y leales vasallos de vuestra alteza y mis amigos. Y después de les haber hablado muchas cosas acerca de su yerro solté dos dellos; y otro día siguiente estaba toda la ciudad poblada y llena de mujeres y niños muy seguros, como si cosa alguna de lo pasado no hobiera acaecido; e luego solté todos los otros señores que tenía presos, con que me prometieron de servir a vuestra majestad muy lealmente. En obra de quince o veinte días que allí estuve quedó la ciudad y tierra tan pacífica y tan poblada, que parecía que nadie faltaba della, y sus mercados y tratos por la ciudad, como antes los solían tener; y fice que los desta ciudad de Churultecal y los de Tascaltecal fuesen amigos, porque lo solían ser antes, y muy poco tiempo había que Muteczuma, con dádivas, los había aducido a su amistad y hecho enemigos de estos otros. Esta ciudad de Churultecal está asentada en un llano, y tiene hasta veinte mil casas dentro del cuerpo de la ciudad, e tiene de arrabales otras tantas. Es señorío por sí, y tiene sus términos conocidos; no obedecen a señor ninguno, excepto que se gobiernan como estos otros de Tascaltecal. La gente desta ciudad es más vestida que los de Tascaltecal en alguna manera, porque los honrados ciudadanos della todos traen albornoces encima de la otra ropa, aunque son diferenciados de los de Africa, porque tienen maneras; pero en la hechura y tela y los rapacejos son muy semejables. Todos éstos han sido y son, después deste trance pasado, muy ciertos vasallos de vuestra majestad y muy obedientes a lo que yo en su real nombre le he requerido y dicho; y creo lo serán de aquí adelante. Esta ciudad es muy fértil de labranzas, porque tiene mucha tierra y se riega la más parte della, y aun es la ciudad más hermosa de fuera que hay en España, porque es muy torreada y llana. E certifico a vuestra alteza que yo conté desde una mezquita cuatrocientas y tantas torres en la dicha ciudad, y todas son de mezquitas. Es la ciudad más a propósito de vivir españoles que yo he visto de los puertos acá, porque tiene algunos baldíos y aguas para criar ganado, lo que no tienen ningunas de cuantas hemos visto; porque es tanta la multitud de la gente que en estas partes mora, que ni un palmo de tierra hay que no esté labrada; y aun con todo, en muchas partes padecen necesidad, por falta de pan; y aun hay mucha gente pobre, y que piden entre los ricos por las calles y por las casas y mercados, como hacen los pobres en España, y en otras partes que hay gente de razón.
A aquellos mensajeros de Muteczuma que conmigo estaban hablé acerca de aquella traición que en aquella ciudad se me quería hacer, y cómo los señores della afirmaban que por consejo de Muteczuma se había hecho, y que no me parecía que era hecho de tan gran señor como él era enviarme sus mensajeros y personas tan honradas como me había enviado a me decir que era mi amigo, y por otra parte buscar maneras de me ofender con mano ajena, para se excusar él de culpa si no le sucediese como él pensaba. Y que pues así era que él no me guardaba su palabra ni me decía verdad, que yo quería mudar mi propósito; que así como iba hasta entonces a su tierra con voluntad de le ver y hablar y tener por amigo y tener con él mucha conversación y paz, que agora quería entrar por su tierra de guerra, haciéndole todo el daño que pudiese, como a enemigo, y qué me pesaba mucho dello, porque más le quisiera siempre por amigo, y tomar siempre su parecer en las cosas que en esta tierra hobiera de hacer. Aquellos suyos me respondieron que ellos había muchos días que estaban conmigo y que no sabían nada de aquel concierto más de lo que allí en aquella ciudad, después que aquello se ofreció, supieron, y que no podía creer que por consejo y mandato de Muteczuma se hiciese, y que me rogaban que antes que me determinase de perder su amistad y hacerle la guerra que decía me informase bien de la verdad, y que diese licencia a uno dellos para ir a le hablar, que él volvería muy presto. Hay desde esta ciudad adonde Muteczuma residía veinte leguas. Yo les dije que me placía, y dejé ir a él uno dellos, y dende a seis días volvió él y otro que primero se había ido. E trajéronme diez platos de oro y mil quinientas piezas de ropa, y mucha provisión de gallinas y panicap, que es cierto brebaje que ellos beben, y me dijeron que a Muteczuma le había pesado mucho de aquel desconcierto que en Churultecal se quería hacer, porque yo no creería ya sino que había sido por su consejo y mandado, y que él me hacía cierto que no era así y que la gente que allí estaba en guarnición era verdad que era suya; pero que ellos se habían movido sin él habérselo mandado, por inducimiento de los de Churultecal, porque eran de dos provincias suyas, que se llamaban la una Acancingo y la otra Izcucan, que confina con la tierra de la dicha ciudad de Churultecal, y que entre ellos tienen ciertas alianzas de vecindad para se ayudar los unos a los otros, y que desta manera habían venido allí, y no por su mandado; pero que adelante yo vería en sus obras si era verdad lo que él me había enviado a decir o no, y que todavía me rogaba que no curase de ir a su tierra, porque era estéril y padeceríamos necesidad, y que de dondequiera que yo estuviese le enviase a pedir lo que yo quisiese, y que lo enviaría muy cumplidamente. Yo le respondí que la ida a su tierra no se podía excusar, porque había de enviar dél y della relación a vuestra majestad, y que yo creía lo que él me enviaba a decir: por tanto, que pues yo no había de dejar de llegar a verle, que él lo hobiese por bien y que no se pusiese en otra cosa, porque sería mucho daño suyo e a mí me pesaría de cualquiera que le viniese. Y desde que ya vido que mi determinada voluntad era de velle a él y a su tierra, me envió a decir que fuese enhorabuena que él me espera; ría en aquella gran ciudad donde estaba y envióme muchos de los suyos para que fuesen conmigo, porque ya entraba por su tierra; los cuales me querían encaminar por cierto camino donde ellos debían de tener algún concierto para nos ofender, según después pareció, porque lo vieron muchos españoles que yo enviaba después por la tierra. E había en aquel camino tantas puentes y pasos malos, que yendo por él, muy a su salvo pudieran ejecutar su propósito. Mas como Dios haya tenido siempre cuidado de encaminar las reales cosas de vuestra sacra majestad desde su niñez, e como yo y los de mi compañía íbamos en su real servicio, nos mostró otro camino, aunque algo agro, no ten peligroso como aquel por donde nos querían llevar, y fue desta manera.
Que a ocho leguas desta ciudad de Churultecal están dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto dellas sino la nieve se parece; y de la una que es la más alta, sale muchas veces, así de día como de noche, tan grande bulto de humo como una gran casa, y sube encima de la sierra hasta las nubes, tan derecho como una vira; que según parece, es tanta la fuerza con que sale, que aunque arriba en la sierra anda siempre muy recio viento, no lo puede torcer; y porque yo siempre he deseado de todas las cosas desta tierra poder hacer a vuestra alteza muy particular relación, quise désta, que me pareció algo maravillosa, saber el secreto, y envié diez de mis compañeros, tales cuales para semejante negocio eran necesarios, y con algunos naturales de la tierra que los guiasen y les encomendé mucho procurasen de subir la dicha sierra y saber el secreto de aquel humo de dónde y cómo salía. Los cuales fueron, y trabajaron lo que fue posible por la subir, y jamás pudieron, a causa de la mucha nieve que en la sierra hay, y de muchos torbellinos quede la ceniza que de allí se andan por la sierra, y también porque no pudieron sufrir la gran frialdad que arriba hacía; pero llegaron muy cerca de lo alto; y tanto que estando arriba comenzó a salir aquel humo, y dicen que salía con tanto ímpetu y ruido, que parecía que toda la sierra se caía abajo, y así, se bajaron, y trujeron mucha nieve y carámbanos para que los viésemos, porque nos parecía cosa muy nueva en estas partes, a causa de estar en parte tan cálida, según hasta agora ha sido opinión de los pilotos. Especialmente, que dicen que esta tierra está en veinte grados, que es en el paralelo de la isla Española, donde continuamente hace muy gran calor. E yendo a ver esta sierra, toparon un camino, y preguntaron a los naturales de la tierra que iban con ellos que para dó iban, y dijeron que a Culúa, y aquel era buen camino, y que el otro por donde nos querían llevar los de Culúa, no era bueno. Y los españoles fueron por él hasta encumbrar las sierras por medio de las cuales, entre la una y la otra, va el camino; y descubrieron los llanos de Culúa, y la gran ciudad de Temixtitán, y las lagunas que hay en la dicho provincia, de que adelante haré relación a vuestra alteza, y vinieron muy alegres por haber descubierto buen camino, y Dios sabe cuánto holgué yo dello. Después de venidos estos españoles que fueron a ver la sierra, y me haber informado bien, así dellos como de los naturales, de aquel camino que hallaron, hablé a aquellos mensajeros de Muteczuma que conmigo estaban para me guiar a su tierra, y les dije que quería ir por aquel camino y no por el que ellos decían, porque era más cerca. Y ellos respondieron que yo decía verdad, que era más cerca y más llano, y que la causa porque por allí no me encaminaban era porque habíamos de pasar una jornada por tierra de Guasucingo, que eran sus enemigos, porque por allí no teníamos las cosas necesarias como por la tierra del dicho Muteczuma, y pues yo quería ir por allí, procurarían cómo por la otra parte saliesen bastimentos al camino. E así nos partimos, con harto temor de que aquéllos quisiesen perseverar en nos hacer alguna burla; pero como ya habíamos publicado ser allá nuestro camino, no me pareció fuera bien dejarlo ni volver atrás, porque no creyesen que falta de ánimo lo impedía. Aquel día que de la ciudad de Churultecal me partí fui cuatro leguas a unas aldeas de la ciudad de Guasucingo, donde de los naturales fui bien recibido, y me dieron algunas esclavas y ropa y ciertas piecezuelas de oro, que de todo fue muy poco, porque éstos no lo tienen a causa de ser de la liga y parcialidad de los de Tascaltecal, y por tenerlos, como el dicho Muteczuma los tiene, cercados con su tierra, en tal manera, que ningunas provincias tienen contratación más que en su tierra, y a esta causa viven muy pobremente. Otro día siguiente subí al puerto por entre las dos sierras que he dicho, y a la bajada dél, ya que la tierra del dicho Muteczuma descubríamos por una provincia della, que se dice Chalco. Dos leguas antes que llegásemos a las poblaciones hallé un muy buen aposento nuevamente hecho, tal y tan grande, que muy cumplidamente todos los de mi compañía y yo nos aposentamos en él, aunque llevaba conmigo más de cuatro mil indios de los naturales destas provincias de Tascaltecal, y Guasucingo, y Churultecal, y Cempoal, y para todos muy cumplidamente de comer, y en todas las posadas muy grandes fuegos y mucha leña, porque hacía muy gran frío, a causa de estar cercado de las dos sierras, y ellas con mucha nieve.