Yo fui, muy poderoso señor, por la tierra y señorío de Cempoal tres jornadas, donde de todos los naturales fui muy bien recibido y hospedado. Y a la cuarta jornada entré en una provincia que se llama Sienchimalen, en que hay en ella una villa muy fuerte y puesta en recio lugar, porque está en una ladera de una sierra muy agra, y para la entrada no hay sino un paso de escalera, que es imposible pasar sino gente de pie, y aun con fama dificultad si los naturales quieren defender el paso; y en lo llano hay muchas aldeas y alquerías de a quinientos y a trescientos y a doscientos vecinos labradores, que serán por todos hasta cinco o seis mil hombres de guerra; y esto es del señorío de aquel Muteczuma. E aquí me recibieron muy bien y me dieron muy cumplidamente los bastimentos necesarios para mi camino. E me dijeron que bien sabían que yo iba a ver a Muteczuma, su señor, y que fuese cierto que él era mi amigo, y les había enviado a mandar que en todo casi me ficiesen muy bien acogimientos, porque en elle le servirían. E yo les satisfice a su buen comedimiento diciendo que vuestra majestad tenía noticia dél y me había mandado que le viese, y que no iba a más de verle; e así pasé un puerto que está al fin desta provincia, que pusimos nombre el puerto del Nombre de Dios, por ser el primero que en estas tierras habíamos pasado. El cual es tan agro y alto, que no lo hay en España otro tan dificultoso de pasar. El cual pasé seguramente y sin contradicción alguna; y a la bajada del dicho puerto están otras alquería de una villa y fortaleza que se dice Ceyconacan, que asimismo era del dicho Muteczuma, que no menos que de los Sienchimalen fuimos bien recibidos, y nos dijeron de la voluntad de Muteczuma lo que los otros nos habían dicho. E yo asimismo los satisfice.
Desde aquí anduve tres jornadas de despoblado y tierra inhabitable a causa de su esterilidad y falta de agua y muy gran frialdad que en ella hay, donde Dios sabe cuánto trabajo la gente padeció de sed y hambre, en especial de un turbión de piedra y agua que nos tomó en el dicho despoblado, de que pensé que pereciera mucha gente de frío. E así murieron ciertos indios de la isla Fernandina, que iban mal arropados. E a cabo destas tres jornadas pasamos otro puerto, aunque no tan agro como el primero, y en lo alto dél estaba una torre pequeña, casi como humilladero, donde tenían ciertos ídolos y al derredor de la torre más de mil carretadas de leña cortada muy compuesta, a cuyo respeto le pusimos nombre el puerto de la Leña; y a la abajada del dicho puerto, entre unas sierras muy agras, está un valle muy poblado de gente, que según pareció, debía ser gente pobre; y después de haber andado dos leguas por la población sin saber della llegué a un asiento algo más llano, donde pareció estar el señor de aquel valle, que tenía las mayores y más bien labradas casas que hasta entonces en esta tierra habíamos visto, porque eran todas de cantería labradas y muy nuevas, e había en ellas muchas y muy grandes y hermosas salas y muchos aposentos muy bien obrados; y este valle y población se llama Caltanmi. Del señor y gente fui muy bien recibido y aposentado. E después de haberle hablado de parte de vuestra majestad y le haber dicho la causa de mi venida en estas partes, le pregunté si él era vasallo de Muteczuma o si era de otra parcialidad alguna. El cual, admirado de lo que le preguntaba me respondió diciendo que quién no era vasallo de Muteczuma, queriendo decir que allí era el señor del mundo. Yo le torné a aquí a replicar y decir el gran poder y señorío de vuestra majestad, y otros muy muchos y muy mayores señores que no Muteczuma eran vasallos de vuestra alteza, y aunque no lo tenían en pequeña merced, y que así lo había de ser Muteczuma y todos los naturales de estas tierras; y que así lo requería a él que lo fuese, porque siéndolo sería muy honrado y favorecido, y, por el contrario, no queriendo obedecer, sería punido. E para que tuviese por bien de le mandar recibir a su real servicio, que le rogaba que me diese algún oro que yo enviase a vuestra majestad. Y él me respondió que oro, que él lo tenía; pero que no me lo quería dar si Muteczuma no lo mandase, y que mandándolo él, que el oro y su persona y cuanto tuviese daría. Por no escandalizarle ni dar algún desmán a mi propósito y camino, disimulé con él lo mejor que pude y le dije que muy presto le enviara a mandar Muteczuma que diese el oro y lo demás que tuviese.
Aquí me vinieron a ver otros dos señores que en aquel valle tenían su tierra: el uno, cuatro leguas el valla abajo, y el otro, dos leguas arriba, y me dieron ciertos collarejos de oro de poco peso y valor, y siete u ocho esclavas. Y dejándolos así muy contentos, me partí, después de haber estado allí cuatro o cinco días, y me pasé al asiento del otro señor, que está las dos leguas que dije el valle arriba que se dice Yztacmastitan. El señorío deste serán tres o cuatro leguas de población, sin salir casa de casa, por lo llano del valle, ribera de un río pequeño que va por él; y en un cerro muy alto está la casa del señor, con la mejor fortaleza que hay en la mitad de España, y mejor cercada de muro y barbacana y cavas; y en lo alto de este cerro terná una población de hasta cinco o seis mil vecinos, de muy buenas casas, y gente algo más rica que no la del valle abajo. E aquí asimismo fui muy bien recibido, y también me dijo este señor que era vasallo del Muteczuma; e estuve en este asiento tres días, así por me reparar de los trabajos que en el despoblado la gente pasó, como por esperar cuatro mensajeros de los naturales de Cempoal que venían conmigo, que yo desde Caltanmi había enviado a una provincia muy grande que se llama Tascalteca, que me dijeron que estaba muy cerca de allí, como de verdad pareció, y me habían dicho que los naturales de esta provincia eran sus amigos dellos y muy capitales enemigos de Muteczuma, y que me querían confederar con ellos, porque eran muchos y muy fuerte gente, y que confinaba su tierra por todas partes con la del dicho Muteczuma, y que tenían con él muy continuas guerras, y que creían se holgarían conmigo y me favorecerían si el dicho Muteczuma se quisiese poner en algo conmigo. Los cuales dichos mensajeros, en todo el tiempo que yo estuve en el dicho valle, que fueron por todos ocho días, no vinieron; y yo pregunté a aquellos mensajeros principales de Cempoal que iban conmigo que cómo no venían los dichos mensajeros. E me dijeron que debía de ser lejos y que no podían venir tan aína. E yo, viendo que se dilataba su venida y que aquellos principales de Cempoal me certificaban tanto la amistad y seguridad de los desta provincia, me partí para allá. E a la salida del dicho valle fallé una gran cerca de piedra seca, tan alta como estado y medio, que atravesaba todo el valle de la una sierra a la otra, y tan ancha como veinte pies, y por toda ella un pretil de pie y medio de ancho, para pelear desde encima, y no más de una entrada tan ancha como diez pasos, y en esta entrada doblada la una cerca sobre la otra a manera de rebellín, tan estrecho como cuarenta pasos. De manera que la entrada fuese a vueltas, y no a derechas. E preguntada la causa de aquella cerca, me dijeron que la tenían porque eran fronteros de aquella provincia de Tascalteca, que eran enemigos de Muteczuma y tenía siempre guerra con ellos. Los naturales deste valle me rogaron que pues iba a ver a Muteczuma, su señor, que no pasase por la tierra destos sus enemigos, porque por ventura serían malos y me facerían algún daño; que ellos me llevarían siempre por tierra del dicho Muteczuma sin salir della, y que en ella sería siempre bien recibido. Y los de Cempoal me decían que no lo hiciese, sino que fuese por allí; que lo que aquéllos me decían era por me apartar de la amistad de aquella provincia, y que no eran malos y traidores todos los de Muteczuma, y que me llevarían a meter donde no pudiese salir. Y porque yo de los de Cempoal tenía más concepto que de los otros, tomé su consejo, que fue de seguir el camino de Tascalteca, llevando mi gente al mejor recaudo que yo podía. E yo, con hasta seis de caballo, iba adelante bien media legua y más, no con pensamiento de lo que después se me ofreció, pero por descubrir la tierra, para que si algo hubiese yo lo supiese y tuviese lugar de concertar y apercibir la gente.
Y después de haber andado cuatro leguas, encumbrando un cerro, dos de caballo que iban delante de mí vieron ciertos indios con sus plumajes que acostumbran traer en las guerras, y con sus espadas y rodelas; los cuales indios, como vieron los de caballo, comenzaron a huir. E a la sazón llegaba yo, e fice que los llamasen y que viniesen y no hobiesen miedo; y fui más hacia donde estaban, que serían fasta quince indios; y ellos se juntaron y comenzaron a tirar cuchilladas y a dar voces a la otra su gente que estaba en un valle, y pelearon con nosotros de tal manera, que nos mataron dos caballos y firieron a otros tres y a dos de caballo. Y en esto salió la otra gente, que serían fasta cuatro o cinco mil indios. E ya se habían llegado conmigo fasta ocho de caballo, sin los muertos, y peleamos con ellos haciendo algunas arremetidas fasta esperar los españoles, que con uno de caballo había enviado a decir que anduviesen; y en las vueltas les hicimos algún daño, en que mataríamos cincuenta o sesenta de ellos, sin que daño alguno recibiésemos, puesto que peleaban con mucho denuedo y ánimo; pero como todos éramos de caballo, arremetíamos a nuestro salvo y salíamos asimismo. E desque sintieron que los nuestros se acercaban, se retiraron porque eran pocos, y nos dejaron el campo. Y después de se haber ido, vinieron ciertos mensajeros, que dijeron ser de los señores de la dicha provincia, y con ellos dos de los mensajeros que yo había enviado, los cuales dijeron que los dichos señores no sabían nada de lo que aquéllos habían hecho; que eran comunidades, y sin su licencia lo habían hecho; y que a ellos les pesaba y que pagarían los caballos que me habían muerto y que querían ser mis amigos, y que fuese enhorabuena que sería de ellos bien recibido. Yo les respondí que se lo agradecía y que los tenía por amigos, y que yo iría como ellos decían. Aquella noche me fue forzado dormir en un arroyo, una legua adelante donde esto acaeció, así por ser tarde como porque la gente venía cansada. Allí estuve al mejor recaudo que pude, con mis velas y escuchas, así de caballo como de pie, hasta que fue el día, que me partí, llevando mi delantera y recuaje bien concertadas, y mis corredores delante. E llegando a un pueblo pequeñuelo, ya que salía el sol, vinieron los otros dos mensajeros llorando, diciendo que los habían atado para los matar, y que ellos sé habían escapado aquella noche. E no dos tiros de piedra dellos asomó mucha cantidad de indios muy armados y con muy gran grita, y comenzaron a pelear con nosotros, tirándonos muchas varas y flechas. E yo les comencé a facer mis requerimientos en forma, con los lenguas que conmigo llevaba por ante escribano. E cuanto mas me paraba a los amonestar y requerir con la paz, tanto más priesa nos daban ofendiéndonos cuanto ellos podían. E viendo que no aprovechaban requerimientos ni protestaciones, comenzamos a nos ofender como podíamos, y así nos llevaron peleando hasta nos meter entre más de cien mil hombres de pelea, que por todas partes nos tenían cercados, y peleamos con los lenguas que conmigo llevaba por ante escribano. E cuanto más me paraba a se retrajeron; en que con media docena de tiros de fuego, y con cinco o seis escopetas y cuarenta ballesteros, y con los trece de caballo que me quedaron, les fice mucho daño, sin recibir dellos ninguno más del trabajo y cansancio del pelear y la hambre. Y bien pareció que Dios fue el que por nosotros peleó, pues entre tanta multitud de gente y tan animosa y diestra en el pelear y con tantos géneros de armas para nos defender, salimos tan libres. Aquella noche me fice fuerte en una torrecilla de sus ídolos que estaba en un cerrito, y luego, siendo de día, dejé en el real doscientos hombres y toda la artillería. E por ser yo el que acometía, salí a ellos con los de caballo y cien peones, y cuatrocientos indios de los que traje de Cempoal, y trescientos de Yztaemestitan. E antes que hobiesen lugar de se juntar les quemé cinco o seis lugares pequeños de hasta cien vecinos e traje cerca de cuatrocientas personas, entre hombres y mujeres, presos, y me recogí al real peleando con ellos, sin que daño ninguno me hiciesen. Otro día en amaneciendo dan sobre nuestro real más de ciento cuarenta y nueve mil hombres, que cubría toda la tierra, tan determinadamente que algunos de ellos entraron dentro en él y anduvieron a cuchilladas con los españoles, y salimos a ellos; y quiso Nuestro Señor en tal manera ayudarnos, que en obra de cuatro horas habíamos fecho lugar para en nuestro real no nos ofendiesen, puesto que todavía hacían algunas arremetidas. Y así estuvimos peleando hasta que fue tarde, que se retrajeron.
Otro día torné a salir por otra parte antes que fuese de día, sin ser sentido dellos, con los de caballo y cien peones y los indios mis amigos, y les quemé más de diez pueblos, en que hobo pueblo dellos de más de tres mil casas, e allí pelearon conmigo los del pueblo, que otra gente no debía de estar allí. E como traíamos la bandera de la Cruz y puñábamos por nuestra fe y por servicio de vuestra sacra majestad, en su muy real ventura nos dio Dios tanta victoria, que les matamos mucha gente, sin que los nuestros recibiesen daño. Y poco más de mediodía, ya que la fuerza de la gente se juntaba de todas partes, estábamos en nuestro real con la victoria habida. Otro día siguiente vinieron mensajeros de los señores, diciendo que ellos querían ser vasallos de vuestra alteza y mis amigos, y que me rogaban les perdonase el yerro pasado. E trajéronme de comer y ciertas cosas de plumajes que ellos usan y tienen en estima. E yo les respondí que ellos lo habían hecho mal, pero que yo era contento de ser su amigo y perdonarles lo que habían hecho. Otro día siguiente vinieron fasta cincuenta indios que según pareció, eran hombres de quien se hacía caso entre ellos, diciendo que nos traían de comer, y comienzan a mirar las entradas y salidas del real y algunas chozuelas donde estábamos aposentados. Y los de cempoal vinieron a mí y dijéronme que mirase que aquéllos eran malos, y que venían a espiar y mirar cómo nos podrían dañar, e que tuviese por cierto que no venían a otra cosa. Yo hice tomar uno dellos disimuladamente, que los otros no lo vieron, y apartéme con él y con las lenguas y amedrentéle para que me dijese la verdad; el cual confesó que Sintengal, que es el capitán general de esta provincia, estaba detrás de unos cerros que estaban frontero del real, con mucha cantidad de gente, para dar aquella noche sobre nosotros, porque decían que ya se habían probado de día con nosotros que no les aprovechaba nada, y que querían probar de noche, porque los suyos no temiesen los caballos, ni los tiros ni las espadas. Y que los habían enviado a ellos para que viesen nuestro real y las partes por dónde nos podrían entrar, y cómo nos podrían quemar aquellas chozas de paja. Y luego fice tomar otro de los dichos indios, y le pregunté asimismo, y confesó lo que el otro por las mismas palabras, y destos tomé cinco o seis, que todos conformaron en sus dichos, y visto esto, le mandé tomar a todos cincuenta y cortarles las manos, y los envié que dijesen a su señor que de noche y de día, y cada cuando él viniese, verían quién éramos. E yo fice fortalecer mi real a lo mejor que pude, y poner la gente en las estancias que me pareció que convenía, y así estuve sobre aviso hasta que se puso el sol. E ya que anochecía, comenzó a bajar la gente de los contrarios por dos valles, y ellos pensaban que venían secretos para nos cercar y ponerse más cerca de nosotros para ejecutar su propósito; y como yo estaba tan avisado, vilos y parecióme que dejarlos llegar al real que sería mucho daño, porque de noche, como no viese lo que de mi parte se les hiciese, llegarían más sin temor, y también porque los españoles, no los viendo, algunos tenían alguna flaqueza en el pelear, y temí que me pusieran fuego. Lo cual, si acaeciera, fuera tanto daño que ninguno de nosotros escapara; y determiné de salirles al encuentro con toda la gente de caballo para los esperar o desbaratar, en manera que ellos no llegasen. E así fue, que como nos sintieron que íbamos con los caballos a dar sobre ellos sin ningún detener ni grita se metieron por los maizales, de que toda la tierra estaba casi llena, y aliviaron algunos de los mantenimientos que traían para estar sobre nosotros, si de aquella vez del todo nos pudiesen arrancar; e así, se fueron por aquella noche, y quedamos seguros. Después de pasado esto, estuve ciertos días que no salí de nuestro real más de al derredor para defender la entrada de algunos indios que nos venían a gritar y a hacer algunas escaramuzas.