Cartas de la conquista de México (11 page)

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Authors: Hernán Cortés

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Ya, muy católico señor, dije al principio désta cómo a la sazón que yo me partí de la villa de Veracruz en demanda deste señor Muteczuma dejé en ella ciento y cincuenta hombres para hacer aquella fortaleza que dejaba comenzaba; y dije asimismo cómo había dejado muchas villas y fortalezas de las comarcas a aquella villa puestas debajo del real dominio de vuestra alteza, y a los naturales della muy seguros, y por ciertos vasallos de vuestra majestad; que estando en la ciudad de Churultecal recibí letras del capitán que yo en mi lugar dejé en dicha villa, por las cuales me fizo saber cómo Qualpopoca, señor de aquella ciudad, que se dice Almería, le había enviado a decir por sus mensajeros que él tenía de ser vasallo de vuestra alteza, y que si fasta entonces no había venido ni venía a dar la obediencia que era obligado y a se ofrecer por tal vasallo de vuestra majestad con todas sus tierras, la causa era que había de pasar por tierra de sus enemigos, y que temiendo ser dellos ofendido, lo dejaba; pero que lo enviase cuatro españoles que viniesen con él, porque aquellos por cuyas tierras había de pasar, sabiendo a lo que venían, no lo enojarían y que él vernía luego; y que el dicho capitán, creyendo ser cierto lo que el dicho Qualpopoca le enviaba a decir, que así lo habían hecho otros muchos, le había enviado los dichos cuatro españoles, y que después que en su casa los tuvo, los mandó matar por cierta manera como que pareciese que él no hacía y que había muerto los dos dellos, y los otros dos se habían escapado por unos montes, heridos; y que él había ido sobre la dicha ciudad de Almería con cincuenta españoles y los dos de caballo, y dos tiros de pólvora, y con hasta ocho o diez mil indios de los amigos nuestros, y que había peleado con los naturales de la dicha ciudad y muerto muchos de los naturales della, y los demás echado fuera y que la habían quemado y destruido; porque los indios que en su compañía llevaban, como eran sus enemigos, habían puesto en ello mucha diligencia. E que el dicho Qualpopoca, señor de la dicha ciudad, con otros señores sus aliados, que en su favor habían venido allí, se habían escapado huyendo y que de algunos prisioneros que tomó en dicha ciudad se habían informado cúyos eran los que allí estaban en defensa della y la causa por qué había muerto a los españoles que él envió. La cual diz que fue que el dicho Muteczuma había mandado al dicho Qualpopoca y a los otros que allí habían venido, como a sus vasallos que eran, que saliendo yo de aquella villa de la Veracruz fuesen sobre aquellos que se le habían alzado y ofrecido al servicio de vuestra alteza, e que tuviesen todas las formas que ser pudiesen para matar los españoles que yo allí dejase, porque no los ayudasen ni favoreciesen, y que a esta causa lo habían hecho.

Pasados, invictísimo príncipe, seis días después que en la gran ciudad de Temixtitán entré, e habiendo visto alguna cosas della, aunque pocas, según las que hay que ver y notar, por aquéllas me pareció, y aun por lo que de la tierra había visto, que convenía al real servicio y a nuestra seguridad que aquel señor estuviese en mi poder y no en toda su libertad, porque no mudase el propósito y voluntad que mostraba en servir a vuestra alteza, mayormente que los españoles somos algo incomportables e importunos, e porque enojándosenos podría hacer mucho daño, y tanto, que no hubiese me moría de nosotros, según su gran poder; e también porque teniéndole conmigo, todas las otras tierras que a él eran súbditas venían más aína al conocimiento y servicio de vuestra majestad, como después sucedió. Determiné de lo prender y poner en el aposento donde yo estaba que era bien fuerte; y porque en su prisión no hubiese algún escándalo ni alboroto, pensando todas las formas y maneras que para lo hacer sin éste debía tener, que acordé de lo que el capitán que en Veracruz había dejado me había escrito cerca de lo que había acaecido en la ciudad de Almería, según que en el capítulo antes dente he dicho, y cómo se había sabido que todo lo allí sucedido había sido por mandato del dicho Muteczuma; y dejando buen recaudo en las encrucijadas de las calles, me fui a las casas del dicho Muteczuma, como otras veces había ido a le ver; y después de le haber hablado en burlas y cosas de placer y de haberme él dado algunas joyas de oro y una hija suya, y otras hijas de señores a algunos de mi compañía, le dije que ya sabía lo de la ciudad de Nautecal o Almería había acaecido y los españoles que en ella habían muerto; y que Qualpopoca daba por disculpa que todo lo que había hecho había sido por su mandado, y que como su vasallo, no había podido hacer otra cosa; y porque yo creía que no era así como el dicho Qualpopoca decía, y que antes era por se excusar de culpa, que me parecía que debía enviar por él y por los otros principales que en la muerte de aquellos españoles se habían hallado, porque la verdad se supiese y que ellos fuesen castigados y vuestra majestad supiese su buena voluntad claramente; y en lugar que las mercedes que vuestra alteza le había de mandar hacer, los dichos de aquellos malos no provocasen a vuestra alteza a ira contra él, por donde le mandase hacer daño, pues la verdad era al contrario de lo que aquellos decían, y yo estaba dél bien satisfecho. Y luego, a la hora mandó llamar ciertas personas de los suyos, a los cuales dio una figura de piedra pequeña, a manera de sello, que él tenia atado en el brazo, y les mandó que fuesen a la dicha ciudad de Almería, que está sesenta o setenta leguas de la de Muxtitan, y que trajesen al dicho Qualpopoca y se informasen en los demás que habían sido en la muerte de aquellos españoles, y que asimismo los trujesen, y si por su voluntad no quisiesen venir, los trujesen presos; e si se pusiesen en resistir la prisión, que requiriesen a ciertas comunidades comarcanas a aquella ciudad, que allí les señaló para que fuesen con mano armada para los prender, por manera que no viniesen sin ellos. Los cuales luego se partieron; y así, idos, le dije al dicho Muteczuma que yo le agradecía la diligencia que ponía en la prisión de aquéllos, porque yo había de dar cuenta a vuestra alteza se aquellos españoles. E que restaba para yo dalla que él estuviese en mi posada hasta tanto que la verdad más se aclarase y se supiese ser sin culpa, y que le rogaba mucho que no recibiese pena dello, porque él no había de estar como preso, sino en toda su libertad, y que en el servicio y mando de su señorío yo no le ponía ningún impedimento, y que escogiese un cuarto de aquel aposento donde yo estaba cual él quisiese, y que allí estaría muy a su placer; y que fuese cierto que ningún enojo ni pena se le había de dar, antes, demás de su servicio, los de mi compañía le servirían en todo lo que él mandase. Acerca denlo pasamos muchas pláticas y razones que serían largas para las escribir, y aun para dar cuenta dellas a vuestra alteza algo prolijas y también no sustanciales para el caso; y, por tanto, no diré más de que finalmente, él dijo que le placía de se ir conmigo, y mandó luego ir a aderezar el aposentamiento donde él quiso estar, el cual fue muy puesto y bien aderezado; y hecho esto, vinieron muchos señores, y quitadas las vestiduras y puestas por bajo de los brazos, y descalzos, traían unas andas no muy bien aderezadas; llorando lo tomaron en ellas con mucho silencio, y así nos fuimos hasta el aposento donde estaba sin haber alboroto en la ciudad, aunque se comenzó a mover. Pero sabido por el dicho Muteczuma, envió a mandar que no lo hubiese; y así, hubo toda quietud, según que antes la había y la hubo todo el tiempo que yo tuve preso al dicho Muteczuma, porque él estaba muy a su placer y con todo su servicio, según en su casa lo tenía que era bien grande y maravilloso, según adelante diré. E yo y los de mi compañía le hacíamos todo el placer que a nosotros era posible.

E habiendo pasado quince o veinte días de su prisión, vinieron aquellas personas que había enviado por Qualpopoca, y los otros que habían muerto los españoles, e trajeron al dicho Qualpopoca y a un hijo suyo, y con ellos quince personas, que decían que eran principales y habían sido en la dicha muerte. E al dicho Qualpopoca traían en unas andas y muy a manera de señor, como de hecho lo era E traídos me los entregaron, y yo les hice poner a buen recaudo con sus prisiones, y después que confesaron haber muerto a los españoles, les hice interrogar si ellos eran vasallos de Muteczuma; y el dicho Qualpopoca respondió que si había otro señor de quien pudiese serlo, casi diciendo que no había otro, y que sí eran. E asimismo les pregunté si lo que allí se había hecho había sido por su mandado, y dijeron que no, aunque después, al tiempo que en ellos se ejecutó la sentencia que fuesen quemados, todos a una voz dijeron que era verdad que el dicho Muteczuma se lo había envidado mandar y que por su mandado lo habían hecho. E así, fueron éstos quemados públicamente en una plaza, sin haber alboroto alguno, y el día que se quemaron, porque confesaron que el dicho Muteczuma les había mandado que matasen a aquellos españoles, le hice echar unos grillos de que él no recibió poco espanto; aunque después de le haber Tablado, aquel día se los quité y él quedó muy contento, y de allí adelante siempre trabajé de le agradar y contentar en todo lo a mí posible; en especial, que siempre publiqué y dije a todos los naturales de la tierra, así señores como a los que a mí venían, que vuestra majestad era servido que el dicho Muteczuma se estuviese en su señorío, reconociendo el que vuestra alteza sobre él tenía y que servirían mucho a vuestra alteza en le obedecer y tener por señor, como antes yo que a la tierra viniese le tenían. E fue tanto el buen tratamiento que yo le hice y el contentamiento que de mí tenía que algunas veces y muchas, le acometí con su libertad, rogándole que fuese a su casa, y me dijo, todas las veces que se lo decía, que él estaba bien allí y que no quería irse, porque allí no le faltaba cosa que lo que él quería, como si en su casa estuviese; e podría ser que yéndose y habiendo lugar que los señores de la tierra, sus vasallos, le importunasen o le induciesen a que hiciese alguna cosa contra su voluntad, que fuese fuera del servicio de vuestra alteza, y que él tenía propuesto de servir a vuestra majestad en todo lo a él posible, y que hasta tanto que los tuviese informados de lo que quería hacer, y que él estaba bien allí; porque aunque alguna cosa le quisiesen decir, que con respondelles que no estaba en su libertad se podría excusar y eximir dellos; y muchas veces me pidió licencia para se ir a holgar y a pasar tiempo a ciertas gasas de placer que él tenía así fuera de la ciudad como dentro, y ninguna vez se la negué. E fue muchas veces a holgar con cinco o seis españoles a una y dos leguas fuera de la ciudad, y volvía siempre muy alegre y contento al aposento donde yo le tenía E siempre que salía hacía muchas mercedes de joyas y ropa, así a los españoles que con él iban como a sus naturales, de los cuales siempre iba tan acompañado, que cuando menos con él iban, pasaban de tres mil hombres, que los más dellos eran señores y personas principales; e siempre les hacía muchos banquetes y fiestas, que los que con él iban tenían bien qué contar.

Después que yo conocí dél muy por entero tener mucho deseo al servicio de vuestra alteza, le rogué que porque más enteramente yo pudiese hacer relación a vuestra majestad de las cosas de esta tierra, que me mostrase las minas de donde se sacaba el oro, el cual, con muy alegre voluntad, según mostró, dijo que le placía. E luego hizo venir ciertos servidores suyos, y de dos en dos repartió para cuatro provincias, donde dijo que se sacaba; e pidióme que le diese españoles que fuesen con ellos, paró que lo viesen sacar; e asimismo yo le di a cada dos de los suyos otros dos españoles. E los unos fueron a una provincia que se dice Cuzula, que es ochenta leguas de la gran ciudad de Temixtitán, e los naturales de aquella provincia son vasallos del dicho Muteczuma; e allí les mostraron tres ríos, y de otros me trajeron muestra de oro, y muy buena aunque sacada con poco aparejo, porque no tenían otros instrumentos más de aquel con que los indios lo sacan, y en el camino pasaron tres provincias, según los españoles dijeron, de muy hermosa tierra y de muchas villas y ciudades, y otras poblaciones en mucha cantidad, y de tales y tan buenos edificios, que dicen que en España no podían ser mejores. En especial me dijeron que habían visto una casa de aposentamiento y fortaleza que es mayor y más fuerte y más bien edificada que el castillo de Burgos; y la gente de una de estas provincias, que se llama Tamazulapa, era más vestida que estotra que habernos visto, y según a ellos les pareció, de mucha razón. Los otros fueron a otra provincia que se dice Malinaltebeque, que es otras setenta leguas de la dicha gran ciudad, que es más hacia la costa de la mar. E asimismo me trajeron muestra de oro de un río grande que por allí pasa. E los otros fueron a una tierra que está en este río arriba, que es de una gente diferente de la lengua de Culúa, a la cual llaman Tenis y el señor de aquella tierra se llama Coatelicamat, y por tener su tierra en unas sierras muy altas y ásperas no es sujeto al dicho Muteczuma, y también porque la gente de aquella provincia es gente muy guerrera y pelean con lanzas de veinte y cinco y treinta palmos; y por no ser éstos vasallos de dicho Muteczuma, los mensajeros que con los españoles iban no osaron entrar en la tierra sin lo hacer saber primero al señor della y pedir para ello licencia, diciéndole que iban con aquellos españoles a ver las minas de oro que tenían en su tierra, y que le rogaban de mi parte y del dicho Muteczuma, su señor, que lo hobiesen por bien. El cual dicho Coatelicamat respondió que los españoles que él era muy contento que entrasen en su tierra y viesen las minas y todo lo demás que ellos quisiesen; pero que los de Culúa, que son los de Muteczuma, no habían de entrar en su tierra, porque eran sus enemigos. Algo estuvieron los españoles perplejos en si irían solos o no, porque los que con ellos iban les dijeron que no fuesen, que los matarían, e que por matar no consentían que los de Culúa entrasen con ellos, y al fin se determinaron a entrar solos, e fueron del dicho señor y de los de su tierra muy bien recibidos, y les mostraron siete u ocho ríos, de donde dijeron que ellos sacaban el oro, y en su presencia lo sacaron los indios, y ellos me trajeron muestra de todo; y con los dichos españoles me envió el dicho Coatelicamat ciertos mensajes suyos, con los cuales me envió a ofrecer su persona y tierra, al servicio de vuestra sacra majestad, y me envió ciertas joyas de oro y ropa de la que ellos tienen. Los otros fueron a otra provincia que se dice Tuchitebeque, que es casi el mismo derecho hacia la mar, doce leguas de la provincia de Malinaltebeque, donde ya he dicho que se halló oro; e allí les mostraron otros ríos, de donde asimismo sacaron muestras de oro.

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