Cartas de la conquista de México (12 page)

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Authors: Hernán Cortés

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E porque allí, según los españoles que allá fueron me informaron, hay mucho aparejo para hacer estancia y para sacar oro, rogué al dicho Muteczuma que en aquella provincia de Malinaltebeque, porque era para ello más aparejada, hiciese hacer una estancia para vuestra majestad; y puso con ello tanta diligencia, que dende en dos meses que yo se lo dije estaban sembradas setenta hanegas de maíz y diez de frijoles, y dos mil pies de cacap, que es una fruta como almendras, que ellos venden molida, y tiénenla en tanto, que se trata por monedas en toda la tierra, y con ella se compran todas las cosas necesarias en los mercados y otras partes. E había hechas cuatro casas muy buenas, en que en la una demás de los aposentamientos, hicieron un estanque de agua, y en él pusieron quinientos patos, que acá tienen en mucho, porque se aprovechan de la pluma dellos y los pelan cada año, y hacen sus ropas con ellas; y pusieron hasta mil y quinientas gallinas, sin otros aderezos de granjerías, que muchas veces juzgadas por españoles que la vieron la aprecian en veinte mil pesos de oro. Asimismo le rogué al dicho Muteczuma que me dijese si en la costa de la mar había algún otro río o ancón en que los navíos que viniesen pudiesen entrar y estar seguros. El cual me respondió que no lo sabía, pero que él me faría pintar toda la costa y ancones y ríos della, y que enviase yo españoles a los ver, y que él me daría quien los guiase y fuese con ellos, y así lo hizo. E otro día me trujeron figurada en un paño toda la costa, y en ella parecía un río que salía a la mar, más abierto, según la figura, que los otros el cual parecía estar entre las sierras que dicen San Martín, y son tanto en un ancón pos donde los pilotos hasta entonces creían que se partía la tierra en una provincia que se dice Mazamalco; y me dijo que viese yo a quién quería enviar, y que él proveería cómo se viese y supiese todo, y luego señalé diez hombres, y entre ellos algunos pilotos y per sopas que sabían de la mar. E con el recaudo que él dio se partieron y fueron por toda la costa, desde el puerto de Chalchilmeca, que dicen de San Juan, donde yo desembarqué, y anduvieron por ella sesenta y tantas leguas, que en ninguna parte hallaron río ni ancón donde pudiesen entrar navíos ningunos, puesto que en la dicha costa había muchos y muy grandes, y todos los sondaron con canoas, y así llegaron a la dicha provincia de Cuacucalco, donde el dicho río está; y el señor de aquella provincia, que se dice Tuchintecla, los recibió muy bien y les dio canoas para mirar el río e hallaron en la entrada dél dos brazas y media largas en lo más bajo del bajar, y subieron por el dicho río arriba doce leguas, y lo más bajo que él hallaron fueron cinco o seis brazas. E según lo que dél vieron, se cree que sube más de treinta leguas de aquella hondura, y en la ribera dél hay muchas y grandes poblaciones, y toda la provincia es muy llana y muy fuerte, y abundosa de todas las cosas de la tierra y de mucho y casi innumerable gente. E los desta provincia no son vasallos y súbditos de Muteczuma, antes sus enemigos. E asimismo el señor della, al tiempo que los españoles llegaron, les envió a decir que los de Culúa no entrasen en su tierra, porque eran sus enemigos. E cuando se volvieron los españoles a mí con esta relación, envió con ellos ciertos mensajeros, con los cuales me envió ciertas joyas de oro, y cueros de tigres, y plumajes y piedras y ropa; y ellos me dijeron de su parte que había muchos días que Tuchintecla, su señor, tenía noticia de mí porque los de Putunchan, que es el río de Grijalva, que son sus amigos, le habían hecho saber cómo yo había pasado por allí y había peleado con ellos porque no me dejaron entrar en su pueblo, y cómo después quedamos amigos y ellos por vasallo; de vuestra majestad. E que él asimismo se ofrecía a su real servicio con toda su tierra me rogaba que le tuviese por amigo, con tal condición que los de Culúa no entrasen en su tierra, e que yo viese las cosas que en ella había de que se quisiese servir vuestra alteza, y que él daría dellas las que yo señalase en cada un año.

Como de los españoles que vinieron desta provincia me informé ser ella aparejada para poblar, y del puerto que en ella había hallado, holgué mucho; porque después que en esta tierra salté, siempre he trabajado de buscar puerto en la costa della, taque estuviese a propósito de poblar, y jamás lo había hallado, ni hay en toda la costa, desde el río San Antón, que es junto al de Grijalva, hasta el de Panuco, que es la costa abajo, adonde ciertos españoles, por mandado de Francisco de Garay, fueron a poblar, de que en adelante a vuestra alteza haré relación. E para más me certifica y de las cosas de aquella provincia y puerto y de la voluntad de los naturales della, y de las otras cosas necesarias a la población, torné a enviar ciertas personas de las de mi compañía, que tenían alguna experiencia para alcanzar lo susodicho. Los cuales fueron con los mensajeros que aquel señor Tuchintecla me había enviado, y con algunas cosa que yo les di para él. E llegados, fueron dél bien recibidos, y tornaron a ver y sondas, el puerto y el río y ver los asientos que había en él para hacer el pueblo. E de todo me trajeron verdadera y larga relación, e dijeron que había todo lo necesario para poblar. E que el señor de la provincia estaba muy contento y con mucho deseo de servil a vuestra alteza. E venidos con esta relación, luego despaché un capitán con ciento y cincuenta hombres, para que fuesen a trazar y formar el pueblo y hacer una fortaleza porque el señor de aquella provincia se me había ofrecido de la facer, y asimismo toda las cosas que fuesen necesarias y le mandasen, y aún hizo seis en el asiento que para el pueblo señalaron; y dijo que era muy contento que fuésemos allí a poblar y estar en su tierra.

En los capítulos pasados, muy poderoso señor, dije cómo al tiempo que yo iba a la gran ciudad de Temixtitán me había salido al camino un gran señor, que venía de parte de Muteczuma; e según lo que después dél supe, él era muy cercano deudo de Muteczuma, y tenía su señorío junto al del dicho Muteczuma, cuyo nombre era Haculuacan. E la cabeza dél es una muy gran ciudad que está junto a esta laguna salada, que hay desde ella, yendo en canoas por la dicha laguna hasta la dicha ciudad de Temixtitán, seis leguas, y por la tierra diez. E llámase esta ciudad Tezcuco, y será de hasta treinta mil vecinos. Tienen, señor, en ella muy maravillosas casas y mezquitas, y oratorios muy grandes y muy bien labrados. Hay muy grandes mercados; y demás desta ciudad tiene otras dos, la una a tres leguas désta de Tezcuco, que se llama Acuruman, y la otra a seis leguas, que se dice Otunpa. Terná cada una destas hasta tres mil o cuatro mil vecinos. Tiene la dicha provincia y señorío de Haculuacan otras aldeas y alquerías en mucha cantidad, y muy buenas tierras y sus labranzas. E confina este señorío por la una parte con la provincia de Tascaltecal, de que ya a vuestra majestad he dicho. Y este señor, que se dice Cacamazin, después de la prisión de Muteczuma se rebeló, así contra el servicio de vuestra alteza, a quien se había ofrecido, como contra dicho Muteczuma. Y puesto que por muchas veces fue requerido que viniese a obedecer los reales mandatos de vuestra majestad, nunca quiso, aunque, demás de lo que yo le enviaba a requerir, el dicho Muteczuma se lo enviaba a mandar; antes respondía que si algo le querían, que fuesen a su tierra, y que allá verían para cuánto era y el servicio que era obligado a hacer. E según yo me informé, tenía gran copia de gente de guerra junta, y todos para ella bien a punto. Y como por amonestaciones ni requerimientos yo no lo pude atraer, hablé a dicho Muteczuma y le pedí su parecer de lo que debíamos facer para que aquél no quedase sin castigo de su rebelión. El cual me respondió que quererle tomar por guerra que se ofrecía mucho peligro porque él era gran señor y tenía muchas fuerzas y gente, y que no se podía tomar tan sin peligro que no muriese mucha gente. Pero que él tenía en su tierra del dicho Cacamazin muchas personas principales que vivían con él y les daba su salario; que él fablaría con ellos para que atrajesen alguna de la gente del dicho Cacamazin a sí, y que traída, y estando seguros que aquéllos favorecerían nuestro partido y se podría prender seguramente. E así fue, que el dicho Muteczuma hizo sus conciertos de tal manera que aquellas personas atrajeron al dicho Cacamazin a que se juntase con ellos en la dicha ciudad de Tezcuco, para dar orden en las cosas que convenían a su estado, como personas principales, y que les dolía que él hiciese cosas por donde perdiese. E así se juntaron en una muy gentil casa del dicho Cacamazin, que está junto a la costa de la laguna. Y es de tal manera edificada, que por debajo de toda ella navegaban las canoas y salen a la dicha laguna; allí secretamente tenían aderezadas ciertas canoas con mucha gente apercibida para si el dicho Cacamazin quisiese resistir la prisión. Y estando en su consulta, lo tomaron todos aquellos principales antes que fuesen sentidos de la gente del dicho Cacamazin, y lo metieron en aquellas canoas, y salieron a la laguna, y pasaron a la gran ciudad, que como ya dije, está seis leguas de allí. E llegados, lo pusieron en unas andas, como su estado requería o lo acostumbraban, y me lo trujeron; al cual yo hice echar unos grillos y poner a mucho recaudo. E tomado el parecer de Muteczuma, puse en nombre de vuestra alteza en aquel señorío a un hijo suyo que se decía Cucuzcacin. Al cual hice que todas las comunidades y señores de la dicha provincia y señorío le obedeciesen por señor hasta tanto que vuestra alteza fuese servido de otra cosa. E así se hizo, que de allí adelante todos lo tuvieron y lo obedecieron por señor, como al dicho Cacamazin; y él fue obediente en todo lo que yo de parte de vuestra majestad le mandaba.

Pasados algunos pocos días después de la prisión deste Cacamazin, el dicho Muteczuma hizo llamamiento y congregación de todos los señores de las ciudades y tierras allí comarcanas; y juntos, me envió a decir que subiese adonde él estaba con ellos, e llegado yo, les habló en esta manera: «Hermanos y amigos míos: ya sabéis que de mucho tiempo acá vosotros y vuestros padres y abuelos habéis sido y sois súbditos y vasallos de mis antecesores y míos, y siempre dellos y de mí habéis sido muy bien tratados y honrados, e vosotros asimismo habéis hecho lo que buenos y leales vasallos son obligados a sus naturales señores, e también creo que de vuestros antecesores ternéis memoria cómo nosotros no somos naturales desta tierra, e que vinieron a ella de otra muy lejos, y los trajo un señor, que en ella los dejó, cuyos vasallos todos eran; el cual volvió dende a mucho tiempo, y halló que nuestros abuelos estaban ya poblados y asentados en esta tierra, y casados con las mujeres desta tierra, y tenían mucha multiplicación de fijos; por manera que no quisieron volverse con él, ni menos lo quisieron recibir por señor de la tierra; y él se volvió, y dejó dicho que tornaría o enviaría con tal poder que los pudiese costreñir y atraer a su servicio. E bien sabéis que siempre lo hemos esperado, y según las cosas que el capitán nos ha dicho de aquel rey y señor que le envió acá, y según la parte de do él dice que viene, tengo por cierto, y así lo debéis vosotros tener, que aqueste es el señor que esperábamos, en especial que nos dice que allí tenía noticias de nosotros. E pues nuestros predecesores no hicieron lo que a su señor eran obligados, hagámoslo nosotros, y demos gracias a nuestros dioses por que en nuestros tiempos vino lo que tanto aquéllos esperaban. Y mucho os ruego, pues a todos es notorio todo esto, que así como hasta aquí a mí me habéis tenido y obedecido por señor vuestro, de aquí adelante tengáis y obedezcáis a este gran rey, pues él es vuestro natural señor, y en su lugar tengáis a este su capitán; y todos los tributos y servicios que fasta aquí a mí me haciades, los haced y dad a él, porque yo asimismo tengo de contribuir y servir con todo lo que me mandare; y demás de facer lo que debéis y sois obligados, a mí me haréis con ello mucho placer.» Lo cual todo les dijo llorando con las mayores lágrimas y suspiros que un hombre podía manifestar, e asimismo todos aquellos señores que le estaban oyendo lloraban tanto, que en gran rato no le pudieron responder. Y certifico a vuestra sacra majestad que no había tal de los españoles que oyese el razonamiento que no hobiese mucha compasión. Y después de algo sosegadas sus lágrimas, respondieron que ellos lo tenían por su señor y habían prometido de hacer todo lo que les mandase; y que por esto y por la razón que para ello les daba que eran muy contentos de lo hacer; e que desde entonces para siempre se daban ellos por vasallos de vuestra alteza, y desde allí todos juntos, y cada uno por sí, prometían y prometieron, de hacer y cumplir todo aquello que con el real nombre de vuestra majestad les fuese mandado, como buenos y leales vasallos lo deben hacer, y de acudir con todos los tributos y servicios que antes a dicho Muteczuma hacían y eran obligados, con todo lo demás que les fuese mandado en nombre de vuestra alteza. Lo cual todo pasó ante un escribano público, y lo asentó por auto en forma, y yo lo pedí así por testimonio en presencia de muchos españoles.

Pasado este auto y ofrecimiento que estos señores hicieron al real servicio de vuestra majestad, hablé un día a dicho Muteczuma, y le dije que vuestra alteza tenía necesidad de oro, por ciertas obras que mandaba hacer, y que le rogaba que enviase algunas personas de los suyos, y que yo enviaría asimismo algunos españoles por las tierras y casas de aquellos señores que allí se habían ofrecido, a les rogar que de lo que ellos tenían sirviesen a vuestra majestad con alguna parte; porque, demás de la necesidad que vuestra ateza tenía parecía que ellos comenzaban a servir, y vuestro alteza tendría más concepto de las voluntades que a su servicio mostraban, y que él asimismo me diese de lo que tenía porque lo quería enviar, como el oro y como las otras cosas que había enviado a vuestra majestad con los pasajeros. E luego mandó que le diese los españoles que quería enviar, y de dos en dos y de cinco en cinco los repartió para muchas provincias y ciudades, de cuyos nombres, por se haber perdido las escrituras, no me acuerdo, porque son muchos y diversos, mas de que algunas dellas estaban a ochenta y a cien leguas de la dicha ciudad de Temixtitán; e con ellos envió de los suyos, y les mandó que fuesen a los señores de aquellas provincias y ciudades y les dijese cómo yo mandaba que cada uno dellos diese cierta medida de oro, que les dio. E así se hizo, que todos aquellos señores a que él envió dieron muy cumplidamente lo que se les pidió, así en joyas como en tejuelos y hojas de oro y plata, y otras cosas de las que ellos tenían, que fundido todo lo que era fundir cupo a vuestra majestad del quinto treinta y dos mil cuatrocientos y tantos pesos de oro, sin todas las joyas de oro y plata, y plumajes y piedras y otras muchas cosas de valor, que para vuestra sacra majestad yo asigné y aparté, que podrían valer cien mil ducados y más suma; las cuales, demás de su valor, eran tales y tan maravillosas, que consideradas por su novedad y extrañeza no tenían precio, ni es de creer que alguno de todos los príncipes del mundo de quien se tiene noticia las pudiese tener tales y de tal calidad. Y no le parezca a vuestra alteza fabuloso lo que digo, pues es verdad que todas las cosas criadas así en la tierra como en la mar, de que el dicho Muteczuma pudiese tener conocimiento, tenía contrahechas muy al natural, así de oro y plata como de pedrería y de plumas, en tanta perfección, que casi ellas mismas parecían; de las cuales todas me dio para vuestra alteza mucha parte, sin otras que yo le di figuradas, y él las mandó hacer de oro, así como imágenes, crucifijos, medallas, joyeles y collares y otras muchas cosas de las nuestras que le hice contrafacer. Cupieron asimismo a vuestra alteza del quinto de la plata que se bobo, cientos y tantos marcos, los cuales hice labrar a los naturales de platos grandes y pequeños y escudillas y tazas y cucharas, y lo labraron han perfecto como se lo podíamos dar a entender. Demás desde me dio el dicho Muteczuma mucha ropa de la suya, que era tal, que consideraba ser toda de algodón y sin seda, en todo el mundo no se podía hacer ni tejer otra tal, ni de tantas ni tan diversas y naturales colores ni labores; en que había ropa de hombres y de mujeres muy maravillosas, y había paramentos para camas que hechos de seda no se podían comparar; e había otros paños, como de tapicería, que podían servir en salas y en iglesias; había colchas y cobertores de camas, así de pluma como de algodón, de diversos colores, asimismo muy maravillosas, y de otras muchas cosas, que por ser tantas y tales, no las sé significar a vuestra majestad. También me dio una docena de cerbatanas, de las que con él tiraba que tampoco no sabré decir a vuestra alteza su perfección, porque eran todas pintadas de muy excelentes pinturas y perfectos matices, en que había figuradas muchas maneras de avecicas y animales y árboles y flores y otras diversas cosas, y tenían los brocales y puntería tan grandes como un geme de oro, y en el medio otro tanto muy labrado. Diome para con ellas un carniel de red de oro para los bodoques, que también me dijo que me había de dar de oro; e diome unas turquesas de oro y otras muchas cosas, cuyo número es casi infinito.

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