Salido desta provincia de Mazatlán, seguí mi camino para la de Taiza, y dormí a cuatro leguas en despoblado, que todo el camino lo era y de grandes montañas y sierras, y aún hubo en él un mal puerto que por ser todas las peñas y piedras dél de alabastro muy fino se puso nombre puerto de Alabastro, y al quinto día los corredores que llevaba delante con la guía asomaron a una muy gran laguna, que parescía brazo de mar, y aun así creo que lo es, aunque es dulce, según su grandeza y hondura y en una isleta que hay en ella vieron un pueblo, el cual les dijo la guía ser el principal de aquella provincia de Taiza, y que no teníamos remedio para pasar a él si no fuese en canoas, y quedaron allí los españoles corredores puestos en salto, y volvió uno dellos a hacerme saber lo que pasaba. Yo hice detener toda la gente, y paseé adelante a pie para ver aquella laguna y la disposición della, y cuando llegué a los corredores hallé que habían prendido un indio de los del pueblo, que había venido en una canoa chiquita con sus armas a descubrir el camino y ver si había alguna gente; y aunque venía descuidado de lo que le acaesció, se les fuera sino por un perro que tenían, que le alcanzó antes que se echase al agua; deste indio me informé, y me dijo que ninguna cosa se sabía de mi venida; preguntéle si había paso para el pueblo, y dijo que no; pero dijo que cerca de allí, pasando un brazo pequeño de aquella laguna, había algunas labranzas y casas pobladas, donde creía, si llegásemos sin ser sentidos, hallaríamos algunas canoas; y luego envié a mandar a la gente que se viniesen tras mí, y yo con diez o doce peones ballesteros seguí a pie por donde el indio nos guió, y pasamos un gran rato de ciénagas y agua hasta la cinta, y otras veces más arriba, y llegué a unas labranzas, y con el mal camino, y aun porque muchas veces no podíamos ir sino descubiertos, no pudimos dejar de ser sentidos y llegamos a tiempo que ya la gente se embarcaba en sus canoas y se hacían al largo de la laguna, y anduve con mucha priesa por la ribera de aquella laguna dos tercios de legua de labranzas, y en todas habíamos sido sentidos y iban ya huyendo. Ya era tarde y seguir más era en vano. Reposé en aquellas labranzas y recogí toda la gente, y aposentéla al mejor recaudo que yo pude, porque me decía la guía de Mazatlán que aquélla era mucha gente y muy ejercitada en la guerra, a quien todas aquellas provincias comarcanas temían, y díjome que él quería ir en aquella canoíta en que había venido, que tornaría al pueblo que se parescía en la isleta, y está bien dos leguas de aquí hasta llegar a él, y que hablaría al señor, que él conoscía muy bien, y se llama Canec, y le diría mi intención y causa de mi venida por aquellas tierras, pues él había venido conmigo y la sabía y la había visto y creía que se aseguraría mucho y le daría crédito a lo que dijese porque era dél muy conoscido y había estado muchas veces en su casa; y luego le di la canoa y el indio que la había traído con él, y le agradecí el ofrecimiento que me hacía y le prometí que si lo hiciese bien que se lo gratificaría muy a su contento; y así, se fue, y a media noche volvió, y con él dos personas honradas del pueblo, que dijeron ser enviadas de su señor a me ver y se informar de lo que aquel mensajero mío les había dicho y saber de mí qué era lo que quería; yo los rescibí muy bien y di algunas cosillas, y les dije que yo venía por aquellas tierras por mandado de vuestra majestad, a verlas y hablar a los señores naturales dellas algunas cosas cumplideras a su real servicio y bien dellos; que dijesen a su señor que le rogaba que pospuesto todo temor, viniese adonde yo estaba y que para más seguridad yo les quería dar un español que fuese allá con ellos y se quedase en rehenes en tanto que él venía, y con esto se fueron, y con ellos la guía y un español, y otro día de mañana vino el señor, y hasta treinta hombres con él, en cinco o seis canoas, y consigo el español que había enviado para las rehenes y mostró venir muy alegre. Fue de mí muy bien recebido, y porque cuando llegó era hora de misa hice que se dijese cantada y con mucha solemnidad, con los ministriles de chirimías y sacabuches que conmigo iban; la cual oyó con mucha atención y las ceremonias della, y acabada la misa vinieron allí aquellos religiosos que llevaba y por ellos le fue hecho un sermón con la lengua, en manera que muy bien lo pudo entender, acerca de las cosas de nuestra fe, y dándole a entender por muchas razones cómo no había más de un solo Dios y el yerro de su seta, y según mostró y dijo satisfízo se mucho y dijo que él quería luego destruir sus ídolos y creer en aquel Dios que nosotros le decíamos, y que quisiera mucho saber la manera que debía de tener para servirle y honrarle, y que si yo quisiese ir a su pueblo vera cómo en mi presencia los quemaba y quería que le dejase en su pueblo aquella cruz que le decían que yo dejaba en todos los pueblos por donde yo había pasado. Después deste sermón no le torné a hablar, haciéndole saber la grandeza de vuestra majestad, y que como él y todos los del mundo éramos sus súbditos y vasallos y le somos obligados a servir, y que a los que así lo hacían vuestra majestad les mandaría hacer muchas mercedes, y yo en su real nombre lo había hecho en estas partes así con todos los que a su real servicio se habían ofrecido y puesto debajo de su real yugo, y que así lo prometía a él; él me respondió que hasta entonces no había reconoscido a nadie por señor ni había sabido que nadie lo debiese ser; que verdad era que había cinco o seis años que los de Tabasco, viniendo por allí por su tierra, le habían dicho cómo había pasado por allí un capitán con cierta gente de nuestra nación, y que los habían vencido tres veces en batalla, y que después les habían dicho que habían de ser vasallos de un gran señor, y todo lo que yo agora le decía: que le dijese si era todo uno. Yo le respondí que el capitán que los de Tabasco le dijeron que había pasado por su tierra, con quien ellos habían peleado, era yo; y para que creyese ser verdad, que se informase de aquella lengua que con él hablaba que es Marina, la que yo siempre conmigo he traído porque allí me la habían dado con otras veinte mujeres; y ella le habló y le certificó dello y cómo yo había ganado a Méjico, y le dijo todas las tierras que yo tengo subjetas y puestas debajo del imperio de vuestra majestad, y mostró holgarse mucho en haberlo sabido, y dijo que él quería ser subjeto y vasallo de vuestra majestad, y que se ternía por dichoso de serlo de un tan gran señor como yo le decía que vuestra alteza lo es, y hizo traer aves y miel y un poco de oro y ciertas cuentas de caracoles coloradas, que ellos tienen en mucho, y diómelo, y yo asimesmo le di algunas cosas de las mías, de que mucho se contentó, y comió conmigo con mucho placer, y después de haber comido yo le dije cómo iba en busca de aquellos españoles que estaban en la costa de la mar, porque eran de mi compañía y yo los había enviado, y había muchos días que no sabía dellos, y por eso los venía a buscar; que le rogaba que él me dijese alguna nueva si sabía dellos; él me dijo que tenía mucha noticia dellos, porque bien cerca de donde ellos estaban tenía él ciertos vasallos suyos, que le servían de labrar ciertos cacaguatales, porque era aquella tierra muy buena dellos, y que déstos y de muchos mercaderes que cada día iban y venían de su tierra allá sabía siempre nuevas dellos, y que él me daría guía para que me llevasen adonde estaban; pero que me hacía saber que el camino era muy áspero, de sierras muy altas y de muchas peñas; que si había de ir por la mar, que no me fuera tan trabajoso. Yo le dije que ya él veía que para tanta gente como yo conmigo traía y para el fardaje y caballos que no bastarían navíos, que me era forzado ir por tierra; le rogué que me diese orden para pasar aquella laguna, y díjome que yendo por ella arriba hasta tres leguas se desechaba y por la costa podía tomar al camino frontero de su pueblo, y que me rogaba mucho que ya que la gente se había de ir por acullá, que yo me fuese con él en las canoas a ver su pueblo y casa, y que vería quemar los ídolos y le haría hacer una cruz; y yo, por darle placer, aunque contra la voluntad de los de mi compañía, me entré con él en las canoas con hasta veinte hombres, los más dellos ballesteros, y me fui a su pueblo con él todo aquel día, holgando, y ya que era casi noche me despedí dél, y me dio guía, y me entré en las canoas, y me salí a dormir a tierra, donde hallé ya mucha de la gente de mi compañía que había bajado la laguna, y dormimos allí aquella noche. En este pueblo, digo en aquellas labranzas, quedó un caballo que se hincó un palo por el pie y no pudo andar; prometióme el señor de lo curar; no sé lo que hará.
Otro día, después de recogida mi gente, me partí por donde las guías me llevaron, y a obra de media legua del aposento di en un poco de llano y cabaña, y después torné a dar en otro montecillo, que duró obra de legua y media, y torné a salir a unos muy hermosos llanos, y en saliendo a ellos envié muy delante ciertos de caballo y algunos peones, porque si alguna gente hobiese por el campo la tomasen, porque nos dijeron los guías que aquella noche llegaríamos a un pueblo, y en estos llanos se hallaron muchos gamos y alanceamos a caballo diez y ocho dellos, y con el sol y con haber muchos días que los caballos no corrían, porque nunca habíamos traído tierra para ello, sino montes, murieron dos caballos y estuvieron muchos en harto peligro. Hecha nuestra montería, seguimos el camino adelante, y a poco rato hallé algunos de los corredores que iban delante parados, y tenían cuatro indios cazadores que habían tomado, y traían muerto un león y ciertas iguanas, que son unos grandes lagartos que hay en las islas; y déstos me informé si sabían de mí en su pueblo, y dijeron que no, y mostráronmele a su vista, que al parescer no podía estar de una legua arriba, dime mucha priesa por llegar allá, creyendo que no habría embarazo alguno en el camino, y cuando pensé que llegaba a entrar en el pueblo y vi a la gente andar por él fui a dar sobre un gran estero de agua muy hondo, y así me detuve y comencélos a llamar, y vinieron dos indios en una canoa y traían hasta una docena de gallinas, y llegaron así cerca de mí, que estaba dentro del agua hasta la cincha del caballo; y detuviéronse, que nunca quisieron llegar afuera; y allí estuve con ellos hablando gran rato asegurándolos, y jamás quisieron llegarse a mí, antes comenzaron a volverse al pueblo en su canoa, y un español que estaba a caballo junto conmigo puso las piernas por el agua y fue a nado tras ellos, y de temor desampararon la canoa, y llegaron de presto otros peones nadadores, y tomáronlos. Ya toda la gente que habíamos visto en el pueblo se habían ido dél, y pregunté a aquellos indios por dónde podíamos pasar, y mostráronme un camino que rodeando una legua arriba se desecaba el estero, y por allí fuimos aquella noche a dormir al pueblo, que hay desde donde partimos aquel día ocho leguas grandes; llámase este pueblo Checan, y el señor dél Amohan; aquí estuve cuatro días por bastecerme para seis días, que me dijeron los guías había de despoblado, y por esperar si viniera el señor del pueblo, que le envié a llamar y asegurar con aquellos indios que había tomado, y nunca él ni ellos vinieron; pasados estos días y recogido el más bastimento que por allí se pudo haber, me partí y llevé la primera jornada de muy buena tierra, llana y alegre, sin monte sino algunos pedazos; y andadas seis leguas, al pie de unas sierras y junto a un río se halló una gran casa, y junto a ella otras dos o tres pequeñas, y alrededor algunas labranzas, y dijéronme las guías que aquella casa era de Amohan, señor de Checan, y que la tenía allí para venta, porque pasaban por allí muchos mercaderes. Allí estuve un día, sin el que llegué, porque era fiesta y por dar lugar a los que iban delante abriendo el camino, y se hizo en aquel río una muy hermosa pesquería, que atajamos en él mucha cantidad de sabogas, y las tomamos todas, sin írsenos una de las que metimos en el atajo; y otro día me partí, y llevé la jornada de harto áspero camino de sierras y montes, y así anduve siete leguas o casi de harto mal camino, salí a unos llanos muy hermosos sin monte, sino algunos pinares. Duráronnos estos llanos otras dos leguas, y en ellos matamos siete venados, y comimos en un arroyo muy fresco que se hacia al cabo destos llanos, y después de haber comido comenzamos a subir un portezuelo, aunque pequeño, harto áspero, que de diestro subían los caballos con trabajo y en la bajada dél hubo hasta media legua de llano, y luego comenzamos a subir otro, que en subida y bajada tuvo bien dos leguas y media, tan áspero y malo que ningún caballo quedó que no se desherrase, y dormí a la bajada dél en un arroyo, y allí estuve otro día casi hasta hora de vísperas, esperando que se herrasen los caballos, y aunque había dos herradores y más de diez que ayudaban a echar clavos, no se pudieron en aquel día herrar todos; y yo me fui aquel día a dormir tres leguas adelante, y quedaron allí muchos españoles, así por herrar sus caballos como por esperar el fardaje, que por haber sido el camino malo y haberle pasado con mucha agua que llovía no habían podido llegar. Otro día me partí de allí porque las guías me dijeron que cerca estaba una casería que se llama Asucapin, que es del señor de Taica, y que llegaríamos allí temprano a dormir; y después de haber andado cuatro o cinco leguas llegamos a la dicha casería y la hallamos sin gente, y allí me aposenté dos días, por esperar todo el fardaje y por recoger algún bastimento, y después me partí, y fui a dormir a otra casería que se llama Taxuitel, que está cinco leguas de estotra, y es de Amohan, señor de Checan, donde había muchos cacaguetales y algún maíz aunque poco y verde; aquí me dijeron las guías y el principal desta casería, que se hubo él y su mujer y un su hijo antes que huyesen, que habíamos de pasar unas muy altas y agrias sierras, todas despobladas, hasta llegar a otras caserías, que son de Canec, señor de Taica, que se llama Tenciz, y no reposamos aquí mucho; que luego otro día nos partimos y habiendo andado seis leguas de tierra llana comenzamos a subir el puerto, que fue la cosa del mundo más maravillosa de ver y pasar; pues querer yo decir la aspereza y fragosidad deste puerto y sierras, ni quien mejor que yo lo supiese lo podría explicar ni quien lo oyese lo podría entender, sino que sepa vuestra majestad que en ocho leguas que tuvo este puerto estuvimos en las andar doce días, digo en llegar los postreros al cabo dél, en que murieron sesenta y ocho caballos despeñados y desjarretados, y todos los demás vinieron heridos y tan lastimados que no pensamos aprovecharnos de ninguno, y ansí murieron de las heridas y del trabajo de aquel puerto sesenta y ocho caballos, y los que escaparon estuvieron más de tres meses en tornar en sí. En todo este tiempo que pasamos este puerto jamás cesó de llover de noche y de día, y eran las sierras de tal calidad que no se detenía en ellas agua para poder beber, y padescíamos mucha necesidad de sed, y los más de los caballos murieron por esta falta, y si no fuera porque de los ranchos y chozas que cada noche hacíamos para nos meter, que dellos cogíamos agua en calderas y otras vasijas, que como llovía tanto había para nosotros y los caballos, fuera imposible escapar ningún hombre ni caballo de aquellas sierras. En este camino cayó un sobrino mío y se quebró una pierna por tres o cuatro partes, que demás del trabajo que él rescibió nos acrescentó el de todos por sacarle de aquellas sierras, que fue harto dificultoso. Para remedio de nuestro trabajo hallamos, una legua antes de llegar a Tenciz, un muy gran río, que con las muchas aguas iba tan crecido y recio que era imposible pasarlo, y los españoles que fueron delante habían subido el río arriba y hallaron un vado, el más maravilloso que hasta hoy se ha oído decir ni se puede pensar, y es que por aquella parte se tiende el río más de dos tercios de legua porque unas peñas muy grandes que se ponen delante le hacen tender, y hay entre estas peñas angosturas por donde pasa el río, la cosa más espantosa, de recia, que puede ser, y déstas hay muchas que por otra parte no se puede pasar el río sino por entre aquellas peñas y allí cortábamos árboles grandes que se atravesaban de una peña a otra, y por allí pasábamos con tanto peligro, asidos por unos bejucos que también se ataban de una parte a otra, que a resbalar un poquito era imposible escaparse quien cayese. Había destos pasos hasta veinte y tantos, de manera que se estuvo en pasar el río dos días por este vado, y los caballos pasaron a nado por abajo, que iba algo más mansa el agua, y estuvieron tres días muchos en llegar a Tenciz, que no había como digo, más de una legua, porque venían tan mal tratados de las sierras que casi los llevaban a cuestas, y no podían ir.