En este pueblo estuve dos días por que la gente descansase, y pregunté a los indios que allí se prendieron si sabían de algún pueblo adonde hobiese bastimento de maíz seco, y dijéronme que sí, que ellos sabían un pueblo que se llamaba Chaantel, que era muy gran pueblo y muy antiguo y que era muy abastecido de todo género de bastimentos; y después de haberme estado aquí dos días partirme, guiándome aquellos indios, para el pueblo que dijeron, y anduve aquel día seis leguas grandes, también de mal camino y de muchos ríos, y llegué a unas muy grandes labranzas, y dijéronme las guías que aquéllas eran del pueblo donde íbamos, y fuimos por ellas bien dos leguas por el monte, por no ser sentidos, y tomáronse de leñadores y otros labradores que andaban por aquellos montes a caza ocho hombres, que venían muy seguros a dar sobre nosotros; y como yo llevaba siempre mis corredores delante, tomáronlos sin se ir ninguno; y ya que se quería poner el sol, dijéronme las guías que me detuviese, porque ya estábamos muy cerca del pueblo; y así lo hice, que estuve en un monte hasta que fue tres horas de la noche y luego comencé a caminar, y fue a dar en un río que le pasamos a los pechos, e iba tan recio que fue harto peligroso pasar, sino que con ir asidos todos unos a los otros pasamos sin que nadie peligrase; y en pasando el río, me dijeron las guías que el pueblo estaba ya junto, y hice parar toda la gente, y fui con dos compañías hasta que llegué a ver las casas del pueblo, y aun oírles hablar, y parescióme que la gente estaba sosegada y que no éramos sentidos, y volvíme a la gente y hícelos que reposasen, y puse seis hombres a vista del pueblo de la una parte y de la otra del camino, y volvíme a reposar donde la gente estaba; e ya que me recostaba sobre unas pajas, vino una de las escuchas que tenía puestas y díjome que por el camino venía mucha gente con armas, y que venían hablando y como gente descuidada de nuestra venida; e apercebí la gente lo más paso que yo pude; y como el trecho de allí al pueblo era poco, vinieron a dar sobre las escuchas, y como las sintieron soltaron una rociada de flechas y hicieron mandado al pueblo; y así, se fueron retirando y peleando hasta que entramos en el pueblo, y como hacía oscuro, luego desaparecieron por entre las calles, y yo no consentí desmandar la gente porque era de noche y también porque creí que habíamos sido sentidos y que tenían alguna celada; y con mi gente junta salí a una gran plaza donde ellos tenían sus mezquitas y oratorios, y como vimos las mezquitas y los aposentos alrededor dellas a la forma y manera de Culúa, púsonos más espanto del que traíamos, porque hasta allí, después que pasamos de Aculan, no las habíamos visto de aquella manera; e hubo muchos votos de los de mi compañía en que decían que luego nos tornásemos a salir del pueblo y pasásemos aquella noche el río antes que los del pueblo nos sintiesen que éramos pocos y nos tomasen aquel paso; y en verdad no era muy mal consejo, porque todo era razón de temer, según lo que habíamos visto del pueblo; y así estuvimos recogidos en aquella gran plaza gran rato, que nunca sentimos rumor de gente, y a mí me paresció que no debíamos salir del pueblo de aquella manera; porque quizá los indios, viendo que nos deteníamos, ternían más temor, y que si nos viesen volver conocerían nuestra flaqueza y nos sería más peligroso; y así plugo a Nuestro Señor que fue, y después de haber estado en aquella plaza muy gran rato, recogíme con la gente a una gran sala de aquellas, y envié algunos que anduviesen por el pueblo, por ver si sentían algo, y nunca sintieron rumor; antes entraron en muchas de las casas dél, porque en todas había lumbre, donde hallaron mucha copia de bastimentos y volvieron muy contentos y alegres, y así estuvieron allí aquella noche al mejor recaudo que fue posible. Luego que fue de día se buscó todo el pueblo, que era muy bien trazado, y las casas muy juntas y muy buenas, y hallóse en todas ellas mucho algodón hilado y por hilar y ropa hecha de la que ellos usan, buena e mucha copia de maíz seco y cacao y frísoles, ají y sal, y muchas gallinas y faisanes en jaulas, y perdices y perros de los que crían para comer, que son asaz buenos, y todo género de bastimentos; tanto, que si tuviéramos los navíos donde lo pudiéramos meter en ellos, me tuviera yo por harto bien bastecido para muchos días; pero para nos aprovechar dellos habíamoslos de llevar veinte leguas a cuestas, y estábamos tales que nosotros sin otra carga tuviéramos bien que hacer en volver al navío si allí no descansáramos algunos días. Aquel día envié un indio natural de aquel pueblo de los que habíamos prendido por aquellas labranzas, que paresció algo principal, según el hábito en que fue tomado, porque se tomó andando a caza con su arco y flechas, y su persona a su manera bien aderezada, y habléle con una lengua que llevaba y díjele que fuese a buscar al señor y gente de aquel pueblo y que les dijese de mi parte que yo no venía a les hacer enojo ninguno, antes a les hablar cosas que a ellos mucho les convenía; y que viniesen el señor o alguna persona honrada del pueblo y que sabrían la causa de mi venida, y que fuesen ciertos que si viniesen se les seguiría mucho provecho, y por el contrario mucho daño; y así, le despaché con una carta mía, porque se aseguraban mucho con ellas en estas partes, aunque fue contra la voluntad de algunos de los de mi compañía, diciendo que no era buen consejo enviarle, porque manifestaría la poca gente que éramos, y que aquel pueblo era recio y de mucha gente, según parescíó por las casas dél; y que podía ser que sabido cuán pocos éramos viniesen sobre nosotros, que juntasen consigo gentes de otros pueblos; e yo bien vi que tenían razón; mas con deseo de hallar alguna manera para nos poder proveer de bastimentos, creyendo que si aquella gente venía de paz me darían manera para llevar algunos, pospuse todo lo que se me pudiese ofrecer, porque en la verdad no era menos peligroso el que esperábamos de hambre si no llevábamos bastimentos que el que se nos podía recrecer de venir los indios sobre nosotros, y por esto todavía despaché el indio, y quedó que volvería otro día, porque sabía dónde podría estar el señor y toda la gente. Otro día después que se partió, que era el plazo a que había de venir, andando dos españoles rodeando el pueblo y descubriendo el campo hallaron la carta que le había dado puesta en el camino en un palo, donde teníamos por cierto que no terníamos respuesta, y así fue: que nunca vino el indio, él ni otra persona, puesto que estuvimos en aquel pueblo diez y ocho días descansando y buscando algún remedio, para llevar de aquellos bastimentos; y pensando en esto me paresció que sería bien seguir el río de aquel pueblo abajo para ver si entraba en el otro grande que entra en aquellos golfos dulces adonde dejé el bergantín y barcas y canoas, y preguntélo a aquellos indios que tenía presos, y dijeron que sí, aunque no los entendíamos bien, ni ellos a nosotros, porque son de lengua diferente de los que hemos visto. Por señas y por algunas palabras que de aquella lengua entendía, les rogué que dos dellos fuesen con diez españoles a mostrarles la salida de aquel río, y ellos dijeron que era muy cerca y que aquel día volverían, y así fue: que plugo a Nuestro Señor que habiendo andado dos leguas por unas huertas muy hermosas de cacaguatales y otras frutas, dieron en el río grande, y dijeron que aquél era el que salía a los golfos donde yo había dejado el bergantín y barcas y canoas, y nombráronle por su nombre, que se llama Apolochic; y preguntéles en cuántos días iría desde allí en canoas hasta llegar a los golfos; dijéronme que en cinco días, y luego despaché dos españoles con una guía de aquéllos para que fuesen fuera de camino, porque la guía se me ofresció de los llevar así hasta el bergantín; y mandéles que el bergantín y barcas y canoas llegasen a la boca de aquel gran río, y que trabajasen con la una canoa y barca de subir el río arriba hasta donde salía el otro río; y despachados éstos hice hacer cuatro balsas de madera y cañas muy grandes; cada una llevaba cuarenta hanegas de maíz y diez hombres, sin otras muchas cosas de frísoles y ají y cacao, que cada uno de los españoles echaba en ellas; y hechas ya las balsas, que pasaron bien ocho días en hacellas, y puesto el bastimento para llevar, llegaron los españoles que había enviado al bergantín, los cuales me dijeron que había seis días que comenzaron a subir el río arriba y que no habían podido llegar la barca arriba, y que la dejaron cinco leguas de allí con diez españoles que la guardasen, y que con la canoa tampoco habían podido llegar porque venían muy cansados de remar, pero que quedaba una legua de allí escondida; y que viniendo el río arriba les habían salido algunos indios y peleado con ellos, aunque habían sido pocos; pero que creían que para la vuelta que se habían de juntar a esperallos. Hice ir luego gente que subiese la canoa a do estaban las balsas, y puesto en ella todo el bastimento que habíamos recogido metí la gente que era menester para guiarnos con unas palancas grandes, para amparar de árboles que había en el río asaz peligrosos, y a la gente que quedó señalé un capitán y mandé que se fuesen por el camino que habíamos traído, y si llegasen primero que yo esperasen ellos donde habíamos desembarcado, e que yo iría allí a tomarlos, y que si yo llegase primero yo los esperaría; e yo metíme en aquella canoa con las balsas con sólo dos ballesteros, que no tenía más. Aunque era el camino peligroso por la gran corriente y ferocidad del río, como porque se tenía por cierto que los indios habían de esperar al paso, quise yo ir allí porque hubiese mejor recaudo; y encomendándome a Dios me dejé el río abajo ir, y llevábamos tal andar que en tres horas llegamos donde había quedado la barca, y aun quisimos echar alguna carga en ella por aliviar las balsas. Era tanta la corriente que jamás pudieron parar, e yo metíme en la barca, y mandé que la canoa, bien equipada de remeros, fuese siempre adelante de las balsas para descubrir si hobiese indios en canoas y para avisar de algunos malos pasos, e yo quedé en la barca atrás de todos, aguardando a que pasasen todas las balsas delante, para que si alguna necesidad se les ofreciese los pudiese socorrer de arriba para abajo, mejor que de abajo para arriba; e ya que quería ponerse el sol la una de las balsas dio en un palo que estaba debajo del agua y trastornóla un poco, y la furia del agua la sacó, aunque perdió la mitad de la carga; e yendo nuestro camino tres horas ya de la noche, oí adelante gran grita de indios, y por no dejar las balsas atrás no me adelanté a ver qué era y dende a un poco cesó y no se oyó más. A otro rato tornéla a oír y parescióme más cerca, y cesó, y tampoco pude saber qué cosa era porque la canoa y las tres balsas iban delante e yo quedaba con la balsa que no andaba tanto; e yendo ya algo descuidados, porque había rato que la grita no sonaba yo me quité la celada que llevaba e me recosté sobre la mano, porque iba con gran calentura. E yendo así tomónos una furia de una vuelta del río, que por fuerza, sin poderlo resistir, dio con la barca y balsa en tierra, y según paresció, allí habían sido dadas las gritas que habíamos oído; porque como los indios sabían el río, como criados en él, e nos traían espiados e sabían que forzado la corriente nos había de echar allí, estaban muchos dellos esperándonos a aquel paso, y como la canoa y balsas que iban delante habían dado donde nosotros después dimos, habíanlos flechado y herido a casi todos, aunque con saber que veníamos atrás no se hobieron con ellos tan reciamente como después con nosotros, y nunca la canoa nos pudo avisar porque no pudo volver con la corriente; y como nosotros dimos en tierra, alzan muy gran alarido y echan tanta cantidad de flechas e piedras, que nos hirieron a todos, y a mí me hirieron en la cabeza, que no llevaba otra cosa desarmada, y quiso Nuestro Señor que allí era una barranca alta y hacía el río gran hondura, y a esta causa no fuimos tomados, porque algunos que se quisieron arrojar a saltar en la balsa y barca con nosotros no les fue bien: que como era noche oscura, cayeron al agua, y creo que escaparon pocos. Fuimos tan presto apartados dellos, con la corriente, que en poco rato casi no los oíamos; y ansí anduvimos casi toda aquella noche, sin hallar más reencuentros sino algunas gritillas que unas veces nos daban de lejos y otras desde las barrancas del río; porque está todo de la una parte y de la otra poblado y de muy hermosas heredades de huertas de cacao y de otras frutas; y cuando amanesció estábamos hasta cinco leguas de la boca del río que sale al golfo, donde nos estaba esperando el bergantín, y llegamos aquel día casi a mediodía; de manera que en un día entero y una noche anduvimos veinte leguas grandes por aquel río abajo; y queriendo descargar las balsas para echar los bastimentos en el bergantín, hallamos que todo lo más dello venía mojado; y viendo que si no se enjugaba se perdería todo y nuestro trabajo sería perdido, y no teníamos donde buscar otro remedio, hice escoger todo lo enjuto y metílo en el bergantín, y lo mojado echarlo en las dos barcas y dos canoas, y enviélo a más andar al pueblo para que lo enjugasen, porque en todo aquel golfo no había dónde, por ser todo anegado; y así se fueron, y mandéles que luego volviesen las barcas y canoas a ayudarme a llevar la gente, porque el bergantín y una canoa que quedaba no podían llevar toda la gente; y partidas las barcas y canoas yo me hice a la vela y me fui adonde había de esperar la gente que venía por tierra, y esperéla tres días, y a cabo déstos llegaron muy buenos, excepto un español que dijeron haber comido en el camino ciertas hierbas y murió casi súpitamente; trujeron un indio que tomaron en aquel pueblo donde yo les dejé, que venía descuidado, y porque era diferente de los de aquella tierra así en lengua como en hábito le pregunté casi por señas, y porque entre los indios presos se halló uno que le entendía, y dijo ser natural de Teculutlán; y como yo oí el nombre del pueblo, parescióme que lo había oído decir otras veces; y desque llegué al pueblo miré ciertas memorias que yo tenía y hallé ser verdad que le había oído nombrar, y paresció por allí no haber de traviesa de donde yo llegué a la otra mar del Sur, adonde yo tengo a Pedro de Albarado, sino setenta y ocho leguas. Porque por aquellas memorias me parescía haber estado españoles de la compañía de Pedro de Albarado en aquel pueblo de Teculutlán, y aun el indio así lo afirmaba holgué mucho de saber aquella traviesa.
Venida toda la gente, porque las barcas no venían allí, gastamos aquel poco de bastimento que había quedado enjuto, e metímonos todos en el bergantín con harto trabajo, que no cabíamos, con pensamiento de atravesar al pueblo donde primero habíamos saltado, porque los maizales habíamos dejado muy granados, y había ya más de veinte y cinco días, y de razón habíamos de hallar mucho dello seco para podernos aprovechar; y así fue, y yendo una mañana en mitad del golfo, vimos las barcas que venían, y fuímonos todos juntos; y en saltando en tierra, fue toda la gente, españoles como indios nuestros amigos, y más de cuarenta indios de los presos, al pueblo, y hallaron muy buenos maizales, y muchos dellos secos, y no hallaron quien se lo defendiese, y cristianos e indios hicieron aquel día cada tres caminos, porque era muy cerca, con que cargué el bergantín y barcas y fuime con ello al pueblo, y dejé allí toda la gente acarreando maíz, y enviéles luego las dos barcas, y otra que había aportado allí de un navío que se había perdido en la costa viniendo a esta Nueva España, y cuatro canoas, y en ellas se vino toda la gente y trajeron mucho maíz; y fue éste tan gran remedio, que dio bien el fruto del trabajo que costó, porque a faltarnos, todos pereciéramos de hambre, sin tener ningún remedio.