—Calzones.
—Dime.
—La foto de la Elena se la quedaron ellos.
—Sí, ya te lo dije.
—Apache lo averiguó.
—Apache lo averigua siempre todo.
—Pero no es de fiar del to, Calzones, no pa otros.
—¿Y eso?
—Va a lo suyo y pa ir a lo suyo pues tie que ser un vivo.
—Entonces por qué confías en él.
—Jamás me falló.
—Siempre puede haber una primera vez, Malamadre.
—Sería la primera y la última, Calzones, y él lo sabe mu bien.
—Ahí llega Almansa, vamos.
Niebla había convencido a Almansa para que llevara un micrófono pegado al cuerpo. Tapada como estaba la cámara y con el sonido deficiente que llegaba desde el artilugio situado en el aire acondicionado, quería asegurarse de seguir la conversación para dar la orden de asalto a poco que la cosa se pusiera fea. «A la voz de adelante, todos dentro», había comunicado a sus hombres.
—Podemos pedir que retiren la sábana como garantía para Almansa.
—Inténtelo si quiere, Armando.
Juan dio permiso. Hablaba con Malamadre, «siempre hay una primera vez», estaba diciendo cuando cogió el teléfono y reconoció mi voz. «Tendréis imágenes, Canas». Me llamó Canas. Pónganse en mi lugar. Parece una nimiedad, pero para mí no lo fue. Siempre me había llamado Armando, pero ahora yo también era Canas para él, como para Malamadre, Tachuela, Pincho o Costra. Canas. Salí bien parado cuando me pusieron el mote. A Utrilla, ya saben, le colocaron el de Comepollas. A Germán le llamaban Putavieja y a Fermín, Miura. Y el 7 de julio, todos los 7 de julio, desde que entró, los internos celebraban los Sanfermines. Fermín estuvo allí el primer año. Nunca más volvió ese día. Malamadre organizaba una especie de encierro, con la gente simulando ser toros y corredores, allá en el patio, e invariablemente había que devolverlos a las celdas por contravenir la normativa. Se volvían bailando jotas, haciendo el toro, tronchados de risa. A mí no, a mí me pusieron Canas. Siempre las tuve. Desde los dieciocho años, ¿saben? Bueno, seguro que no les interesará esto, pero lo cuento porque es significativo. En lugar de coger un apodo grosero, pues me pusieron este. Y es que yo siempre trato bien a los reclusos. Con firmeza, pero bien, sin hacerles putadas, que bastante desgracia tienen con estar aquí. «Ojalá fuese usted el jefe», dicen algunos. Pero no lo era. Utrilla, ya saben, tenía contactos arriba y era el jefe. Ahora no, ahora se ha hecho justicia, que me lo confesó el subsecretario. «El amiguismo trae a veces trágicas consecuencias. En el Ministerio nunca lo supimos, porque no lo hubiéramos consentido», aseguró. Y le dije que sí, pero sabía que mentía. «Bueno, usted sí, usted, señor Rioja, lo sabe muy bien, porque era de los que apoyó a Utrilla, ¿verdad que sí?». Pues eso, en el Ministerio sí lo sabían. Pero bueno, ya no importa. Se hizo justicia.
... Cojones, Tachuela, me daba pistas el tío y no me daba cuenta, pero de na, vamos, que ahora lo pienso y me digo el Calzones más listo que tú el joputa, mucho más listo el tío, y sí, me lo decía, no te rías, joé, que tú tampoco hubieras caío, canalla, ¿o sí caes si te dice el tío siempre hay una primera vez?, pues no caes, es, ¿cómo se dice eso?, una frase torcía, no, eso que tú dices, una frase hecha, sí, pues eso, que no caí, pero, claro, hablábamos del Apache y yo decía que jamás, jamás me falló y él que sí, Malamadre, pero siempre pue ser la primera vez, y yo que dale, que sí, pero que sería la última, como dando a entender que si me la jugaba, pues tarjeta roja y a tomar por culo, que se quedaba sin los huevos pa toa su vida, pero en realidá lo que estaba diciendo el Calzones es que ya el Apache me la quería meter doblá, y la tie grande el joputa, ¿te acuerdas, Tachuela?, ¿te acuerdas cómo nos reíamos en la ducha con el tío?, vaya tranco que tie, de caballo loco de la pradera esa, que en Carabanchel tienen que alucinar ahora, que se lo llevaron allí después de to, pues eso, de negro la tenía el mamón, que le miraba el Releches la picha y decía el mu payaso mejor, Malamadre, tener el sida que te la meta el Apache, total, con el sida muere uno poquito a poquito, pero si te la mete este es como si te entra una lanza por el culo, el joputa, qué armamento tie, ni los cañones de navarones, y tos tronchaos, y las cosas del Trágala, ¿te acuerdas?, eso no vale, Canas, que el Apache tie bañera de jacusi, que el tío empieza a mover la polla y hace burbujitas en los pies, que eso no vale, y nos partíamos, ¿verdá, Tachuela, que nos partíamos?, pues lo estaba diciendo el Calzones, me lo estaba diciendo y yo no caía, coño, que el Apache jugaba más sucio que una hiena en una fosa con diez muertos, pero a ver, era frase de esa hecha, y na, la foto de la Elena existía y tos tranquis...
Apache ahora juega a tres bandas. Malamadre me ofrece la mano y dice que la foto de Elena se la quedaron ellos. «Sí, ya te lo comenté», le respondo. Parece como si se hubiera quitado un peso de encima. Apache se lo ha debido de pensar. «MM tiene pipa mesa 6 comedor», eso fue lo que leí en aquel papel que Apache pasó a los funcionarios. No lo guardé. «Quédatelo de recuerdo», me dijo Armando. Le respondí que no, «prefiero otra clase de recuerdos», y nos reímos. Pero Apache cree que tengo el papel y mientras sea así estoy a salvo. «Jamás me ha fallado», asegura Malamadre. Que te crees tú eso, cabrón. Ya te la ha metido. Hasta donde pone Toledo, como decía mi sargento cuando veía a una chica hermosa. «Se la metería hasta donde pone Toledo». Elena se mofaba de él. «¿Ese, Juan?, anda, que tiene pinta de no tener una espada toledana sino una navajita albaceteña, vamos, que en vez de poner Toledo tiene sitio nada más que para poner la matrícula de Albacete, ab, y en minúsculas», y yo le tiro de la lengua, «venga, Elena, ¿y yo?», «¿tú?», y se queda pensando y hace mohines, y al final dice: «A lo mejor llegas al alba», y se monda. Maldito hijo de puta el Comepollas, la machacó como si fuera un perro, uno, dos, tres golpes y luego la patada que la reventó por dentro. Almansa está ahí. «Vamos para allá, Malamadre». Me coge del brazo.
—Calzones, dijiste algo una vez de que las mejoras que consigamos buenas son, ¿te acuerdas?
—Sí, Malamadre.
—Pues que lo he pensao y ties razón, que la tropa está cansá.
—Eso no importa, porque hay que mirar al futuro, mejor aguantar ahora que hacerlo durante una larga condena.
—Ya, Calzones, pero si esto se alarga pues lo mismo dicen que nosotros no sabemos llevar estas cosas.
—¿Y tú fuiste el que me juró que no volvería a vivir de rodillas?
—Yo fui, y no voy a hacerlo, Calzones, coño, que no me líes, pero lo mismo tengo que vivir un tiempo sentao y no de pie, ¿me entiendes?
—No, Malamadre, yo quiero vivir de pie.
—Calzones, parece como si los papeles se hubiesen cambiao, y no es eso, tío.
—Venga, menos hablar y a ver que nos cuenta este.
Juan cumplió su palabra. Retiraron el trozo de sábana de la rejilla del aire acondicionado y en el monitor pudimos observar lo que ocurría en la galería. Malamadre llevaba del brazo a Juan y le hablaba al oído. Dos pasos más atrás iba Poeta, que se acercó a ellos nada más ver aparecer a Almansa. En seis celdas aparecían dos hombres apostados en las puertas, ninguno de ellos relevante. Los etarras podían encontrarse en cualquiera de ellas.
—Si entramos tenemos una posibilidad entre seis de acertar, y si no acertamos nos lo van a recordar hasta el resto de nuestros días. Mire eso.
Eso era la televisión. Una enorme manifestación discurría por las calles de Hernani. Alguien había bajado el volumen por indicación de Niebla, pero aun así se oían consignas y gritos a favor de los presos.
—Si por uno que ha muerto de infarto forman este cristo, me imagino la que se montaría si matan a los rehenes —comentó el director.
Almansa adelantó la mano y esbozó una media sonrisa. Esta vez solo el Poeta le correspondió. Juan lo miraba fijo, igual que Malamadre. Almansa parecía incómodo, como si no se hubiera quitado de la cabeza esa frase con la que se despidió de nosotros: «No sé si volveré». Peñuela oía a través de un auricular lo que ocurría en el módulo 5. «Ernesto está tenso, debería relajarse», susurra. Me cuido de responderle. Ya lo quisiera ver yo allí. Almansa se me semejaba, ya sé que es manido, pero la he visto mil veces, ¿comprenden?, a Gary Cooper en
Solo ante el peligro.
Y era mucho el que había frente a él. Dos asesinos expertos como Malamadre y Poeta, y uno que acababa de comenzar la carrera, Juan, con las manos aún teñidas de sangre. Y quería ese tipo que su compañero se relajase.
—Bien, ¿qué hay de nuestras peticiones?
—El Gobierno está dispuesto a hacer un esfuerzo, Juan.
—Soy Calzones, Almansa.
—De acuerdo, Calzones.
... ¿Sabes una cosa, Tachuela?, que no se pue uno fiar ni de su padre, bueno, el que tenga padre, que la malnacía de mi madre ni me lo presentó, vete a saber quién es el joputa que le echó el polvo del que salí yo, se lo pregunté un día, mamá, ¿y mi padre?, y decía la tía que no sabía dónde estaba, se fue, dijo, se fue después de echarle el polvete, digo yo, que era rara la vez que repetía la mu guarra, salvo con el director del banco, que ese con el rollo de que iba a limpiar se la beneficiaba con intereses, a plazos, decía el joputa del Releches con toa la guasa, a tu madre se la follaba el tío a plazos, pues toma, y se le acabaron los plazos al cabrón, que murió al contao, pues na, Tachuela, que no se pue uno fiar de nadie, pero de nadie, oye, fíjate en el cabrón del Apache, con lo que fue el Apache de los cojones pa mí, pues doblaíta me la quiso meter, que no, coño, que no me la metió, Tachuela, no seas borde, me la quiso meter pero al final lo pagó, toavía está el tío cagao, y después el Juan, vaya el cabronazo lo que hizo, ¿te acuerdas?, el Almansa venga a decir que sí, sin peros, que a mí no me han dicho tres veces que sí en mi vía si el tío no estaba cogío por los huevos, y tan tranquilo el Almansa, que sí, que la comía mejor, que más horas en el patio, y que lo de la tele algo provisional, en el comedor, y se van a poner talleres y no, una comisión pa estudiar las visitas, que lo del Utrilla no podía ser, y va el Calzones y en mitá de to va y le dice ¿por qué me mentiste, joputa?, y el Almansa, ejem, compréndelo, y él, no hay na que comprender, ella se moría en el hospital y tú me decías que estaba bien, y el Almansa tragaba salivilla, joé con el Calzones, que yo le tentaba el brazo y le decía vale, vale, Calzones, que el Almansa es un mandao, que la culpa es del ministro de los cojones, y él hacía fuerza con el brazo, que yo conozco el muelle, que yo lo he tenío siempre mu tensao, vaya la que armó...
Se le muda la cara. El señor témpano duda. «Compréndelo», me ruega. Que comprenda qué, ¿que Elena se me muriera sin poderla ver?, ¿que no supiera siquiera que estaba herida de gravedad?, ¿que me ponga en la piel de a los que les importa un carajo lo que le ha pasado a ella?, ¿que prefiera que los vascos estén rollizos en sus celdas mientras Elena está en el nicho? «Eres un cabrón como el Utrilla», le escupo. Recobra la dignidad. «Eso no, Juan, no te consiento que digas eso», me reprocha. Malamadre me sujeta el brazo. De buena gana te pegaba una hostia, Almansa. Dice Malamadre que la culpa es del ministro. Es patético lo de este tío. El Malamadre que se comía el mundo se nos ha convertido en un burguesito de la cárcel. Poeta calla y me pide con los ojos que le dé fuerte a Almansa. Le tiene ganas desde el día que recitó aquello de las catacumbas del silencio y vio cómo el negociador a duras penas aguantaba la risa. «Este tío no tiene educación», dijo después apenado. «Carece de sensibilidad, es un tecnócrata», lo consolé. Y se apuntó la palabra. «Le voy a hacer unos versos que ni el Quevedo más cruel». Ahora disfrutaría más que yo si le rompiese la nariz de un puñetazo. Como me enseñó Mario en el gimnasio: «Directo, Juan, directo, poniendo el alma en el puño». Mira a Malamadre mientras enumera las peticiones aceptadas, y este asiente como si en vez de a un policía tuviese frente a él a un notario leyendo una herencia. Ahora va a ser.
Fue decir Juan que Almansa era un cabrón y avisar Niebla a sus hombres. «Preparados». Apreciaba mucho el geo a ese tipo. Después, cuando pasó todo, nos contó que habían trabajado juntos ya en varias ocasiones y que incluso le llevó un tema privado que, por lo que entreví, tuvo algo que ver con una depresión postparto de su mujer. No estaba dispuesto a que a Almansa le pasara lo que a Utrilla. Aun a costa de que los vascos se fuesen a criar malvas, ¿entienden? Se lo avisó al sargento: «Si entramos, primero al centro de la galería, allá está Almansa, después a las celdas que ya sabes. Antes que nada sacad a Almansa». Sí, fue decir que era un cabrón, y ponerse tenso. Todos los que estábamos allí. Hasta Peñuelas, el que decía que su compañero debía relajarse. No sé si ustedes han vivido alguna vez un momento como aquel. Lo dudo. Ustedes son personas de despacho, de análisis, y desde la barrera todo se ve muy bonito, pero en la arena, joder, en la arena hay que estar pendientes de tantas cosas: del toro que no te pille, de los compañeros que hagan bien el trabajo y no resulten heridos, de que te salga buena faena para que los que están tras la barrera disfruten y sigan pagando. Muchas cosas. Me preocupaban las reacciones de Juan. Siento decirlo, pero la muerte de Utrilla no me quitaba el sentimiento de que ese chico era buena persona. Lo de su mujer lo había trastornado hasta tal extremo que parecía como si una de esas almas sádicas que deben vagar por ahí se hubiese apropiado de su cuerpo. Y no era la compañía de gente como Malamadre, Tachuela o Pincho la mejor terapia para curarse.
—¿He oído bien? —pregunta Niebla a Peñuela.
—Sí, eso ha dicho el tipo ese, Juan.
... Pues to iba divinamente, que yo ya me decía, hala, Malamadre, ahora le decimos a la peña que han tragao, que si votamos que sí, la gente dice que sí y ya está, los vascos pa su tierra, los demás a dormir la mona y, bueno, el Juan a pasarlo regular, pero es que había matao al Utrilla y era normal que le dieran un poco por culo, que ya me veía a la gente abrazá, diciendo que vamos a ver a las jais y menos garbanzos con gusano y esas cosas, y pensando en el solito del patio y to el mundo dándome palmás, mu bien, Malamadre, eres un monstruo, joputa, el mejor, y yo como un pavo, pa que veáis, que el Malamadre es el numberuán y esas cosas que dicen los guiris, pero Juan lo tenía to mu calculao, que yo he conocío muchos tíos de esos, Tachuela, que son atravesaos los joputas, y dicen que sí, que mu bien, que to superior, y na, cuando parece hecha la cosa, zas, a joerse que cae granizo, la Patri era también así, decía que sí pero al revés la mu canalla y me lo hacía hasta en el catre la joía, ven pa acá, Vicente, y me sobaba, y venga a sobar, to caliente, pa darme gusto, pero cuando la iba a hincar, decía la tía no te has lavao, y yo, anda, pa qué quieres agua, leche, ni que tuvieras un incendio en el coño, mujer, y ella, no te has lavao y además tengo el mes, el Costra me decía que yo era tonto, que él se la metía a la Loli sí o sí, y yo le decía bestia, eso es violar, cabrón, ya, pero les gusta, eso me decía el Costra, hay que joerse...