La botella permanece vacía en el suelo. Malamadre y yo solos. Fuera, Tachuela y Apache, los lugartenientes. El güisqui nos ha disparado la labia. La historia de Malamadre con la jueza es buena. No se la ha inventado. Este se inventa puñaladas pero sería incapaz de imaginarse siquiera una aventura. A mí me gustaría que la historia con Adela fuese una invención. Estaba de novio con Elena. Nunca se lo confesé. Y bien que me he arrepentido de lo que pasó.
—¿Sabes, Malamadre?, si Elena viviera no te lo contaría, pero ya da igual, que yo tengo miserias como todos, que no soy un santo; bueno, después de lo de Utrilla, soy más bien un hijo de puta aunque mi madre se merezca estar en un altar. Mira, un día Elena tuvo que trabajar hasta tarde y yo, aburrido, me fui al cine. A la salida me encontré con una amiga, Adela. Era muy simpática y estaba fenomenal, con un culo extraordinario, redondo, sin cartucheras en las caderas, precioso. Ella iba a una exposición y me pidió que la acompañara. Total, no tenía nada que hacer y le dije que sí. Era un lugar de esos modernos, con gente vestida a la última, ya sabes. Yo nada más veía manchas en las paredes, pero Adela, que entendía de eso, pues me contaba que aquello significaba tal cosa o tal otra, o que el color no estaba conseguido o que el autor de aquella mamarrachada era un medrador que estaba allí solo por el apellido de su familia, en fin, ya conoces a esa gente. A veces se adelantaba unos pasos para observar de cerca una obra y entonces yo admiraba ese talle estrecho que acababa en un culo glorioso, Malamadre, incluso con la falda aquella que llevaba. Ella se apercibió y, bueno, pues exageraba un poquito el contoneo de las caderas, que me di cuenta. En la última sala no había nadie. Llegamos algo tarde y la gente estaba tomando ya copas en el cóctel, en la otra punta de donde nos encontrábamos. ¿Sabes?, no nos atrevimos a pisar aquel suelo. Por el efecto óptico. Era transparente y los ojos nos decían que de dar un paso nos caeríamos al vacío. Era curioso, parecíamos colegiales, tanteando con la punta de nuestros zapatos si allí había algo sólido, cogidos de la mano, riéndonos. Recuerdo que había una escultura a la derecha.
El ocaso de los tiempos,
se llamaba. Bueno, figúrate un montón de chatarra en vertical y ya está. Pues nada, la mirábamos y nos reíamos sacándole punta a las cosas, y Adela va y pregunta si me parece hermosa. «Pues claro que eres muy hermosa», me sonrojé al afirmarlo. «Vamos a ver la escultura por atrás», y nada, tan fea como por delante. Pero ella va, se levanta la falda, se quita las bragas y las coloca en el bolsillo de mi chaqueta. «Vete abajo», me cuchicheó al oído. Bajé por unas escaleras de caracol. Al mirar para arriba la vi sonriendo. Se abanicaba con la falda. Dio la vuelta y comenzó a caminar muy lentamente por la sala. Yo lo hice también, buscando su vertical. Ella seguía moviendo su falda, deteniéndose delante de un cuadro, de una pequeña escultura en su pedestal, y yo sentía cómo se me iba poniendo dura, cómo aquella visión de su cuerpo, entre las sombras y las luces de los focos que lo iluminaban, me excitaba como nunca. Siguió recorriendo la sala y yo detrás de ella, hasta que se puso en cuclillas para ver una escultura que nacía del suelo como una flor. No pude más. Subí de tres en tres los escalones de la escalera de caracol, la tomé de la mano, atravesamos la exposición corriendo ante la sorpresa de todos y allí, en el garaje, sobre el capó de un coche, en una oscuridad en la que como flashes se me venían a la mente su sexo y su culo a la luz de focos, follamos y follamos. No la volví a ver, Malamadre. Dos días después se marchó a Londres para continuar sus estudios y no volvimos a encontrarnos.
... Estábamos un poco mamaos, pero un poco na más, no te creas, Tachuela, y yo le dije vaya la gachí, qué idea, tío, quitarse las bragas y tú quincando desde abajo, joé, la tía, y bueno, Calzones, que le decimos que sí al Almansa y ya está, y él estaba mamao, pero no bastante el joputa, y me dijo que no, no, Malamadre, llegamos hasta el final, quieras o no quieras, hasta el final, tú decides si estás conmigo o no y se lo dices a la gente ahí fuera y ya está, se había puesto de mala leche, de mu mala leche, y hizo un gesto así con la mano al decir ya está y se le fue el móvil, y se jodió, a trocitos lo cogió del suelo, y yo le dije bueno, vamos a pasar la noche y por la mañana hablamos, pero yo no pensaba en eso, Tachuela, sino que se había quedao sin móvil, ¿sabes?, y él, vale...
El móvil de Niebla sonó. Respondió a la primera, pero no pasó del «diga, diga». Desconcertado, miró la pantalla y balbuceó: «Es un mensaje». Todos nos acercamos. En la pequeña pantalla del teléfono surgieron las palabras: «Soi mm el Juan sin mobi llo si manda menzage». Si Juan no tenía móvil no podría escuchar las conversaciones que se entablaran desde el centro de mando con Malamadre. «Hay que aprovechar esta oportunidad antes de que Juan se dé cuenta. Ponle un mensaje, Almansa, y dile que busque un sitio desde donde pueda hablar en solitario sin que lo oiga Juan. Rápido». Unos minutos después llegaba la contestación: «Bale».
—No me fío de Malamadre, Apache, ponle vigilancia esta noche.
—Lo haré.
—Pero discreta, no quiero camorra entre los grupos.
—Silencioso lo hará bien, no te preocupes.
—¿Hiciste lo que te mandé antes?
—Sí, tal como me ordenaste.
—De acuerdo, ahora solo hay que esperar. Dormiré un par de horas, luego te relevo.
—Descansa, yo estoy acostumbrado a no dormir.
... Mu listo y la polla en vinagre, pero lo del móvil se me ocurrió a mí, a ver, si el Calzones está sin móvil y yo tengo móvil, pues na, que hablo con el Almansa a ver qué se pue hacer, que este joputa del Calzones la quiere joer, le tenía que preguntar que si iba todo a misa, tú me entiendes, Tachuela, que no era cosa de cambiar to por na, que me lo tenía que jurar el Almansa por sus hijos, que to era bueno pa tos, coño, y no la mierda esa de abolir o yo qué sé del Calzones, que de eso na seguro, que pedí la luna quedaba pa los poetas esos de mi profe, cantaba bien la tía las poesías, con la voz mu dulce, mu tierna, que daban ganas de irse al campo y traerle flores perfumás, joé, si hubiese sío otro le hubiera tirao los tejos, vale, corto el rollo, Tachuela, joé, que no me dejas ni recordar las cosas bonitas, pues eso, que le tenía que decir al Almansa que tú júrame por tus muertos lo que dijiste y él me iba a decir que sí, claro, y entonces yo le decía pues ¿cómo solucionamos esto?, y él, pues así y asao, pero to en secreto, que las parés le hablan al cabrón del Apache, que yo no sé cómo lo hacía el joío, ¿verdá, Tachuela?, pero lo sabía to, que el Costra decía que tenía que tener amigos ladrillos, el joputa, pues eso, y le mandé el mensaje, y yo, a ver, que te lo dije, me tengo que despistar, Tachuela, y tú, vale, y por motivo de seguridá, dijeron el Costra y el Pincho, nos vamos al 4, ¡eh!, Pringao, y el Pringao, el del Apache, pues se lo voy a decir al Apache, y delante de la puerta tos, pero yo no estaba dentro, que me escabullí pa el patio, allí, allí, bajo las gradas, me dijiste, aonde se pasan la mierda, y eso, me fui, joé, no se veía na, de vez en cuando un resplandor de los cristales esos de los gatos del tejao, cómo tenían que estar de hartos del tejao los gatos de la pasma, joé...
—Ya.
—¿Estás seguro de que no nos pueden oír?
—Que no, coño, que no oye nadie na.
—Vale. Tú sabes que ese tío se ha vuelto loco, Malamadre.
—Sí, el Calzones se ha vuelto majara.
—Por eso tú nos tienes que ayudar.
—Un momento, Almansa, antes que na una cosa: lo que tú prometiste va a misa, ¿no?
—Claro.
—Vamos, que to lo de la comida, el patio, los talleres, las visitas y las jais, to se cumple, ¿no?
—Sí, Malamadre, te doy mi palabra, ya lo ha aprobado el ministro.
—Del ministro no me fío na, que pa darle de hostias a ese hay que ser la quería, y de ti no mucho, pero si me la juegas, Almansa, ya sabes que tarde o temprano te quedas sin cojones.
—Todo se va a cumplir.
—Oye, que he pensao, Almansa, que lo mismo podemos maniatar al Calzones y entonces entráis, dos bombitas de esas, tos quietos y se acabó.
—¿Sabes dónde están los etarras?
—No, se los llevó el joputa del Apache.
—Entonces no podemos arriesgarnos. Otra cosa sería que pudieras garantizar su seguridad; entonces sí podríamos entrar.
—Ya, pero pa hacer eso primero iba a haber guerra civil aquí, y yo no cambio la vía de uno de los míos por la de un cabrón de esos.
—Nosotros habíamos pensado en otra cosa.
—Venga, desembucha.
—Tienes que matar a Juan.
—Vete a la mierda.
—Si no lo matas tú, él te va a matar a ti, pero ¿no lo entiendes?
—El Calzones no me va a matar y yo no lo voy a matar a él, olvídate, yo no soy un canalla, Almansa.
—Estarías defendiendo a los tuyos, joder, contra un tío que os la jugó. Además, Malamadre, si lo haces y todo sale bien, que saldrá, estamos dispuestos a agradecértelo mucho, vamos, que en un par de meses ibas a estar en la calle con la condicional.
—Que yo no soy un mierda de esos, Almansa, cabrón, que yo no me vendo a la pasma, que sois unos joputas, métete esa libertá mía por el culo.
—No hay otra salida, Malamadre.
—Que no, tío, eso es una cabroná y la ley de la cárcel dice que quien haga eso merece que lo rajen de arriba abajo y le echen sal en las entrañas, ¿sabes?, o encontráis otra forma o rezar pa que la gente esté con Malamadre.
—Piénsatelo...
—Na, no hay na que pensar, te has equivocao de animal, yo no doy puñalás por la espalda, eso vosotros, con vuestra ley de mierda, pero Malamadre, escucha, se muere legal con los suyos, joputa.
—Espera.
—¿Qué?
—Juan no es vuestro colega, no es de los tuyos, es un funcionario de prisiones.
—La misma mierda que el Utrilla, Almansa, ven y díselo tú al Calzones.
—Utrilla dijo la verdad.
—¿Juan es de la pasma?
—Sí, te lo juro.
—¿Sabes, Almansa?, a lo mejor lo es, que yo me lo creo ya to, pero da igual.
—No, no da igual y tú lo sabes, Malamadre.
—Sí, da igual porque el Juan es ya un asesino, ¿vale?, y de la trena no lo libra ni Dios.
—Si puede te matará, Malamadre, que nos lo dijo, está jugando con dos barajas.
—No me vengáis con rollos, que el Calzones no ha dicho na.
—¿Creerías al Canas?
—A ver, dile que se ponga...
—Ponte, Armando. Y tú, Malamadre, piénsatelo, ¿vale?
—Canas, Canas, ¿me oyes, Canas? Joé, se ha cortao.
«No, Almansa, no paso por esta mierda», le repliqué. El director me afeó la conducta. «Colabora, Armando», ordenó. Yo no podía participar en esa farsa y traicionar de aquella manera a Juan ni ayudar a Almansa a que Malamadre nos hiciera el trabajo sucio. Allí los que tenían que actuar eran los geos, hacer un buen trabajo, limpio, con el menor número de víctimas posible, y que después el juez dictase sentencia. Pero hacerle el juego al ministro a costa de un pobre muchacho al que las circunstancias habían destrozado la vida, ni hablar. No sé si están de acuerdo conmigo; bueno, importa poco si lo están o no.
—No paso por esta mierda, Almansa, no cuentes conmigo.
—Debes colaborar, Armando.
—No, director, te equivocas, esto no es colaboración, esto es inducción al asesinato, ¿vale?
—Le recuerdo que todo lo que oiga aquí es materia reservada y que si cuenta algo le puede costar muy caro.
—Váyase al infierno, Niebla, nadie me va a obligar a meterme hasta las cejas en la cloaca.
—Tratamos de salvar vidas, Armando.
—A costa de otras. Y ¿quién decide qué vida merece continuar y cuál hay que eliminar? ¿También habla por teléfono con Dios? Si es así, pregúntele por la mujer de Juan, pregúntele.
... ¿Matar al Calzones?, ni hablar, eso le dije, na más salir de aquel agujero, os lo dije, ¿pues no quiere el Almansa que me cargue al Juan?, joputa, tiene arte la pasma, nos mete aquí por malos y luego, cuando le conviene, hala, a ver si sois buenos y nos hacéis un favor de na de matar a un tío, no te joe, que lo dijo el Costra, sí, Malamadre, pa que luego la sociedá se crea eso de rehabilitar y el coño de su madre, y yo dije que na, pero que había que averiguar aónde leches habían ocultao a los rehenes por si teníamos que poner el pie en la paré al Calzones pa darle el fin a to, y nadie sabía na, el Pincho tampoco, aunque mandó al Cabezón a ver si averiguaba algo entre la gente del Apache, entonces va y viene el tío y dice que na, que le han puesto por ahí y que lo único que se ha enterao es que a uno del 4 le dio un derrame cerebral y se ha muerto, y lo tienen allí al final, y te digo anda, Tachuela, ve, y tú lo conocías, que era el Lerele, buena gente el Lerele, Malamadre, aunque mu fiel al Apache, buena gente, lo tenían tapao con una sábana pero la mano estaba fuera, con su sello to de oro estrangulando el deo, y los deos vellúos, y les he preguntao por qué no lo sacaban pa fuera, y me han dicho que después, que el Apache lo quiere velar, y vale y lo siento, eso dijiste, y yo, pues los muertos al hoyo y nosotros al bollo, que hay que averiguar aónde coño han metió a los vascos, que si se lía somos los guardaespaldas de los tíos, Pincho, que si el Callones la caga y les toca más, ni comía ni patio ni pollas en vinagre, y él, que voy a dar una vuelta, y yo, eso, date una vuelta y que vaya el Releches contigo, anda, Releches, sacarle punta a los pinchos por si acaso y veis si averiguáis algo...
Otras personas les serán más útiles que yo llegados a este punto, ¿saben?, porque incomodaba ya en el centro de mando y el director me invitó a que me echara en el sofá de su despacho. «Mejor voy a la zona de seguridad», comenté, y el director contestó que no, que Niebla no lo autorizaba, que había ordenado que fuera a su despacho y esperase allí. Después me dieron muchos detalles de las cosas que pasaron, pero la verdad es que no las viví, y por eso no parece razonable que suelte lo que me contaron terceros. Sí les puedo decir que aquellas horas fueron, junto a las de la vigilia la noche en que murió mi mujer, las peores que he pasado en mi vida. Recordaba eso que suelen decir los jugadores de fútbol, que cuando uno está en el campo se concentra enjugar y no tiene tiempo para nervios, pero el que está en la grada se come las uñas porque no puede participar, ve los errores que se cometen y no tiene manera alguna de descargar la tensión. Pues así me sentía yo en el despacho del director. Intenté dormir y no pude, me puse a leer pero era en vano, tenía que volver una y otra vez sobre cada frase porque era incapaz de concentrarme. Hasta que encontré una radio, puse jazz, ¿saben?, me gusta el jazz, y eso debió de relajarme porque empecé a dar cabezadas y desperté con el fin del fregado. Pensaba en Juan, en cómo una vida puede cambiar en un segundo por una fatalidad, en cómo estamos expuestos al albur del destino, que yo no creía en él, nunca creí, pero después de aquello pues qué quieren que les diga, que estoy seguro de que nuestra vida está escrita y bien escrita en algún sitio desde el nacimiento a la muerte. Si tienen algo que preguntarme, háganlo. Yo, la verdad, no confío en estas comisiones de investigación, que cuando los políticos crean una comisión es precisamente para marear la perdiz y que no quede claro nada de nada, pero bueno, ustedes me han mandado llamar, y yo he venido y les he contado hasta donde sé. Otros, a buen seguro, podrán arrojar más luz sobre lo sucedido.