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Authors: Guillermo Cabrera Infante

Tags: #Ensayo, Referencia, Otros

Cine o sardina (48 page)

Burt Lancaster fue la víctima en
Los asesinos
y lo vuelve a ser en
Criss Cross
, la obra maestra de Robert Siodmak. Ahora la mujer mala es Ivonne de Carlo en el papel de su viuda,
de su vida
. Cuando se la ve por primera vez baila un ur-mambo nada menos que con ¡Tony Curtis!
Criss Cross
, como
Los asesinos
, es una tragedia que usa la forma del melodrama y el recurso narrativo del
flashback
, que es a la vez una nociva nostalgia y el perfume del recuerdo de una tierra donde todas las mujeres son perfectas —y venenosas. Ésa es la tierra donde el espectador sueña el sueño del cine negro, con terrores mágicos, ataques de enemigos imaginarios y fantasmas que pueblan la noche —y el día.

El sistema narrativo tomado por Robert Siodmak de la tradición expresionista alemana, lo usó el director Edward Dmytryk en una película derivada del cine negro. No, como quiere su director, capaz de haber inventado el género. Invención de la exarcebación del melodrama que podía reclamar mejor John Huston —y no lo hizo. Entre otras cosas porque Huston sabía que no había invención sino la ilustración, casi palabra por palabra, de la novela de Hammett, a la que pertenecían hasta los gestos de los personajes —como esa mano temblorosa que exhibe Bogart para mostrar su carácter. La película de Dmytryk es
Murder my Sweet
, adaptación de la novela de Raymond Chandler
Adiós preciosura
. Chandler tenía un axioma para novicios que era una regla de oro: «Cuando estás hecho un lío haz entrar a una mujer con dos tetas». Desde entonces el cine negro no ha hecho más que ilustrar esta regla de dos.

Después de esa emulsión de Scott (Lizabeth) la pantalla parece pertenecer toda a las morenas más negras. En una reciente resurrección del
film noir
, hay varias trigueñas que pueden ser las morenas de mi copia. Nicole Kidman, pelirroja que puede dar negra como Mary Astor, aparece en
Malice
tan irracionalmente malvada como en
To Die For
. Pero en
Malice
ella no es mala, es peor: es una calculadora atroz y una asesina por codicia. Desde Barbara Stanwyck en
Double Indemnity
no hay una mala más mala. Una morena de veras, en
Delusion
, Jennifer Rubin, se convierte en la malvada mantis del desierto. Viaja de consorte de un asesino a sueldo, a quienes encuentra el protagonista en una carretera, casi una tautología, del valle de la Muerte. Rubin, tan negra de cabeza como de intenciones, es una de las presencias físicamente más poderosas del género y de una rara efectividad para insinuar el mal que acecha tras la belleza y el sexo.

After Dark, My Sweet
está basada, como
The Grifters
, en una novela negra entre las negras de Jim Thompson, el Raymond Chandler del género. Ahora la viuda negra no se ha casado todavía pero ya ha enviudado varias veces. Es la adulta, adusta Rachel Ward, que enreda en su telaraña letal a Jason Patric, un actor que se ha especializado en ser el perdedor que nunca gana, como antes Lancaster.

En
The Grifters
Anjelica Huston, como Stanwyck, aunque la pinten de rubia, negra es, negra se queda. Aquí es tan mentirosa como su pelo y a la vez mala madre. Para completar su currículo malvado es incestuosa y parricida y mata por dinero. La frase final de Thompson: «Ella se rió y dio al cadáver en el suelo una última mirada burlona». Ese cadáver es su hijo al que acaba de seducir.

John Dahl es el Robert Siodmak de nuestro tiempo. Como Siodmak el joven Dahl prolifera, como una flor del mal menor, en las películas B. Sólo que ahora no hay películas B en los cines: todas están hechas para la televisión. Pero Dahl, la fuerza del talento, ha conseguido tan buenas críticas para sus películas que ha forzado a los productores que saben lo que quieren (después que otros lo quieren) a darlas al cine. Dahl, por cierto, es un creyente en la maldad de los pelos negros. John Dahl (no confundir con el actor John Dall, favorito de Hitchcock en
La soga
y de Joseph Lewis en
Gun Crazy
) tiene tres películas que son otras tantas
noires
. Como Tarantino en sus dos películas y media (que escribió
True Romance
para Tony Scott pero descartó
Natural Born Killers
del siempre oportunista Oliver Stone) es de la generación del vídeo. Al revés de Tarantino y siguiendo a su maestro Hitchcock, Dahl prepara cada película, cada secuencia, cada
shot
, que es toma y daca, con el más meticuloso cuidado. Sus
story-boards
(el fotograma dibujado antes de ser película) tienen fama de casi ser el producto final. En su primer film,
noir
entre los
noirs
,
Kill Me Again
, su heroína es Joanne Whalley-Kilmer (entonces mujer de Val Kilmer, al que trata de matar varias veces), es tan negra de pelo como de intenciones y tiene el aspecto de una Frida Kahlo atractiva. En su segunda película,
Red Rock West
, Lara Flynn Boyle, la inocente protagonista de
Twin Peaks
, es negra, negra y mala, mala.
La última seducción
tiene al frente a Linda Fiorentino, que es la mantis negra sin otra religión que el dinero. Dahl es un poeta del humor negro. Una escena lo muestra maestro: su heroína, en un bar nada menos, antes de meter mano a su presunto
patsy
mete su mano por la bragueta, tantea y luego saca la mano y la huele como una catadora al tacto.

Ésta es,
la plus que noire
, Linda Fiorentino. Curiosamente Mary Astor en
El halcón
se llamaba de veras Brigid. En
La última seducción
, que es la mejor aparición de Fiorentino, ella se llama Bridget. Si la Brígida de Astor podía rimar con frígida, Fiorentino vive en la zona tórrida. Pero como hubiera querido su remoto antepasado, el Florentino, es una maquiavélica maquillada pero su sexo nunca es un simulacro.

Linda no quiere decir linda en inglés. En el alemán medieval quería decir siempre sierpe. Lo que le viene bien a Linda, ya que ella es a la vez Eva y la serpiente en todas sus películas: la manzana queda entre sus piernas. No por gusto Fiorentino rima con Tarantino. Su verdadero nombre es Clorinda pero su nombre propio de alguna manera parece impropio. A veces unos cronistas la llaman Lilith, que es el nombre hebreo para la serpiente. Se dice que Lilith fue la primera mujer de Adán antes de que apareciera Eva. Lilith fue una mujer de la noche que se creía un espíritu del mal. En
La última seducción
Linda Fiorentino, una maestra del acto del sexo sucio, liquida a dos Adanes sin sentir la menor culpa. Su árbol del bien y del mal en vez de frutos produce dólares. Como versó José Jacinto Milanés hace cien años: «Ver hojas verdes sólo te incita». Ésta es la vera efigie de Linda Fiorentino en su última seducción del espectador. Para ella cada coito es una bifulca y a veces una trifulca. Su sexo deja de ser latente sólo para hacerse patente. Resulta irónico que esta reina de la noche negra hizo una prueba para
Instinto básico
que consistía en tenderse en una cama, negra sobre blanca, sin ropa. No consiguió el papel como se sabe. Pero no se sabe que fue porque desnuda en vez de tetas tenía teticas. Ganaron las ubres completas. Y casi perdimos nosotros a la mujer más fascinante del cine —que es otro nombre para el paraíso.

El brillante Brian (De Palma)

Cuando se preguntan los nombres de los cinco directores jóvenes más importantes del Hollywood actual invariablemente se oye la respuesta como una lista: George Lucas, Steven Spielberg (hace dos años Spielberg habría venido primero), Martin Scorsese, Francis Ford Coppola y Brian de Palma. (Personalmente, yo eliminaría a Coppola, porque no sólo es mayorcito ahora sino que ya estaba haciendo películas, como
You're a Big Boy Now
, en 1967.) Steven Spielberg es sin duda el que más imaginación visual tiene del grupo, romo prueban
Tiburón
y
Encuentros en la tercera fase
, la última la más imaginativa cinta de ciencia ficción desde
Odisea del espacio
y una que no debe nada a la excelente serie de televisión
Star Trek
. Martin Scorsese muestra siempre una capacidad para enmascarar su pretendido realismo con toques imaginarios, como el prólogo que contagia a
Alicia ya no vive aquí
o exaltando la realidad al estado de pesadilla, como en
Taxi Driver
, en que las calles de Nueva York son versiones visuales del infierno. Pero es Brian de Palma el que ha hecho de la imaginación su
terra firma
: no ha saltado, como Lucas, del neorrealismo nostálgico de
American Graffiti
a la falsa fábula de
La guerra de las galaxias
, sino que desde su primera película importante,
El fantasma del Paraíso
(1974), ha mantenido una constante de tema y tratamiento de absoluta coherencia. De Palma, que fue el descubridor de dos estrellas aclamadas hoy, Robert De Niro y Jill Clayburgh, comenzó haciendo comedias y
thrillers
, como
Sisters
, que gira alrededor del doble cuerpo de unas hermanas siamesas y si ha descontinuado la veta cómica desde
El fantasma
, sus
thrillers
se hacen cada vez más misteriosos, más imaginativos, decididamente fantásticos.

El fantasma del Paraíso
es del género grotesco, donde la parodia no del original maestro con Lon Chaney, mudo, con colores ocasionales y una de las películas más hermosas del cine silente, sino de las sucesivas copias, con Claude Rains (1943), con Herbert Lom, inglesa (1962), con Jason Robards y Herbert Lom otra vez (1971), empresa difícil pues parece imposible parodiar lo que es ya parodia.
El fantasma
se anuncia dondequiera como una película de horror
rock
y a pesar de su poco éxito inicial se ha convertido con justicia en un film de culto. Pocas películas han reunido tan bien el
rock
, el horror y un tema que era
pop
antes del
pop
, la novela en que Gaston Leroux acertó con un mito universal. Venido sin duda de un mito menor,
El jorobado de Nuestra Señora
, Leroux, mejor inventor que Víctor Hugo, encarnó ese espectro de una casa encantada, en una versión del mal —que a su vez tiene origen en la bondad, el bien destruido por otras formas de la maldad enmascaradas. De Palma concibió a su malvado fantasma como un pobre compositor, Winslow Leach, robado de sus creaciones por el empresario Swan y enamorado sin esperanza de Phoenix, que como su nombre indica es una reencarnación eterna. La película sustituye la ópera por el
rock
y el Teatro de la Ópera por el Paraíso
pop
y la parodia, que alcanza extremos de comicidad, es a la vez un homenaje a ese personaje conmovedor, el pobre desfigurado fantasma —y que el compositor robado, escarnecido y convertido en monstruo sea a su vez interpretado por el autor de la música del film remite a un juego infinito de espejos entre la fantasía y la verdad del cine.

La próxima película de De Palma fue asombrosa porque no sólo declaró su admiración por un director de cine de veras admirable, Alfred Hitchcock, sino que el homenaje estaba hecho de la materia misma con que están hechos los films de Hitchcock, con que están hechos los sueños.
Obsesión
es no sólo la historia de una obsesión sino la crónica de un amor doble. Cliff Robertson (admirable aún para los que no aceptan a este actor) se casa con una mujer bella y frágil y destinada a un fin trágico: la bella, frágil Genevieve Bujold. Hay un secuestro inesperado en la mansión del millonario Robertson y por incapacidad de la policía su mujer y su hija secuestradas sufren una muerte violenta. Tiempo después, visitando en Florencia un lugar que era común a ambos, Robertson se encuentra con la exacta réplica italiana de su mujer muerta —de quien se enamora tan perdidamente como del amor nuevamente encontrado. Hasta aquí existe un parecido buscado con
Vértigo
pero, más atrás, hay una semejanza extraña con
Más allá del olvido
(1958), la excelente película de Hugo del Carril. ¿Es que el original francés de Hitchcock,
De entre los muertos
, de Boileau-Narcejac, como la novela argentina deben todo a
El gran juego
, la cinta de Feyder hecha en 1934?Poco importa para De Palma quien, pese al homenaje a Hitchcock (hasta se apropió del músico maestro del mejor Hitchcock, Bernard Herrmann), prosigue la trama con dobles y triples torceduras, hasta revelar que, al revés de
Vértigo
, el verdadero tema de su film es esa forma de amor imposible: el amor carnal entre carnales. Pero como el que hace incesto hace un ciento, la película termina con el padre y la mujer perdida y la hija encontrada amándose eternamente —o mientras dure la música y la imagen, románticas, arrebatadas.

Carrie
es el encuentro de De Palma con otra forma de energía mental, más poderosa que el amor y más letal que el odio: la telekinesis. Para los no iniciados en la física metafísica de las ciencias ocultas hay que informar que la telekinesis es la capacidad física que tiene la mente de mover objetos sin intervención del cuerpo, desafiando la lógica y burlando la gravedad y las leyes de la dinámica. Carrie, una inocente colegiala, es ignorante: no sólo ignora todo lo de su cuerpo (fenómenos naturales como la menstruación) sino todo lo de su mente (fenómenos sobrenaturales como la telekinesis) y padece por esa doble ignorancia, debida mayormente a su madre (la todavía bella y ahora actriz extraordinaria Piper Laurie) y a su fanatismo religioso. Carrie, la muchacha, sufre la crueldad fanática de su madre y la crueldad impensada de sus amigas, hasta que Carrie, su mente, se venga de manera inconsciente de unas y consciente de la otra, en un paroxismo de cuchillos que vuelan solos para crucificar a su madre en una parodia sádica del martirio de una santa diabólica. El film termina, después de un breve respiro, en una de las pesadillas más efectivas del cine —con la bella amiga de Carrie casi arrastrada a la tumba. Esa amiga, esa actriz se llama Amy Irving.

Amy Irving es la protagonista de la mejor película de De Palma,
The Fury
. Entre nombres tan conocidos como Kirk Douglas y John Cassavettes, se destaca no sólo su sana belleza sino el vuelco dramático que da a sus suaves facciones americanas para convertirle en una verdadera furia, encarnación contemporánea de las antiguas erinias. El tema es de nuevo el poder de la mente, como en
Carrie
, pero esta vez no sólo es la telekinesis sino la capacidad de destrucción del poder mental, ahora tan letal como un explosivo lento —o violento, según avanza el film. La película comienza plácida en el Mediterráneo,
mare nostrum
que se convierte enseguida en
terra incognita
por la violencia súbita. La siguiente parada es Chicago pero no es la Mafia, cara a Coppola, la que amenaza en las calles oscuras, sino una misteriosa agencia gubernamental, ante la que la CIA es una tía. Visualmente el Chicago de De Palma no es la Nueva York de Scorsese y aún las persecuciones que terminan en la muerte están vistas con una belleza bucólica, si se puede aplicar este adjetivo a la ciudad: es increíble que tanta urbanidad esconda tal maldad: calles neblinosas, elevados borrosos, autos fugaces son el camuflaje del mal. Otras escenas, en que se muestra el poder mortal de la mente, pasan en ricas mansiones soleadas —y el final, ante cuya violencia el fin de
Carrie
es juego de adolescentes, ocurre no de noche como el climax sino de día y es, literalmente, una explosión visceral. La factura de este film hermoso visualmente (el mejor que ha hecho De Palma hasta ahora) no sólo es impecable sino obra de un virtuoso artístico, de un técnico maestro, de una brillantez rara aún en un cine técnicamente tan perfecto como el cine americano actual. Sin duda, para repetir el título y unir el fin con el principio, felizmente, es brillante Brian de Palma.

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