Castle lo miró de reojo mientras la cogía de la mano.
—Estamos todos bien. Seamus y yo. Y también los Hat, que se han trasladado al hotel con su hija. Y tú, Vi… —carraspeó—. Violet, ¿cómo estás?
—Bien. Siento que no pudiéramos atrapar a los incendiarios, Aidan. Tu plantación ha debido de sufrir tremendos daños.
—Hemos perdido una cuarta parte de esta cosecha y ahora mismo la casa es inhabitable —soltó una risilla incómoda—. Por supuesto, ya no tengo un techo para ofrecerte mi hospitalidad.
—Eso es una tontería dadas las circunstancias —masculló ella.
Jin se sacó una moneda del bolsillo y la dejó en la mesa.
—Tengo trabajo que hacer. Debo marcharme, Castle —recogió el sombrero—. Señorita Daly, le enviaré el bote a buscarla —hizo una reverencia.
—Gracias por la invitación, Seton. Y por la conversación.
Jin se marchó. Viola lo observó mientras se alejaba. No quería que se fuera. Pero ese día se había mostrado muy contradictorio, confundiéndola con sus palabras y con sus actos; sin embargo, le bastaba con mirarlo para que se sintiera arder allá donde la había tocado. Un ardor dulce e inquietante que la ponía de muy mal humor.
Se volvió a regañadientes hacia el otro hombre de su vida que la confundía… o tal vez ya no formara parte de dicha vida. Aidan la miraba fijamente.
—¿Por qué me miras así? —le preguntó.
—¿Cómo?
—Como si me vieras por primera vez, cuando en realidad pasamos toda la tarde de ayer juntos —antes de que lo viera besar a la señorita Hat.
—No sé a qué te refieres, Violet. Estás diciendo tonterías —le dio un toquecito debajo de la barbilla.
Ella apartó la cara y le preguntó:
—¿Qué vas a hacer ahora?
—¿A qué te refieres?
—A la plantación, por supuesto.
Aidan miró a su alrededor antes de reparar en su ropa. Pareció meditar el asunto antes de tomar una decisión en silencio.
—¿Te apetece dar un paseo conmigo? Estoy tan cansado que si me siento, seguro que me quedo dormido —se echó a reír.
—No te has quedado dormido mientras estabas sentado con el señor Seton. Parecíais muy absortos en la conversación —permitió que la condujera fuera de la taberna, aunque sus dedos apenas si le tocaron el codo—. ¿De qué hablabais?
—De ti, por supuesto.
El corazón le dio un vuelco y frunció el ceño.
—¿Tanto te cuesta creerlo? —preguntó él en voz baja—. Tenemos pocas cosas en común, o más bien una: los dos hemos navegado contigo.
Tenían mucho más en común de lo que Aidan se pensaba. Sintió que le ardían las mejillas y se alegró de que el sombrero ocultara el rubor.
Salieron a la calle y Aidan la condujo por un camino que recorría los muelles. Echó un vistazo hacia el mar, pero el puerto era un hervidero de actividad y no vio ni a Jin ni su barco.
—Permíteme que lleve el paquete —Aidan le quitó el paquete que contenía su vestido nuevo y su ropa interior—. ¿Qué has comprado?
—Nada de particular. Aidan, por favor, dime lo que ha pasado con la plantación.
—Hay poco que contar. Pasará bastante tiempo antes de que la casa vuelva a ser habitable —enfilaron un camino flanqueado por palmeras y yucas, mientras los insectos zumbaban por el calor. Las gaviotas los sobrevolaban, jugando con la brisa que a ella le agitaba el sombrero, una brisa fresca, como les gustaba a los marineros—. Viniste con la certeza de que te ofrecería hospitalidad, así que te pido que me permitas pagar la habitación del hotel —le sonrió.
—Sólo esperaba tu compañía, algo de lo que me gustaría disfrutar con o sin la estancia en un hotel. Además, dispongo de mi camarote en el barco.
Aidan la detuvo bajo una palmera.
—Querida, no pretendía insultar tu honor ni exigir cualquier forma de intimidad que no quieras darme —su voz sonaba ronca, con un deje íntimo que hizo que Viola sintiera un nudo en el estómago.
—No quería insinuar que lo hayas hecho. Además, ¿desde cuándo te ha preocupado mi honor? ¿Desde cuándo crees que alguna vez lo he tenido?
Aidan esbozó una enorme sonrisa.
—Por favor, quédate en el hotel esta noche, yo corro con los gastos. Por supuesto, estaré en la plantación hasta tarde, supervisando a los trabajadores. Pero me aliviará saber que estás instalada cómodamente aquí —le dio un apretón en la mano—. Reconozco el envoltorio —señaló el paquete—. Has comprado algo en una modista.
Ella asintió con la cabeza.
—¿Te lo pondrás esta noche para la cena?
—Sí, pero para la cena con el jefe del puerto. Nos ha invitado a cenar al señor Seton y a mí —los nervios le atenazaron las entrañas.
—Un gran honor.
—En fin, dice que al menos disfrutaremos de una excelente empanada de cerdo —frunció el ceño—. Aidan…
—Pues mañana entonces. ¿Te pondrás tu vestido nuevo para mí mañana? Te llevaré a Chaguanas y te invitaré a almorzar en la mejor casa de té que te puedas imaginar. Mejor que en Boston, y estoy seguro que incluso mejor que en Londres.
—¿Desde cuándo te interesan las casas de té de Londres? Mañana tengo que trabajar, por supuesto. Pero lo más importante es que tú también tendrás muchas cosas que hacer. Y tus invitados…
Aidan le apretó la mano aún más fuerte.
—Nada de eso importa ahora que estás conmigo y podemos empezar a planear nuestro futuro juntos —sus ojos verdosos tenían una mirada implorante.
A Viola le dio un vuelco el corazón.
—Aidan, por favor, déjalo ya —se zafó de su mano—. Te vi besar a la señorita Hat anoche, en el jardín.
Se quedó blanco.
—¿Nos viste?
—Sí, lo vi. Estaba en el porche.
—No fue nada, Violet.
—Pues a mí me pareció algo.
Aidan frunció el ceño y pareció tensar los hombros.
—En fin, si la besé, fue porque tú me provocaste.
—¿Que yo hice qué? ¡Acababa de recorrer cientos de millas para verte!
—Creía que tenías que entregar un cargamento.
—La
Tormenta de Abril
es una embarcación corsaria, no una mula de carga. Acepté el cargamento para amortizar el viaje. Tengo que pagar a mi tripulación, ¿o se te han olvidado los detalles mundanos de mi vida?
—Tal vez se me hayan olvidado. Pero, Violet, ¿se te han olvidado a ti los míos? Llevo meses viviendo aquí solo. Esperaba que cuando llegases… —se interrumpió y se pasó una mano por el pelo antes de mirarla a los ojos—. Cuando me despedí anoche de ti, estabas… distante.
Puso los ojos como platos al escucharlo. Sin embargo, se veía de nuevo al pie de la escalera, inmovilizada por la mirada cristalina y apasionada de un hombre en concreto.
—No sabía lo que esperabas de mí anoche —consiguió replicar—. Supuse que dada la presencia de tus invitados, querrías ser discreto. No estamos casados.
Aidan meneó la cabeza.
—Desde luego que no me lo esperaba de ti. Perdóname, he hablado sin pensar. Pero, Violet…
—Deberías haberme contado la verdad de lo que sientes por la señorita Hat. Encontrarme semejante rechazo nada más llegar… En fin, me dolió.
Él volvió a cogerle las manos.
—Violet, por favor. Estoy muy nervioso y me comporto de manera irracional. Aunque sus padres desean el enlace y han venido con la intención de que así sea, no siento nada por ella. Pero vi la situación con Seton y fue como si…
Se soltó una vez más y retrocedió.
—¿Qué situación con Seton?
Aidan titubeó.
—Cuando te dije que tuvieras cuidado con él, lo defendiste.
—Me limité a sugerirte que te reservaras la opinión hasta conocerlo.
—¿Y tú lo conoces? —esos ojos verdosos se clavaron en ella—. ¿Hasta qué punto, Violet?
Fue incapaz de detener el rubor que se extendió por sus mejillas. No se le daba bien mentir, aunque tampoco sabía si debía hacerlo en ese momento. Aidan no le había sido fiel. La noche anterior creyó que ya no quería casarse con ella. Pero no, su intención no era la de hacer daño al hombre que había amado durante tanto tiempo, al que había sido su amigo antes que su amante. En ese momento, parecía conocer muy pocas verdades acerca de su vida. No le hacía falta conocer esa verdad en concreto.
—Es un buen hombre —lo creía, pese a su confusión y al pasado de Jin. Su vida era un fiel reflejo de ese hecho y, además, lo demostraba el comportamiento que había mantenido con su tripulación (jamás cruel, siempre respetuoso y justo). Incluso con ella era honesto, aunque ya estaba al tanto de por qué la había buscado. No le había hecho falsas promesas. Se había limitado a contarle la verdad y a explicarle cuál era su intención—. Confío en él.
—Confianza —Aidan tenía los labios muy tensos—. Lo miras como si…
—¿Como si qué?
—Cuando lo miras, no te reconozco.
—¿Cómo puedes decir eso? Ahora me conoces muy poco. Unas cuantas cartas y una visita en cuatro años no da pie a mucha intimidad.
En esa ocasión, Aidan le cogió las manos con tanta fuerza que sólo podría liberarse forcejeando.
—Puede que tengas razón y ya no nos conozcamos tan bien como antes. Pero deja que recuperemos la intimidad que compartimos en otros momentos. Quédate conmigo durante un tiempo. No te faltará de nada.
—Acabas de decir que tu casa no es habitable.
Él esbozó una sonrisa cálida.
—La arreglaremos juntos, tal como planeamos hace años.
—¿Qué me dices de la señorita Hat y de sus padres?
Aidan inclinó la cabeza.
—Están a punto de marcharse de la isla. Pero aunque no fuera así, daría igual. Querida Violet, te ruego que me perdones esa pequeña indiscreción. Por favor, perdóname. Te prometo que no volverá a suceder.
Para ella no había sido una pequeña indiscreción. En un abrir y cerrar de ojos, ese único beso había partido su mundo en dos. O tal vez sólo hubiera agrandado una fisura ya existente. Y Jinan Seton había llenado el vacío. Durante un momento, entre sus brazos, había remitido la soledad que era su constante compañera.
Sin embargo, allí estaba el hombre con quien había soñado compartir su vida, insistiendo en que podría hacer realidad dicho sueño.
Meneó la cabeza.
—No confío en ti.
—¿Pero podrías volver a hacerlo?
—¿Sigues queriendo casarte conmigo, Aidan?
—Por supuesto, querida Violet. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Siempre lo has sido.
Las mismas palabras que le había dicho antes, en numerosas ocasiones. En ese momento, fue incapaz de mirarlo a la cara, de modo que clavó la mirada en las enormes manos que sujetaban las suyas. Muy familiares pero, a la vez, dicha familiaridad le parecía errónea.
—Por favor, suéltame.
Él obedeció al punto.
—Tengo trabajo que hacer. Tengo que conseguir otro cargamento para pagar el viaje de regreso a casa de la
Tormenta de Abril
. Tal vez nos encontremos un barco enemigo en el camino y nos hagamos con un botín, pero, por supuesto, no puedo darlo por hecho.
—Pero este será tu hogar ahora, Violet.
—Necesito tiempo para pensar —no había planeado volver a Boston tan pronto. No hasta que las palabras salieron de su boca—. Sé que sólo fue un beso. En fin, supongo que sólo fue un beso…
—Lo fue.
—Pero para mí ha cambiado mucho la situación —no era la misma muchacha ingenua de antes. Además, le estaba ocultando toda la verdad—. Tal vez puedas volver mañana, o pasado mañana, y sea capaz de hablar del tema contigo. Pero todavía no.
Aidan asintió con la cabeza. Hizo ademán de cogerle las manos una vez más, pero se lo pensó mejor.
—Pues hasta mañana —se inclinó hacia ella y le dio un beso en la mejilla por debajo del ala del sombrero.
Ella no levantó la cabeza, y al cabo de un momento, Aidan se alejó.
Mientras el sol se ponía tras el horizonte, en la bocana de la bahía, la esposa del jefe del puerto le envió a Viola una invitación por escrito. Estaba sacando de la caja el vestido nuevo, cuya tela parecía firme y gruesa gracias al planchado, cuando recibió la nota junto con otra. La leyó a la luz de una lámpara con las manos sudorosas. Junto a ellos cenarían otros seis invitados entre los que se incluían dos oficiales navales y sus respectivas esposas.
El otro mensaje era de Aidan. Lo desdobló para leerlo.
Alguien llamó a la puerta del camarote. Al abrir, se sintió como una idiota. ¿Cómo era posible que se le aflojaran las rodillas sólo con mirar a Jin Seton?
Llevaba una chaqueta sencilla y elegante, que se amoldaba a sus hombros y a su esbelto torso como si la hubieran confeccionado a medida. La camisa, la corbata y el chaleco eran blancos, y se había afeitado.
Sus ojos azules le echaron un rápido vistazo.
—¿Todavía no te has arreglado para la cena?
—No voy a ir —le soltó al tiempo que unía las manos a la espalda, arrugando las cartas—. Es que…
Él enarcó las cejas.
—Tengo otro compromiso esta noche —siguió—. Con…
Jin levantó una mano para silenciarla. La mano herida que ella había insistido en curarle sólo para poder tocarlo de nuevo. Esa mañana, dolida e indignada después de que él le dejara claras sus intenciones, no se había percatado del motivo de su insistencia. Pero en ese momento lo entendía perfectamente. Y sabía que no podía acompañar a ese hombre a una cena con desconocidos y comportarse como era debido. No recordaba cómo se hacía. De hecho, jamás había aprendido a hacerlo. Sin embargo, sólo con mirar el porte seguro y elegante de ese antiguo pirata sabía que él no tendría problemas. Él sí sería capaz de comportarse de igual a igual con el jefe del puerto y sus invitados, aunque no pudiera superarlos en el vestir ni en los modales.
—No es necesario que me lo expliques —le dijo—. Es asunto tuyo. Les trasladaré tus disculpas a los anfitriones.
—Gracias —Viola se mordió el labio—. Creo.
Lo vio esbozar una sonrisilla y el corazón le dio un vuelco, chocando de algún modo con el estómago, de modo que acabó sintiendo náuseas.
—No sé lo que significa «trasladar tus disculpas» —admitió.
—Me inventaré un cuento creíble para evitar que los anfitriones se ofendan por el anuncio de tu ausencia a última hora. Sospecho que deseas continuar en buenos términos con el jefe del puerto.
—Lo siento. Tenía un compromiso previo para cenar con… con el señor Castle, en el hotel. No he tenido oportunidad de decírtelo antes.
Él asintió con la cabeza.