Crítica de la Religión y del Estado (10 page)

[...]

Que los hombres se apropien cada uno en particular de los bienes de la tierra, en lugar de poseerlos y gozarlos en común, de donde nacen infinidad de males y miserias en el mundo

Otro abuso aún y que casi universalmente se admite y autoriza en el mundo, es la apropiación particular que los hombres se hacen de los bienes y de las riquezas de la tierra, mientras que todos deberían por un igual poseerlos en común, y gozar de ellos también por un igual todos en común; entiendo todos aquéllos de un mismo lugar, y de un mismo territorio, de manera que todos aquellos y aquellas que son, por ejemplo, de una misma ciudad, de una misma aldea, de un mismo pueblo, o de una misma parroquia y comunidad, no formasen todos juntos más que una misma familia, mirándose y considerándose todos unos a otros como hermanos y hermanas, y por consiguiente que deberían vivir pacíficamente, y en común, teniendo todos una alimentación igual o parecida, y estando todos bien vestidos por un igual, bien alojados por un igual, y bien descansados y bien reconfortados por un igual, pero aplicándose también todos por un igual a la tarea, es decir, al trabajo o a algún empleo útil y honesto, cada cual según su profesión o según lo que fuera más necesario o más conveniente hacer según el tiempo y las estaciones, y según la necesidad que se pueda tener de ciertas cosas, y todo esto bajo la guía, no de aquellos cuya razón de ser fuera querer dominar imperiosa y tiránicamente a los demás, sino solamente bajo la guía y dirección de aquellos que fueran los más competentes y los mejor intencionados para el progreso y para el mantenimiento del bien público; teniendo también cada cual por su parte, en todas las ciudades y otras comunidades vecinas unas a otras, gran cuidado en hacer alianzas entre ellas, y en guardar inviolablemente la paz y la buena unión entre ellas, con el fin de ayudarse y socorrerse mutuamente unas a otras en la necesidad; sin lo cual el bien público no puede subsistir de ningún modo, y necesariamente la mayoría de los hombres tienen que ser miserables y desdichados.

Pues en primer lugar, ¿qué sucede tras esta división particular de los bienes y de las riquezas de la tierra, para que los particulares gocen de ellos, cada cual con independencia de los demás, como bien les parece? Lo que sucede es que cada uno se apresura a poseer todo cuanto puede por todo tipo de vías, buenas o malas, pues la codicia que es insaciable y que, como se sabe, es la raíz de todos los vicios, y de todos los males, viendo por así decir por allí, una especie de puerta abierta para el cumplimiento de sus deseos, no deja de aprovechar la ocasión, y hace hacer a los hombres todo cuanto pueden para tener abundancia de bienes y de riquezas, tanto con el fin de ponerse a cubierto de toda indigencia, como con el fin de tener a través de ello el placer y la satisfacción de gozar de todo cuanto desean: de donde se deriva que aquellos que son los más fuertes, los más astutos, los más sutiles, y a menudo también los más malos y los más indignos, son los que poseen más bienes de la tierra, y los mejor provistos de todas las comodidades de la vida. De allí se deriva que unos tienen más, otros menos, y a menudo incluso que unos lo cogen todo y no dejan nada o casi nada a los demás, y, por consiguiente, que unos son ricos y otros pobres, que unos están bien alimentados, bien vestidos, bien alojados, bien arropados, bien descansados y bien reconfortados, mientras que los demás están mal alimentados, mal vestidos, mal alojados, mal descansados y mal reconfortados e incluso mientras que varios ¡no tendrían siquiera lugar para retirarse, languidecerían de hambre y se hallarían todos ateridos y consumidos de frío! De allí se deriva que unos se sacian y se hartan de beber y de comer comida exquisita, mientras que los demás se mueren de hambre. De allí se deriva que unos están casi siempre alegres y gozosos, mientras que los demás están continuamente enlutados y tristes. De allí se deriva que unos reciben honores y gloria, mientras que los demás son siempre despreciados y en la escoria: pues los ricos son siempre bastante honrados y considerados en el mundo, pero de ordinario a los pobres sólo se les desprecia. De allí se deriva que unos no tienen otra cosa que hacer en la vida que descansar, beber y comer hasta la saciedad, y engordarse así en una dulce y blanda ociosidad, mientras que los demás se agotan trabajando, no tienen descanso ni de día ni de noche, y sudan sangre y agua para hacer llegar las cosas necesarias a la vida; de allí se deriva que los ricos encuentran en sus enfermedades y en todas sus otras necesidades, todos los socorros, todas las asistencias, todas las dulzuras, todos los consuelos y todos los remedios, que humanamente pueden encontrarse, mientras que los pobres permanecen abandonados en sus enfermedades y en sus miserias, y mueren por carecer de ayuda y remedios, sin dulzuras ni consuelos en sus aflicciones y en sus males. Y finalmente de allí se deriva que unos se hallan siempre en la prosperidad, en la abundancia de todos los bienes, en los placeres y en la alegría, como en una especie de paraíso, mientras que los demás por el contrario se hallan siempre en las penas, en los sufrimientos, en las aflicciones y en todas las miserias de la pobreza como en una especie de infierno.

Y lo que todavía es más particular a este respecto es que a menudo no hay más que un espacio muy pequeño entre este paraíso y este infierno, pues a menudo no hay más que el ancho de una calle o el espesor de una muralla o de una pared entre los dos, puesto que a menudo las casas o las moradas de los ricos, donde se encuentran todos los bienes en abundancia, y donde se encuentran las joyas y las delicias de un paraíso, se hallan muy cerca de las casas o de las moradas de los pobres, donde se encuentra la indigencia de todos los bienes, y donde se encuentran todas las penas y todas las miserias de un verdadero infierno. Y lo que todavía es más indigno y más odioso de todo esto es que a menudo los que más merecerían gozar de las dulzuras y de los placeres de este paraíso, son también aquellos que sufren las penas y los suplicios del infierno, y que aquéllos por el contrario que más merecerían sufrir las penas y las miserias de este infierno, son los que gozan más tranquilamente de las dulzuras y de los placeres de este paraíso. En definitiva las personas buenas a menudo sufren en este mundo las penas que deberían sufrir los malos, y los malos gozan ordinariamente de los bienes, de los honores y de las satisfacciones que sólo corresponderían a las personas buenas. Pues el honor y la gloria sólo deberían pertenecer a las personas buenas; como la vergüenza y la confusión y el desprecio sólo debieran pertenecer a los malos y a los viciosos (Rom., 2.7.10). Sin embargo, en el mundo acontece de ordinario lo contrario, lo que es manifiestamente un abuso muy grande y una injusticia clamorosa y esto es sin duda lo que ha dado lugar a un autor que ya he citado a decir que estas cosas son trastocadas por la malicia de los hombres, o que Dios no es Dios. Pues no es creíble que un Dios todopoderoso, infinitamente bueno e infinitamente sabio quisiera soportar tal trastorno de la justicia.

No es todo; se desprende todavía de este abuso de que hablo que los bienes, al estar tan mal repartidos entre los hombres, unos teniéndolo casi todo, o teniendo mucho más de lo que les haría falta para su justa porción, y otros al contrario no teniendo nada o casi nada, y careciendo de la mayoría de cosas que les serían necesarias o útiles; de esto se desprende, digo, que nacen en primer lugar los odios y las envidias entre los hombres. De allí nacen después las murmuraciones, las quejas, las perturbaciones, las sediciones, las revueltas y las guerras que causan una infinidad de males entre los hombres. De allí nacen también miles y miles de ruines o malos procesos que los particulares se hallan obligados a tener unos contra otros para defender sus bienes o para mantener sus derechos, como ellos pretenden; procesos que además les dan miles de penas corporales y miles de inquietudes espirituales, y con bastante frecuencia causan la ruina entera de unos y de otros. De allí se desprende también que aquellos que no tienen nada o que no tienen todo lo necesario que les haría falta se hallan como coaccionados y obligados a usar innumerables medios indignos para tener con qué subsistir; o para tener con qué sostener su estado, y de allí vienen los fraudes, los engaños, los artificios, las injusticias, las vejaciones, las rapiñas, los robos, los hurtos, el pillaje, los homicidios y los asesinatos que siguen causando infinidad de males entre los hombres.

[T. II (pp. 16-?0) O. C. De la sexta prueba.]

DE LOS GRANDES BIENES Y GRANDES VENTAJAS QUE LOS HOMBRES RECUPERARÍAN SI VIVIERAN PACÍFICAMENTE TODOS, GOZANDO EN COMÚN DE LOS BIENES Y COMODIDADES DE LA VIDA

Si los hombres poseyeran y gozaran igualmente en común, como he dicho, de los bienes, de las riquezas y de las comodidades de la vida, si todos se ocuparan unánimemente de ejercicios honestos y útiles, o de algún trabajo útil y honesto del cuerpo o del espíritu, y si repartieran justamente entre sí los bienes de la tierra, así como los frutos de sus trabajos y de su industria, todos podrían vivir felices y contentos, pues la tierra produce casi siempre lo suficiente e incluso más que suficiente para alimentarlos y mantenerlos, si siempre hicieran un buen uso de sus bienes, y es muy raro cuando la tierra deja de producir lo necesario para la vida; y de este modo cada cual tendría lo suficiente para vivir pacíficamente, a nadie le faltaría lo que le fuera necesario, a nadie le costaría tener para sí ni para sus hijos de qué vivir; a nadie le costaría saber dónde alojarse ni dónde dormir él y sus hijos, pues cada cual encontraría seguramente, abundantemente, fácilmente y cómodamente todo esto en una comunidad bien regulada, y de este modo nadie tendría que hacer uso del fraude, ni de refinamientos ni engaños para sorprender a su prójimo. Nadie tendría que hacer existir procesos para defender sus bienes. Nadie tendría que hacer existir la envidia contra su prójimo, ni estar envidiosos unos contra otros, puesto que todos estarían más o menos en la misma igualdad. Nadie tendría que hacer pensar en ir a hurtar lo que los otros tuvieran, nadie tendría que hacer ir a matar ni a asesinar a nadie para arrebatarle la bolsa y el dinero, o sus bienes, ya que esto no le serviría de nada en sus manos; nadie tendría que hacer matarse, por decir así, a sí mismo de trabajo y fatiga, como hacen ahora una infinidad de pobres personas que se hallan como obligados a matarse de trabajo, a matarse de penas y fatigas para tener mezquinamente de qué vivir y de qué socorrer los gastos y las tasas que se les exige rigurosamente. Nadie, repito, tendría que hacer matarse así de penas y de fatigas, ya que cada cual ayudaría de su parte a llevar las penas del trabajo, y nadie disminuiría inútilmente en la ociosidad mientras los otros se dedicaran útilmente a trabajar.

¿Os asombráis, amigos míos? ¿Os asombráis, pobres pueblos, de padecer tanto mal y tantas penas en la vida? Es que lleváis solos todo el peso del día y del calor, como estos obreros de los que se habla en una parábola de vuestros Evangelios. Es que vosotros y todos vuestros semejantes cargáis con todo el fardo del Estado, cargáis no sólo con todo el fardo de vuestros reyes y de vuestros príncipes, que son vuestros tiranos, sino que además cargáis con todo el fardo de la nobleza, con todo el fardo del clero, cargáis con el fardo de toda la frailería y de todas las personas de justicia, cargáis con todos los lacayos y con todos los palafreneros de los grandes y con todos los servidores y sirvientes de los demás, cargáis con toda la gente de guerra, con todos los recaudadores, con todos los guardias de sal y de tabaco
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, y finalmente con todos los holgazanes y personas inútiles que hay en el mundo, pues toda esa gente no vive sino de vuestros penosos trabajos; con vuestros trabajos proveéis de todo lo que es necesario para su subsistencia y no sólo de todo lo que les es necesario para esto, sino también de todo lo que puede servir para sus diversiones y sus placeres.

¿Qué sería, por ejemplo, de los más grandes príncipes y mayores potentados de la tierra si los pueblos no los sostuvieran?; sólo extraen su grandeza, todas sus riquezas y todo su poder de los pueblos (a los que, sin embargo, atienden muy poco), y, en una palabra, si no sostuvierais su grandeza no serían más que hombres débiles y pequeños como vosotros, no tendrían más riquezas que vosotros, si no les dierais las vuestras, y tampoco tendrían más poder ni más autoridad que vosotros, si no quisierais someteros a sus leyes y a sus voluntades. Si toda esta gente de la que acabo de hablar compartiera con vosotros la pena del trabajo y os dejaran igualmente como a ellos una porción conveniente de estos bienes que ganáis y conseguís tan abundantemente con el sudor de vuestras frentes, estaríais mucho menos cargados y mucho menos fatigados. Y, por otro lado, también tendríais mucho más descanso y dulzura en la vida de lo que tenéis. Pero no, toda la pena es para vosotros y para vuestros semejantes, y todo el beneficio es para los demás, aunque sean quienes menos lo merezcan, y es por esto que los pobres pueblos sufren tantos males y tantas penas en la vida. «Se ve —dice el señor de la Bruiere en sus
Caracteres
(en el cap. de las costumbres)—, se ve —dice— a ciertos animales huraños, machos y hembras, esparcidos por el campo, negros y lívidos y todos quemados por el sol, pegados a la tierra, que escarban y remueven con una obstinación invencible, tienen como una voz articulada, y cuando se ponen de pie muestran un aspecto humano, y efectivamente son hombres, por la noche se retiran en guaridas, donde viven de pan negro, de agua y raíces, ahorran a los demás hombres el trabajo de sembrar y de labrar, y de cosechar para vivir, y merecen así —dice— no carecer de este pan que han sembrado y han producido con tantos sufrimientos.» Sí, ciertamente merecen no carecer de él, e incluso merecerían ser los primeros en comerlo y tener la mejor parte, como también tener la mejor parte de este buen vino que producen con tantos sufrimientos y fatigas. Pero, ¡ay!, crueldad inhumana y detestable, los ricos y los grandes de la tierra les arrebatan la mejor parte de los frutos de sus penosos trabajos y no les dejan, por así decir, más que la paja de este buen grano y el poso de este buen vino que producen con tantos sufrimientos y trabajo. El autor que he citado no dice esto, pero lo da a entender bastante claramente. En definitiva, si todos los bienes fueran gobernados y dispensados sabiamente, nadie tendría que temer para sí ni para los suyos la dieta ni la pobreza, puesto que todos los bienes y las riquezas serían iguales para todo el mundo, lo que ciertamente sería el mayor bien y la mayor dicha que podría acontecer a los hombres.

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