Crítica de la Religión y del Estado (7 page)

Pero como no hay ninguna secta particular de religión que no pretenda estar enteramente exenta de todos los errores, de todas las ilusiones, de todos los engaños y de todas las imposturas que se encuentran en las demás, incumbe a cada uno de los que pretenden establecer o mantener la verdad de ¿ su secta hacer ver que es verdaderamente de institución divina, y es lo que deben hacer ver cada uno de ellos respectivamente por su parte mediante pruebas y mediante testimonios tan claros, tan seguros y tan convincentes que no se pueda dudar de ello razonablemente, puesto que si las pruebas y los pretendidos testimonios que podrían dar no fueran tales, siempre serían sospechosos de errores, ilusiones y engaño, y, por consiguiente, no serían testimonios suficientes de verdades y nadie estaría obligado a poner fe en ello, de manera que si alguno de los que dicen que su religión es de institución divina no pudiera dar de ello pruebas y testimonios claros, seguros y convincentes; es una prueba segura, clara y convincente de que no hay ninguna que sea verdaderamente de institución divina y, por consiguiente, habría que decir y tener por cierto que no son todas : sino invenciones humanas llenas de errores, ilusiones y engaños, pues no se puede creer ni presumir que un Dios todopoderoso, y que fuera como se dice infinitamente bueno e infinitamente sabio, hubiera querido dar leyes y órdenes a los hombres y no hubiera querido que llevaran señales y testimonios más seguros y más auténticos de verdad que las de los impostores que se encuentran en el mundo en tan gran número.

Luego no hay ninguno de nuestros deícolas ni de nuestros cristícolas, de cualquier banda, secta o religión que sean, que puedan hacer ver, mediante pruebas claras, seguras y convincentes, que su religión es verdaderamente de institución divina. Y la prueba evidente de esto es que después de tanto tiempo y de tantos siglos que se debaten y disputan a este respecto unos contra otros, e incluso hasta perseguirse a fuego y sangre para el mantenimiento de sus opiniones, no ha habido aún parte de entre ellos que haya podido convencer y persuadir a las otras partes adversas, mediante tales testimonios de verdad, lo que ciertamente no pasaría si hubiera razones de una parte o de otra, es decir, pruebas y testimonios claros, seguros y convincentes de una institución divina. Pues, como no hay nadie de ningún partido, ni de ninguna secta de religión (digo nadie que sea honesto e ilustrado y que actúe de buena fe), como no hay, digo, nadie así que pretenda apoyar o favorecer el error y la mentira y que, por el contrario, cada uno pretende por su parte sostener la verdad, la verdadera manera de barrer todos los errores y reunir a todos los hombres en paz en los mismos sentimientos y en una misma forma de religión, sería producir estas pruebas y estos testimonios claros, seguros y convincentes de la verdad y hacerles ver por esta vía que tal o cual religión es de institución divina verdaderamente y ninguna otra. Entonces cada uno, o al menos todas las personas honestas, se rendirían a estos claros y convincentes testimonios de verdad y nadie osaría empezar a combatirlos ni a sostener el partido del error y de la impostura sin ser al mismo tiempo confundido por estos testimonios claros, seguros y convincentes de una verdad contraria.

Pero como estos pretendidos testimonios de institución divina, claros, seguros y convincentes, no se encuentran en ninguna religión ni se encuentran más en un lado que en otro, esto es lo que da lugar á los impostores a inventar y a sostener atrevidamente toda clase de mentiras y de imposturas; es lo que hace que aquellos que los creen ciegamente se obstinen tan fuertemente, cada uno por su parte, en la defensa de su religión, y al mismo tiempo es una prueba clara y convincente de que todas sus religiones son falsas y que no hay ninguna que sea verdaderamente de institución divina, y, por consiguiente, he tenido razón al deciros, amigos míos, que todas las religiones que hay en el mundo no son más que invenciones humanas y que todo lo que se dispensaba y lo que se practicaba en el mundo para el culto y la adoración de los dioses no era más que fruto del error, abuso, vanidad, ilusión, engaño, mentira e impostura.

He aquí la primera prueba que había de daros, la cual es ciertamente en su género la más clara, la más fuerte y la más convincente que pueda haber. Pero he aquí aún otras que no serán menos convincentes y que no me harán ver menos claramente la falsedad de las religiones, y particularmente la falsedad de nuestra religión cristiana, pues como es por ésta, amigos míos, por la que se os mantiene cautivos en mil tipos de errores y de supersticiones, y que yo desearía poder desengañaros y poder ayudaros á tranquilizar vuestros espíritus y vuestras conciencias contra los falsos temores y contra las falsas esperanzas que se os dan de los bienes o de los males de otra pretendida vida que no existe, me dedicaré principalmente a haceros ver claramente la vanidad y la falsedad de vuestra religión, lo que bastará para desengañaros al mismo tiempo de todas las demás, puesto que al ver la falsedad de la vuestra, que se os hace creer tan pura, tan santa y tan divina, juzgaréis con bastante facilidad la vanidad y la falsedad de todas las demás.

[T. I (pp. 62-78) O. C. De la primera prueba.]

LA RELIGIÓN NO ES MÁS QUE UNA FUENTE Y UNA CAUSA FATAL DE PERTURBACIONES Y DIVISIONES ETERNAS ENTRE LOS HOMBRES

Esta fe o esta creencia ciega que ponen por fundamento de su doctrina y de su moral, no sólo es un principio de errores, ilusiones, mentiras e imposturas, sino que además es una fuente funesta de perturbaciones y divisiones eternas entre los hombres, pues como no es por razón sino más bien por terquedad y por obstinación que unos y otros se aferran a la creencia de sus religiones y de sus pretendidos santos misterios y creen ciegamente cada uno por su parte estar al menos tan bien fundados unos como otros en su creencia y en el mantenimiento de su religión, y que esta creencia ciega que cada uno tiene por su parte de la pretendida verdad de su religión les obliga a considerar falsas todas las demás religiones, e incluso les obliga a mantener a cada uno la suya, con peligro de sus vidas y de sus fortunas y a expensas de todo lo que podrían tener de más querido: es el hecho por el cual no pueden ponerse de acuerdo entre sí con respecto a sus religiones y nunca lo lograrán; asimismo es lo que causa perpetuamente entre ellos, no sólo disputas y contiendas verbales, sino también perturbaciones y divisiones funestas; es también por lo mismo que todos los días se ve cómo se persiguen unos a otros a fuego y sangre para el mantenimiento de sus insensatas y ciegas creencias o religiones, y que no hay males ni maldades que no se ejerzan unos contra otros bajo este bello y falaz pretexto de defender y mantener la pretendida verdad de sus religiones. ¡Qué locos son todos ellos!

Ved lo que dice el señor de Montaigne a este respecto: «No hay — dice— hostilidad tan excelente como la cristiana; nuestro celo — dice— es maravilloso cuando va secundando nuestra propensión al odio, la crueldad, la avaricia, la detracción, la rebelión... A contrapelo —dice— a la verdad, la benignidad, la temperancia, si como por milagro —dice—, una rara complexión no lleva a uno a esto, no saca raja. Nuestra religión —prosigue— parece estar hecha para extirpar los vicios, los oculta, los alimenta y los incita» (
Essais
). En efecto, no se ven guerras tan sangrientas ni tan crueles como las que se hacen por un motivo o por un pretexto religioso, pues para entonces cada uno se entrega ciegamente con celo y con furor y cada uno procura hacer de su enemigo un sacrificio a Dios, según este dicho de un poeta que dice muy bien:
«Inde furor vulgi, quod numina vicinorun odit quisque locus, cum solos credat, habendos, esse deos, quos ipse colit»
(Juv. Sat. 15.36). «Qué es lo que los hombres no hacen —dice M. de la Bruiere— por la causa de la religión, de la que están tan poco persuadidos y que practican tan mal», en el capítulo de los Espíritus fuertes.

Este argumento me parece completamente evidente hasta aquí; así pues no es tan creíble que un Dios todopoderoso, que fuera infinitamente bueno e infinitamente honesto, quisiera servirse jamás de un medio semejante, ni de una vía tan fraudulenta como aquélla, para establecer sus leyes y sus órdenes, o para hacer conocer sus voluntades a los hombres, pues manifiestamente esto sería querer inducirlos al error y querer tenderles trampas, para hacerles tomar partido por la mentira antes que por la verdad, lo que ciertamente no es creíble de un Dios todopoderoso que fuera infinitamente bueno e infinitamente honesto. Paralelamente no es creíble que un Dios, que amase la unión y la paz y que amase el bien y la salvación de los hombres, tal como sería un Dios infinitamente perfecto, infinitamente bueno e infinitamente honesto y que nuestros cristícolas mismos califican Dios de paz. Dios de amor. Dios de caridad, Padre de misericordia y Dios de todos los consuelos... etc. (2 Cor. 1,3), no es creíble, insisto, que un Dios semejante hubiera querido jamás establecer y poner por fundamento de su religión, una fuente tan fatal y tan funesta de perturbaciones y divisiones eternas entre los hombres como es esta creencia ciega de la que acabo de hablar, la cual sería mil veces más funesta de lo que fue jamás esta manzana de oro fatal que la diosa Discordia arrojó maliciosamente a la asamblea de los dioses en las bodas de Peleas y Tetís que fue la causa desdichada de la ruina de la ciudad y del reino de Troya, según el decir de poetas fabulosos. Luego religiones que tienen por fundamento de sus misterios y que toman como regla de su doctrina y de su moral una creencia ciega que es un principio de errores, de ilusiones y de imposturas y que sigue siendo una fuente fatal de perturbaciones y divisiones eternas entre los hombres no pueden ser verdaderas, ni haber sido verdaderamente instituidas por Dios. Y ya que todas las religiones tienen por fundamento de sus misterios y toman por regla de su doctrina y de su moral una creencia ciega, corno acabo de demostrar, se deduce evidentemente que no hay ninguna verdadera religión, ni siquiera religión que sea verdaderamente de institución divina, y, por consiguiente, he tenido razón al decir que todas ellas no eran más que invenciones humanas y que todo aquello que nos quieren imbuir de los dioses, de sus leyes, de sus órdenes, de sus misterios y de sus pretendidas revelaciones, sólo son errores, ilusiones, mentiras e imposturas. Todo esto se concluye por sí solo. Pero me doy perfecta cuenta de que nuestros cristícolas no dejarán de recurrir aquí a sus pretendidos motivos de credibilidad y dirán que aunque su fe y su creencia sea ciega en un sentido, no deja de estar apoyada y confirmada por testimonios veraces tan claros, tan seguros y tan convincentes que no sólo sería una imprudencia, sino también una temeridad y una obstinación e incluso una insensatez enorme no querer rendirse a ella. De ordinario reducen todos estos pretendidos motivos de credibilidad a tres o cuatro fundamentales. El primero, lo extraen de la pureza y de la pretendida santidad de su religión que condena, como ellos dicen, todos los vicios y que recomienda la práctica de todas las virtudes; su doctrina es tan pura y tan santa, según ellos, que visiblemente ésta no puede venir más que de la pureza y de la santidad de un Dios infinitamente perfecto. El segundo motivo de credibilidad lo extraen de la inocencia y de la santidad de vida de aquellos que la han abrazado primero con amor, de aquellos que la han anunciado con tanto celo, que la han mantenido con tanta constancia y que la han defendido tan generosamente exponiendo la vida hasta la efusión de su sangre e incluso hasta padecer la muerte y los tormentos más crueles, antes que abandonarla, no siendo pues creíble, dicen nuestros cristícolas, que tan grandes personajes, tan santos, tan honestos y tan iluminados, se hubieran dejado engañar en su creencia o que hubieran querido renunciar como han hecho a todos los placeres, a todas las ventajas, a todas las comodidades de la vida y exponerse además a sí mismos a tantas penas y trabajos e incluso a persecuciones tan rigurosas y crueles, para mantener solamente errores, ilusiones o imposturas. Su tercer motivo de credibilidad lo extraen de las profecías y de los oráculos que en diferentes épocas y desde hace tanto tiempo se han proferido a su favor y a favor de su religión, oráculos y profecías que, por lo que ellos pretenden, se encuentran tan manifiesta y evidentemente cumplidos en su religión, que no es posible dudar que estos oráculos y profecías no procedan verdaderamente de una inspiración y una revelación toda divina, no habiendo más que un solo Dios que pueda prever con tanta claridad y seguridad el futuro y predecir con tanta seguridad las cosas futuras. Finalmente su cuarto motivo de credibilidad y que es como el principal de todos, se extrae de la grandeza y de la multitud de milagros y prodigios extraordinarios y sobrenaturales que han sido hechos en todos los tiempos y en todos los lugares, a favor de su religión, como son, por ejemplo, devolver la vista a los ciegos, el oído a los sordos, el habla a los mudos, hacer andar a los cojos, curar a los paralíticos, a los endemoniados, y, generalmente, curar toda clase de enfermedades y dolencias en un instante y sin aplicar ningún remedio natural, incluso resucitar a los muertos, y, en definitiva, hacer toda clase de obras milagrosas y sobrenaturales, que sólo pueden hacerse mediante un poder divino; milagros y prodigios que son, como dicen nuestros cristícolas, motivos y testimonios tan claros, tan seguros, tan convincentes de la verdad de su creencia y de su religión que no hace falta buscar más para persuadirse enteramente de la verdad de su religión, de modo que consideran no sólo una imprudencia, sino también una obstinación y una temeridad e incluso una gran locura pensar únicamente en querer contradecir tan claros y tan convincentes testimonios de verdad.

«Es una gran locura —decía un famoso personaje entre ellos—, es una gran locura no creer en el Evangelio, cuya doctrina es tan pura y tan santa, cuya verdad ha sido publicada por personajes tan grandes, tan doctos y tan santos, que ha sido firmada con la sangre de tan gloriosos mártires, que ha sido abrazada por tantos doctores piadosos y sabios, y que, finalmente, ha sido confirmada por tan grandes y prodigiosos milagros que sólo pueden haber sido hechos por un Dios todopoderoso» (Pico de la Mirándola). En cuya ocasión otro famoso personaje entre ellos dirigía audazmente estas palabras a su Dios: «Señor —le decía—, si lo que creemos de vos es error sois vos mismo quien nos habéis engañado; pues todo cuanto creemos —decía— ha sido confirmado por tan grandes y prodigiosos milagros, que no es posible creer que hayan sido hechos por otro que vos.

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