Crítica de la Religión y del Estado (2 page)

Por esta obra única que escribió Meslier, no con el deseo de escribir propiamente, sino para poder decir lo que se veía obligado a callar, y pese a su torpeza, es posible distinguir al crítico social milenarista y al filósofo. Antes que nada se muestra como un utopista radical inscrito en el contexto de las revueltas campesinas e insurrecciones populares de finales del siglo xvii y primera mitad del xviii, elevando sus protestas en primer lugar contra la crueldad tiránica de los reyes y príncipes de la tierra, en particular contra los reyes de Francia, «pues —dice— no hay ninguno que no haya llevado tan lejos la autoridad absoluta, ni que haya hecho a sus pueblos tan pobres, tan esclavos y tan miserables como estos últimos, ni hay ninguno que haya hecho derramar tanta sangre, ni que haya hecho matar a tantos hombres, ni derramar tantas lágrimas a las viudas y a los huérfanos, ni que haya hecho arrasar y asolar tantas ciudades y provincias como este último rey difunto, Louis XIV, llamado el grande, no verdaderamente por las grandes y loables acciones que haya hecho, puesto que no ha hecho ninguna que merezca verdaderamente este nombre, sino por las grandes injusticias, por los grandes robos, por las grandes usurpaciones, por las grandes desolaciones, por las grandes devastaciones y por las grandes carnicerías de hombres que ha hecho hacer por todas partes, tanto por mar como por tierra». En esta época, Francia era todavía esencialmente campesina y rural, con un régimen de reminiscencia feudal, caracterizado por el absolutismo de la monarquía, el mantenimiento del parasitismo y concesión arbitraria de privilegios a la nobleza, a la vez que por el notable ascenso de la burguesía que Saint-Simon tanto recrimina en sus crónicas de la vida de la Corte. Se había acrecentado la implantación de agentes locales e intendentes en las provincias para velar e instaurar una administración más estricta sobre (os bienes, con el único fin de asegurar el control de la explotación, como muestra la constante virulencia en los medios rurales. La crítica social de Meslier emerge de estas injusticias, girando en tomo a los abusos que se permiten los «grandes de la tierra» y las desdichas que persiguen a los «pobres pueblos» y contra todo régimen opresor en general. Pero el aspecto más relevante es que Meslier justifica su indignación ante la desigualdad reinante y la existencia de una clase de gente ociosa y que extrae sus beneficios del trabajo de los pueblos, los cuales viven miserablemente, por la estrecha dependencia entre las creencias religiosas de los pueblos y su sumisión y por la cooperación entre la Iglesia y el Estado para mantener esta situación.

Meslier se puede abordar como utopista y como filósofo: como lo primero, no tiene más suerte que Morelly, el
abbé
Mably (1709-1785) o Brissot de Warbille (1754-1793), prácticamente olvidados. Tales pensadores utópicos, siendo los más representativos del siglo xviii, suelen ocupar un lugar secundario frente a los pensadores ilustrados, que de alguna forma gozan de una reputación indiscutible y se arrogan la hegemonía cultural a partir de la segunda mitad del siglo. Sin embargo, aun considerando a Meslier superior a los demás utopistas mencionados, tampoco se le puede comparar con los utopistas clásicos, Tomás Moro o Campanella; no es brillante ni hombre culto, ni habría podido inventar una ciudad del sol, tal vez consecuencia de su aislamiento y carencia de medios. La utopía de Meslier se halla más implícita que explícitamente en su denuncia y su crítica. La sociedad o comunidad ideal que preconiza a los pueblos es postergada ante la inminente necesidad de denunciar todos los abusos y revelar urgentemente lo que constituye el fundamento y origen de la autoridad de los «grandes», propiciando; la exacerbación de los pueblos y su levantamiento. Por supuesto, en este sentido, .era innecesario ilustrar el radiante porvenir con una ciudad ideal, a modo de una ciudad morelliana, porque la promesa de felicidad se concluye evidentemente de la liberación de los pueblos del yugo de la tiranía y de la religión. Pero el mérito de Meslier reside en haber comprendido que la crítica de la propiedad privada y su abolición era inseparable de la crítica del Estado de derecho divino, en la misma medida que el monarca se permitía legitimar sus abusos por ser la encamación humana de la suprema autoridad divina, y recíprocamente la esclavitud y sumisión de los pobres pueblos se perpetuaba como un deber mediante las supersticiones de la religión y la creencia en otra vida, en Dios y en todos los misterios divinos.

La misión que se atribuye Meslier es casi mesiánica: desengañar a los pueblos y revelarles la Verdad, en los mismos términos, concibiendo así el plan de su obra, según la demostración de ocho pruebas sobre la vanidad y falsedad de las religiones, donde delata la conexión entre el mantenimiento de éstas y el de la tiranía de los reyes y príncipes de la tierra. Su intención es hacer ver la trascendencia apremiante de su proyecto, al agitar a los pueblos fomentando la necesidad de su insurrección, y justificar la violencia y destrucción que debe practicarse para que reine la justicia y la igualdad entre los hombres, como comunica en este mensaje: «Procurad uniros todos cuantos sois, vosotros y vuestros semejantes, para sacudir completamente el yugo de la tiránica dominación de vuestros reyes y de vuestros príncipes; derribad por todas partes estos tronos de injusticias e impiedades; derrocad todas estas cabezas coronadas, confundid en todas partes el orgullo y la soberbia de todos estos tiranos altivos y orgullosos, y no soportéis nunca más que reinen de ningún modo. sobre vosotros.»

Con respecto la esperanza en ésta futura comunidad fraternal, regida por los más sabios y los mejor Instruidos, que Meslier esboza con cierta modestia e inocencia como si desconfiara de los paraísos que otro
s
hayan descrito, se supone una distribución igualitaria de los bienes y riquezas, a la vez que un gobierno justo, y el establecimiento de una moral y unas leyes naturales, dictadas por la sola razón como universales, y que constituyen las únicas normas por las que los hombres habrán de guiar su conducta. Aunque por la falta de precisión y al tratarse de de una comunidad esencialmente agraria, basada en una economía agrícola, este proyecto pudiera parecer anacrónico ya entonces, en contraste con la vida de las ciudades y la creciente evolución económica en otros sectores de la industria, esta consideración, al igual que la de su carencia de vigencia, no puede invalidar la autenticidad de su rebelde testimonio. Como filósofo casi pasa desapercibido, por inmerecido que parezca, ya sea por considerarse secundario en este aspecto, como por la condena inmediata de una Iglesia que se creía regenerada en virtud de la «Revocación del Edicto de Nantes», o incluso por su desinterés en darse a conocer en vida, prefiriendo su marginación. Y, sin embargo, es uno de los iniciadores de la tradición materialista que predomina en Francia durante el siglo xviii y se encuentra entre los defensores más tajantes de esta corriente de pensamiento, clásico producto del cartesianismo que surge inevitablemente como su negación, haciendo una única salvedad con la física cartesiana. Los filósofos cartesianos constituyen su referencia más inmediata, en especial el autor de
La Rechérche de la véríté,
Mallebranche, al que cita con frecuencia.

En términos generales, los axiomas o principios en los que se inspira su pensamiento nacen de su refutación de la filosofía vigente. Éstos parten de la demostración de la existencia de la materia por sí misma, conteniendo en sí misma y por sí misma el movimiento, sin necesidad de ningún principio exterior que la mueva, y de ahí que se permita rechazara la existencia de otro Ser o agente que poseyera en sí todas las cualidades y fuera el único en conferirte el movimiento. De algún modo, su, ataque a los
cartesianos,
si
n
que éstos dejen de imponerle respeto, es imaginado como una acusación por haber violado las reglas de juego del
Discurso del Método,
según las cuales se habría podido lograr un verdadero progreso del conocimiento, así como el desvanecimiento de las verdades inquebrantables, aunque no menos inoperantes, que la Escolástica había defendido. Para Meslier la deducción lógica de un discurso fundado en premisas tales como las que se exponen allí no conducía necesariamente a la escisión entre la materia y un principio espiritual que le confiriera el ser y la existencia, de donde se desprende fatalmente la escisión entre el alma y el cuerpo y la consiguiente afirmación de un agente creador de la materia. Por el contrario, para los cartesianos es imposible que nuestros pensamientos tengan una forma determinada y sean visibles, sirviendo de apoyo a su argumento sobre la división en un principio material desprovisto de cualidades y otro espiritual, del que en última instancia deriva la noción de Dios. Todos los razonamientos en que estos últimos hacen descansar sus argumentos, a Meslier le parecen excesivamente ridículos para ser creídos; nunca su humor es tan agudo como cuando se refiere a ellos. Para él la materia no tiene que ser necesariamente corpórea, ni debe adquirir ninguna forma. Sólo la materia nos es perceptible y no ve inconveniente en atribuirle a sí misma el movimiento, descartando la necesidad de la existencia de un Ser que se lo confiera. La materia o la sustancia es una y todos los fenómenos se producen pues por la combinación de sus partes. Todas estas constataciones del dominio exclusivamente filosófico conjuran y sostienen sus funestos ataques a la religión y sus misterios: la vida del más allá, la inmortalidad del alma..., así como la insuficiencia de los pretendidos motivos de credibilidad en ninguna religión, sea cual sea.

Meslier es un filósofo autodidacta, lo que confirma las limitaciones de exposición de su pensamiento, al igual que la precariedad de recursos con que contaba, pero esto lo hace más meritorio aún. Sus fuentes se reducen primordialmente al Antiguo y Nuevo Testamento, incurriendo a veces en la pura antiteología. Aunque en este aspecto no sobresale tanto como por sus ataques contra la religión y las premisas en las que funda su profesión de ateísmo, que queda perfectamente objetivada en la lucha de clases entre el campesinado y las masas rurales y la aristocracia. Es muy probable también que el materialismo de Meslier se halle inspirado en Lucrecio, autor al que admira; el
De Rerum Natura es
tal vez una de las obras que mayor influencia pudo tener sobre Meslier al hallar establecidos los axiomas que defienden la autenticidad de la materia como único principio y esencia última de todas las cosas. Finalmente, su confrontación con el autor del poema sobre la naturaleza de las cosas más que probable es evidente por la mera semejanza de su refutación de la inmortalidad del alma y la composición previa de la materia, conduciendo en ambos a la denuncia de los crímenes de la religión. De Lucrecio se decía también que estaba poseído por una enfermedad extraña o bajo el signo de la locura, lo que también aumentaría la identificación de Meslier con este autor supuestamente desdichado. Su temor a no ser creído le induce a ampararse con la Antigüedad y a su manía por las extensas citaciones, llegando al extremo de dedicar capítulos enteros exclusivamente a reproducir textos de algunos autores como san Agustín, Montaigne, La Bruyére, Mallebranche, o del Antiguo y Nuevo Testamento, en quienes apoya o dirige sus refutaciones.

Meslier se considera a sí mismo ingenuo por decir abiertamente cuanto piensa; pero cuando verdaderamente demuestra serlo es al estar convencido de su perspicacia y de los efectos funestos que debían derivarse de sus escritos y su estilo provocador. El Meslier ingenuo es este insurrecto apasionado, casi fanático, persuadido de que puede redimir a los pueblos, fascinándole lo que él mismo es capaz de decir. Su drama interno fue lo que más le impulsó a concebir su obra, y el goce en el escándalo que ésta habría de provocar le hizo persistir en su elaboración silenciosa, premeditada y voluntariosa. A través de Meslier se podría recordar a Thomas Münzer, el conocido teólogo de la Revolución, pero su coincidencia es más anecdótica que real porque Münzer es, en cierto modo, el revolucionario opuesto que destacó por su combatividad y su constante intervención en las sublevaciones campesinas y conflictos religiosos que se sucedían en Alemania a causa de la Escisión. El teólogo de la Revolución nunca fue conocido por Meslier, que tal vez podía haber seguido su ejemplo.

La estructura de las
Memorias de los pensamientos y sentimientos de Jean Meslier
se divide en ocho pruebas sobre la vanidad y falsedad de las religiones, que se suceden en el siguiente orden:

Primera prueba de la vanidad y falsedad de las religiones, que son todas invenciones humanas.

Segunda prueba de la vanidad y falsedad de las dichas religiones. La fe es una creencia ciega y que sirve de fundamento a todas las religiones; sólo es un principio de errores, ilusiones e imposturas.

Tercera prueba de la vanidad y falsedad de las religiones, extraída de la vanidad y falsedad de las pretendidas visiones y revelaciones divinas.

Cuarta prueba de la falsedad de las dichas religiones, extraída de la vanidad y falsedad de las pretendidas profecías del Antiguo Testamento.

Quinta prueba de la vanidad y falsedad de la religión cristiana, extraída de los abusos y de las vejaciones injustas de la tiranía de los grandes que ella soporta o autoriza.

Sexta prueba de la vanidad y falsedad de la religión cristiana, extraída de los abusos y de las vejaciones injustas y de la tiranía de los grandes que ella soporta o autoriza.

Séptima prueba de la vanidad y falsedad de las religiones, extraída de la misma falsedad de la opinión de los hombres, concerniente a la pretendida existencia de los dioses.

Octava prueba de la vanidad y falsedad de las religiones, extraída de la misma falsedad de la opinión que los hombres tienen de la espiritualidad e inmortalidad del alma.

En la presente selección se ha procurado incluir demostraciones de la mayoría de las pruebas, salvo la tercera y la cuarta por pertenecer a un orden más teológico y referirse más particularmente a algunos aspectos de la religión cristiana, como la verdad o falacia de los milagros y profecías... El conjunto de textos comprendidos aquí intenta presentar y dar a conocer una visión lo más amplia posible del pensamiento del autor, teniendo en cuenta su casi total desconocimiento en España. Las únicas ediciones existentes, aunque imposibles de encontrar, son las siguientes:

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