Authors: Frank García
Estaba cabreado y cuando me siento así sólo me lo quita un buen polvo. Necesitaba follar. Conocía a un tío que, por casualidad, un día en la playa me di cuenta que me miraba de una forma especial. Con él follaba algunos fines de semana, así que saqué el móvil y lo llamé.
—¿Juan…? Sí, soy Rafa… Bien, estoy bien y tú… Me alegro. Te llamaba para saber si nos podemos ver. Estoy muy caliente… Sí —me reí—estoy cabreado… Eres un puto cabrón, por eso te llamo… Vale, comemos juntos y el postre lo pongo yo… En media hora estoy en tu casa y prepara ese culo que te lo voy a dejar bien caliente —colgué y me dirigí a la parada del autobús.
Mientras me acercaba a la casa de Juan en aquel autobús, mirando a través de la ventanilla, un aire de nostalgia recorrió por unos instantes mi mente. Sería una mierda de ciudad, pero en realidad era mi hogar, aunque… Como si en aquel momento me hubiese vuelto una balanza, comencé a colocar lo positivo en un lugar y lo negativo en el otro. Por unos instantes, ese toque romántico que aún perduraba en aquellos momentos, pareció inclinar lo positivo sobre lo negativo, pero luego desperté y prevaleció mi lado racional. No. Había decidido irme y lo haría, fuera al precio que fuera.
Juan me recibió en su casa en gayumbos.
—¿Crees qué ésta es forma de recibir a un tío que está tan caliente como una plancha?
—Por eso te recibo así —se rió—. Bromas a parte, hace demasiado calor y así estoy más cómodo.
—Tienes razón —me quité la camiseta—. Deberías poner aire acondicionado.
—No, esos artilugios siempre me resfrían. Prefiero andar en pelotas, es más cómodo y encima ahorro —me miró—. ¿No piensas quitarte nada más?
—¿Quieres qué follemos antes de comer?
—¿Por qué no?
—Por mí encantado. Ya te he dicho que la tengo dura todo el día. Mira —cogí su mano llevándola a la bragueta.
—¡Joder, como estás cabrón!
—Listo para tu boca y ese rico culo que tienes.
Desabrochó el pantalón y me sacó la polla, se arrodilló y comenzó a mamarla con desesperación. Juan era un buen mamador. Me incliné y metí la mano en su boxer tocando sus nalgas suaves y bien redondeadas.
—¡Joder que culazo tienes!
Se levantó y se quitó el bóxer.
—Es todo tuyo.
—Que hijo de puta, ¡menudo vicio tienes!
—No menos que tú.
—Tienes razón —me quité el pantalón y el slip. Saqué de la cartera un condón y me lo puse—. Dame ese culo, te la voy a meter de golpe.
—No seas animal, que aunque dilato bien tienes un buen pollón.
—Si te encanta que te la meta entera. Dame ese culo que me tienes el rabo babeando.
Se inclinó contra la mesa del comedor, abrí sus nalgas, escupí en su ano y se la metí de golpe. Gritó de placer, de eso estaba más que seguro.
—¡Hijo de puta!
—Cállate y disfruta. Sé que nadie te folla mejor que yo —no dijo nada más y le follé a saco. Mi pecho se empapó de sudor por las embestidas, la sacaba entera y se la volvía a meter de golpe. Su ano ya estaba acostumbrado a mi pollón y la verdad que su culo era muy caliente. Me corrí y me dejé caer sobre él—. ¿Te ha gustado?
—Sí —susurró fatigado—. Follas muy bien cabrón.
La saqué poco a poco y me quité el condón.
—Dúchate mientras termino de preparar la comida.
—No, sólo me lavaré la polla. Ya te he dicho que traía el postre. Lo de ahora sólo ha sido un aperitivo —en aquel momento sonó mi teléfono, descolgué y pregunté quien era. Escuché la voz de mi madre al otro lado. Con el cabreo y el calentón se me había olvidado avisar. La expliqué que estaba en casa de un amigo y que comería con él.
Durante el almuerzo le conté todo e intentó disuadirme, algo que no consiguió. Después, sin recoger la mesa, Juan y yo follamos como locos durante más de tres horas, hasta que quedé totalmente exhausto y seco.
—Joder tío, me has reventado el ojal.
—Así me recordarás cuando no esté aquí.
—Me gusta tu polla y como follas. Si que te voy a echar de menos. Rabos como el tuyo son difíciles de encontrar.
—No creas, hay buenos rabos por ahí y más grandes que el mío.
—Tal vez más grandes sí, pero que además folien como tú, lo dudo.
—Así sólo folio cuando estoy cabreado, de la otra manera soy más tranquilo.
—Tranquilo o cabreado eres buen follador —tocó mi polla y le aparté la mano.
—No, ahora no la toques. La tengo muy resentida. No sé cómo tendrás el culo, pero yo la tengo hipersensible.
Se rió a carcajadas mientras se levantaba.
—¿Dónde vas?
—A buscar algo para beber y unas toallitas húmedas para calmar a la pequeña.
—Prefiero darme una ducha. Estoy empapado entre tu sudor y el mío —me levanté y me metí bajo el chorro de agua. Juan entró ofreciéndome una toalla.
—Joder tío, ya la tienes otra vez dura.
—Sí, la hija de puta quiere guerra.
Abrió un cajón del armario que tenía a un lado y me ofreció un condón.
—¡Y tú eres más hijo de puta que ella! Dame ese condón.
—Te lo pondré con la boca.
—Que vicio tienes, cabrón —con el condón ya puesto le incliné contra el lavabo, le separé las piernas y me lo follé. Comencé con entradas y salidas suaves. Me gustaba sentir las paredes cálidas de su ano y como se iba adaptando al grosor de mi polla, luego, cuando menos se lo esperaba, la saqué entera y la metí de golpe comenzando a galopar hasta que me corrí. Dejé caer todo mi cuerpo de nuevo sobre él. Mi corazón latía a un gran ritmo que me hacía sentir vivo, vivo y satisfecho. Me quité el condón y me duché de nuevo.
—No te vayas. Intentaré buscarte trabajo en mi empresa.
—No, lo tengo decidido. Cuando me instale en Madrid si quieres venir a visitarme algún fin de semana, serás bienvenido y follaremos hasta que me revientes la polla. Tu culo es una pasada, me gusta y me hace sentir muy macho.
—¿Sólo me quieres por mi culo?
—Si te soy sincero, sí. Tendré muchos defectos, pero nunca miento.
—¡Eres un cabrón!
—Lo sé, pero a ti te gusta que lo sea. Ahora me tengo que ir, todavía me quedan cosas que preparar y hablar con el viejo, que no sé como le voy a entrar, aunque pienso que me va a entender mejor que mi madre.
No habló mientras me dirigía al salón y comenzaba a vestirme. Me puse la camiseta y le besé en los labios.
—Gracias por todo. Estaremos en contacto. Si te soy sincero, vas a ser de los pocos que conozcan mi partida. No dejo mucha gente que merezca la pena. La mayoría son unos hipócritas que solo están con uno cuando no tienen con quien pasar la noche. ¿Sabes una cosa, Juan? Me asquea todo esto. No me entiendas mal. Follar contigo es un placer. Lo que me asquea es que una parte de la gente sea infeliz e intenten fingir lo contrario.
—Tal vez sea una forma de protegerse a si mismos, para no sufrir.
—No tío, muchos quieren aparentar lo que no son y eso les hace infelices. Yo ahora no soy feliz, no tengo nada, mis sueños rotos y lo digo claramente e intento buscar una solución al problema. Pero existe una mayoría, que en vez de buscar esa solución, putean a los demás.
—De esos temas ya hemos hablado alguna vez y sabes que no estoy de acuerdo contigo.
—Lo sé, por eso eres al único que respeto.
—Sinceramente te deseo lo mejor en tu nueva andadura. Como se suele decir, que los vientos te sean favorables.
—Gracias y lo dicho, estaremos en contacto y en Madrid serás bien recibido.
—Lo tendré en cuenta.
Salí de la casa con la polla dolorida, los huevos vacíos, los nervios templados y la mente despejada. Paseé durante una hora aproximadamente sin rumbo fijo, simplemente caminando por el placer de caminar. Ya no tenía un fin concreto circular por aquellas calles, en dos días estaría fuera de allí y en ese momento me vino a la cabeza que aún no había sacado el billete, así que camino de casa paré en la estación de autobuses y compré uno para el viernes a primera hora. Tenía aquel billete en la mano y aún no sabía dónde me iba a quedar. Saqué el teléfono y llamé a mi amigo.
—Buenas tardes tío, ¿cómo estás? Yo hasta los huevos, me voy para Madrid pasado mañana… Sí tío, hasta las pelotas de esta ciudad. Aquí no hay futuro… Lo sé… Reconozco que siempre me lo has dicho y por eso te llamo. Necesito un sitio donde vivir, por lo menos hasta que me centre en la ciudad y encuentre un curro… Gracias, esperaba escuchar esa propuesta, pero quiero pagar el alquiler… No, me niego. Si me quedo es con la condición de que te pago alquiler por la habitación… Por ese precio me quedo toda la vida —me reí—. Salgo de aquí a las seis de la mañana, por lo que estaré sobre las doce por tu casa ¿Estarás?… Perfecto, pues nos vemos el viernes… Sí cabrón, yo también tengo ganas de verte… Bueno, eso también… No me hables ahora de follar que se me pone dura y la tengo reventada… Nada, que me he despedido de un buen colega y hemos estado follando más de cuatro horas sin parar… Sí, estaba cabreado, pero ya se me ha pasado… Lo dicho, besos y nos vemos el viernes.
Carlos es uno de los amigos gays que tengo en Madrid y posiblemente el que mejor me entiende. Siempre me he quedado en su casa, por lo que adaptarme será más fácil. Cada vez que iba, me lanzaba el mismo sermón:
—Rafa, tienes que venirte a Madrid, no sé qué coño haces aún allí. No tienes ninguna posibilidad de realizarte y aquí serías tú mismo. En Madrid todos somos anónimos. Nadie nos conoce si no queremos y vivimos con total independencia y libertad. ¿Qué te ata tanto a esa ciudad? —me preguntaba.
Por primera vez iba a dar el gran salto, subir un nuevo escalón en la vida y enfrentarme por mí mismo a todo. En realidad siempre lo había hecho, aunque siempre desde el refugio del nido y eso mermaba algunas de mis expectativas de futuro. Ahora ya estaba preparado, listo para desplegar las alas y volar. En la nueva ciudad contaba con amigos y un lugar donde refugiarme cada noche y descansar.
Con todos estos pensamientos llegué a casa. Mi padre estaba sentado en su sillón leyendo el periódico antes de la cena, con la televisión puesta de fondo. Escuchándola, no viéndola. Mi madre me miró y decidí sentarme en el otro sillón, frente a mi padre.
—Papá tengo que hablar contigo.
Cerró el periódico y me miró.
—¿Qué te ocurre?
—Me voy pasado mañana a Madrid y…
—¿Necesitas dinero?
—No, no es eso. No me voy para un fin de semana, me voy para siempre.
—¿Cómo?
—Verás papá. Llevo unos meses en el paro. Sabes al igual que yo que cada día hay menos trabajo. Mis amigos… ellos ya tienen montado todo su mundo y no encuentro ninguna salida salvo irme y buscarme la vida, como hiciste tú en su día.
—Te comprendo, pero estás seguro de qué es lo mejor.
—Sí. Mi amigo Carlos me alquila una habitación, no quería cobrarme pero yo he insistido. Madrid ofrece siempre oportunidades de una cosa u otra. Empezaré a trabajar en lo que surja y luego iré buscando algún puesto relacionado con mi profesión. Pero lo más importante es que me quiero sentir útil, quiero tener invertidas algunas horas de mi vida en un trabajo. Todo el día le estoy dando mil vueltas a la cabeza, no dejo de pensar y no encuentro otra solución que salir de aquí.
—Tu madre y yo te ayudaremos en todo lo que necesites. Hazlo, si crees que tienes que irte para encontrar un lugar en la vida, hazlo. No seré yo quien te lo impida.
—Gracias papá, sabía que lo entenderías.
—Eso sí, cuídate mucho. La gran ciudad es como un lobo, devora al menor descuido.
—Eso no es cierto. Tal vez otra ciudad lo haga, pero Madrid es como una gran madre, sé que me acogerá.
—Algo más qué quieras que hablemos.
—No —me levanté y le besé en la frente—. Te quiero papá.
—Y yo a ti. Prepara lo que tengas que preparar y enseguida a cenar, que el guiso de tu madre ya debe de estar casi listo. Lo huelo desde aquí.
Me retiré a mi habitación, abrí el armario y comencé de nuevo a preparar la maleta.
Como en un sueño, salté de una ciudad a otra. Como en un instante, pasé de una casa a la otra. Como una ráfaga de aire fresco, cambié una familia por otra, mi familia de sangre por la que formaban aquellos amigos.
Carlos me recibió con los brazos abiertos y aquella primera noche me ofreció algo más. En realidad, los dos primeros meses sólo utilicé mi habitación para cambiarme de ropa y poco más. Dormíamos juntos.
Su habitación era enorme. Un armario empotrado ocupaba toda la pared frente a la cama y en el centro de éste se encontraba una televisión de cuarenta pulgadas, además de un magnífico equipo de música y el ordenador. El resto lo componía la cama de dos metros por dos metros, dos mesillas de diseño y un sinfonier de ocho cajones. Me sentía muy cómodo en aquella habitación y Carlos resultaba un tío cojonudo en todos los sentidos.
A él siempre le decía que no follábamos, que hacíamos el amor. Sí, con él era distinto. Se entregaba con tal pasión y con ese punto de romanticismo que me envolvía. Aunque en ocasiones, le encantaba el sexo cañero. Decía que yo le hacía disfrutar mucho, porque según él, también tenía ese punto que le hacía volverse salvaje.
Recuerdo aquella noche mientras descansábamos, él tumbado sobre mi pecho, acariciando el pelo de mi torso y mirándome con cara de niño bueno.
—Me alegro que estés aquí. Siempre nos hemos llevado muy bien y, sinceramente, necesitaba la presencia de un macho en casa.
—Macho contra macho, ya te vale.
—Es cierto. Los fines de semana que venías, luego me sentía muy sólo. Tú llenas la casa con tu presencia. Tienes una energía muy fuerte y creo que sólo conmigo te abres de verdad.
—El que se abre y muy bien eres tú.
—No seas cabrón, estoy hablando muy en serio.
—Lo sé. Tú eres el único que me conoce y sabe que me pongo una coraza ante los demás. Contigo no puedo, eres un gran tipo y además mi confidente.
—Y tu mejor amante.
—Eso también. Me vuelve loco tu culo. Te estaría haciendo el amor todo el día.
—Eso ha sonado fatal. Por una parte ha salido el Rafa sexual y por otra el romántico. Al final vas a terminar loco.
—Todos tenemos un punto de locura, tío ¿Tú crees qué si no estuviéramos un poco locos, podríamos sobrevivir en esta sociedad?
—Tal vez no.
—Te lo aseguro amigo. Los cuerdos no sobreviven, si es que existe alguno —dije acariciando su cabello—. ¿Cuándo piensas cortarte el pelo?